Fruta

Limón todavía se siente un poco aturdido. Mira por la ventanilla. Con la mirada puesta en los edificios ante los que pasan a toda velocidad, se lleva una mano a la barbilla. En el momento del puñetazo no ha sentido dolor alguno, simplemente perdió el sentido.

—Estuve cerca, ¿sabes? Podría haber terminado en el mismo lugar en el que te encuentras tú — le dice al Pequeño Minegishi—. ¿Qué, ahora me ignoras?

De repente cae en la cuenta y comprueba si lleva la pistola. Desapareció. Frunce el ceño. «No está bien quitarle las cosas a la gente, Murdoch».

Luego recuerda lo que Nanao le dijo: que también estaba trabajando para Minegishi y que, después de robarles la maleta, alguien se la había robado a él. «Entonces ¿dónde se encuentra ahora?».

Se pone de pie y considera la posibilidad de ir a ver qué está haciendo Mandarina, pero cuando ya está a punto de enfilar el pasillo en dirección a la parte trasera del tren, decide no hacerlo. «La verdad es que no me apetece. Descansaré aquí un poco más». En vez de ir en busca de su compañero, lo llamará. Descubre entonces que su celular también desapareció. «¡Maldita sea, Lentudo!». Le entristece en especial haber perdido el dije de Thomas que llevaba colgado del aparato.

Al final, repara en un ruido que lleva sonando desde hace un rato, un insistente pitido digital apenas perceptible bajo las vibraciones del tren. Al principio, cree que se trata del celular de alguien.

—¡Vamos, contesta de una vez quienquiera que seas! — dice, pero el ruido no cesa. Entonces se da cuenta de que proviene de algún lugar más cercano y comienza a mirar a un lado y a otro, intentando localizarlo.

«Debajo de mí».

El origen del pitido parece estar debajo del asiento. Se inclina y mira, pero no puede verlo bien. Aunque no le hace demasiada gracia ensuciarse los pantalones, el ruido está poniéndolo de los nervios, de modo que por último se arrodilla y busca en el espacio que hay entre el asiento y el suelo. Nada. Parece que el ruido proviene de la hilera de atrás, así que se pone de pie, cambia de hilera y vuelve a agacharse.

Ahora el ruido suena más alto, y no tarda en encontrar su origen. Un pequeño reloj de pulsera digital. De correa negra y aspecto barato.

La pantalla parpadea. Se pregunta si se le habrá caído a alguien accidentalmente. «Cuiden mejor sus cosas». Masculla una sarta de invectivas y, de repente, se queda petrificado. «¿Y si se trata de un truco?». No parece ninguna bomba, pero podría ser que la alarma fuera una señal que desencadenara algo imprevisible. Será mejor no dejar el reloj aquí. Cambia de posición su largo cuerpo hasta que encuentra un buen ángulo desde el que estirar el brazo y agarrar el reloj. Como no lo ve bien y lo hace a tientas tarda un poco, pero al final lo consigue. Luego vuelve a ponerse de pie y regresa a su asiento.

—¡Oye, niño rico! — dice, sosteniendo el reloj ante el inexpresivo rostro de Minegishi—. ¿Habías visto alguna vez esta baratija? — Presiona un botón y el pitido al fin se detiene. Parece un reloj normal, sin nada especial. «¿No será un micrófono oculto?». Le da la vuelta y luego se lo lleva a la oreja y aguza el oído. «No, solo es un reloj de pulsera».

Mientras decide si tirarlo o no, Mandarina entra en el vagón procedente del número dos.

—¿Encontraste al Lentudo? — pregunta Limón, pero conoce la respuesta solo con mirar la cara de pocos amigos de Mandarina.

—Se ha escapado.

—¿Cómo? ¿Se fue en la otra dirección? ¿Hacia la parte frontal del tren? — Limón señala la puerta que conduce al vagón número cuatro.

—No, sin duda alguna se dirigió hacia el número uno, pero de algún modo consiguió escapar.

—¿De algún modo? ¿Acaso no estabas prestando atención? — Limón nota que sus labios se extienden y esbozan una sonrisa. La idea de que su imperturbable y quisquilloso compañero la haya cagado no deja de proporcionarle cierto placer—. Tampoco era tan difícil. Solo tenías que ir de aquí al vagón número uno. El Lentudo estaba en algún lugar entre esos dos puntos, así que no tenía adónde ir. Deberías haberte topado con él. Era más fácil eso que no hacerlo, ¿sabes? ¿Qué pasó, Mandarina, te quedaste encerrado en el baño? ¿O acaso parpadeaste muy despacio y se escabulló cuando tenías los ojos cerrados?

—No fui al baño y parpadeo con normalidad. Alguien le ayudó. — Mandarina tuerce el gesto.

«Oh, mierda. Está realmente enojado — advierte Limón con cierta consternación—. Cuando Don Imperturbable está enojado es un auténtico imbécil».

—Entonces, deberías haberle apretado los tornillos a quienes le ayudaron.

—Al parecer, los ha obligado a hacerlo. Era una pareja, un hombre vestido de mujer y otro mayor vestido normal.

—¿Y crees que es cierto, que los ha obligado?

—Me pareció que no tenían ni idea de dónde estaba. No creo que mintieran — dice disgustado mientras se frota los nudillos de la mano derecha. «Debe de haberles metido el miedo en el cuerpo».

—Eso significa que el Lentudo se escapó y fue en la otra dirección. — Limón se voltea hacia la parte frontal del tren—. Pero yo no vi pasar a nadie.

—Puede que estuvieras parpadeando muy despacio.

—Ni hablar. De pequeño gané un concurso de mirar fijamente que se celebró en mi escuela.

—Me alegro de no haber ido a tu escuela. ¿Estás seguro de que no pasó nadie por aquí? ¿Nadie en absoluto?

—Bueno, una o dos personas sí que lo hicieron, claro. En los trenes la gente se mueve de un lado a otro. Y luego está la chica del carrito. Pero nadie que se pareciera al Lentudo.

—¿Y estuviste sentado mirando hacia delante todo el rato?

—Claro. No soy uno de esos niños que va mirando todo el rato por la ventanilla. — En cuanto pronuncia estas palabras, Limón recuerda el reloj de muñeca que sostiene en la mano—. ¡Un momento! — dice, y exhala un suspiro—. Me arrodillé para agarrar esto.

Limón sostiene el reloj en alto y Mandarina lo observa con suspicacia.

—La alarma de este reloj comenzó a sonar. Estaba en el suelo, ahí detrás — dice, señalando el asiento de la hilera inmediatamente anterior—, de modo que me arrodillé para agarrarlo. — Mandarina endurece la mirada, de manera que Limón se apresura a añadir—: ¡Ese fue el único instante en el que no miré!

—Pues ya está.

—¿Qué quieres decir?

—Es él quien debe de haberlo dejado ahí. El Lentudo piensa rápido, ¿recuerdas? Debía de estar planeando algo.

—¿Qué podía estar planeando?

—Le gusta usar herramientas y dispositivos variados. Mira. — Mandarina le muestra el celular que sostiene en la mano.

—¿Tienes un celular nuevo?

—Me lo dio él. Ella. El travesti. Me dijo que era de Nanao.

—¿Qué estará tramando? A lo mejor nos llama llorando y pidiéndonos que no le hagamos nada. — Limón lo dice en broma, pero justo entonces la pantalla LCD se enciende y el celular emite una dulce melodía.

—¡Vaya! Parece que tenías razón — dice Mandarina encogiéndose de hombros.