Brooke tuvo que pestañear un par de veces nada más ver que se acercaba Danny, con unos pantalones oscuros, una camisa azul marino con margaritas pequeñas estampadas en la tela, y con el pelo desordenado, que le caía con gracia por el rostro. Cambiaba tanto cuando se quitaba el traje de chaqueta y la corbata, como si se transformase en el hombre que había justo debajo de la placa de su bufete de abogados. Y le gustaba muchísimo lo que sus ojos captaban en ese momento.
—¿Lista? —preguntó él, con una sonrisa amplia que le curvaba los labios.
«¿Por qué estará de tan buen humor?», se cuestionó ella. Un par de horas antes, nada más dejarlo en las puertas de su bufete, le había dado la sensación de que estaba dejando a una vaca frente al matadero, aunque ahora ya no lo tenía tan claro.
—Desde hace un rato. —Cabeceó ella—. ¿Has elegido esa camisa por algo en especial?
—Me la regaló mi hermana, y no había tenido oportunidad de estrenarla. Ella disfruta muchísimo de vestir a la gente con las prendas más absurdas que va encontrando por las tiendas.
—Pero ¿qué dices? ¿Cómo va a ser ridícula una camisa con margaritas? Si los hombres os animarais a usar cosas así todo el tiempo, te aseguro que aumentarían vuestras probabilidades a la hora de ligar. —Brooke subía y bajaba las cejas rubias, mientras les daba una entonación divertida a sus palabras, y él se rio con ganas.
—Te tomaré la palabra en caso de querer ligar de nuevo. De momento, no es algo que entra entre mis planes.
—¿Y eso por qué? ¿Una mala gestión amorosa?
—Algo así. —Él ladeó la cabeza y echó un vistazo a la ropa que ella llevaba—. ¿Y ese vestido?
—¿No te gusta? —Brooke se contempló las sandalias, como si eso fuera el problema del outfit—. Lo compré el año pasado, y solo me lo puse un par de veces. Dicen que les queda mejor a las que son tetonas. —Se palpó por encima sus pechos pequeños, aunque realzados gracias al escote con forma de corazón—. Pero algo se podrá hacer.
Los ojos castaños de Danny, algo más oscuros debido a la iluminación de las farolas que recorrían la acera, se deslizaron por cada uno de los puntos estratégicos de la anatomía de Brooke, desde sus labios pintados de rojo —que realzaban la palidez de su piel— hasta su cuello menudo, la uve entre sus clavículas, sus senos aprisionados por la tela oscura y sus piernas, que quedaban a la vista bajo el ligero vuelo del vestido. Para él, no era un premio de consolación ver a esa mujer con una prenda que le sentaba como un guante. Si le preguntasen su opinión, la tendría muy clara: se veía apetecible y sensual. Sin embargo, ya estaba más que versado en todos esos complejos físicos y emocionales que arrastraban la mayoría de las mujeres, ya fuese por culpa de los cánones de belleza imposibles, las redes sociales o algún pariente cercano capaz de minarles la moral a los demás con comentarios maliciosos. Y, por eso mismo, se cuidó de elegir palabras que alimentasen aquel pensamiento de que solo una talla cien de sujetador —o incluso más— era válido para hacer babear a un hombre. Solo tendría que echarle un vistazo a él y a su incapacidad para pensar con claridad cuando estaban tan cerca el uno de la otra, y todas las dudas se le disiparían de golpe.
—No, no me gusta: me encanta. Y ahora, señorita, vayamos a ese restaurante que tanto te apetecía visitar. —Él le ofreció el brazo, y ella no tardó en engancharse a este—. ¿Qué vamos a cenar?
—Sushi. De esos que cocinan en mitad de restaurante, para que sepas cómo lo preparan y qué utensilios usan, y veas que los ingredientes son frescos. Y, si eso no te convence, aunque no entendería por qué, también te sirven el mejor wasabi de la historia de la humanidad.
—El picante y yo nos llevamos algo mal, pero no me importará probarlo —añadió al ver que ella fruncía ligeramente el ceño.
—¿Te va a doler el estómago en mitad de la cita si te obligo a consumir wasabi?
—Lo dudo. Juraría que, a estas alturas, mi estómago y yo somos a prueba de bombas nucleares.
Danny le abrió la puerta del copiloto por pura cortesía. Brooke se acomodó rápidamente, con el bolso en su regazo y con el cinturón, el cual presionaba esos pechos que no lograba dejar de ver. Resultaban hipnóticos, y eso que ya sabía la forma y el color de sus pezones, y cómo se erizaban cuando su aliento los rozaba. «Será mejor que borres esa imagen de tu mente, por el bien de tus pantalones», pensó.
