Capítulo 10

Brooke gimoteó cuando la luz entró a raudales en el salón de casa y le dio de lleno en la cara. Hacía tanto calor a esas alturas del año que no lo sorprendió en absoluto que el pijama se le hubiera pegado a la espalda. Parpadeó un par de veces y enfocó a la figura femenina que llevaba diez minutos llamándola.

—De verdad, no sé cómo logras vivir en este desorden. Cuando estabas en casa, no eras tan dejada. ¿Te parece normal, Brooke? ¿Por qué no contratas a alguien para que venga a limpiar un par de veces por semana? Ahora te va bien, y no te costará mucho. ¿Y has visto tu nevera? Da hasta miedo. Menos mal que te he traído unos cuantos táperes para que te alimentes en condiciones. No sé ni cómo no te has muerto de hambre.

—Mamá, para. Por favor —suplicó ella, sentada en el sofá y con un dolor de cabeza impresionante—. ¿Has venido solo a recordarme lo desordenada que soy?

—No, he venido a traerte algo de comida y a hablar contigo. La otra noche, ni siquiera me dejaste preguntarte cómo te iba todo. —«Porque eres una pesada», pensó Brooke. Le incomodaban las visitas de Darla, su madre, por una simple razón: no dejaba de parlotear como si la vida le fuese en ello. Siempre había sido una mujer pragmática y cercana, pero pecaba de ser insoportable, y eso se había potenciado después de que ella había volado del nido. Como su madre no la controlaba, se esmeraba en saber qué pasaba en su vida, ya fuese preguntándoles a sus amigas, a su hermano Dereck, o presentándose por sorpresa en su casa. Y justo le había entrado ganas de verla un lunes por la mañana, después de que ella se había entretenido tomándose unas margaritas en casa de Liberty y llegase tan perjudicada que ni cuenta se había dado de que se había quedado dormida en el salón. «La vida me debe un respiro», se quejó—. ¿Me estás escuchando, Brooke?

—Sí, mamá. Te escucho perfectamente. Acércame la caja de pastillas que están en la mesa.

—¿Un Tylenol? ¿Estuviste bebiendo anoche?

—Eso parece.

Darla suspiró con disgusto.

—Me parece que toca madurar un poco, Brooke. Beber tanto alcohol y alimentarse solo de platos precocinados no es sano. ¿Por qué no vienes a mis clases hoy? Empiezo con un grupo nuevo, y creo que te sentaría de maravilla.

Brooke intentó estrujarse el cerebro para buscar una excusa que la ayudara a salir del paso. No le gustaba nada el yoga, ni la filosofía zen de su madre. Las dos representaban la noche y el día, tan diferentes que asustaba. Mientras que Darla era vegana y sacaba adelante su centro, Brooke prefería la comida rápida y su vida caótica. Dudaba mucho de que hacer posturas con nombres como «el cadáver», «la diosa» y «la montaña» le sacara de dentro todo el estrés que le provocaban sus clientas y, sobre todo, las suegras de ellas.

—¿Es necesario? —Aceptó de buen grado el vaso de agua y la pastilla que su madre le ofreció—. No me apetece nada —admitió.

—Te lo propongo porque me importas, querida. Comer un poco más sano y evadir la mente es esencial para sanar el alma.

—¿Y por qué tengo yo que sanar algo que está bien?

—¿Seguro que estás en calma? —El ceño de su madre se frunció ligeramente—. Hace semanas que no sales de ese bucle en el que te metiste tras tu relación con Phil. Sé que te gustaba mucho pero, si se ha ido, es hora de que lo asumas.

—No echo de menos a mi ex, mamá.

—Permíteme dudarlo. —Darla se sentó frente a ella, con las manos entrelazadas sobre su abdomen. El vestido largo y blanco hacía resaltar su piel bronceada, sus abalorios de jade y sus ojos claros como el mar—. Siempre echas de menos a quienes te dan de lado, y es comprensible. Cualquier persona con un corazón en el pecho es capaz de frustrarse al ver que las cosas no le salen bien.

