El anuncio de la partida del tren resuena por toda la estación de Sendai y gente con equipaje comienza a subir a bordo del Shinkansen. Nanao registra sus movimientos por el rabillo del ojo mientras permanece junto a Mandarina en el andén. Frente a ellos hay tres hombres trajeados. «Dos contra tres», dice una voz en su interior. Un par de metros más allá ve a un hombre alto con la cabeza afeitada y, un poco más lejos, a dos tipos musculosos que parecen luchadores. Todos están mirándolos a él y a Mandarina.
—Esto es como una falta en un partido de futbol. Una hilera de hombres formando un muro.
Mandarina mientras tanto está tranquilo. O al menos, eso parece. Habla con serenidad y no se le acelera la respiración.
—Tú debes de ser Mandarina — dice el tipo trajeado del medio. Carece de cejas y tiene los ojos saltones—. Oí hablar mucho de ti y de tu socio. Recibimos una llamada urgente del señor Minegishi diciendo que debíamos venir a comprobar que todo estuviera bien.
A pesar de lo que está diciendo, el tono del tipo trajeado es educado.
Nanao levanta algo la mirada y repara en un conductor que permanece de pie al final del andén. Está mirándolos inquisitivamente, lo que tiene sentido: no deben de parecer un grupo normal de personas. Desde luego, no son amantes separándose, ni tampoco amigos despidiéndose. De algún modo, el conductor se da cuenta de que es más seguro para él mantener las distancias.
Engañar a los secuaces de Minegishi con la maleta no debería ser muy difícil. Mandarina solo tiene que insistir en que se trata de la auténtica y probablemente le creerán. «El problema soy yo», piensa Nanao, bajando de nuevo la mirada. Hazte pasar por el hijo de Minegishi, le dijo Mandarina, pero lo cierto es que no tiene ni idea de cómo hacer eso. ¿Por qué iba a saberlo?
—¿Te importaría abrir la maleta?
—No se puede — responde Mandarina—. No sabemos cómo hacerlo. ¿Saben ustedes lo que hay dentro? Podría pedirles que la abrieran por mí.
El tipo trajeado sin cejas no dice nada, pero extiende la mano para agarrar la maleta. Se inclina para verla mejor y luego la agarra por el mango y comprueba que tiene un cierre de combinación. La examina como si fuera un coleccionista mirando un jarrón poco común, pero a Nanao no le parece que se haya dado cuenta de que no es la verdadera maleta de Minegishi.
—¿Qué son estas iniciales? — dice, levantando la mirada hacia Mandarina.
En la base hay dos calcomanías: «MM». Son de color rosa intenso y brillantes. Como las que llevaría una adolescente.
—Seguramente es la M de Minegishi — contesta Mandarina sin perder la calma.
—¿Y por qué hay dos? El señor Minegishi se llama Yoshio.
—Como dije, es la M de Minegishi.
—Me refiero a la segunda M.
—Esa también es de Minegishi. Ja, ja, ja. Bueno, el nombre Yoshio significa «hombre honrado», así que debe de tratarse de una broma, ¿no? En cualquier caso, no fui yo quien puso esas calcomanías ahí. No me preguntes qué quieren decir. El Shinkansen partirá de un momento a otro. ¿Podemos volver a subir?
Ya no baja más gente del Shinkansen. Ni tampoco sube nadie. Las únicas personas que permanecen en el andén están esperando el siguiente tren.
El tipo trajeado vuelve a erguirse y se coloca justo delante de Nanao.
—¿Siempre ha llevado lentes? — Nanao tiene la sensación de que el corazón está a punto de salirle por la boca. Siente un irrefrenable deseo de quitarse los lentes, pero consigue contener el impulso.
—Fue idea mía — contesta Mandarina—. No sé si estás al corriente, pero el Pequeño Minegishi... — Al oír eso, el tipo sin cejas se tensa algo, de modo que Mandarina se corrige a sí mismo—, quiero decir, el hijo del señor Minegishi fue secuestrado por gente muy peligrosa. Eso quiere decir que es un objetivo. Es muy posible que en el Shinkansen haya alguien que quiera atacarlo, así que pensé que necesitaba un disfraz.
