—¿Brooke? ¿Te has fumado algo esta noche?
La aludida pestañeó para salir del trance en el que llevaba sumida todo el día. Sus ojos se fijaron en el rostro de Libby y, sobre todo, en su ceño fruncido. Si había algo en el mundo que su amiga odiase por encima de todo, era que no le prestaran atención mientras hablaba de algo, de lo que fuese. Soportaba todo, menos eso. Y Brooke lo lamentaba, porque era bastante propensa a distraerse con cualquier tema, ya fuese un evento personal o una noticia escuchada en la radio.
—Lo siento, es que no dormí una mierda hoy. —Bostezó, cubriéndose la boca con la mano—. ¿Qué me decías?
Su amiga se acomodó en el sillón de las visitas y desbloqueó su teléfono para comprobar el correo. La cantidad de e-mails que le llegaban a lo largo del día asustarían a cualquiera. Poco importaba que fuese una floristería pequeña, regentada solo por ella; a la gente le fascinaba su trabajo y no perdían oportunidad de encargarle algo, lo que fuese: una corona de flores, un ramo, un par de macetas de exterior, un cactus...
—Te había comentado si te parecían bien las gardenias como flores de centro para la boda de Sarah. Sé que tuvisteis algún problemilla arreglando lo que ocurrió por teléfono.
Ah, sí. La buena de Sarah. La chica que encajaba a la perfección en el papel de Barbie y se había presentado en su puesto de trabajo al día siguiente, enfadadísima por los improperios que había soltado durante la llamada y un disgusto de tres pares de narices. Culparla por la confusión no entraba entre los planes de Brooke cuando, acompañada de su madre —la señora que odiaba el color coral—, llegó a ella más que dispuesta a romper el contrato vinculante. Menos mal que Brooke era experta en capear el temporal casi sin despeinarse, o hubiese perdido una clienta magnífica como era Sarah Michelle Jones, futura mujer de un empresario que vendía gambas frescas a gran parte del estado de Massachusetts. Una hora de estar observando una tabla de colores que iban desde el coral más intenso al dorado más brillante, junto a un par de cafés bien cargados y miradas reprobatorias de la señora Jones, bastaron para que finalmente se quedasen con una tonalidad bastante parecida a la del cobre. Brooke se lamentó muchísimo por Sarah y sus intereses, pero no iba a ser ella quien le echase un cable para convencer a su madre. Si la señora Jones ya iba con el ceño fruncido, reprobando con la mirada cualquier sugerencia, ¿cómo se tomaría la osadía de recibir un consejo? Por favor, bastante tenía a la hora de lidiar con todo tipo de caprichos y cambios de última hora. Que algo le hiciera especial ilusión (como, en este caso, era su trabajo), no incluía el tener que aguantar malas caras, gritos, desplantes y comentarios preñados de ironía. Como si Brooke tuviese la cabecita repleta de serrín y no le diese para mucho más el cerebro. «Lo siento, Sarah, pero esta es tu guerra, no la mía», fue lo que pensó tras apuntar las últimas peticiones. A partir de entonces, solo quedaban las flores, las pruebas del vestido y que el cáterin hiciera un par de menús diferentes para saber si el pescado o la carne sería el protagonista del banquete de los novios, o ambas cosas. Con las mujeres Jones, no las tenía todas consigo. Un día, se levantaban exigiendo una cosa y, por la noche, se acostaban con una idea totalmente diferente.
—¿Qué flores pegan con una tonalidad cobre?
Liberty frunció el ceño y señaló las que tenía a su derecha: flores blancas, frescas, y otras beis, que se mezclaban entre sí hasta dar forma a un ramo improvisado. Se mantenían unidas gracias a un lazo dorado con ribetes transparentes.
—¿Estas? Por ejemplo. También tengo algunas de un color melocotón precioso, pero suelen ser más caras y más difíciles de conservar. Antes de pedirlas, me gustaría que la novia estuviera muy segura de que son las que quiere.
—Apuesto a que a Michelle no le importará firmar otro cheque. Mañana le enseñaré tu propuesta, y elegiremos el dichoso ramo.
—¿Por qué cambió de opinión? Había encargado un montón de flores de color coral para su boda.
—Su madre no estaba de acuerdo con ese color. Armó un escándalo a los novios hasta salirse con la suya, y luego celebró la victoria.