Brooke ignoró la punzada que la recorrió por dentro. Las palabras de su madre llegaban a ser demasiado hirientes en algunas ocasiones. Incluso ella, que pecaba de ser bastante frívola y caótica, no lograba ser inmune a la sabiduría de Darla Mathew, esa empatía que la había llevado a ser dueña de un centro de yoga y paz espiritual, donde la gente peleaba por encontrarse a sí misma. Sin embargo, Brooke no quería un remanso de paz, sino amor. Un amor de verdad, de los que merecían la pena. Conocer a un hombre capaz de amarla, a pesar de sus defectos. Soñaba casi todas las noches con pasar por el altar y no ser la que planease la boda. Joder, ¡qué harta estaba de cumplir los sueños de los demás! Por una vez, se merecía ser ella la dueña absoluta de un día que no olvidase jamás. ¿Pecaría de caprichosa por ello? ¿O existiría alguien capaz de comprenderla?

—Mamá, de verdad que no necesito un sermón acerca del amor libre y las emociones humanas. Yo... conocí a alguien —mintió— en la boda de Talía. Es un chico muy majo. Tal vez funcione con él.

Darla frunció el ceño. Conocía muy bien esos «Voy a intentarlo con este chico», que salían muy, muy mal. Y ella también se cansaba de ver a su hija sufrir.

—Ya me lo presentarás —concluyó, haciendo un suave aspaviento con la mano—. De todos modos, insisto en que vengas hoy a mi clase de yoga, Brooke.

—No lo dejarás pasar, ¿verdad? —Su madre sonrió, negando con la cabeza. Así era Darla Mathew: jipi, vegana y terca como nadie. Y lo peor era que Brooke no se sentía en la potestad de echárselo en cara porque había heredado la última de sus cualidades, si era que se podía llamar de ese modo—. Vale, vale. Me pasaré a la tarde —cedió.

Darla aplaudió, contenta de que se animase por fin a seguir el camino que su marido y ella habían creado a lo largo de los años en FreeSoul, su pequeña empresa de yoga, meditación y venta de alimentos libres de crueldad animal. Habían añadido un enorme spa, donde la gente acudía a relajarse.

—Me alegra mucho, Brooke. Y también que hablaras con Dereck. Ayer me contó que le gusta un chico de su clase, y por eso te llamó su profesora.

—Ah, sí. La cerda esa —escupió de malos modos, levantándose por fin del sofá para estirarse y ponerse en marcha—. ¿Sabes lo que me soltó?

Darla, mucho más tranquila, escuchó con calma todo lo ocurrido aquella tarde en el Eliot Elementary School. A diferencia de su hija, no le importunaba en absoluto que la señora Hale eligiese mal sus palabras. Ella creía de verdad que todos aprendían de cada error.

—Dereck lo lleva bien; no te preocupes por él —tranquilizó Darla—. Es un chico muy astuto. Juraría que no ha salido a la familia de tu padre en absoluto.

—¿Y eso qué significa?

—Creo que llegará a la universidad y se hará un hueco en el mundo de las finanzas. Le encantan las matemáticas, los números... —Darla abandonó el sillón y se acercó a su hija para sostenerla de las manos—. Tú naciste con el don de hacer felices a las parejas el día de su boda. Yo vine al mundo para enseñar a las personas a alimentarse de manera sana y sin matar ni torturar animales. Y Dereck está aquí por los números. Su cerebro es un portento.

—Mamá, cuando empiezas a comportarte así, me das miedo. Suenas igual que una lunática. —Brooke resopló, deshaciendo el agarre—. ¿Qué pasará si Dereck no quiere estudiar finanzas? ¿Y si se hace actor porno?

