Capítulo 17

El cumpleaños de Talía se celebraba en la casa con jardín que tenían en alquiler desde hacía unos meses. Un espacio amplio, decorado con buen gusto y con un puñado de gente de lo más agradable. Solo por eso Danny no se quejó en ningún momento, ni siquiera cuando Talía le había lanzado un par de miradas cargadas de intensidad por la manera en que Brooke se le colgaba del brazo, se reía a su lado o le palmeaba el trasero con total confianza. Hasta ese día, ninguna mujer se había tomado la libertad de azotarlo como si fuese lo más interesante del mundo. Según su criterio, su culo era de todo, menos llamativo. Mientras que otros hombres lucían un par de nalgas prodigiosas, las suyas se ocultaban en los pantalones del trabajo y en vaqueros que le quedaban un tanto holgados. Pero Brooke no opinaba lo mismo, y, cuando menos se lo esperaba, ¡zas!, palmadita en las nalgas seguida de una risita divertida. De haberse tratado de otra mujer, la habría mandado a tomar viento fresco de inmediato. Con Brooke, no lograba imponerse porque, en el fondo de su ser, no le molestaba en absoluto el despliegue de confianza que mostraba con él. Cuando la confianza es plena entre dos personas, los actos como ese —o como limpiarle la comisura de la boca, o acoplarle el pelo detrás de la oreja— salen de forma natural. Y la normalidad le encantaba, igual que la rubia de armas tomar que le estaba dejando el culo rojo.

Lo que sorprendió demasiado a Danny fue que Talía ya supiera lo que había pasado entre ellos con anterioridad y no pusiera el grito en el silencio. Él no se lo habría tomado con tanta naturalidad, a la inversa de haber estado enterado de todos los dramas familiares de su pareja. Sí, no era tan tonto. Sabía de sobra que entre ellas dos se habían puesto al día una vez que su hermano y su mujer habían aterrizado de nuevo en Boston. No le pareció algo fuera de lugar. Devan y él cotilleaban también sobre cualquier tema de interés que se les presentara frente a las narices. Al final del día, nadie se libraba de ese momento Gossip girl, que te dejaba un regusto dulce en el paladar al despotricar de cualquier gilipollez que a otra persona se le hubiese ocurrido decir o hacer. La única diferencia —y lo agradecía muchísimo— era que ninguno pensaba acostarse con los demás en cuanto se pusieran a tiro. Danny jamás había entendido por qué en esa serie todos se liaban con todos sin orden ni concierto, hasta personajes que no encajaban por la personalidad de cada uno o por los planes de futuro. «El morbo y el sexo siempre ha vendido, hasta si carece de sentido», pensaba.

Lo que sí agradeció por encima de todo era que no estuvieran presentes tanto Ricardo como su nueva esposa. No quería lidiar con las miradas furiosas de su madrastra, o con los chasquidos de lengua de su padre. Se hubiera sentido muy culpable por dejar a Brooke plantada en la fiesta debido a sus dramas familiares, pero no los soportaba. Era superior a sus fuerzas.

—¿Te has visto la película de Cincuenta sombras de Grey antes de venir? —preguntó Danny a Brooke una vez que se quedaron a solas junto a la mesa de los aperitivos.

Ella pestañeó ante su pregunta.

—No, ¿por qué?

—Los azotes...

—Ah, eso... —Ella se mordisqueó el labio inferior, y dividió su atención entre los sándwiches de queso y la boca de Danny. A Brooke le costó discernir cuál de los dos le apetecía devorar antes—. El otro día, descubrí que tenías un culo de escándalo y ahora me dan ganas de azotártelo a menudo.

—Un culo de escándalo —repitió él con una de sus cejas enarcadas. Su expresión iba a caballo entre la diversión y el desconcierto. Si le preguntaban a él, su culo era lo más normal del mundo. Ni el yoga lo ayudaba a ponerlo duro como una piedra o con forma de melocotón. ¿Tal vez se estaba burlando de él? Danny no se mostraba disconforme con su cuerpo; lo aceptaba tal como era. Sin embargo, cuanto más conocía a Brooke, más se daba cuenta de que su manera de verlo lo ayudaba a cambiar la percepción sobre sí mismo.