—Y Sarah ha cedido —comprendió Liberty, paseándose de un lado a otro por la sala.
Brooke cabeceó en señal de asentimiento.
—Tampoco la culpo. Sé que, para Sarah, es importante hacer feliz a su madre.
—Ser hija única tiene sus desventajas —dijo Liberty, y hablaba desde la experiencia—. Menos mal que mi madre no se metió en nada el día de mi boda con Gerard. Como mucho, me ayudó a elegir la ropa interior porque yo escogí una bastante mojigata.
—¿Va en serio? Si tienes conjuntos de La Perla, y todo.
Las mejillas de Liberty adquirieron una tonalidad parecida al melocotón de las flores que colocaba sobre una estantería con tanto mimo. Sus manos temblaron al evocar en su cabeza aquel día donde dio el «Sí, quiero».
—Gerard no era muy fanático de la ropa interior. Solía decir que no importaba el color o la forma, solo lo que había debajo. Pero... —Atrapó su labio inferior entre los dientes y lo soltó al cabo de unos segundos—. Me hubiese gustado bastante que alabase los conjuntos que me compraba para él. No sé, a las mujeres nos encanta que nos piropeen.
—Los hombres no valoran una mierda. Están los que no te desvisten si no llevas tanga y aquellos a los que les importa un pepino si tus bragas te llegan casi por los sobacos.
Liberty se carcajeó.
—¿Y qué llevabas tú ayer? ¿Tanga o bragas?
Brooke notó una sacudida en el estómago al caer en la cuenta de que se había olvidado sus bragas en casa de Danny esa misma mañana, y todo por andar a las prisas antes de que él se levantara y la viese con toda la mejilla marcada por la almohada y babeada. No era que le diese importancia al cliché de que una mujer debía verse perfecta incluso después de abandonar el mundo de Morfeo, pero le entró miedo, un pánico atroz de descubrir que Danny era insoportable recién levantado y que no emitía una sola palabra hasta tomarse la primera taza de café. Ella pecaba de ser muy parlanchina, y sabía que agobiaba a cualquiera. No pensaba exponerse de esa manera con un hombre con el que todavía no lograba liberarse del todo.
—Bragas, y están en casa de...
—¿De...? —la animó Libby, ansiosa por saber el nombre del susodicho—. Oh, vamos, me merezco saber quién es el tipo que te hizo ese chupetón en el cuello.
Brooke se cubrió la zona con la mano, preguntándose en qué momento de la noche se había entretenido Danny en marcarla como un ganadero a las ovejas. «Maldito seas, Phoenix Wright», se quejó.
—No sé si...
—¿Te has liado con un hombre casado? —El tono de voz escandalizado, junto a su mirada encendida, asustó a Brooke—. Dime que no has hecho algo semejante, Brooke Amelia Mathew.
—Deja de llamarme por mi nombre completo y de chillar; por favor, te lo pido. La cabeza va a estallarme en cualquier momento —siseó, con los ojos entrecerrados. Tanto la luz solar como el timbre de voz de Liberty se le clavaban a cuchillo en el cráneo—. Anoche me vi con Danny.
—¿Danny? —Liberty se apaciguó el tiempo suficiente para intentar conectar sus recuerdos con todos los Danny que conocía—. Solo me suena de... —Sus ojos se abrieron más de lo normal, y retrocedió como si le hubiesen dado una bofetada—. No. Ni de coña. ¿Te has tirado al cuñado de Talía? ¿Ese Danny?
—Sí, creo que sí.
—Por favor, Brooke. ¿En qué estabas pensando? Sabes que Alejandro nunca ha conseguido llevarse bien con él por culpa de su padre y que lo pasa fatal, y tú vas y te lo tiras.
—¿Y qué tiene que ver lo que ocurra en su familia con lo que pase entre nosotros? Joder, que no voy a sugerirle hacer un trío con su hermano.
—A Talía no le hará gracia que traigas a Danny a las reuniones familiares. —Con las manos en las caderas, Liberty la contemplaba como si estuviese loca—. ¿Qué pasará si no consiguen limar asperezas? ¿Vas a quedarte en el medio, a la espera de elegir a uno o a otro?