Su madre arrugó la nariz y la miró con desaprobación. Odiaba hablarle así a la mujer que la había traído a sufrir al mundo, pero abrirle los ojos a la realidad era su obligación. Dereck odiaba las matemáticas, por muy bien que se le diesen. Solo necesitaba que sus padres lo apoyaran en cualquier cosa que le apeteciera hacer en el futuro, del mismo modo que ella había elegido su camino sin replantearse más opciones.

—A veces me pregunto qué hicimos mal tu padre y yo para que salieras así. Brooke, tienes treinta años. Es hora de que madures un poco.

«En cuanto tenga un hueco, te hago una lista de vuestros errores», pensó la aludida con cierta amargura. Brooke sonrió como si nada, restándole importancia. Su madre aún creía que todo lo que soltaba por la boca no era más que una provocación, una llamada de atención. ¡Qué equivocada estaba! Si decía las cosas, era porque se había cansado de lidiar con las consecuencias de vivir bajo su techo durante veintidós años, escuchándolos debatir sobre el cambio climático y lo mala hija que era por no estudiar una carrera, no echarse un novio formal y subir fotos con ropa ligerita a las redes sociales. Su filosofía zen no cuajaba en absoluto con la visión que Brooke guardaba sobre la vida. Es más, la fastidiaba un montón. Las zanahorias, el yoga y las luchas contra las centrales nucleares no eran su estilo. Brooke priorizaba a sus amigas, su trabajo y adoptar un perro viejito que la acompañase en las solitarias noches en ese piso, donde se escuchaba prácticamente todo. Su caos era infinitamente mejor que el orden de su madre, y no pensaba bajar de esa colina.

—¿A qué hora das la clase? —preguntó a propósito, ansiosa por quitársela del medio.

—A las cinco. Y no te retrases. —Darla entró a su habitación, y pegó un grito horroroso al ver toda la ropa amontonada a los pies de la cama, las bragas por el suelo, la cantidad de cachivaches que poblaban el tocador... Con la mano en el pecho, se giró hacia su hija y negó con la cabeza—. Pienso ocuparme de esto porque no soporto el desorden, Brooke, pero más te vale que saques papel y lápices de colores ahora mismo.

—¿Para qué? —se quejó su hija.

—Vamos a organizar un horario de tareas domésticas. Te vas a sentir muy realizada contigo misma cuando lo pongas en marcha.

«Adiós, depresión de los treinta. Hola, Brooke con quince años, que aún no está independizada», pensó, reprimiendo un gemido de frustración. ¿Por qué las madres serían unas obsesas de la limpieza?

***

—¿Te has preguntado alguna vez... si hacer deporte de forma... regular... sirve de algo? —interrogó Danny, subido a la cinta mecánica.

Devan, su mejor amigo y socio, sonrió de medio lado al verlo todo enrojecido y sudoroso.

—Sirve para muchas cosas, y pronto lo vas a entender. Cuerpo sano: mente sana. ¿No te lo han dicho nunca?

—Muchas veces. Pero pensé... que era... una patraña. —Resoplaba tanto y se sentía tan acalorado que terminó por pausar la dichosa máquina y secarse el rostro con la toalla de mano. Aún no estaba muy conforme con empezar a hacer deporte cada mañana, antes de volver al trabajo. Tampoco abusaba de la comida precocinada, y no fumaba ni bebía alcohol. Sin embargo, Devan lo había convencido de seguir un hábito más sano para terminar el año por todo lo alto. Y Danny, que era tonto, había aceptado con la idea de quemar algunas calorías y no apalancarse en su silla del despacho. Una idea pésima.

—Te voy a enseñar lo bonita que es la vida cuando dejas de comer carne y sales a correr por las mañanas. —Devan le dio una palmadita en la espalda—. Desde que voy a FreeSoul, mi rutina ha mejorado muchísimo.

—¿FreeSoul? ¿Qué coño es eso?

