Nanao observa cómo la estación de Omiya desaparece a lo lejos y se pregunta vagamente qué diantre pasa. Es como si una cortina de humo se arremolinara en su cerebro e impidiera que sus pensamientos circularan con normalidad.
Tiene la sensación de que debería hacer algo más, aparte de regresar a su asiento, de modo que se queda en el vestíbulo con la mirada puesta en la pantalla de su celular. Sabe que debería llamar a Maria, pero no se siente con fuerzas para hacerlo. Pero también sabe que es una mera cuestión de tiempo que ella le llame.
Al final, se decide y llama.
Maria contesta antes incluso de que suene el primer tono, como si estuviera sobre el teléfono a la espera de abalanzarse sobre él. Nanao siente un gran pesar. Incluso Maria, por lo general tan optimista y flexible, parece nerviosa. Seguramente porque sabe lo peligroso que es Minegishi.
—¿Qué tren tomaste para regresar a Tokio? — pregunta con forzada despreocupación, a pesar de que se muere por confirmar que en efecto Nanao ya está de regreso a casa.
—Sigo en el mismo tren de antes. Estoy en el Hayate — contesta con una naturalidad que casi resulta frívola. También tiene que hablar más alto de lo habitual a causa de que en el vestíbulo se oye el elevado ruido que hacen las vías. Le cuesta entender bien lo que le dice Maria.
—¿Qué quieres decir? ¿No has llegado a Omiya todavía?
—Ya hemos pasado Omiya. Todavía voy en el Hayate.
Maria se queda en silencio, presa de una momentánea confusión. Por último, exhala un suspiro. Dadas sus anteriores experiencias con Nanao, ya se imagina que algo ha salido mal.
—Suponía que podía pasar, pero en realidad no pensaba que fuera a pasar. Supongo que te había subestimado.
—La maleta desapareció, así que no podía bajar.
—¿No habías escondido la maleta?
—Sí. Pero ahora ya no está.
—Es hora de que te cases.
—¿Cómo dices?
—Con el dios de la mala suerte. Llegados a este punto, deberían casarse. Son el uno para el otro. Debería alegrarme, pero estoy demasiado enojada.
—¿Por qué deberías alegrarte?
—Porque estaba en lo cierto al suponer que no podrías bajar en Omiya. Tener razón debería provocar una especie de euforia, ¿no? Pero en este caso solo me siento deprimida.
A Nanao le molesta que Maria se burle así de él y, por un momento, considera la posibilidad de devolverle la burla, pero no quiere perder el tiempo ni la energía. Lo más importante ahora es averiguar cómo debe actuar en la situación en la que se encuentra.
—Siguiente pregunta. Comprendo que no sabes dónde está la maleta. No es algo que me haga feliz, pero acepto la realidad de los hechos. Ahora bien, ¿por qué no bajaste del tren en Omiya? Si la maleta desapareció es que alguien la tomó. En ese caso, diría que hay dos posibilidades. Una, que la persona que la tomó todavía esté en el tren o, dos, que haya bajado en Omiya con ella.
—Así es.
Nanao consideró esto mismo en los momentos previos a la llegada a Omiya como si se apresurara a terminar un trabajo de construcción: ¿Debería bajar del tren o quedarse en él y seguir buscando la maleta?
—Entonces ¿por qué decidiste seguir en el tren?
—Había dos opciones y tenía que elegir una. Me decidí por la que parecía más probable, aunque fuera por poco.
Intentó valorar con qué opción tenía más probabilidades de recuperar la maleta. Duda que, de haberse bajado en Omiya y haberse puesto a buscar a la persona que la había tomado, hubiera podido encontrarla ya que, si esa persona se había subido a otro tren o se había escabullido por las calles, no había mucho que pudiera hacer. Por otro lado, si se quedaba en el tren y la persona con la maleta también seguía aquí, habría al menos alguna posibilidad de que pudiera recuperarla. El ladrón no podría descender hasta que llegaran a la próxima estación, de modo que, si Nanao registraba minuciosamente el tren, tal vez podría atraparlo. En función de estos cálculos, decidió que era mejor quedarse en el tren. En parte, además, también estaba el hecho de que si permanecía aquí todavía podría decir que seguía al pie del cañón. Si Minegishi se ponía en contacto con alguien para averiguar cómo iban las cosas, Maria podría decirle que Nanao continuaba en el tren, haciendo todo lo posible por cumplir con su deber. Al menos, esperaba que ese fuera el caso.
Aunque al final sí que había bajado un momento. Le había parecido que, como mínimo, debía echar un vistazo a la gente que descendía del tren para asegurarse de que no salía nadie corriendo con la maleta. Si alguien le hubiera parecido sospechoso habría ido detrás de él. Debido a lo largo que era el tren y a la curva del andén, no alcanzaba a ver la parte frontal, pero estaba decidido a hacer lo que pudiera, de modo que había permanecido en el andén mirando a un lado y a otro.
Unos pocos vagones en dirección a la parte trasera, puede que frente al vagón número tres o quizá el cuatro, dos personas le habían llamado la atención. Una era un tipo alto vestido con ropa negra y el pelo algo largo para ser hombre. Mandarina, o quizá Limón.
Quien sea que fuera de los dos, permanecía de espaldas a Nanao y de cara a otro hombre que parecía estar esperando en el andén. Se trataba de un tipo algo mayor que iba vestido con una chillona camisa azul. Llevaba el pelo hacia atrás de un modo que a Nanao le había recordado al peinado que una anciana habría podido llevar en una película extranjera. Resultaba casi entrañable.