—Hablas como si fuéramos novios o algo, Libby, y solo hemos follado un par de veces.
Brooke se tomó su tiempo en explicarle, con pelos y señales, la noche que habían compartido en la boda de Talía y Alejandro, la tarde en la comisaría y la cena del día anterior. Libby asistía a su discurso con los labios fruncidos, una postura crispada y la sensación de estar frente a una loca. Sin embargo, a Brooke no le importó en absoluto. Se había cansado de aparentar. ¿Qué le importaba a la gente si quería tirarse a Danny Walsh, si se divertía hablando con él, comiéndole la boca y follándoselo hasta que le faltaba el aliento? Una mujer como ella, soltera y dispuesta a encontrar el amor, se merecía un ratito de emoción en su día a día. Vivir toda la semana inmersa en su trabajo no era sano para nadie, y bien sabía ella que Danny no suponía un problema como tal. No se enamorarían ni aunque el destino buscase la mejor manera de reírse de los dos.
—Dios, Brooke. —Su amiga chasqueó la lengua—. ¿Qué coño vas a hacer?
—Nada. Me cae bien y lo estoy ayudando con un caso. Lo de acostarnos es solo... temporal. —Encogió los hombros.
¿Temporal? Dudaba bastante de esa afirmación. Con Danny, había encontrado ese punto entre la confianza y el desenfreno sexual. Dos veces, y en las dos había sido capaz de perder la noción del tiempo entre sus brazos, recibiendo cada uno de sus besos como una promesa de que el siguiente encuentro sería mejor. Hasta el momento, no la había defraudado.
—Entiendo que eches de menos el calor humano, Brooke, pero no creo que lo mejor sea... —Liberty sacudió la cabeza—. Meterte con el hermano de Alejandro te va a traer problemas.
—No voy a casarme con él —insistió Brooke—, ni vamos a celebrar la Navidad juntos, ni voy a ver los partidos de hockey en su salón. Follamos, y ya está. Y dudo mucho de que Talía se lo tomase a malas.
Por un segundo, Brooke dudó de si eso era cierto o no. ¿Y si Talía sí se enfadaba con ella? Alejandro lo había pasado francamente mal con el tema de su padre y su familia paterna, y el hermano al que jamás le habían permitido conocer a fondo. ¿Tendría que contárselo antes de que se enterase de casualidad? Cansada y con un dolor terrible de cabeza, de esos que te taladran el cráneo por más ibuprofenos que tomes, decidió apoyar la nuca sobre el respaldo del sillón y cerrar los ojos durante unos segundos. Dijeran lo que dijeran, las resacas después de los treinta pasaban mucho más lentos que las de los veinte.
—Si tú lo ves tan claro... —Los labios de Liberty se torcieron en una mueca de preocupación.
Brooke, intuyendo por dónde iban los tiros y lo que Liberty se callaba —tan común en ella en los momentos de máxima tensión—, abrió los ojos de golpe y se levantó de la silla con cada músculo de su cuerpo que pesaban una tonelada. «Por favor, que solo bebí un poco de vino», se quejó mientras se frotaba las sienes con las yemas de los dedos.
—Sé que te preocupas por mí, por mi corazoncito y por mi salud mental, pero te aseguro que entre Danny y yo no hay nada más allá de un colegueo sano. Somos adultos y nos lo pasamos bien juntos sin más pretensiones.
«Pero qué mentirosa —pensó Brooke—. También lo estás ayudando a desenmascarar al señor River y conseguir pruebas de sus infidelidades». Por no hablar que tonteaba con un chico espléndido en NextDoor, a pesar de que Danny colonizaba todos sus pensamientos y sus fantasías en los últimos días. ¿Qué clase de imagen daría desde fuera? ¿La de una mujer incapaz de centrarse en todos los aspectos de su vida? No, se negaba a sumirlo. Como mucho, eso solo la llevaba a ser consecuente con lo que su cuerpo y mente exigían, y no prometerle a Sherlock algo que no sería capaz de darle a la larga. Por más insinuaciones que le hubiese hecho a través de chat, la cosa se había enfriado notoriamente, véase por su parte y por la de él. Tal vez se le notaba en las palabras que andaba con las bragas por los tobillos por culpa del mayor accionista del bufete Walsh&Co., o que perdía el interés muy rápido con los hombres. O, sencillamente, era del tipo de mujer que se fija solo en los capullos que luego la abandonan a su suerte. «Dios mío, soy una de esas que se quejan de sufrir por amor, cuando solo se enamora de un gilipollas», reflexionó. Sus manos pequeñas, cálidas y algo sudorosas se deslizaron sobre su rostro, como si el hecho de frotarse con las palmas la ayudase a dejar de hacer el tonto en el ámbito amoroso.
