Rebobinemos un poco.
Al salir del vagón número cinco, unos minutos antes de pasar junto al Príncipe en el siete, Limón consulta la hora en su reloj.
—Solo faltan treinta minutos para llegar a Sendai.
Se detienen en el vestíbulo.
—Y eso que el Lentudo dijo que faltaban más de treinta minutos — comenta Mandarina.
El pequeño letrero que hay junto al pasador del baño de mujeres indica que está ocupado. Todos los demás baños están abiertos y no hay nadie en su interior.
—¿Cuáles son las probabilidades de que esté escondido en el baño de las chicas? — Limón parece estar mortalmente aburrido.
—¿Cómo voy a saber yo las probabilidades? Pero sí, podría estar ahí dentro. Nuestro amigo con lentes se encuentra en una situación desesperada, así que dudo que tenga reparos en esconderse en el baño de mujeres en vez de hacerlo en el de hombres. — Mandarina se queda callado un momento—. Sea como sea, si está en algún baño pronto lo averiguaremos.
—No hay tantos lugares en los que esconderse en un tren. Ni siquiera nuestro talentoso amigo puede permanecer oculto para siempre — dijo Limón después de la conversación telefónica entre Mandarina y Nanao.
—¿Qué haremos cuando lo encontremos?
—Me agarró el arma, así que tendrás que dispararle.
—Disparar un arma en el tren llamará la atención.
—¿Entonces qué hacemos? ¿Lo metemos en un baño e intentamos matarlo ahí procurando no hacer ruido?
—Me gustaría haber traído un silenciador. — Con aire taciturno, Mandarina visualiza el pequeño supresor en el extremo del cañón de su pistola. No le había parecido que fuera a necesitar uno en este encargo.
—Puede que encontremos uno en algún lugar.
—Oh, sí, quizá los venden con los refrescos. O podemos pedirle uno a Santa Claus.
Limón junta las manos.
—Por favor, Santa Claus, esta Navidad quiero un silenciador para mi pistola.
—Ya basta. Tenemos que pensar qué vamos a hacer. En primer lugar, es necesario que entreguemos a Minegishi al asesino de su hijo.
—Que es el Lentudo.
—Pero si matamos al Lentudo, tendremos que arreglárnoslas para mover el cadáver sin llamar la atención. Llevarlo ante Minegishi será mucho más fácil si está vivo. Matarlo ahora no haría sino complicar aún más las cosas.
—Sí, pero si llevamos al Lentudo vivo ante Minegishi, dirá que él no es el asesino y que estamos intentando echarle la culpa.
—Bueno, es lo que diría cualquiera en una situación similar. No me preocuparía por eso.
Así pues, deciden registrar hasta el último centímetro del tren. Si miran en todos los asientos, compartimentos portaequipajes, baños y zonas de aseo, seguro que terminarán encontrándolo. Y si alguien está usando el baño, esperarán a que salga su ocupante.
Ahora, junto al baño ocupado, Limón dice:
—Yo me encargo de este. Tú sigue adelante. — Y señala hacia la parte frontal del tren. Acto seguido, añade—: Tengo una idea mejor. ¡Hagamos lo contrario!
—¿Y qué es lo contrario? — Mandarina sabe que se tratará de una idiotez, pero lo pregunta de todos modos.
—Puedo ir cerrando todos los baños. ¡De ese modo, si no lo encuentro, tendrá menos lugares en los que esconderse!
Unos pocos minutos antes escondieron el cadáver del Pequeño Minegishi en el baño que hay entre los vagones tres y cuatro. No les pareció una buena idea dejarlo solo en el asiento. Lo apoyaron en el inodoro, y luego Limón usó un trozo de cable de cobre para echar el pasador por fuera. Rodeándolo con el cable, se las arregló para jalarlo y cerrar la puerta al mismo tiempo. Fue necesario calcular bien los ángulos y jalar hacia abajo en el momento exacto en el que la puerta se cerraba, pero Limón lo hizo a la perfección.
—Bueno, ya tenemos el misterio de la habitación cerrada — dice con orgullo. Y luego, excitado, añade—: ¿No hay una película antigua en la que usan un imán descomunal para abrir una puerta cerrada con seguro?
—Sí, Crónica negra. — Mandarina recuerda haber disfrutado de esa escena en la que un imán gigantesco movía desde el otro lado de la puerta la cadena del pasador.
—¿Con Steven Seagal?
—Con Alain Delon.
