—¿Qué tal la charla con Alejandro? —preguntó Brooke en cuanto regresó al lado de Danny un buen rato después. Ella se había quedado cerca de la mesa de los canapés, hablando con Liberty y luego con una excompañera del instituto.
Dado que Talía era una mujer muy extrovertida, conocía a un montón de personas desde que era una adolescente, y se llevaba a las mil maravillas con todas. A todas las invitaba a sus fiestas, y todas acudían sin importar nada más, como una especie de ritual. Incluso, en ese cumpleaños, habían decidido cocinar un brownie con un poco de marihuana. No para los invitados, sino para ellas, un pequeño grupo de cinco mujeres que se habían pasado los últimos diez años haciendo lo mismo. Lo acompañaban con un buen vino blanco y con la película de Cómo perder a un chico en diez días de fondo. Algunas tradiciones no merecían la pena romperse, y esa era una. Hasta Alejandro respetaba que su recién estrenada esposa pasara toda la noche celebrando su cumpleaños con las amigas a las que tanto quería, y ese postre tan peculiar. Una vez que transcurría ese día, ninguna volvía a consumir más marihuana, aunque una vez al año no hacía daño.
Brooke se había asegurado de que el plan seguía en marcha mientras Danny se escondía en la cocina, junto a su hermano, por un buen rato. No le había quitado la mirada de encima —tampoco le apetecía, si era sincera— en lo que sus amigas le narraban las últimas desventuras de la maternidad, un tema que ella no compartía por obvias razones. Sin embargo, en cuanto Danny se había quedado libre, ella se había disculpado con ambas y había ido a cotillear un poquito. Y a frotar la mejilla contra el pecho de Danny del mismo modo que haría un gato mimoso, pues también.
—Hola, rubita —la saludó él en cuanto la tuvo tan cerca que pudo acariciar su rostro con las yemas de los dedos. Brooke entrecerró los ojos ante su toque—. Bien. Hemos llegado a un acuerdo: a partir de hoy, nos comportaremos como verdaderos hermanos.
—¿Implica partidos de fútbol, alcohol y gritos? ¿Peleas por ver quién se lleva la porción de pizza más grande? ¿Y competiciones de eructos?
Danny se rio ante sus ocurrencias.
—Sí. —Danny se rio—. Creo. No estoy muy seguro de si sería capaz de algo así.
—Porque el bueno de Danny Walsh no es tan maleducado.
—¿Tú haces competiciones de eructos con Dereck?
—La verdad es que sí. Tendrías que escucharnos... Sabemos pronunciar el abecedario solo con eructos.
Él fingió que se estremecía ante esa imagen. Brooke le rodeó la cintura con los brazos en un gesto de lo más confiado e íntimo. Su barbilla se alzó un poquito, lo suficiente para contemplar el rostro del abogado favorito de los matrimonios fallidos en Boston. «¿Cómo voy a perderme esto? Si es... tan increíble», pensó. La tranquilidad que la invadía junto a ese hombre no se comparaba con ninguna otra cosa.
—Es mejor si nos saltamos esa parte, créeme. Te dije que el picante me sentaba fatal, ¿verdad? Pues es el único momento donde me dan gases.
Brooke le presionó el abdomen con los dedos de manera juguetona. Una de sus cejas rubias permanecía enarcada cuando dijo:
—Me cuidaré de no darte ni una sola gota de picante, por si acaso. Los ojos castaños de Danny se posaron sobre ella con la misma tranquilidad de siempre. Brooke notó esa mirada como una caricia muy íntima que él le regalaba en contrapunto a sus bromas. «Somos el tándem perfecto», se dijo—. ¿Estás contento? —consultó en voz baja. Nadie los molestaría mientras siguieran pegados a la mesa de los canapés, pegados el uno a la otra, sin prestar ni un segundo de atención a cualquier asunto que ocurriese en la fiesta.
—Mentiría si dijese que no. Echaba de menos esta facilidad de solucionar las cosas hablando sin más, como cuando éramos pequeños y solo teníamos que invitarnos a un par de caramelos para olvidar cualquier enfado tonto.
—Te sorprendería la cantidad de personas que están abiertas a dialogar si se lo proponen. Alejandro es un tío legal, como tú. Sabía que, tarde o temprano, volveríais a estar unidos.
Danny notó que el pecho le daba una sacudida al observar aquella curva en los labios de Brooke. Que esa mujer confiara tantísimo en él siempre lo desconcertaba y lo satisfacía a partes iguales.
—También se ha interesado por nosotros.
Brooke pestañeó, sorprendida.
—¿Qué le has dicho?
—La verdad: que eres una tía de puta madre —murmuró él.
