Kimura

Al fondo del vagón número ocho, encima de la puerta, el mensaje se desliza de derecha a izquierda en el letrero digital, donde por lo general aparecen titulares de noticias y anuncios del tren.

—¿Q-qué significa eso? — El chico se dio la vuelta para ver la pantalla del letrero.

—¿Sorprendido? — Shigeru Kimura se ríe.

Wataru está a salvo. La misma frase aparece deslizándose a un lado cinco veces, como para disolver cualquier duda.

—¿Sorprendido? — vuelve a preguntar Kimura burlonamente al tiempo que siente cómo el alivio se extiende por su pecho.

—¿Qué pasó? — El chico está dejando que sus emociones salgan a la superficie por primera vez. Se voltea hacia Kimura con las aletas nasales dilatadas y el rostro enrojecido.

—Parece que Wataru está a salvo.

—¿Pasaron eso en las noticias? — El chico no parece entender qué es lo que está pasando.

—Tiempo atrás, los profesionales tenían problemas para ponerse en contacto. Por aquel entonces no había teléfonos celulares.

Akiko asiente.

—A nuestro amigo Shigeru siempre le gustó el vaivén de la comunicación.

—Es un tipo curioso. Solía escoger los encargos en función de la nueva forma de contacto que quisiera probar. Hoy eso resultó útil.

Antes de salir de casa para ir a tomar el Shinkansen en la estación de Mizusawa-Esashi, Shigeru Kimura había llamado a su tocayo.

—Quiero que vayas a ver a mi nieto — le había dicho—. Protégelo. Y si alguien te parece sospechoso, no tengas piedad. — No le había dado muchos detalles, pero su apremiante tono de voz no dejaba lugar a muchas dudas—. Si sucede algo, llámame a la cabina del Shinkansen. — Una medida extrema para ponerse en contacto, puesto que no tenía celular.

—Me parece que las cabinas del Shinkansen ya no aceptan llamadas entrantes. No se preocupe, me pondré en contacto con usted de algún otro modo — le había dicho con orgullo.

—¿Cómo?

—Usted esté atento a los letreros digitales que hay en los vagones. Si sucede algo, los usaré para comunicarme con usted.

—¿Puedes hacer eso?

—He aprendido algunas cosas desde que se retiró, señor Kimura. Como intermediario, conozco a mucha gente. Y resulta que mantengo muy buena relación con alguien que trabaja en el servicio de información para viajeros del Shinkansen — explicó Shigeru con gran excitación.

—Dame tu celular — dice Kimura cuando el mensaje desa­parece por última vez. Al ver que el chico sigue confundido, aprovecha para quitárselo de las manos.

—¿Qué está haciendo? — protesta el chico, pero Kimura lo interrumpe.

—Voy a hacer una llamada para comprobar qué significa esa noticia. — Por supuesto, Kimura ya sabe a la perfección lo que significa. Solo está jugando con el chico.

Saca un trozo de papel del bolsillo de su chamarra y marca el número de teléfono que hay garabateado en él. Es el de Shigeru, que anotó antes.

—¿Hola? — contesta su amigo.

—Soy yo — dice Kimura.

—¿Señor Kimura? ¿Es que consiguió un teléfono celular?

—Estoy en el Shinkansen. Un mocoso sospechoso me dio su celular. — Kimura alza la pistola a la altura del hombro sin dejar de apuntar al chico.

—¡Qué casualidad! Justo acabo de hacer que envíen un mensaje al letrero digital de su tren.

—Lo vimos. ¿A quién le dijiste que enviara el mensaje?

—Ya se lo dije, a un conocido mío del servicio de información de viajeros del Shinkansen.

Kimura no siente la necesidad de perder el tiempo preguntándole los detalles.

—Tengo buenas y malas noticias, señor Kimura — anuncia Shigeru.

Kimura frunce el ceño. Treinta años atrás, siempre que Shigeru iba con él a hacer algún encargo no dejaba de hablar de buenas y malas noticias.