Condujo por las calles concurridas de Boston mientras Brooke le comentaba de pasada cómo les iba a Alejandro y a Talía por Grecia. Un mes entero de luna de miel ayudaría a bajar el estrés a cualquiera, y él ya sabía qué clase de vida llevaba su medio hermano y lo mucho que necesitaba dejar la ciudad donde había nacido por el bien de su salud mental. Si fuese más valiente y menos adicto al trabajo, Danny también hubiese cogido la maleta para largarse a cualquier ciudad con mucho sol y con playas impresionantes: Dubái, Hawái o cualquier hotel en Florida, donde la gente practicase surf mientras él se tomaba un cóctel bien fresco, tumbado sobre la hamaca. Todo lo que su mente necesitaba era alejarse del divorcio de los Jones, de su padre y su mujer, y todas esas responsabilidades que le había dejado Rita después de marcharse de casa de la noche a la mañana. Sin embargo, no les daría rienda suelta a sus demonios esa noche. Con Brooke al lado, resultaba muchísimo más fácil olvidar que era un hombre agobiado por sus propias elecciones.
Eligió uno de los aparcamientos más cercanos a la puerta del restaurante y suspiró al ver la fachada del Akari’s. Lo había visto un par de veces cuando aún permanecía en obras, y nunca se le había ocurrido probar sus platos. El sushi no era precisamente uno de sus platos favoritos. Le gustaba, por supuesto, y se había metido entre pecho y espaldas bandejas de makis en el pasado cuando aún compartía piso con Devan y luego con Rita pero, si le daban la oportunidad de elegir dónde culminar un día como ese, sin duda, señalaría el restaurante mexicano que más le apasionaba. Cada uno de sus tacos era un manjar que llevarse a la boca, y su fuente de nachos, con chili de verdad, lo hacía babear. «Quizás para la próxima», pensó, saludando con un gesto de la cabeza al metre que aguardaba en la puerta, quien luego los acompañó a la mesa reservada.
El ambiente era muy agradable y tranquilo. Todo el mundo cenaba sin fijarse en quién iba y venía por las filas de mesas que rodeaban la cocina, ubicada justo en el centro. Con un gorro en la cabeza y un delantal a juego, el cocinero se dedicaba a despedazar el salmón mientras sus ayudantes montaban los rollitos de sushi o servían la sopa de miso con algas. Olía jodidamente bien. Muy oriental. Danny carraspeó al oír el rugido de su estómago. No se había alimentado muy bien ese día y en ese momento salivaba nada más ver cabezas de pescados sobre un lecho de hielo picado. «Estás mal, tío», se dijo.
—¿Te has dado cuenta de que nos han dado la mesa de los solteros? —indagó Brooke.
Danny pestañeó y la miró con el ceño fruncido, sin comprender muy bien su pregunta.
—¿La mesa de los solteros?
—Es la que se ubica cerca de la puerta y solo tiene dos sillas, por si te arrepientes o pretendes beberte una botella de vino antes de despachar a tu cita —explicó de corrido, acomodando los codos sobre el mantel burdeos, que hacía juego con las cortinas y con el resto de cuadros del restaurante—. Me lo explicó una amiga hace algunos años. Trabajaba como camarera y le contaron que hay mesas para todo tipo de personas: desde las que vienen solas y buscan un rato de tranquilidad hasta las familias numerosas, o los recién casados que festejan su aniversario. Pero siempre hay una mesa para los que están solteros, como hacen en las celebraciones de las bodas que organizo.
—Nunca lo había oído.
—Probablemente pensarán que somos dos desconocidos que acaban de conocerse a través de una aplicación de citas y han elegido este sitio para ver si la química es igual en persona que a través de la pantalla.
Danny apoyó la mejilla sobre su mano y se la quedó mirando con verdadero interés. No creía en absoluto en ese tipo de asuntos, y no empezaría ahora, si bien le gustaba muchísimo que ella le contase todo lo relacionado con el mundo de los solteros, las citas y el protocolo para seguir. No, no era del todo cierto. En realidad, le agradaba escucharla a ella. Punto.
—¿Eso te molesta? ¿Que crean que eres mi ligue?
Ella se rio.
—No, en absoluto. —Brooke se apartó un poco de la mesa cuando el camarero se aproximó a ver qué querrían tomar—. Una botella de vino blanco sería estupenda.
—¿Vino?
—¿Te parece mal?
Danny negó con la cabeza. El camarero apuntó todo en su libretita y les dejó los menús para que eligieran los platos antes de su regreso. Sonaba música oriental de fondo, acompañada del burbujeo de conversaciones y de risas aisladas. Danny ignoró todo aquello, y contempló la cantidad de sushi diferente que servían en ese lugar. Algunos ni siquiera los conocía de nada.
—El de pepino con algas está muy bueno y, si no te apetece pescado, también preparan uno de ternera rebozada con salsa teriyaki, que te vas a chupar los dedos.