—A mí no me molesta que estés con él —Libby se sinceró con su amiga. Con los codos apoyados en el mostrador y con un ramo a medio arreglar al lado, sus ojos recorrieron la figura menuda de una Brooke al borde del desmayo por no haber dormido nada bien—. Y, si te apetece invitarlo a la fiesta del sábado...
—¿Qué fiesta?
El suspiro de Liberty no ayudó a calmar su malestar físico ni a acallar sus inseguridades.
—El sábado celebramos el cumpleaños de Talía, ¿recuerdas? Y su vuelta a Boston.
—¿Primero me dices que deje a Danny porque Talía se puede enfadar y luego me incitas a llevarlo a su cumpleaños? ¿A ti qué te pasa? ¿Te han diagnosticado bipolaridad o qué?
—Antes que nada, la bipolaridad no es cambiar de opinión cada cinco minutos. Es una enfermedad muy jodida, y no deberías bromear sobre esta. —Su puntualización sonó demasiado punzante—. Y te digo que lo invites precisamente para que Talía sepa lo que hay, se lo tome de buen humor y Alejandro se alegre de tener a su hermano cerca. A lo mejor, eres el puente que une a esos dos.
—¿Un puente? ¿En qué sentido?
—Ya sabes: un puente es alguien con la capacidad de conectar a dos personas que, de no ser por ella, no hablarían ni se acercarían.
A Brooke se le escapó una risita nerviosa.
—Me empiezas a dar miedo. Hablas como si lleváramos saliendo una larga temporada y yo tuviese la oportunidad de solucionar sus dramas familiares.
Liberty se sacudió de encima todos los motivos que le impedían hablarle claro respecto al tema que trataban, se inclinó hacia ella, medio recostando el cuerpo sobre el mostrador, y la señaló con el índice.
—Hace mucho, mucho tiempo que te merecías conocer a alguien que valiese la pena. No conozco mucho a Danny, salvo por lo poco que hemos ido escuchando sobre él, pero tú no eres de las que echan un cable a la gente porque sí, Brooke. Y no, no te estoy llamando egoísta. Sé que eres una amiga de puta madre, capaz de hacer todo lo que esté en su mano para ayudar a sus amigos —aclaró antes de que ella le reprochase algo—. Y eso me induce a pensar que es un buen tío. Trabaja por su cuenta; no busca problemas con su padre y con su madrastra, a pesar de cómo lo tratan; y te has acostado con él en un par de ocasiones. Sea o no el elegido, creo que es un tío al que vale la pena integrar en el grupo, que hable con su hermano, lo conozca más a fondo y deje de estar más tieso que la cuerda de un violín cada vez que lo invitan a un evento así.
—El que sea buena persona ha sido fruto de la casualidad —se lanzó a defenderlo Brooke—. No me interesaba que fuese un tío legal el día que me acosté con él por primera vez. —La confesión le provocó un ligero vértigo—. A raíz de ello, me di cuenta de que vale mucho la pena.
Liberty apoyó la mejilla sobre la palma de su mano, sin apartar la mirada de ella.
—Te sacó de la cárcel y te echó un cable con Dereck, y es sincero contigo en todo momento. Según me has contado, no te ha prometido cosas que no vaya a cumplir o no sienta. ¿Qué más quieres?
—Sigo sin entender tu punto.
—Pues que tal vez es hora de que te olvides de las aplicaciones de citas y mires lo que tienes justo frente las narices, ¿no? —Liberty suavizó su expresión—. ¿No echas de menos estar en pareja? Por eso, te apuntaste a NextDoor, ¿verdad? Para conocer a alguien que no fuese un capullo y te hiciera vibrar desde dentro, desde el corazón.