—El centro al que acudo los lunes por la tarde para hacer un poco de yoga y comprar mis yogures de leche de almendra. Riquísimos. Hoy te vas a venir conmigo —repuso como si nada—, y lo verás con tus propios ojos.

—Viene la señora River a verme, y no sé si va a entretenerme mucho rato. Te juro que este divorcio está acabando conmigo. —Cuanto más pensaba en Mara, más se cabreaba. Esa mujer era una pesadilla, el karma que lo torturaba por aquella tortuga que él había dejado morir al no alimentarla como debía, cuando tenía cinco años. No le encontraba otra aplicación a su presencia en su vida.

Devan, captando su frustración al instante, también detuvo la cinta en la que llevaba media hora subido, y lo miró con ojo crítico.

—¿Tan insoportable es? A mí me pareció muy maja.

—Este caso era tuyo, pedazo de cabrón. Se suponía que el divorcio sería rápido, y aquí estamos, tres meses después, peleándonos por dos caniches, un chalé con piscina y un par de coches de alta gama. —Danny hizo una breve pausa—. ¿Sabes qué? Pienso cederte el caso. Te lo mereces.

—No, no, no. Me niego. Me debías un favor, y yo me lo cobré. Además, no es tan terrible.

—¿Que no? Joder, Devan, que me toca demostrar que el señor River ha sido infiel a su esposa y dejaba evidencias por toda la casa, y no sé cómo hacerlo.

—Lo que te hace falta es un topo. —Devan apoyó el codo sobre el control de la cinta—. Alguien que conozca al señor River y te diga si realmente es un casanova, o solo es un millonario que se gasta el dinero en apostar al póker.

—Ambas opciones beneficiarían el caso. Si River no mantiene a su esposa y ha incumplido los votos matrimoniales, el juez le dará la razón. —Danny se bajó de un salto de la cinta. Le dolían las piernas y el cuello por la postura semierguida—. ¿A quién me sugieres?

—Los amigos del señor River. —Danny le dedicó una mirada furibunda. Devan se echó a reír—. Ya sé, ya sé. Es imposible. Pero alguien en Boston debe ser cercano a ese hombre y conocer el ambiente por el que se mueve cuando no lleva a su esposa de la manita.

—Eso no me ayuda, Devan. Nunca me ayudas, ahora que lo pienso —inquirió, y le dio la espalda el tiempo suficiente para coger una de las botellas de agua fría que había en la pequeña nevera del gimnasio privado de su amigo—. Por un motivo u otro, consigues escaquearte de todas tus obligaciones como abogado y como amigo.

—Me ofendería si creyese que lo que dices es verdad. —Devan sacudió la cabeza—. Voy a investigar al señor River y te diré mis conclusiones finales. ¿Te parece mejor?

No, en absoluto. Lo que Danny esperaba con todas sus fuerzas era que la señora River eligiese a otro abogado y lo dejase en paz. Defender a una mujer que lo miraba por encima del hombro solía provocarle una ansiedad insoportable, y no se lo merecía. De entre todos los casos que se traía entre manos en las últimas semanas, ese era el peor de todos. Y nadie lo comprendía. Lo hacían sentir un inmaduro y un desagradecido por no valorar la cifra indecente que le pagaba Mara River por defenderla. Sin embargo, a Danny le daba igual el dinero. En el banco ya guardaba una fortuna considerable gracias a su padre y a lo que ahorraba cada año. Solo exigía un poco de paz mental.

—Haz lo que quieras. Y sobre lo de hacer yoga, me apunto. Necesito poner la mente en blanco y olvidarme con urgencia de que existís a mi alrededor —Danny se quejó.