Danny aceptó la sugerencia con un movimiento suave de la cabeza. Una vez que regresó el camarero con la cubetera que guardaba el vino y colocó las copas de cristal frente a sus narices, él le recitó los platos que probarían ambos.
—Estoy confiando en ti, eh. No me traiciones con el picante.
—Me recuerdas demasiado a Libby. Es una de mis mejores amigas y socias. Bueno, no es que trabajemos juntas como tal, pero nos echamos un cable mutuamente. Ella tiene una floristería preciosa en la misma avenida donde yo trabajo, y siempre consigo que los novios la elijan para los arreglos florales.
—Yo haría exactamente lo mismo. No es algo reprochable que les eches un cable a tus amigos. Lo extraño sería que te diese igual.
—¿Tú te sientes igual con Devan? Bueno, por lo que intuí hoy, sois socios, ¿no?
—Devan es como mi hermano. Somos la cara opuesta de la moneda, pero funcionamos muy bien bajo presión y confiamos en que no nos robaremos clientes para llevarnos más dinero a final de mes. No es que me importe la pasta pero, si abrimos el bufete, fue para no depender de terceras personas.
—¿Por qué elegiste ser abogado? Y matrimonialista... ¿No da un poco de tristeza ver cómo se separan dos personas?
—¿Tú te alegras cuando los ves casarse?
Brooke guardó unos segundos de silencio.
—No siempre —admitió. Sus dedos acariciaron las arrugas ficticias del mantel burdeos—. Es imposible empatizar con todo el mundo. Ellos me pagan para hacer el trabajo sucio. Una boda es un evento muy bonito si te casas por amor, pero hay personas que eligen pasar por el altar con la idea de cumplir con las imposiciones sociales. —Hizo una pausa—. Es curioso, ¿sabes? La manera en que se engañan algunos pensando que el matrimonio es la máxima expresión de amor.
—Y luego se olvidan de cumplir sus votos. —Danny esbozó una sutil sonrisa—. Sé lo que hay después de ese día, lo que conlleva casarse sin estar enamorado de verdad o por contentar a los padres. He visto a personas que se querían muchísimo y se separaban por diferencias ridículas, y a otras capaces de destruir al otro por un piso o por una cadena de infidelidades. Elegí dedicarme a estos temas porque hay muchos individuos que no saben cómo afrontar una ruptura sin terminar con los bolsillos vacíos o con el corazón destrozado. Mis padres se divorciaron porque mi padre decidió ponerle los cuernos a su esposa con la secretaria. Un clásico.
—Una putada —apostilló ella.
El camarero los interrumpió en ese momento al colocar las pequeñas bandejas con las piezas de sushi justo en el centro de la mesa, pero ninguno lo contemplaba a él. Sus ojos permanecían en el rostro del otro, como si se retasen a romper la burbuja pinchándola con un golpe de realidad o con un simple parpadeo. Nada más quedarse solos, Danny volvió a hablar:
—Mi madre es feliz ahora pero, en su momento, lo pasó muy mal. Él no quería concederle la custodia completa, y luego, simplemente, se desentendió. Sin quererlo, me convertí en su error, en su vergüenza.
Brooke estaba horrorizada.
—Solo eras un niño. No es culpa tuya que él no supiera mantener los pantalones en su sitio.
—Nunca me ha querido, Brooke, y he sobrevivido a ello, a su desprecio y su falta de interés. —Él encogió uno de sus hombros—. No lo he necesitado para nada. Mi padre de verdad es el hombre con el que mi madre rehízo su vida, y por él estudié derecho. Sentía que se lo debía a los dos.
—Dedicarte a algo que no te apasiona puede convertirse en tu tumba.
—¿Crees que soy infeliz?
Ella cogió uno de los makis con los palillos de madera, y negó con la cabeza.
—Te veo más agobiado que triste. —Brooke pensó si añadir algo más, pues no buscaba ofenderlo con sus prejuicios—. Y eso se refleja en tu cara y en tu postura. Cuando Talía me hablaba de ti, se empecinaba en señalar tu indiferencia y tu frialdad, pero a mí me pareces un hombre muy cálido.
Danny notó un revoloteo en el estómago, que trató de acallar al comer un poco. Si su vientre contenía alimentos, dejaría de joderlo.
—¿Lo dices por lo que pasó en la boda?
—En parte. Yo... no acostumbro a acostarme con gente sin más. O sea, he tenido bastantes follamigos y eso, pero no los escojo porque me parezcan muy sexis con la corbata y con el pelo despeinado. —Ella se metió la pieza de sushi en la boca y tragó unos segundos más tarde—. De hecho, no me parecías ni atractivo ni llamativo. Solo... sentía que te conocía de mucho antes. —¡Qué curioso! Él había experimentado la misma cercanía aquella noche. Incluso, le había costado concentrarse en lo que comía porque ella lo atrapaba como la luz a una polilla. Y, en ese instante, con un montón de desconocidos que los rodeaban y el corazón que le latía más rápido de lo normal, le había dado la impresión de que iban por el mismo camino—. Lo siento. Sé que tengo la lengua muy suelta y no me controlo mucho. No quería decir que no me gustaras, eh. De hecho, me gustó bastante lo que vi y sentí, aunque no te quitaras la ropa en ningún momento, pero no es lo habitual en mí.