—Sí, ¿qué pasa? Oye, lo decía en serio. Es que, con los trajes que usas, normalmente no te luces de verdad, pero lo que hay debajo me encanta. ¿Te ha molestado que te dé azotes? Ya lo imaginaba. Cojo confianza, y enseguida me lanzo a hacer cosas, sin replantearme que a la otra persona le pueda molestar.

—No me ha molestado, aunque preferiría ser yo quien te los diese a ti.

Brooke notó el rubor de sus mejillas. Ella, que jamás de los jamases se ruborizaba, en ese momento, parecía un tomate maduro. Se apartó de él, y le dio un manotazo juguetón en el hombro.

—Siempre piensas en lo mismo.

—Pienso en más cosas —le aseguró él—. Algunas son algo privadas, rubita, pero, si tanta curiosidad te causa...

Sí, claro que Brooke quería saberlas, pero no era el momento ni el lugar. Una fiesta de cumpleaños no se podía torcer de esa manera. De alguna manera, tenía que enfrentarse a sus hormonas revueltas, someterlas y que dejaran de molestarla ante la mínima insinuación. Joder, que no era una adolescente en pleno crecimiento, sino una treintañera en plena crisis emocional.

—Voy a por una copa —zanjó ella, nerviosa.

Danny se rio por la manera en que huía de él. No se lo tomó a malas, sino todo lo contrario. ¡Cómo le gustaba ser él quien le provocase ese tipo de emociones a la rubia que protagonizaba todos sus pensamientos del día!

Como se encontraba solo, Alejandro se le acercó por fin, y lo invitó a acompañarlo a la cocina a por una cerveza fría, puesto que ya no quedaba en el cubo con hielo del jardín. Danny aceptó, con la ansiedad que le picoteaba el estómago del mismo modo que haría una abeja. Estar a solas con su hermanastro lo hacía sentir inquieto, un tanto incómodo. Entre ellos, no existía ningún tipo de confianza, y eso se notaba a leguas.

—Así que... Brooke —dijo Alejandro de pasada, como quien comentaba que hacía mucho más calor en junio que en abril.

—¿Qué le pasa? —Danny frunció el ceño, incapaz de seguir el hilo de sus pensamientos. ¿Lo había buscado expresamente para charlar de la rubia? ¿Intentaría amenazarlo, cual hermano mayor, si le hacía daño? Después de todo, Brooke era la mejor amiga de su mujer, y le había dado la impresión de que eran un paquete inseparable. Si tocaban a una, las tocaban a las dos.

—Nunca pensé que alguien como tú terminaría con alguien como ella. Y no me malinterpretes —le pidió Alejandro, con la cabeza metida en la nevera—, porque es una tía de puta madre. Pero sois tan... diferentes.

«Como la luna y el sol», corroboró Danny. Todo el mundo se daba cuenta de ese asunto, y no comprendía a cuento de qué se sorprendían tanto. ¿Acaso todas las personas debían compartir una lista interminable de pasatiempos y gustos para atraerse? Porque él no cumplía ese requisito, ni se ceñía a esa norma absurda.

—Somos amigos, nada más —remarcó Danny.

Su hermano lo miró con una expresión que venía a decir: «¿Estás seguro de eso?». Danny se sorprendió de lo parecidos que eran, a pesar de no compartir madre. Ambos habían heredado el mismo tono castaño del pelo y los ojos, y la nariz pronunciada de Ricardo. El resto era obra y milagro de las mujeres que los habían traído al mundo. Y menos mal, porque Ricardo jamás había sido un hombre agraciado. «Hay cosas que no se pueden negar —pensó—. Ni que somos hermanos, ni que Brooke y yo solo compartimos un lazo de amistad».

—¿Intentas sacarme información para luego ir a contársela a tu mujer? Entiendo que es su amiga y le preocupa que le hagan daño, pero Brooke es mayorcita y sabe valerse por sí misma. Mi intención no es romperle el corazón —aseguró. Tampoco se hallaba en sus manos tal poder.