De parte de cualquier otra persona, esa pregunta le habría sentado fatal a Brooke. No porque fuese mentira, sino porque odiaba ser tan clara como el agua. Ella se empeñaba demasiado en ocultar sus emociones bajo un sinfín de capas, y no soportaba que le expusieran los motivos por los cuales hacía esto o lo otro, uno por uno. Pero era Libby, y eso lo cambiaba todo. Liberty Sullivan podría haber sido parte del FBI si le hubiera dado la gana porque tenía un don para averiguar lo que pensaba y planeaba la gente que rozaba lo fantástico, como si leyese mentes y no se lo dijese a nadie para salvaguardar su maravilloso y jodido don. Y Brooke no encontró la manera eficaz de escaquearse a las evidencias.
—Sí, me apunté por eso, pero no es algo que haya ocultado. De hecho, pensaba acostarme con alguno de los primos de Talía y ver si me gustaba para algo más.
—No, no, si no me refiero a eso. Encontrar pareja hoy día es relativamente fácil si te conformas con lo primero que pasa. Pero tú quieres algo profundo y auténtico. Cuando rompiste con Phil, noté que te afectó más que otras veces. Normalmente, te irritas por no comprender el motivo de la ruptura, o te limitas a aceptarlo sin más y pasar página. Sin embargo, con él fue diferente. Es como si... —Libby sacudió la cabeza—. Como si te hubieses quebrado de alguna manera.
Vale, sí. Brooke comprendió que era mucho más fácil de leer de lo que pensaba. Eso, o Liberty, en su vida anterior, había sido una de las mejores hechiceras a las que habían quemado en la hoguera. Quizás hasta la habían prendido fuego precisamente porque nadie quería escuchar la verdad de sus labios. Con la ansiedad que le pellizcaba el estómago como perfecta compañía a su culpabilidad a la hora de jugar a dos bandas —si era que lo suyo con Sherlock había tenido futuro alguna vez—, Brooke se rindió a la realidad que la envolvía y confesó como si fuese el mismísimo FBI quien le estuviera cuestionando:
—Echo de menos enamorarme. Ya está: ese es mi gran secreto. —Encogió uno de sus hombros, como si eso le protegiese de alguna manera de sus pensamientos más ridículos y de su aspecto más vulnerable—. No me apetecía decirlo porque sé que suena muy tonto.
—¿Tonto? No, Brooke. Suena humano. Todas las emociones son válidas, hasta desear cosas. —Libby suavizó su expresión, mostrándose como esa mujer fuerte y dulce que todos conocían y admiraban—. Desear cosas es lo más normal del mundo.
—Ya, pero la gente anhela tener un coche, una casa, irse de crucero por el mediterráneo, conocer Disneyland... Enamorarse, no.
—Claro que sí. Si no quisiéramos amor en nuestra vida, sea del tipo que sea, no existiríamos. El amor es lo que nos mueve, Brooke. —Hizo una pausa—. El amor por la familia, por los amigos, por los hijos, por el trabajo, por la pareja... por todas esas metas que cumplir.
Brooke hizo una mueca que iba desde un mohín hasta un ligero puchero.
—¿Y qué? No busco amor en Danny. Nunca me ha movido esa intención con él. Sí, me encantaría tener el paquete completo, por tonto que suene. Durante años, nos han bombardeado con la idea de crecer, encontrar pareja y casarnos, para luego comprar una casita con jardín y ser felices. Todas tenéis eso. —Sus puños se apretaron ligeramente—. Y yo no, porque los novios me duran tres meses. Tres —repitió—, y ni uno más. Y ya no sé si es culpa mía o de ellos, o de los dos. O que tengo muy mal gusto con los hombres.
—El amor llega sin avisar, Brooke. —Su amiga abandonó la parte posterior del mostrador, se acercó a ella y le acarició la cara como lo haría una hermana mayor, a pesar de que Libby era un año más pequeña—. Te sorprende de lleno, como cuando te estás quedando dormida y de pronto tu pie da una sacudida, y te acompaña la sensación de haberte saltado un escalón. Tu corazón se acelera por unos segundos y, de pronto, ya no sabes si estás despierta o dormida, o en un punto medio. Pero lo sientes, aquí —le presionó el estómago con las yemas de los dedos, justo en el centro—, y también aquí. —Volvió a tocarla, esta vez en el pecho, en el lado izquierdo—. Y eso no se busca, sino que surge. Si de verdad quieres el paquete completo, debes estar alerta a las señales que suceden a tu alrededor. Es el único consejo que te puedo dar.