—¿Cuáles quiere primero?

—Empieza con las buenas.

—El hombre que quería hacerle daño a su nieto yace tirado en la calle. Se encargaron de él. Un coche lo atropelló — explica del tirón.

—¿Lo hiciste tú?

—No, yo no. Un profesional. Alguien con auténtico talento, no como yo.

—En eso tienes razón. — Kimura comienza a sentirse aliviado por el hecho de que Wataru esté a salvo.

El nudo que tenía en el estómago al fin se ha deshecho.

—¿Cuáles son las malas noticias? — pregunta. El Shinkansen comienza a reducir la velocidad, con lo que el ruido de las vías cambia de tono y el traqueteo empieza a disminuir. Es como si el tren estuviera soltando poco a poco las vías a las que ha estado, y todavía está, aferrado fuertemente. Pronto llegarán a la estación de Morioka.

El chico observa a Kimura con los ojos abiertos como platos. No puede oír toda la conversación, de modo que lo normal sería que estuviera preocupado. En vez de eso, permanece inesperadamente concentrado, haciendo todo lo posible para oír todo lo que pueda de la voz que hay al otro lado de la línea. «No puedo bajar la guardia con este», piensa Kimura.

—Las malas noticias... — comienza a decir Shigeru, hablando en un tono más suave—. No se enfade conmigo, ¿de acuerdo, señor Kimura?

—Suéltalo de una vez.

—Cuando estaba en la habitación de su nieto, tuve que esconderme debajo de la cama. Y cuando salí de un salto...

—¿Saliste de debajo de la cama de un salto? ¿Desde cuándo eres tan ágil?

—¡No es más que una expresión! — dice Shigeru con cierto resentimiento—. La cosa es que cuando salí de debajo de la cama tropecé.

—¿Le pasó algo a Wataru? — El tono de voz de Kimura se endurece al instante.

—Sí, lo siento mucho.

—¿Qué? — Kimura consigue no gritar. Se imagina que su amigo debe de haber tirado al suelo alguna de las máquinas y debe de haberla roto.

—Tropecé, o mejor dicho, me tambaleé. En cualquier caso, desperté a su nieto, cosa que me sabe muy mal porque estaba durmiendo muy plácidamente. Abrió los ojos y masculló algo y chasqueó los labios un par de veces. Sé lo mucho que odia usted que despierten a la gente cuando está durmiendo, señor Kimura. Sé que lo odia a muerte. Pero lo hice sin querer.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, claro. ¿Por qué querría hacerle daño alguno? Sé lo mucho que odia que lo despierten, tengo cicatrices que lo demuestran... Como es obvio, no pensaba despertar a su nieto.

—No, pregunto si en serio Wataru se despertó .

Cuando Akiko oye a su marido se le ilumina toda la cara. A su lado, la del chico parece agriarse.

A medida que el tren comienza a aproximarse a su última parada, los pocos pasajeros que hay en el vagón se levantan de sus asientos para desembarcar. Kimura teme por un momento que alguno repare en su pistola, pero todos pasan a su lado y desaparecen por la puerta que da al vestíbulo. Apenas hay pasajeros suficientes para que se forme una cola para bajar del tren.

—Es cierto. Su nieto se despertó de verdad. Lo siento — repite Shigeru.

—No, me alegro mucho de haberte pedido ayuda — responde Kimura. Cuando llamó a Shigeru, básicamente su único amigo en Tokio, no estaba seguro de si Wataru estaba en realidad en peligro. Pero la intervención de Shigeru fue providencial—. Lamento haberte importunado con esto.

—Usted me ayudó muchas veces, señor Kimura.

—Sí, pero hace ya mucho de la última vez. Ha pasado ya un tiempo desde que me retiré.

—Cierto. Aunque luego su hijo siguió sus pasos. Cuando me enteré, me sorprendió mucho.