Brooke solo logró disimular el temblor de sus manos al aferrarse más a él. Danny se inclinó cuando ella alzó la barbilla, buscando de manera intencionada un beso, un suave contacto entre sus bocas, que electrificó todo el aire a su alrededor y aceleró los latidos de su corazón, acompasándolos, del mismo modo que las notas de una melodía. Beberse a ese hombre, su aliento y sus gimoteos roncos le erizaba la piel como si estuviera en mitad de una tormenta de nieve, sin nada más encima que una fina camiseta. Hasta el aire le faltaba gracias al jugueteo entre sus lenguas, a los pequeños mordiscos que él le daba sobre los labios antes de volver a la carga, sin cederle un poquito de cuartel. Brooke hundió los dedos sobre los mechones cortos de su nuca. Todos sus sentidos se centraban en él, en ese hombre alto, que olía muy bien y sabía aun mejor. E intuía, a juzgar por cómo su cuerpo se derretía bajo las palmas de sus manos, que ambos eran dos gotas de lluvia que caían en el mismo charco y se fundían al fin. Pero también eran fuego, chispas que lo prendían todo a su paso. Las entrañas le ardían y, entre sus muslos, aumentaban el calor a medida que Danny exploraba su boca con la lengua, y su cuerpo con las manos. Caricias juguetonas, que rozaban su piel expuesta y le provocaban un cosquilleo de lo más placentero, o pequeñas palmadas en el trasero, que él le regresaba por fin. Brooke se obligó a alejarse un poco de él, sofocada y con las mejillas arreboladas. En los ojos oscuros de Danny, brillaba un intenso deseo que solo era un reflejo del suyo.
—¿Intentas seducirme, Danny?
—Pensaba que, de hecho, ya habías caído a mis pies —repuso y, acto seguido, se relamió los labios en una invitación que no pasó por alto.
Brooke se rio de manera ahogada. «Maldito, deja de poner en riesgo mis bragas, por favor», susurró.
—Ya te gustaría. Conmigo, hay que currárselo mucho más. Te recuerdo que no beso sapos si sé que no van a convertirse en príncipes.
—Supongo que por eso te han salido ranas todos. —Danny creyó que se habría pasado con el comentario nada más decirlo. Fue algo fortuito, unas cuantas palabras expulsadas al azar. Brooke seguía tocada por el hecho de que los hombres la abandonaban al poco de empezar la relación, y él se burlaba de ello. «Es que eres imbécil, tío», pensó—. Lo siento —añadió de inmediato.
Sin embargo, ella no se lo tomó a malas. En realidad, su expresión lobuna le recordó que esa rubia siempre jugaba con ventaja.
—¿Estás postulándote para príncipe azul, Danny?
—¿Yo? En absoluto. Me queda fatal el traje —aseguró—. Prefiero ser el bardo que cuenta historias en tabernas, ukelele en mano.
—Pero si no te sabes ninguna interesante, fantasma.
—¿Quién dice eso? Me conozco todos los trapos sucios de los divorciados bostonianos a los que representé. Créeme... Hay para una saga de ocho libros, con varios spin-off y hasta una serie de televisión. Juego de tronos está acabada. ¿Quién quiere una silla hecha de espadas cuando puede pasarse un año peleándose por un Chevrolet de los años noventa todo descolorido?
Las carcajadas de ella retumbaron contra el pecho de él.
—Algún día podrías contarme algo jugoso.
—Es información clasificada, como la del Área 51.
—No me extrañaría nada que hubiese extraterrestres entre nosotros. Siempre he pensado que mis padres no eran muy normales. —Danny estuvo a un segundo de decirle que no necesitaba tener una familia normal. ¿Quién vivía en un hogar alegre y estándar? ¿Los ricos? ¿Los testigos de Jehová? ¿Angelina Jolie? Como abogado que se veía obligado a exigir acuerdos entre padres que se tiraban los trastos a la cabeza mientras sus hijos estaban delante, ponía la mano en el fuego a que cualquier familia, sin importar sus creencias o el dinero de su cuenta corriente, guardaba un esqueleto en el armario—. Lo de antes... ¿iba en serio?
—Sí, rubita. Totalmente en serio.
—¿Por qué crees que soy de puta madre?
—¿Te has visto? Entraste a mi vida a revolucionarla, señorita Mathew. Es cruzarme contigo y saber que me enseñarás algo nuevo, o divertido, o ambas cosas. Me gusta tu risa, tu sentido del humor, lo valiente que eres, que nunca dejes de lado a tus amigas y a tu familia, y tengas la paciencia suficiente para intentar comprender las cosas a tu alrededor sin caer en los brazos de la rabia o de la impotencia.
Brooke ignoró el revoloteo traicionero de su abdomen a propósito. Cualquier mariposa que quisiera emprender el vuelo en su interior terminaría fulminada antes de mover siquiera las alas. Tragó saliva, dispuesta a calmar el temblor de sus manos, que continuaban ancladas a su pelo castaño y suave.
—Tampoco te vengas tan arriba, intento de príncipe azul. Por muy larga que sea la lista de cualidades que intentas endiñarme, los dos sabemos que solo te llamo la atención porque soy capaz de borrar ese ceño fruncido que luces a todas horas —bromeó ella.
Danny ladeó una sonrisa, que le confirió un aspecto más desenfadado y juvenil.
