Campanilla Morada

Hace una llamada telefónica para comunicar que el trabajo está hecho. Al otro lado de la línea hay un hombre al que podría considerarse un intermediario. Años atrás, también solía realizar este tipo de encargos, pero comenzó a engordar y poco a poco fue bajando el ritmo. Ahora que ya es cincuentón, se estableció como negociador de contratos.

Campanilla Morada solía gestionar antes sus propios contratos, pero hoy en día los encargos que realiza le llegan a través de este intermediario. Seis años atrás se cansó de llevar en persona las negociaciones a causa de los complicados acuerdos relacionados con la megaoperación que supuso el desmantelamiento de la organización Doncella.

Todo ese asunto comenzó en el mismo cruce grande. Los recuerdos vuelven a asaltarle. Un hombre que trabajaba como tutor, dos niños y una mujer, Brian Jones, dinero... Las imágenes afloran en su memoria sin orden ni contexto. Se arremolinan en su cabeza, luego se aposentan como polvo y al final desaparecen.

—Buen trabajo — le dice el intermediario, y luego añade—: Y, aprovechando que estamos hablando...

Campanilla Morada tiene un mal presentimiento.

El intermediario prosigue:

—... tengo buenas noticias y malas noticias.

Él sonríe con amargura. El intermediario siempre dice esa frase.

—No estoy interesado en ninguna de las dos.

—No digas eso. Anda, primero las malas — anuncia el intermediario—. Acabo de recibir una llamada urgente de un conocido. Hay un encargo que puede resultar algo complicado y que tiene que llevarse a cabo ahora mismo.

—No parece muy atractivo — contesta Campanilla Morada en un tono de voz neutro. Solo está siendo educado.

—Ahora, las buenas. El lugar del encargo es precisamente el lugar en el que te encuentras.

Campanilla Morada se detiene y mira a su alrededor: una amplia avenida y un pequeño súper, algo más.

—A mí ambas noticias me parecen malas.

—El cliente..., bueno, nos conocemos desde hace mucho. Se trata de alguien que me ayudó en el pasado. No me encuentro en una posición en la que pueda decir que no — confiesa el intermediario.

—Eso no tiene nada que ver conmigo. — No es que Campanilla Morada esté en contra del encargo, simplemente prefiere no realizar dos en un mismo día.

—Este tipo que me lo pidió es como un hermano mayor para mí. Me enseñó de qué iba la cosa cuando yo estaba comenzando. Y no se trata precisamente de un don nadie. Estamos hablando de una leyenda — explica el intermediario con cierta excitación—. Si fuera un videojuego sería Hydlide o Xanadu, uno de los grandes.

—Tendrás que usar una analogía que pueda comprender.

—Está bien. Si fuera un grupo de música sería los Rolling Stones.

—Ah, a esos sí los conozco. — Campanilla Morada sonríe ligeramente.

—O no, quizá se parecen más los Who, que se separaron pero que vuelven de vez en cuando.

—Sí, bueno, da igual.

—¿Qué pasa? ¿Es que no te gustan los clásicos?

—Cualquier cosa que haya existido durante mucho tiempo merece respeto. La supervivencia es una prueba de superioridad. ¿De qué tipo de encargo estamos hablando, por cierto? — Campanilla Morada decide al menos oír de qué se trata. El intermediario parece contento, pues se lo toma como una señal de aprobación.

Campanilla Morada escucha la descripción del encargo y casi suelta una carcajada. No solo los detalles son extremadamente imprecisos, sino que además no es para nada un tipo de encargo que se ajuste a sus aptitudes.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué te hace pensar que no eres la persona adecuada?

—Yo solo trabajo en lugares en los que pasan coches o trenes. Dentro de los edificios no circulan vehículos. Los interiores no son lo mío. Pídeselo a otro.

—Lo entiendo, pero no hay tiempo. Y es justo al lado del lugar en el que te encuentras. Nadie más podría llegar a tiempo. Yo voy en camino ahora mismo. Hace ya muchos años que solo me dedico a negociar contratos y no me ocupo en persona de ningún encargo, ya lo sabes, pero en este caso no tuve otra elección. Me vi obligado a salir de casa para esto.

—Te sentará bien. Y, como dijiste, no te encuentras en una posición en la que puedas decir que no.

—Estoy un poco nervioso — dice el intermediario con un ligero temblor en la voz, como un recién graduado confesando el miedo que siente al enfrentarse al mundo real—. Hace ya mucho de mi último encargo, así que no tengo todo de mi parte. Por eso estoy pidiéndote que me ayudes.

—Incluso si accediera, ¿qué puedo hacer yo? La gente me llama el Empujón. Este encargo no requiere empujar a nadie. Es como pedirle a un golfista que corra un maratón.

—Lo único que te pido es que vengas conmigo. Ya casi llego.

—Rezaré por ti.

—¿De veras? Gracias, Campanilla Morada. Te debo una.

Campanilla Morada se pregunta cómo diantre pudo interpretar el intermediario que accedía a acompañarlo.