—¿Y si estoy demasiado ciega o demasiado borracha para verlas? ¿Y si me he saltado un montón de señales de ese tipo?
Liberty soltó una carcajada.
—Entonces, amiga mía, estás jodidísima. —Al ver su mueca, Liberty le dio uno de esos abrazos fuertes y cómodos que solo ella sabía dar. Brooke se relajó un poco—. Venga, no es tan terrible —insistió Libby—. Enamorarse es algo increíble. Y no hay nada malo en ti.
—Si eso fuera cierto, la gente no me dejaría a las pocas semanas. Es como si les absorbiera la energía o las ganas de vivir. Me hacen sentir como si mi presencia se asemejara a la de un tsunami o a la de un terremoto, que todo lo rompe y todo lo elimina.
—¿Y qué tiene de malo en caso de serlo? Las personas que salen de su zona de confort, que se divierten a pesar de las obligaciones y que le dan esa chispa a su vida sin importarle nada más son igual de válidas que las que son responsables y prefieren quedarse en casa. Mira —se acomodó sobre el mostrador, de espaldas a este—, nunca he querido decirte esto porque eres mayorcita y tú eliges a tus novios como mejor te parece (solo faltaba), pero la mayoría de ellos no hacían nada a tu lado. Eran monigotes. Creo que solo buscaban algo diferente de manera temporal y, cuando los sobrepasabas, te dejaban. Ellos habían estudiado en universidades increíbles, ganaban mucho dinero; sus coches relucían como si fueran nuevos y sus casas daban hasta rabia de lo grandes que eran. Sin embargo, ninguno se desenvolvía entre las personas del mismo modo que tú. Los eclipsabas, Brooke, con tu labia, con tu lado extrovertido y divertido, con esa pasión que te arde por dentro. Y a la gente no le gusta que otros sean mejores.
—Nunca lo he pensado de ese modo. Siempre creí...
—Solo es una apreciación —se apresuró a decir su amiga—, pero me da la impresión de que necesitas a alguien que valore tu sentido del humor y tu forma de vida a tu lado, no que busque una diversión temporal y se agobie pensando que lo vas a sobrepasar.
No quiso admitir que oírla decir esas palabras le sentó bastante mal, porque ella no era una mona de feria presentada en sociedad para que un grupo de personas —en este caso, hombres adultos y funcionales— se divirtiesen un rato a su costa y luego la olvidaran. Visto desde ese punto, sonaba horrible. Despectivo, incluso. Pero lo peor era que tenía mucho más sentido que todas las teorías que había elaborado en su cabeza en las últimas semanas.
—A este paso, nunca conseguiré una relación que valga la pena —dijo Brooke en voz baja, más para ella que para Liberty—. Soy como Carrie Bradshaw y su relación con Mr. Big. ¿Recuerdas la cantidad de gilipolleces que hizo en esa época? Tal vez los hombres me perciben igual que ella. —Se acercó al espejo que colgaba en la pared, sobre un aparador repleto de cactus, y contempló su rostro unos segundos, presionando los pómulos, el mentón y la nariz con los dedos—. ¿Y si me ven igual de desesperada y neurótica?
Liberty, detrás de ella, puso los ojos en blanco.
—¿Cómo te van a ver así? La cantidad de tonterías que sueltas a veces, cariño... —Se acercó y le dio un suave apretón en el hombro—. Mira, esto es muy fácil, al final de todo, ve y haz lo que tú quieras. Sigue acostándote con Danny o con el chico de la app, o juega a conocer a más gente. Lo que te haga sentir bien es lo que realmente importa.
Brooke no le replicó esta vez. Dedujo que tenía parte de razón. Si no buscaba el amor con tanto ahínco, quizás aparecería cuando menos se lo esperase, y con quien más la sorprendiera. Y, si no era con ninguno de los dos, ni con Danny ni con Sherlock, pues seguiría adelante, porque nadie se moría por estar soltero.
—Entonces, me tocará decirle a Talía que su cuñado viene a su cumpleaños —dijo Brooke, con una mueca resignada.
—Suerte con ello —le deseó Libby—. La vas a necesitar.