—¿De verdad? ¿Estás seguro de que no era Alerta máxima 2?
—No, no era Alerta máxima 2.
Un minuto después, la puerta del baño de mujeres se abre y del interior sale una mujer delgada. Su blusa blanca es de corte juvenil, pero el excesivo maquillaje y las arrugas del rostro delatan su verdadera edad. A Mandarina le recuerda a una planta marchita. Observa cómo se aleja.
—Definitivamente, no se trata de Mariquita. Al menos, eso está claro.
Entran en el vagón número seis e inspeccionan a los pasajeros uno a uno, confirman que ninguno es Nanao y siguen adelante. No dejan de mirar debajo de los asientos y en las bandejas portaequipajes, a pesar de que dudan que vayan a encontrarle a él o a la maleta perdida en ninguno de esos dos lugares. Por suerte, a simple vista ya pueden comprobar que ninguno de los pasajeros es Nanao disfrazado: ni su edad ni su sexo corresponden.
—Cuando heblé con Momo me dijo que Minegishi estaba intentando reunir a un equipo de hombres en la estación de Sendai.
—O sea, que cuando lleguemos encontraremos la estación llena de tipos rudos. ¡Qué fastidio!
—Con tan poco tiempo dudo que pueda reunir a demasiada gente — reflexiona Mandarina mientras salen del vagón número seis—. Todos los que son mínimamente buenos ya tienen la agenda completa.
—Sí, pero quienquiera que se presente, llegará y se pondrá a disparar. No entenderá razones.
—Es cierto, eso podría pasar. Pero lo dudo.
—¿Por qué?
—Porque tú y yo somos los únicos que tal vez tengan alguna idea sobre lo que le pasó al hijo de Minegishi. No pueden matarnos de inmediato.
—Supongo que tienes razón. Somos trenes útiles. — Limón asiente—. ¡No, espera!
—¿Qué pasa?
—Si fuera yo, nos mataría a mí o a ti.
—No tengo ni idea de quién hace qué en esta frase que acabas de decir. Es como una novela de prosa pésima.
—Lo que estoy intentando decir es que los secuaces de Minegishi solo necesitan que uno de nosotros dos esté vivo si quieren averiguar qué le pasó al chico, ¿no? Además, intentar llevarnos a los dos juntos sería más peligroso. Mejor deshacerse de uno. Este tren solo necesita un vagón.
Justo en ese momento reciben una llamada. Mandarina toma su celular, pero el que vibra es el aparato del travesti. No reconoce el número. Al contestar oye la voz de Nanao.
—¿Señor Mandarina o señor Limón?
—Soy Mandarina — responde. Limón lo mira con expresión interrogativa, de modo que Mandarina describe con el dedo unos círculos ante sus ojos para indicarle que se trata del Lentudo—. ¿Dónde estás?
—En el Shinkansen.
—¡Qué casualidad, nosotros también! ¿Por qué llamas? No vamos a hacer ningún trato contigo.
—No llamo para hacer ningún trato. Me rindo. — Mandarina percibe la tensión en la voz de Nanao.
El temblor y el ruido del tren son mucho más intensos en el vestíbulo que en el interior de los vagones. El estruendo es tal que se diría que van en un vagón descubierto.
—¿Te rindes? — Mandarina no está seguro de haberlo oído bien e insiste—: ¿Lo dices en serio?
Limón lo mira con el ceño fruncido.
—Y encontré la maleta.
—¿Dónde?
—En el mismo compartimento portaequipajes en el que estaba originalmente. Apareció de repente.
A Mandarina le parece sospechoso.
—¿Por qué iba a reaparecer sin más? Debe de tratarse de una trampa.
Nanao se queda un momento callado y luego contesta:
—Ignoro si se trata de una trampa. Lo único que sé es que la maleta estaba ahí.
—¿Y el contenido?
—Ni idea. Desconozco la combinación del cierre y nunca llegué a saber qué había dentro. Pero me gustaría devolvérselas.
—¿Y por qué harías algo así?
—No creo que pueda seguir esquivándolos aquí en el tren, así que en vez de andar preocupado por la posibilidad de que me maten, pensé que será mejor que me retire. Le di la maleta a uno de los conductores. Pronto hará un anuncio por altavoz. Se trata de la suya. ¿Por qué no la recoges y luego van a la parte posterior del tren? Yo dejo este encargo. Bajaré del tren en Sendai y ya no tendrán que preocuparse por mí.