—¿Unos lentes?
—Sí, y otros pequeños detalles. Tiene un aspecto distinto del habitual, ¿no? — dice Mandarina sin perder en ningún momento la calma.
—Supongo que sí — responde dubitativamente el tipo trajeado y, a continuación, agarra su celular—. El señor Minegishi me envió una fotografía de su hijo. — En la pantalla del celular puede verse una cara y el tipo alza el brazo para colocarlo junto a la de Nanao.
—¡Date prisa, que el tren está a punto de partir! — Mandarina exhala un suspiro de exasperación.
—No se parecen mucho.
—Claro que no. Modificamos su aspecto para que nadie lo reconociera. Pelo, lentes... Bueno, ahora nos vamos. Puedes decirle a Minegishi que todo está bien. — Mandarina coloca una mano sobre el hombro de Nanao para llevárselo hacia el tren. Él asiente y procura transmitir un aire de suficiencia para que no se note su alivio. «No veo el momento de terminar con esta farsa».
Entonces, el tipo sin cejas pronuncia un nombre desconocido. Nanao casi lo ignora, pero de repente cae en la cuenta de que tal vez se trata del nombre del hijo de Minegishi, de modo que levanta la mirada hacia el tipo. Parece que su corazonada es correcta.
—Así que tu padre es el único que puede abrir la maleta, ¿Oye? — dice el tipo.
Nanao tuerce el gesto y asiente.
—Yo no tengo ni idea de cuál es la combinación — responde, pero vuelve a sentirse intranquilo y tiene la sensación de que debería hacer algo más que permanecer ahí de pie, de modo que agarra la maleta y comienza a toquetear el cierre de combinación—. Sería genial dar con ella por casualidad... — Por alguna razón, piensa que este numerito hace que su ignorancia resulte más creíble. Es el clásico ejemplo de alguien que actúa de un modo extraño cuando quiere mostrarse despreocupado.
En ningún momento se le ocurrió que, manoseando la cerradura de este modo, pueda llegar a encontrar la combinación correcta. «Nadie lo haría y, con mi suerte, yo menos». Pero se olvida de la Ley de Murphy: probando combinaciones al azar no se abrirá la cerradura, a no ser que precisamente uno no quiera que lo haga.
De repente la maleta se abre y, a causa del poco cuidado con el que Nanao estaba manipulándola, una avalancha de ropa interior femenina cae al suelo del andén.
Tanto el tipo sin cejas como los otros dos tipos trajeados permanecen inmóviles. También el de la cabeza afeitada y los dos musculosos. Les cuesta comprender lo que están viendo.
Lo único que tienen claro es que esa maleta llena de ropa interior no pertenece a Minegishi.
Incluso Mandarina se queda estupefacto. Nanao es quien está más tranquilo, pues ya está acostumbrado a estos repentinos golpes de mala suerte. Se siente vagamente sorprendido y piensa algo como «¿Otra vez?» o, más bien, «Debería de haberlo sabido». Sin pensarlo dos veces, sube al tren de un salto y a continuación lo hace Mandarina. Justo cuando este entra en el vestíbulo, las puertas se cierran y el Shinkansen se pone en marcha.
Por la ventanilla pueden ver cómo el tipo trajeado sin cejas se lleva el celular a la oreja.
—Bueno, ¿y ahora qué? — pregunta Nanao a Mandarina, que en ese momento está exhalando profundamente. Ajeno a la agitación de ambos hombres, el Shinkansen comienza a acelerar.
—¿Se puede saber por qué abriste la maleta? — Mandarina lo queda mirando con severidad. Quizá piense que Nanao quiso tenderle una trampa, pero su rostro, frío y pálido, es difícil de interpretar.
—Solo me pareció que sería más convincente que probara abrir la cerradura.
—¿Te pareció que eso era convincente?
—Si no hubiera podido abrirla, me habrían creído.
—Ya, pero la abriste.