—Ah, ¿estabas enterado? — «De tal palo tal astilla», piensa Kimura con tristeza, y confía en que Yuichi sea el último que haga este tipo de trabajos. «Esperemos que, con el nieto, no se cumpla el dicho».

—En realidad, a Yuichi le salvé el pellejo varias veces — dice Shigeru en un tono algo avergonzado, no porque esté sugiriendo que Kimura está en deuda con él, sino a causa de su reticencia a contarle a un padre las meteduras de pata de su hijo—. Cambiando de tema, justo antes estaba comentando una cosa con un amigo.

—¿De qué se trata?

—Le decía que los más fuertes viven más. Ya sabe lo que quiero decir. Sean los Rolling Stones o usted, señor Kimura. Es usted un superviviente, y eso lo convierte en el ganador.

—¡Así que estás diciendo que el ganador es un anciano! — exclama Kimura con regocijo, y luego finaliza la llamada.

El Shinkansen describe una suave curva, demostrando una última vez su prestancia y su poderío antes de llegar al final de la línea. Por el altavoz se oye un anuncio sobre transbordos.

Kimura le devuelve el celular al chico.

—Parece que el mensaje del letrero decía la verdad. Nuestro nieto Wataru está a salvo. — Akiko se inclina sobre su marido y, exultante, le pregunta si de verdad es cierto.

—Disculpe... — El chico abre la boca.

—Chitón. No pienso contestar ninguna de tus preguntas — declara Kimura con rotundidad—. Y, de todos modos, llegamos a Morioka. Escúchame tú a mí. Hay muchas cosas que imagino que desconoces. Como, por ejemplo, con quién hablé por teléfono, o cómo puede ser que Wataru esté a salvo, o cómo es posible que se haya despertado. No tienes la menor idea de nada. Estoy seguro de que hasta este momento siempre habías mirado por encima del hombro a los adultos, convencido de que lo tenías todo claro. Como tu estúpida preguntita de por qué está mal matar personas. Te habías convencido a ti mismo de que lo sabías todo. Y es que, desde luego, eres un chico listo. Por eso te pasaste toda la vida riéndote de todo el mundo. Para ti los demás somos meros imbéciles.

—Eso no es cierto. — Incluso ahora, el estudiante sigue intentando interpretar su papel de chico indefenso.

—Pero hay cosas que ignoras y ya siempre lo harás. Yo no pienso explicarte nada. Seguirás en la inopia.

—Espere, por favor.

—Tengo más de sesenta años. Y mi esposa también. Debes de pensar que ya estamos viejos y acabados, que no tenemos ningún futuro.

—No, yo...

—Pues te diré una cosa. — Kimura alza la pistola a la altura de la ceja del chico y se la coloca entre los ojos—. No es fácil mantenerse vivo durante más de sesenta años. ¿Tú cuántos años tienes? ¿Catorce? ¿Quince? ¿Crees que conseguirás vivir otros cincuenta años más? Di lo que quieras, pero hasta que no llegues a esa edad no sabrás si podrás sobrevivir durante tanto tiempo. Podría acabar contigo una enfermedad. O un accidente. Crees que eres intocable, un chico muy afortunado, pero te diré una cosa que no puedes hacer.

Los ojos del chico centellean. Esta vez no a causa de la inminencia de la victoria, sino de pura rabia. Un fuego líquido brilla en sus ojos y no desentona con la ansiedad que se refleja en su rostro puro y perfecto. Su autoestima debe de haberse visto afectada.

—Dime qué puedo hacer.

—No puedes vivir otros cincuenta años. Lo siento, pero mi esposa y yo viviremos más que tú. Pensabas que éramos estúpidos, pero tenemos más futuro que tú. Irónico, ¿no?

—¿De verdad va a dispararme?

—No me vengas con esas, ya soy mayorcito.