La sonrisa de Devan lo irritó aún más. Era su sonrisa de la victoria. A veces, le asaltaba la duda de por qué seguían siendo amigos después de todo. Compartían cada vez menos gustos en común y no se parecían en absoluto. Mientras que Devan era alto, rubio y atractivo, con una labia impecable, capaz de convencer al mismísimo diablo para que le cediera el mando en el infierno, Danny pecaba de ser muy normal, sencillo, de gustos tranquilos. Odiaba las corbatas, los trajes de chaqueta y el café con hielo. No sabía cómo tratar a los clientes más insufribles, y con las mujeres se cohibía hasta que no las conocía más a fondo, y la mayoría se rendía con él antes de alcanzar ese punto. Por el contrario, Devan era un mujeriego. Partía tantos corazones que salir con él por Boston era recibir miradas de odio de todas las afectadas, y a él le daba igual. Devan agitaba la bandera del amor libre y de echar un polvo sin sentimiento de culpa, siempre y cuando no mintiese a la susodicha, ni le prometiese cosas que no cumpliría después. Pero se veía que la mayoría de ellas hacían oídos sordos y se aferraban a la idea de cambiar al tipo que no creía, ni buscaba amor. Danny era un enamoradizo... cuando los astros se alineaban a su favor. Añoraba compartir la cama con una mujer, cocinar juntos, pasear, hablar de todo y que lo recibieran con un efusivo beso nada más llegar a casa. Básicamente, anhelaba casarse y tener el paquete completo. Y, en su cabeza, sonaba muy tonto; es que, además, la vida no se lo ponía tan fácil. Casi todas las mujeres que conocía llegaban a obsesionarse con él y con su ex, como si ella se dedicara a escribirle o hablarle, o buscarlo de alguna manera retorcida para arruinar todas sus relaciones.

—En FreeSoul preparan unos batidos y unos tés fríos de chuparse los dedos. Me apunté un poco por probar, ¿sabes? —siguió comentándole Devan, aún subido a la cinta de caminar—. Y me encanta la filosofía zen de Darla, la que dirige el cotarro, una señora que debe rozar los cincuenta y cinco, y parece más joven. El veganismo es el futuro, tío.

Danny optó por no decirle que hasta hacía menos de un mes se comía unas hamburguesas de ternera casi tan grandes como su puño. Por un lado, si Devan creía de verdad que cambiar sus hábitos lo haría mejor persona y lo ayudaría con sus problemas de salud, no sería él quien se los aplastara sin remordimientos. Por otro lado, Danny creía de verdad que salir de su oficina más a menudo y hacer algo diferente le vendría fenomenal. En la tarde que había pasado con Brooke y su hermano, se había relajado tanto y se lo había pasado tan bien que hasta se había olvidado de Mara River y del resto de clientes, y su mente lo había agradecido muchísimo.

Esa misma noche, tras haberla dejado en su apartamento, Brooke le había escrito un sencillo mensaje que le había dejado la mente frita.

Brooke

Gracias por sacarme de la cárcel.

Aunque eres demasiado serio.

Tus clientes agradecerán que sonrías un poco más, Phoenix Wright.

No supo cómo tomárselo, y optó por reírse. Le pareció lo más sano y natural. Apostaba a que aquella rubia era de las que ponían tu mundo patas arriba si se lo permitías. Y, aunque Danny no sabía cómo sobrevivir sin su agenda ni su secretaria, tampoco le molestaba salirse de su rutina de oficina-casa.

—No voy a hacerme vegano —dijo muy seguro de ello—, pero el yoga calma la mente y el cuerpo.

—Justo lo que necesitas.

Danny cabeceó en señal de asentimiento.

—Pensar demasiado me va a provocar una migraña incurable —se quejó, echándose la toalla al hombro y listo para meterse en la ducha—. ¿A qué hora será?

—A las cinco, justo después de que la señora River te ponga la cabeza como un bombo —se cachondeó Devan.

Danny resopló, y se marchó al baño de invitados. Le costaría entender qué hacía él realizando la postura de la grulla junto a un montón de desconocidos, pero prefería tumbarse en una esterilla que escuchar a Mara River increparle sobre las infidelidades de su marido. El infierno resulta más placentero si sabes elegir el mejor lugar.