—Supongo que soy un tipo afortunado. — Nanao se ríe de su pequeño chiste—. Bueno, imagino que ahora piensan que tramamos algo. Como poco, deben de haberse dado cuenta de que la maleta era falsa.
—Eso seguro. Si después de Omiya sospechaban que sucedía algo raro, ahora seguro que ya no albergan ninguna duda.
—Pero el tren no vuelve a parar hasta Morioka, así que de momento estamos a salvo — observa Nanao, intentando ver el lado bueno de la situación. Y, aunque sabe que no es más que un autoengaño, se aferra a ello.
—Limón diría justo lo mismo. — Al pronunciar esas palabras, se pregunta en voz alta—: Por cierto, ¿dónde está Limón? — Mandarina mira a un lado y a otro en busca del chico—. ¡Oye, tú! ¿No dijiste que Limón había ido a la parte trasera del tren? — le pregunta al estudiante . «¿El chico todavía está aquí?», piensa por su parte Nanao. El Príncipe estuvo escuchándolos y vio lo que sucedió en el andén de la estación de Sendai. Tiene que haberse dado cuenta de que se trataba de un asunto peligroso, pero no salió corriendo ni fue a avisar a nadie. «¿Dónde están sus padres?». A juzgar por su aspecto, parece un alumno pulcro y educado, pero a lo mejor tiene un lado oscuro y se siente atraído por las cosas poco ortodoxas. Nanao prueba imaginárselo. Tal vez, sin embargo, el chico solo quiera alardear con sus amigos las locuras que vivió en el Shinkansen.
—Sí. — El chico asiente—. Su amigo se marchó corriendo en esa dirección, como si se hubiera olvidado de hacer algo — añade, señalando hacia el vagón número seis.
—Puede que haya bajado en Sendai — dice Nanao.
—¿Por qué haría algo así?
—No lo sé. ¿No podría ser que se hubiera hartado de todo esto y hubiera decidido dejar el encargo?
—Limón nunca haría algo semejante — responde Mandarina con tranquilidad—. Quiere ser un tren útil.
—El hombre con el que yo estaba también desapareció — dice el chico, mirando alternativamente a Mandarina y a Nanao—. ¿Qué está pasando aquí? — Parece el delegado de una clase o el capitán de un equipo midiendo el estado de ánimo del grupo antes de asignarles a sus miembros distintas responsabilidades—. ¡Ah, por cierto...!
—¿Sí?
—La siguiente parada no es Morioka.
«¿¡Qué!?» casi exclama Nanao ante esa noticia inesperada.
—¿Cuál es, entonces?
—Ichinoseki. Llegaremos en unos veinte minutos. Luego viene Mizusawa-Esashi, después Shin-Hanamaki y, entonces sí, Morioka.
—Pensaba que el Hayate iba directo de Sendai a Morioka.
—No todos. Este es uno de los que no.
—No lo sabía. — Mandarina parece tan sorprendido como Nanao. Justo en ese momento, suena el celular de Nanao—. Contesta. Seguramente es tu Maria — añade de inmediato Mandarina.
No hay ninguna razón para no aceptar la llamada.
—Imagino que no bajaste en Sendai — dice con tono acusador Maria.
—¿Cómo lo sabes?
—Antes contéstame algo más importante, ¿estás bien? Temía que Mandarina o Limón te hubieran atrapado.
—Ahora mismo, estoy con Mandarina. ¿Quieres hablar con él? — bromea sarcásticamente Nanao.
Maria permanece un instante callada. Debe de estar preocupada.
—¿Te capturaron?
—No, no. Estamos ayudándonos — dice al tiempo que mira a Mandarina. Este se encoge de hombros—. Hice lo que me sugeriste y les devolví la maleta.
—Te dije que ese era el último recurso.
—Y ahora, llegó el momento del último recurso.
Maria vuelve a quedarse callada. Mientras tanto, Mandarina recibe también una llamada y se aparta para contestarla. El chico se queda solo, pero no regresa a su asiento. Se queda ahí, mirando a los dos hombres.