—¿Por qué te disculpas? No me ha molestado tu comentario para nada. Es imposible que te atraiga todo el mundo, y yo soy consciente de que no tengo nada que llame especialmente la atención.
—Sí que lo tienes; ese es el punto. —Brooke cogió su copa, y la acercó a sus labios para darle un sorbito—. Me acosté contigo porque me pusiste bastante tonta y porque llevaba mucho sin echar un polvo. Y no me gustaría que llegaras a la conclusión de que voy por ahí, saltando de cama en cama, sin orden ni concierto.
—Tampoco pasaría nada si lo hicieras. Cualquier persona es libre de vivir como le venga en gana.
—Lo sé. Por eso, te decía que me pareces más frustrado que infeliz. La infelicidad es un sentimiento horrible que se te enquista, lo cual te impide razonar y ver el mundo desde otro ángulo, mientras que la frustración se alivia cuando sales de esa vorágine de estrés que te lo provoca.
—¿A dónde quieres ir a parar, Brooke?
—No conozco la relación que tienes con tu familia, y dudo de que sea relevante, pero me caes bien y me pareces un tío legal, muy concienciado con el mundo que le rodea. Y a veces me quedo mirándote y solo pienso: «¿Le molestará si le presiono el ceño con el dedo para que desaparezca? ¿Y si le meto un morreo de los que roban el aliento? ¿Se dará cuenta de cómo le afecta lo que pasa a su alrededor y que no está en sus manos remediar?» —Sus mejillas adquirieron un sutil rubor, que se enemistó con el de su pintalabios—. ¿Ves? Tengo incontinencia verbal.
Danny juntó sus manos y apoyó el mentón sobre estas para contemplarla desde esa posición con un interés renovado. No acostumbraba a charlar con personas capaces de decir las cosas tal cual las pensaban o las sentían. Eso no ocurría ni siquiera en un juzgado, frente a un juez, posterior al juramento sobre la Biblia. Según su experiencia, la gente mentía por un buen puñado de motivos. Había los que se escudaban en los embustes por temor a las represalias, y otros que vivían anclados a las apariencias y dominaban esa arte para sobresalir mientras otros se hundían. Por eso le agradaba Brooke: con ella, no estaba obligado a descubrir si lo que brotaba de sus labios eran palabras reales o un puñado de halagos vacíos.
—No hay problema con eso, Brooke. Prefiero una verdad directa a que me estén dando largas. Tampoco pensé que fueras metiéndote en la cama de todo el mundo —Danny dejó claro, por si acaso—. No suelo meterme en la vida privada de los demás hasta que son parte de la mía, y solo si quieren contarme acerca de ello. Lo que pasó en la boda me gustó bastante. —Se relamió los labios en un acto reflejo cuando sus pupilas captaron la caída de pestañas de ella—, y no me importaría repetirlo.
Brooke se percató de la sacudida que dio su corazón al oírlo, del calor en sus entrañas, entre sus muslos, del interés que despertaba en ella ese hombre moreno y de mirada sencilla. «Joder, como para tener las bragas en su sitio», pensó, bebiendo un poco más de vino. Si bien seguía ligando con Sherlock en NextDoor, él no le causaba tantísimo interés ni nerviosismos, como lo hacía Danny. Porque ese abogado estirado, con un pasado familiar algo doloroso y turbio, poseía algo que ningún otro tenía. Y Brooke se encontraba más que dispuesta a descubrir qué era y por qué no lograba resistirse a él.
—Danny... —Con un descaro muy propio de ella, estiró la pierna por debajo de la mesa y rozó una de sus piernas. Sus ojos, incapaces de apartarse de la cara de él mientras escalaba hacia el interior de sus muslos—. No juegues con fuego, o te quemarás.
—Nunca me ha dado miedo eso —reconoció con la voz enronquecida—. La vida te da las cartas, y tú estás obligado a jugarlas, ganes o pierdas la partida.
—¿Y qué te dice tu intuición? ¿Vas a ganar hoy?
Él atrapó su pie bajo la mesa, y deslizó los dedos por la piel desnuda de sus tobillos hacia el interior de su rodilla, acercándola un poco más. Brooke ahogó una exclamación cuando su trasero resbaló de la silla y quedó en una postura un tanto comprometida.
—Diría que sí, rubita. La suerte está de mi parte.