—No, no. Ni se me pasaría por la cabeza. —Alejandro se rio—. Te aseguro que las mujeres saben averiguar cosas que nosotros ni sospechamos. Es su arma secreta. —Bajó su tono de voz, con el brazo aún apoyado en la puerta abierta de la nevera—. Pocas cosas me asustan más que el sexto sentido femenino. —«Y que lo digas», pensó Danny, acordándose de su hermana Kara. Esa mujer había tenido que morir en la hoguera por bruja en una vida anterior. Cero pruebas, cero dudas al respecto—. Solo me preocupo por ti —añadió finalmente—. Brooke es... Bueno, es Brooke. —Encogió uno de sus hombros, y cerró la nevera por fin—. Juraría que no pega en absoluto con tu manera de ver la vida. Tú eres... más calmado, más centrado. Y ella...

—Brooke es divertida, sincera, trabajadora... ¿Qué le ocurre? ¿Acaso la detuvieron por robar bolsos? ¿Antiguamente se juntaba con los del Ku Klux Klan? Si ha hecho algo tan malo, dímelo claro. Las medias tintas no van conmigo.

Su hermano abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.

—¿Qué? ¡Ni de coña! Brooke debe ser la persona con más amigos racializados que conozco. Te lo juro, esa mujer es la relaciones públicas oficial de todos los pubs de Boston. —Alejandro se rio entonces—. Si un día sales de fiesta con ella, lo comprenderás.

No entraba en sus planes emborracharse hasta verse obligado a apoyarse en las paredes con tal de mantener el equilibrio. Prefería compartir otro tipo de situaciones con Brooke y su lengua afilada, y no... no se refería a la manera en que se quitaban la ropa y se devoraban el uno al otro. Danny gozaba mucho más de su parloteo incansable que de sus besos de ventosa, porque escucharla reír o hablar mientras gesticulaba con las manos lo ayudaba a vaciar su cabeza de cualquier pensamiento intrusivo que ella no protagonizase. Era su lugar seguro, ese momento del día donde todo lo demás dejaba de existir, y solo quedaban ellos dos.

—Valoro que te hayas animado a hablar conmigo a solas, pero preferiría que el tema central no fuese mi vida privada. Brooke y yo no somos la comidilla de la fiesta, ¿vale? Lo que sea que haya entre nosotros dos es cosa nuestra, y nadie debe opinar sobre ello.

—Y no lo hago. Vale, visto desde fuera, puede parecer el caso, pero a mí me da bastante igual que te acuestes con ella. —Alejandro le ofreció un botellín de cerveza—. Solo me ha sorprendido. A Brooke sí la conozco y sé qué clase de tíos le gustan. —«Los cobardes y los gilipollas; ya me lo ha contado», pensó Danny, destapando la cerveza para darle un largo trago. Permanecer mucho rato dentro de una cocina sin aire acondicionado y tratando temas un tanto delicados le provocaba muchísimo calor y le secaba la garganta—. Pero, si vosotros estáis a gusto, a mí me parece genial. —Alejandro esbozó una sonrisa—. Eso quiere decir que vendrás más veces a las fiestas que organicemos. —Danny notó una sacudida a la altura del estómago. No lo había visto venir. Pensaba que a su hermano le daba bastante igual su insistencia por mantener las distancias, incluso si ya no eran unos niños bajo la supervisión de sus padres. Sin embargo, se había equivocado. Otra vez—. Cuando viniste a mi boda, me alegré un montón —prosiguió Alejandro—. En serio. Mi madre puso el grito en el cielo, pero yo deseaba de verdad que estuvieras allí y que aparecieras en las fotografías. Para mí, era importante.

Danny no estaba muy seguro de si era el momento y lugar para hablar de según qué cosas, pero estaba visto que esas cosas no se elegían, sino que sucedían sin más, y tú debías fluir con ellas, como un pez arrastrado por la corriente. Le dio otro sorbo a la cerveza con la esperanza de disolver el nudo que se iba formando en su pecho y le imposibilitaba respirar con normalidad.