—¿El número al que llamaste no seguirá grabado en su celular, querido? — pregunta Akiko—. Se lo devolviste, pero el número de Shigeru sigue ahí. ¿No deberíamos borrarlo?

—No te preocupes por eso.

—¿Cómo que no debo preocuparme por eso?

—Este mocoso no volverá a usar su celular.

El chico lo queda mirando.

—Voy a decirte lo que va a pasar — comienza a explicar Kimura—. Todavía no voy a matarte. Solo voy a dispararte para que no puedas escapar, y luego te sacaré del tren. ¿Sabes por qué?

—No.

—Porque quiero darte la oportunidad de reflexionar sobre lo que hiciste.

Al chico se le ilumina ligeramente el rostro.

—¿Una oportunidad... de reflexionar?

—No me malinterpretes. Estoy seguro de que se te da muy bien hacer ver que te sientes compungido. Imagino que llegaste hasta aquí engañando a todos los adultos con tus interpretaciones lastimeras. Pero a mí no se me engaña con tanta facilidad. De todos aquellos con los que me he cruzado, tú eres quien más apesta. Seguro que has hecho cosas terribles. ¿Estoy en lo cierto? Así pues, voy a darte la oportunidad de reflexionar sobre ello, pero eso no quiere decir que vayas a irte campante.

—Pero...

Kimura lo interrumpe, hablando en un tono contenido e indiferente.

—Me aseguraré de que mueras muy poco a poco.

—Desde luego, querido, eres realmente terrible — dice Akiko con serenidad.

—P-pero su nieto está bien. — El chico parece estar a punto de llorar.

Kimura suelta una carcajada.

—Soy un anciano, no veo muy bien y tengo atrofiado el oído. Me temo que tu interpretación sirve de poco conmigo. El hecho es que intentaste hacerle daño a nuestro nieto. Eso fue un gran error. Para ti ya no hay esperanza alguna. Como dije, no pienso matarte de golpe. Lo haré poco a poco. Y, cuando hayas pensado largo y tendido y sinceramente acerca de todo lo que hiciste...

—¿Qué pasará cuando haya hecho eso? — pregunta Akiko.

—Dejaré de cortarlo en pedacitos pequeñitos y comenzaré a hacerlo en pedazos más grandes.

El chico se muestra asustado, pero también parece estar preguntándose qué quiere decir eso.

—No, no se trata de ninguna figura retórica. Lo digo por completo en serio. Y no tengo ganas de lidiar con gritos y llantos, así que comenzaré haciéndolo de modo que no puedas gritar y poco a poco iremos a más.

Akiko le da una palmada en el hombro.

—¡No vamos a volver a hacer eso! — Luego se voltea hacia el chico con una sonrisa—. ¿Sabes qué? Antes solía intentar persuadir a mi marido para que no se pasara con la gente, pero esta vez no pienso hacerlo.

—¿Por qué no?

—Bueno — dice Akiko—. Intentaste hacerle daño a nuestro nieto. ¿De verdad crees que te dejaríamos morir plácidamente?

Al oír eso, el chico parece renunciar a sus estratagemas y tácticas. Convencido de estar hundiéndose inexorablemente en el lodazal, decide lanzar una última provocación desesperada.

—Su hijo alcohólico está en el baño, tirado en el suelo. Muerto. Lloró como un bebé hasta el final. Toda su familia es débil, abuelo.

Kimura siente que una oleada de inquietud le atraviesa. A pesar de saber a la perfección lo que este chico pretende, no puede evitar que aumente su desasosiego. Lo único que consigue mantenerle en calma son las palabras que su esposa dice a continuación, firmes y en un tono risueño.

—Yuichi es muy duro. Estoy segura de que sigue vivo. La preocupación que debía de sentir por Wataru seguro que ha impedido que se rinda.

—En eso tienes razón — Kimura asiente—. Aunque le pisara un zapato gigantesco seguiría con vida.

Y justo en ese momento el Shinkansen se detiene en la estación de Morioka.