Luego, el hombre alto había vuelto a meterse en el tren. Nanao se había fijado en su perfil, pero no había sido capaz de determinar si se trataba de Limón, Mandarina u otra persona. El hombre de la camisa azul, por su parte, se había quedado en el andén y se había inclinado sobre el ferrocarril para mirar por una ventanilla. No parecía que estuviera despidiéndose del alto. De hecho, Nanao no podría decir con certeza qué estaba haciendo ese tipo de la camisa azul. Lo único de lo que estaba seguro era de que el vagón ante el que se encontraba era el número tres, no el cuatro. Los había contado.
—Antes me dijiste que el propietario de la maleta viaja en el vagón número tres, ¿no? — le pregunta Nanao a Maria antes de explicarle lo que vio en el andén de Omiya.
—Sí. Al menos, eso es lo que me dijeron. ¿Dices que has viste a Mandarina o a Limón en ese vagón?
—A alguien que podría ser uno de los dos. Lo que da más peso a la teoría de que son los propietarios originales de la maleta.
—Creo que es algo más que una teoría.
—Perdona, ¿qué dijiste? — Está prestando atención, pero le cuesta oírla bien. El Shinkansen tiene fama de ser silencioso, pero el balanceo del tren puede llegar a ser muy intenso en el vestíbulo. Tiene que esforzarse para mantener el equilibrio, y el incesante traqueteo de las vías resulta molesto. Es como si el tren estuviera intentando evitar que se comunicara con Maria, su único aliado—. En cualquier caso, decidí que permaneciendo en el tren tendría más probabilidades de recuperar la maleta.
—Bueno, en eso seguro que tienes razón. Entonces ¿crees que los gemelos con nombres de fruta son quienes te la quitaron?
—Yo se la robé a ellos y luego ellos la recuperaron. Esa parece la explicación más plausible. Si hubiera una tercera persona involucrada, las cosas comenzarían a complicarse. Espero de veras que ese no sea el caso.
—Si eso es lo que esperas, me temo que seguramente será el caso.
—Estás poniéndome nervioso. — Sus esperanzas y sueños nunca se cumplen, pero todo aquello que teme sí que lo hace.
—No estoy intentando ponerte nervioso. No es más que la historia de tu vida. El dios de la mala suerte está enamorado de ti. Bueno, o la diosa.
Nanao intenta mantener el equilibrio.
—¿Es guapa, la diosa esa de la mala suerte?
—¿De veras quieres saberlo?
—Supongo que no.
—Bueno, pues entonces ¿qué vamos a hacer? — Nanao puede percibir con claridad la inquietud de Maria.
—Eso me pregunto yo.
—¿Qué te parece esto? — Al decir eso, el tren da un bandazo y Nanao está a punto de caer. Sin embargo, consigue agarrarse a un asa—. Para empezar, tienes que volver a robarles la maleta a la pareja con nombres de fruta.
—¿Cómo?
—No importa cómo. Tienes que hacerlo sí o sí. Consigue esa maleta. Es el primer punto del orden del día. Mientras tanto, yo le contaré alguna mentira al cliente.
—¿Qué le contarás?
—Algo como que tenemos la maleta, pero que te fue imposible bajar en Omiya, que el Shinkansen no vuelve a parar hasta Sendai y que, por lo tanto, tendrá que esperar hasta entonces. Eso es lo que voy a contarle. Lo importante es dejarle claro que tenemos la maleta y que estás haciendo tu trabajo. Es solo que no has podido bajar del tren. Seguro que eso será suficiente.
—¿Suficiente para qué?
—Suficiente para evitar que Minegishi se ponga furioso.
«Tiene sentido», piensa Nanao. En vez de ser unos niños a los que enviaron a la miscelánea a comprar verduras y no lo han hecho, es mejor ser unos niños que sí han comprado las verduras, pero que están tardando en regresar a casa por culpa de unas obras. Así, seguirán pareciendo dignos de confianza y es muy probable que tengan menos problemas.
—Por cierto, ¿crees que Mandarina y Limón podrían reconocerte? — pregunta Maria con cierta tirantez. Sin duda, ya está comenzando a considerar la posibilidad de una confrontación.
Nanao hace memoria.
—No lo creo. Nunca hemos trabajado juntos. Una vez yo estaba en un bar y me los señalaron. «Ese es Mandarina y ese otro Limón, los tipos más duros de la mafia», me dijeron. Recuerdo haber pensado que parecían peligrosos y, de hecho, terminaron destrozando el local. Fue un auténtico caos.
—En ese caso, también puede haber sucedido lo contrario, ¿no?
—¿Qué quieres decir?
—Es posible que en alguna ocasión alguien te haya señalado a ti y les haya explicado quién eres. «Ese tipo de los lentes oscuros todavía es joven, pero sin duda se trata de la persona con más mala suerte del gremio». A lo mejor pueden reconocerte.
—Yo... Eso es... — Nanao intenta decir algo, pero se le hace un nudo en la garganta. No puede estar seguro de que no haya ocurrido algo así. Maria parece darse cuenta de lo que está pensando.
—¿A que tengo razón? Ese es justo el tipo de cosas que te pasan. Porque eres su favorito — dice ella—. La espantosa diosa de la mala suerte está enamorada de ti con locura.
—¿Ahora es espantosa?
—Es lo que hay. Y ahora ve de una vez al vagón número tres — dice Maria y, acto seguido, suelta un grito de consternación.
—¿¡Maria!? ¿¡Qué pasa!?
—No puede ser. Tiene que tratarse de una broma.
Nanao pega con fuerza su oreja al celular.
—¿¡Se puede saber qué pasa!?
—¡No puedo más! ¡Ya estoy harta! — exclama con un gruñido.
Acongojado, Nanao finaliza la llamada.