—Si no concluyes el encargo, Maria se enfadará contigo. E imagino que su cliente Minegishi todavía más.
—Prefiero eso a tener que vérmelas con ustedes.
Mandarina aparta el celular de la oreja y se voltea hacia Limón.
—El Lentudo se rinde.
—Muy sensato por su parte — comenta Limón con gran satisfacción—. Sabe lo duros que somos.
—Pero eso sigue sin resolver nuestro problema con el Pequeño Minegishi. — Mandarina vuelve a llevarse el celular a la oreja—. Para nosotros tú sigues siendo el asesino.
—Será más creíble si le entregan a Minegishi al auténtico asesino.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿Han oído hablar del Avispón?
Limón estira el cuello hacia el celular.
—¿Qué dice el Lentudo?
—Pregunta si hemos oído hablar del avispón.
—Claro que sí — dice Limón, y le quita el celular a Mandarina—. Cuando era pequeño coleccionaba escarabajos y, siempre que iba a buscar más, los avispones me perseguían. ¡Son muy peligrosos! — exclama con tal efusión que de su boca salen despedidas unas pocas gotas de saliva. Luego frunce el ceño al oír la respuesta de Nanao—. ¿Cómo que si estoy hablando de avispones de verdad? ¿Es que estás hablando tú de uno falso? ¿Acaso hay gente que falsifica avispones?
Mandarina ya entendió de qué está hablando Nanao. Le indica con un gesto a Limón que le devuelva el celular.
—Te refieres al profesional que envenena a la gente, ¿no? A ese Avispón.
—Eso es — confirma Nanao.
—¿Y qué gano por haber acertado la respuesta correcta?
—Al asesino.
Al principio a Mandarina no le queda muy claro qué es lo que está sugiriendo Nanao y está a punto de reprocharle que le haga perder el tiempo, pero al final cae en cuenta.
—¿Estás diciendo que el Avispón va en este tren?
—¿¡Avispones!? ¿¡Dónde!? ¡Odio los avispones! — Limón se protege enseguida la cara mientras mira a su alrededor con nerviosismo.
—Creo que es posible que el Avispón haya envenenado al hijo de Minegishi — prosigue Nanao—. Eso explicaría por qué no tiene ninguna herida visible.
Mandarina no sabe con exactitud cómo trabaja el profesional llamado Avispón, pero se dice que usa agujas para causar un shock anafiláctico en sus víctimas. El primer pinchazo no las mata, solo les debilita el sistema inmunológico. El segundo provoca una reacción alérgica que termina causándoles la muerte.
—Al menos dicen que ese es su método — le explica Mandarina a Nanao.
—Entonces ¿el segundo pinchazo es el mortal?
—Quizá. ¿Dónde está?
—No lo sé. No tengo ni idea de cuál es su aspecto..., pero creo que es una mujer. Y hay una fotografía suya.
—¿Cómo que hay una fotografía suya? — Mandarina no tiene claro adónde quiere ir a parar Nanao y está comenzando a perder la paciencia—. Ve al grano.
—Al fondo del vagón número seis encontrarán a un hombre mayor sentado junto a la ventanilla. En el bolsillo de su saco lleva una fotografía.
—¿Y esa fotografía es del Avispón? ¿Y quién es el hombre mayor? — Mandarina se voltea en dirección al vagón número seis. Le parece recordar haber visto a un hombre de mediana edad durmiendo.
—Es de la mafia. Un tipo nada recomendable. Al parecer, la mujer que aparece en la fotografía era su objetivo.
—¿Y qué te hace pensar que esa mujer es el Avispón?
—No tengo ninguna prueba real. Solo sé que el hombre que va en el vagón número seis era uno de los secuaces de Terahara. Solía jactarse de lo bien que le caía al jefe. Y Terahara...
—... fue asesinado por el Avispón.
—Eso es. La cuestión es que este tipo me dijo que había venido al Shinkansen a vengarse. Lo llamó vendetta, de hecho. En su momento, no le presté mucha atención, pero seguramente se refería a vengarse del Avispón.
—Pero todo esto no son más que especulaciones.
—También mencionó algo sobre Akechi Mitsuhide. Seguro que estaba comparando el hecho de que el Avispón matara a Terahara con que Akechi hiciera lo propio con Nobunaga. Ya sabes, un fiel teniente traicionando a su jefe.
