Kimura

—¿Quién llamó? — le pregunta Akiko a su esposo Shigeru Kimura en cuanto cuelga el teléfono.

Viven en una vieja zona residencial situada en la prefectura de Iwate, al norte de Japón. Había sido construida por un promotor entusiasta en una época de bonanza económica. Con el paso de los años y la llegada de la crisis, los residentes más jóvenes se habían trasladado a zonas más urbanas, la población había disminuido, los planes de las secciones sin construir se habían quedado en meros proyectos y la zona había ido adquiriendo un aspecto desolado y mortecino. Los colores de los edificios se habían desvaído y daba la impresión de que el lugar había pasado sin transición de la fase de desarrollo a la de deterioro. A Shigeru y Akiko, sin embargo, esta zona residencial por lo menos les parecía bien, alejada como estaba de los ruidos y las extravagancias de la ciudad. Cuando, diez años atrás, habían encontrado en la zona una pequeña casa unifamiliar, la compraron sin pensárselo dos veces, y desde entonces, vivían felices allí.

—Alguien que iba en el Shinkansen — contesta.

—¿En serio? — dice Akiko, dejando una bandeja con pastelitos de arroz y galletitas picantes en la mesa—. Aquí tienes. Alterna las dulces y las picantes. Lo único que falta es un poco de fruta — comenta ella con jovialidad—. ¿Y qué quería?

—Cuando le llamé antes, Yuichi me dijo que lo estaban reteniendo. «Ayúdame», me dijo.

—Sí, lo recuerdo. Me comentaste que iba en el Shinkansen y que te quería hacer una broma pesada.

—Sí, pero ahora creo que tal vez no se trataba de ninguna broma. — Como no termina de comprender la situación, las explicaciones de Shigeru Kimura son más bien vagas—. El chico con el que hablé antes acaba de llamarme.

—¿Y te dijo que Yuichi estaba tramando algo?

—Lo que me contó es muy extraño.

Se lo explica a su esposa. Ella ladea la cabeza, extrañada, y luego agarra una galletita y se la mete en la boca.

—No pica tanto. ¿Quieres volver a llamar a Yuichi?

Shigeru manipula con torpeza el teléfono digital para intentar devolver la llamada al último número que lo llamó a él. Cuando al final averigua cómo hacerlo y presiona el botón, salta un mensaje diciendo que el teléfono al que está tratando de llamar fue apagado.

—Esto no me gusta — dice Akiko mientras mastica otra galleta.

—Estoy preocupado por Wataru. — Una opresión oscura e indefinida comienza a extenderse letalmente en su interior. Como el chico con el que habló por teléfono no le dio detalles, Shigeru no puede evitar que su imaginación comience a divagar.

—¿Está en peligro?

—No lo sé. — Shigeru vuelve a agarrar el teléfono y llama al hospital—. ¿En qué diablos estaba pensando Yuichi para dejar a Wataru y tomar el Shinkansen? ¿Crees que quizá venía a vernos?

—Si fuera así, nos habría avisado. Incluso si pretendía darnos una sorpresa, al menos se habría asegurado de que estábamos en casa.

—¿Es posible entonces que se haya cansado de cuidar de Wataru y haya decidido huir?

—Es un alcohólico y un vago, pero nunca haría algo así.

Shigeru sigue al teléfono. Al principio, no responde nadie. El tono de llamada continúa sonando. Por fin, una empleada descuelga el teléfono. Se trata de una enfermera a la que Shigeru había visto varias veces, y cuando le dice su nombre le contesta con amabilidad.

—¿Está bien Wataru?

—Fui a verlo hace poco y no había ningún cambio, pero si quiere puedo ir a mirar otra vez. — Shigeru espera un minuto o dos a que la enfermera regrese—. Sigue igual, pero si hay alguna novedad me aseguraré de ponerme en contacto con usted.

Él le da las gracias y, tras permanecer un momento callado, le explica:

—Es que estaba echándome una siesta y tuve una pesadilla. Soñé que un tipo peligroso había entrado furtivamente al hospital para hacerle daño a Wataru — comenta algo avergonzado.

—¡Dios mío! — La enfermera no parece saber qué responder—. ¡Debe de haberse preocupado mucho!

—Lamento haberla molestado. Supongo que los ancianos le damos demasiada importancia a los sueños.

—No se preocupe. Lo entiendo a la perfección.

Está claro que ella está haciendo lo posible para mostrarse educada, lo cual él agradece. Es preferible eso a que lo consideren a uno un incordio. Termina la llamada y cuelga el teléfono.

—¿Temes que pueda suceder algo grave? — pregunta Akiko con el ceño fruncido mientras se lleva una taza de té a los labios y le da un sorbo.

—Creo que ya sucedió. Y mi instinto no suele fallar. — Se acaricia la incipiente barba blanca mientras piensa—. Hay algo raro en todo esto.

—¿Qué quieres decir?

—El chico que llamó. Al principio parecía un jovencito normal, pero en esta última llamada me pareció que su voz sonaba distinta. — Shigeru yergue la espalda y, con un crujido de articulaciones, extiende los brazos por encima de la cabeza.

Piensa en la llamada. Era una voz masculina y le dijo que tenía catorce años. Hablaba con claridad, pero no le dio muchos detalles. «Con lo tranquilos que debían de estar usted y su esposa en casa... No debería haberlos llamado — se disculpó, como si hubiera hecho algo malo—. Lo siento, esto es todo lo que tenía que decir. Ahora voy a colgar». Y entonces colgó, dejando a Shigeru en la más absoluta confusión.

—¿Crees que este chico trama algo? — Akiko prueba otra galletita—. La verdad es que estas galletas son más dulces que picantes.

—Ya sabes que suelo tener razón con estas cosas.

—Pero incluso si fuera así, ¿qué puedes hacer al respecto? No conseguiste ponerte en contacto con Yuichi. Quizá deberíamos llamar a la policía.

Shigeru se pone de pie y se dirige al armario que hay en la habitación contigua.

En los estantes guardan sus futones enrollados.

—¿Vas a echarte una siesta? Siempre lo haces cuando estás preocupado. — Akiko exhala un suspiro y se come otra galletita—. Y la mayoría de las veces tienes pesadillas.

Pero una oscura neblina ofusca la mente de Shigeru. Tiene la sensación de que la pesadilla ya comenzó .