—Dicen que nunca es tarde si lo que quieres es empezar algo. A mí no me importa que hablemos más, Ale. Solo...

—Ya, mi madre. —Alejandro hizo una mueca—. Somos adultos. No es como si tuviéramos que quedar en un parque con ellas mientras están vigilándonos todo el tiempo, por si nos caemos de boca por el tobogán o nos tiramos de los pelos. Me conformo con ser capaz de tomar una cerveza contigo después del trabajo y reírnos de todas las cosas que no nos permitieron compartir cuando éramos pequeños.

¿Qué podía salir mal? Si Ricardo se quejaba, poco importaba a esas alturas de la vida. Los dos eran mayorcitos para elegir el camino que querían seguir. Además, Danny anhelaba formar parte de esa familia que Alejandro empezaría a formar entre esas cuatro paredes, con su mujer y con los niños que vinieran en el futuro. Estaba cansado de fingir que todo le daba igual y que se sentía cómodo a la hora de ocupar la mesa de los solteros. ¿Por qué no iba a intentarlo? Aunque saliera mal, aunque la gente se opusiera. «Pero será nuestra elección», decidió.

—Lo sé. Y me parece genial. —Danny sonrió con sinceridad. ¡Qué fácil sonaba así, entre esas paredes, sin que nada ni nadie influyese en ellos!—. Es más: creo que esto era lo que necesitaba.

—¿Reconciliarte conmigo?

—No. —Sacudió la cabeza—. Asumir que mi familia es mucho más amplia de lo que nuestros padres decían.

La sonrisa de Alejandro fue mucho más amplia y más cálida. Se acercó a Danny y le dio un corto abrazo.

—Eres más que bienvenido a este lugar siempre que te apetezca. Incluso, los días de partido.

—¿Fútbol americano?

—Obviamente, hermanito. —Alejandro le dio una palmada en la espalda antes de alejarse—. En esta casa, solo somos fans de dos deportes: el fútbol americano y la lucha libre. —Viendo cómo Danny enarcaba una ceja, añadió—: A Talía le encanta.

Danny alzó una de sus manos a modo de rendición.

—Nunca me metería en los gustos de nadie. Kara es superfan del animé, y nadie le dice nada. —Una sombra oscura cruzó la cara de Alejandro. Entre ellos dos, era mucho más difícil un acercamiento porque no compartía ni una gota de sangre con Kara, pero eso no implicaba que se llevasen mal—. Tú también eres bienvenido a mi familia, Ale —aseguró—. Solo necesitamos tiempo.

El tiempo lo curaba todo. O casi todo. También borraba el rencor y el dolor, y transformaba ciertas emociones en pura indiferencia. En el caso de ellos dos, hermanos por derecho, aunque demasiado obcecados en fingir lo contrario, solo quedaba un paso más: abrazar la nueva oportunidad que se les presentaba y luchar por que valiese la pena. De no ser así, iban a cabrear a demasiada gente para nada.

—¿Te apetece que te presente a un par de amigos? Sé que tuviste un pequeño encontronazo con Fred en mi boda. A veces, es un poco bocazas, pero no es mal tío.

—Quien le cantó las cuarenta fue Brooke, en realidad. Yo no abrí la boca.

Alejandro se rio entre dientes.

—Pues claro que fue Brooke. Esa mujer no se calla nada.

«Por eso me gusta tanto». Este pensamiento cogió a Danny con la guarda baja, lo que le provocó cierto cosquilleo en el abdomen. Echó un vistazo a través de la ventana y la ubicó rápidamente. Destacaba demasiado entre aquellas cabecitas de pelo moreno. Brooke parloteaba de lo más animada junto a un par de chicas, ajena a todo, así que Danny decidió abrirse un poco también, no ser el marginado de la fiesta:

—Vamos, seguro que Fred no es tan capullo como aparenta.

Alejandro lo guio hacia la mesa donde se reunían el resto de los invitados, y lo presentó a sus amigos, quienes, efectivamente, no pecaban de ser unos imbéciles.