—No puedo decir que esté muy convencido, pero supongo que iremos a echarle un vistazo a la fotografía. A ver qué nos dice el tipo ese.
—Me temo que no podrá decirles mucho — dice Nanao apresuradamente, pero Mandarina habla al mismo tiempo y no lo oye.
—En cuanto haya visto la fotografía, te llamo — está diciendo Mandarina, y cuelga. Limón se acerca y le pregunta qué sucede.
—Parece que yo tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Supuse que el Pequeño Minegishi había muerto a causa de una reacción alérgica, ¿recuerdas? Al parecer, es posible que eso sea con exactitud lo que sucedió.
Entran en el vagón número seis. Varios pasajeros los miran extrañados, preguntándose qué están haciendo estos dos tipos delgaduchos recorriendo el pasillo arriba y abajo. La pareja ignora el escrutinio y se dirige directamente al fondo del vagón.
En la hilera de dos asientos ven a un hombre de mediana edad apoyado contra la ventanilla. Lleva una gorra plana con visera calada hasta las cejas.
—¿Quién es este dormilón? — pregunta Limón con el ceño fruncido—. No es el Lentudo.
—Más que dormido, parece muerto. — Al decir eso, Mandarina se da cuenta de que, de hecho, el tipo está muerto. Se sienta junto al cadáver y comienza a registrarlo. Aunque no se vean manchas, a Mandarina le da la sensación de que la sudadera que lleva puesta el tipo está sucia y, al abrirla para inspeccionar el interior, no puede evitar una mueca de desagrado. En efecto, en el bolsillo interior hay una fotografía. La toma. En ese momento, la cabeza del cadáver resbala por la ventanilla y cae hacia delante. Tiene el cuello roto. Mandarina vuelve a colocar la cabeza como estaba.
—¿Cómo puedes registrarle así los bolsillos y que ni siquiera se mueva? — pregunta entre dientes Limón.
—Porque está muerto — contesta Mandarina señalando la cabeza.
—Supongo que es peligroso dar demasiadas cabezadas cuando uno duerme sentado.
Mandarina sale al vestíbulo por la puerta que hay al fondo del vagón. Consulta el historial de llamadas de su celular y llama al último número. Limón entra al vestíbulo y se coloca a su lado.
—Hola — dice Nanao.
El estruendo del tren resuena en los oídos de Mandarina.
—Tengo la fotografía. ¿Qué le pasó al tipo ese? ¿Acaso está de moda el cuello roto esta temporada?
—A veces pasan cosas así — contesta Nanao con solemnidad y sin dar más explicaciones.
Mandarina no se molesta en preguntarle si fue él quien lo hizo. En vez de eso, baja la mirada a la foto.
—¿Entonces esta chica es el Avispón?
—Bueno, no puedo ver la fotografía, pero creo que es muy posible. Si ves a alguien a bordo que parezca ser ella, ten cuidado.
Mandarina no vio nunca a la chica que aparece en la foto. Limón se inclina para echarle un vistazo y pregunta nervioso:
—¿Cómo se vence al Avispón? ¿Con insecticida en aerosol?
—En Al faro, de Virginia Woolf, matan a una abeja con una cuchara.
—¿Cómo se las arreglan para matar a una abeja con una cuchara?
—Siempre que leo esa parte me pregunto lo mismo.
En ese momento, Mandarina oye que Nanao le dice algo que no logra entender.
—¿Qué dijiste?
No obtiene ninguna respuesta, de modo que vuelve a preguntárselo. Al cabo de un momento, Nanao responde:
—Lo siento. El carrito de los aperitivos estaba pasando a mi lado y me he pedido un té. Tenía sed.
—Desde luego, te lo estás tomando con mucha calma para ser alguien con tantos problemas.
—Es importante ingerir nutrientes y fluidos cuando se tiene la oportunidad. Igual que ir al baño.
—Bueno, no sé si creerte, pero estaré alerta por si la veo — dice Mandarina—. Llevará un rato inspeccionar a todos los pasajeros, pero no es imposible.
Piensa entonces, sobresaltándose, que tal vez ese sea precisamente el plan de Nanao, ganar tiempo antes de que el tren llegue a Sendai.
—¡Oye! — exclama Limón señalando con el dedo la cara que aparece en la foto—. ¡Es ella!
—¿Quién?
A Limón le sorprende que Mandarina no reconozca ese rostro.
—La azafata. La chica que va empujando el carrito de los aperitivos de un lado a otro del tren.