—¿Cuál es la siguiente estación? — pregunta Maria.
—Pues parece que no es Morioka, sino Ichinoseki.
—Entonces, ahí es donde deberías bajar. Olvídate de la maleta. Baja de una vez de ese tren. Está maldito. ¡Es demasiado peligroso! Tú baja y no voltees la mirada.
Nanao sonríe con amargura.
—Al tren no le pasa nada. Soy yo quien está maldito.
—Y no bajes la guardia con Mandarina y Limón. Ellos también son peligrosos.
—No hace falta que me lo digas.
Nanao finaliza la llamada. Al poco, Mandarina vuelve a su lado.
—Era Minegishi. — Su expresión sigue inmutable, pero en ella puede adivinarse un profundo pesar.
—¿Qué dijo? — quiere saber el chico.
Mandarina le lanza una penetrante mirada de advertencia y luego se voltea hacia Nanao.
—Me dijo que vaya hasta Morioka.
—¿Hasta Morioka?
Al parecer, Minegishi se mostró más diligente que enojado. Quería saber por qué Mandarina les había enseñado a sus hombres una maleta falsa.
—No sabía si debía disculparme, hacerme el tonto o mostrarme impertinente — le explica Mandarina a Nanao—. Al final, terminé diciéndole que sus hombres estaban apretándome demasiado los tornillos, así que quise ponerlos en su lugar.
—¿Y por qué le dijiste eso? Diría que esa respuesta todavía enfadará más a Minegishi.
—Pensé que algo así lo confundiría aún más, y que no tendría claro si lo traicioné o si simplemente estoy tomándole el pelo. Pero, en realidad, no era nuestra intención traicionarlo en ningún momento. Solo la cagamos.
«Sí, y esa cagada le costó la vida al hijo de Minegishi». A Nanao se le hace un nudo en el estómago.
—«Si no tienen nada qué ocultar, vendrán a Morioka», me dijo Minegishi. «Si, en cambio, bajan antes del tren, entenderé que están huyendo de mí. Y, en ese caso, lo lamentarán. Los haré sufrir tanto que desearán haber venido a Morioka». «Claro que iremos a Morioka — le contesté yo—. Su hijo se muere de ganas de verlo».
Tras reproducirle la conversación a Nanao, Mandarina vuelve a encogerse de hombros y concluye:
—Así pues, ahora Minegishi está de camino a la estación de Morioka.
—¿En persona?
—Sí, en vez de quedarse tranquilamente en su villa — dice Mandarina, molesto—. Le dijeron que estaba pasando algo extraño y que debía comprobarlo él mismo.
—¿Quién le dijo eso?
—El tipo ese de la estación de Sendai. «Será mejor que lo compruebe usted mismo», dijo.
Al principio, Nanao no sabe qué decir. «¿De verdad un subordinado de Minegishi lo apremió a salir de casa?».
—Bueno — dice un momento después—. Te deseo lo mejor. Yo bajaré en Ichinoseki.
Mandarina saca una pistola y apunta con ella a Nanao. Es un arma pequeña y de líneas elegantes. Parece más una cámara digital con una forma extraña que un arma de fuego.
El chico abre los ojos como platos y da un paso atrás.
—Tú te quedas conmigo, Mariquita.
—No, lo siento. Yo me despido en Ichinoseki. Del tren y de este encargo. Tu maleta está en el cuarto de empleados y la mujer que mató al hijo de Minegishi en el multiusos que hay después del vagón de primera clase. Puedes explicárselo todo a Minegishi.
—No — dice Mandarina en un tono cortante—. ¿Acaso crees que tienes alguna opción? ¿Crees que cuando saco una pistola estoy blofeando?
Nanao no asiente ni niega con la cabeza.
—¿Y no va a ir a buscar al señor Limón? — pregunta entonces el chico, que vuelve a sonar como si fuera el delegado de una clase y estuviera intentando dar por concluidas las enrevesadas discusiones de una extraña reunión de la asamblea escolar. «¡Qué fácil la tienen los chicos!», piensa Nanao.