—Tampoco lo pretendía, Brooke. No le he hecho la pelota a nadie en mi vida —reconoció—, y no es mi intención empezar hoy. Solo digo lo que pienso.
De un segundo a otro, alguien los empujó con suavidad. Una pequeña mano se aferró al bajo del vestido de Brooke y comenzó a tirar de este para llamar su atención. Nada más girarse los dos hacia abajo, se encontraron con Hope, la hija de Liberty, y sus mejillas manchadas del chocolate de la tarta.
—¿Qué haces aquí, Hope? —Brooke se apartó de Danny para así coger una de las servilletas de la mesa y comenzar a limpiarle la cara—. ¿Dónde está tu madre?
—Ha ido al baño. —La pequeña miró al imponente hombre que se encontraba junto a ellas—. ¿Quién es, Brooke?
Danny se derritió por completo con ella. Su tono de voz, el rubio de su cabello recogido en dos coletas, las miradas curiosas que le dedicaba y la manera en que pronunciaba el nombre de Brooke —más similar a broken— lo ganaron por completo. Cada pedacito de su corazón se ablandó ante la presencia de aquella criatura que se esforzaba por no hacer muecas mientras la rubia le restregaba el papel por las mejillas y la barbilla.
—Se llama Danny.
—¿Y es tu novio? —La pequeña se rio por eso.
—No, es un amigo.
—Pero los niños y las niñas no pueden ser amigos, solo novios.
—¿Quién ha dicho eso? —preguntó Brooke con calma—. Claro que somos amigos.
La pequeña miró a Brooke y luego al abogado, al cual saludó con la mano.
—Me llamo Hope, tengo cinco años y me gustan los koalas, dibujar girasoles y no tengo papá. Pero mamá dice que él siempre me acompaña, aunque no lo vea, porque está en el viento. ¿Tú también tienes un papá de viento?
Danny se hubiese arrodillado frente a Hope de no ser porque se vería muy dramático. Sin embargo, aquella niña había logrado encandilarlo sin remedio. Se acuclilló frente a ella, y le limpió la última mancha de su barbilla con el pulgar, acto que la hizo reír. Él sonrió como acto reflejo.
—No, el mío sigue aquí. Pero tu mamá tiene razón, ¿sabes? Hay personas que son viento y no te sueltan jamás.
Hope asintió en señal de comprensión.
—Brooke y tú sois novios, ¿a que sí? —Se rio la pequeña—. Mamá lo dijo antes.
Brooke boqueó igual que un pececito fuera del agua. «La mato —pensó, y le lanzó una mirada furibunda a Liberty en cuanto la encontró en medio del gentío de la fiesta—. Bocazas».
—¿Tú crees que a Brooke le gustaría ser mi novia? —consultó Danny.
La pequeña asintió de nuevo.
—Si sois novios, tendréis bebés, como Talía y Alejandro. Mamá dice que la gente que se quiere mucho tiene bebés, montones de bebés. —Alzó los brazos, como si quisiera abarcar todo el jardín con ellos—. Me gustaría tener primos con los que jugar.
«Liberty, te mataré por dos y enterraré tu cadáver donde no lo encuentren jamás», pensaba Brooke, cada vez más abochornada. Hope tenía incontinencia verbal, igual que ella, y eso la empujaba a vivir una situación de lo más retorcida. Lo peor era que Danny ni siquiera se alteraba. Cuanto más lo miraba, más se daba cuenta de que se le caía la baba con aquella niña de cinco años más espabilada que todas las cosas. «Por favor, Hope, no sigas insistiendo con el tema. Danny y yo jamás tendremos bebés», rogó para sí.
—Seguro que serías una prima increíble —afirmó él—. Enseñarías a los bebés a montar en bici, a colorear, tus dibujos favoritos...
A medida que Danny relataba aquello, los ojos de Hope se abrían más de lo normal, brillantes como dos estrellas.
—¿De verdad? —Danny cabeceó en señal de asentimiento—. La niña, emocionada al límite, se lanzó hacia Brooke y la abrazó por las piernas. Ella casi se cae hacia atrás del impulso, mas logró reponerse y acariciar sus cabellos con las yemas de los dedos—. Ten bebés pronto, porfa —pidió la niña—. Quiero ser la prima mayor.
Brooke, aún desconcertada y avergonzada, le dedicó una mirada a Danny de lo más confusa. Él se limitó a sonreír y encogerse de hombros, lo cual acrecentó las dudas dentro de ella. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Era una indirecta? Con el corazón en la garganta, Brooke se apartó de Hope y le ofreció la mano.
—¿Vamos con mamá? —le propuso la rubia.
Hope se despidió de Danny:
—Hasta otra, novio de Brooke.
«Y dale», pensó. La aludida resopló y se la llevó hacia donde estaba Liberty, sin saber cómo sentirse. Sus piernas temblorosas, junto a su pulso acelerado, no le permitió relajarse ni cuando le explicó a Hope que no podía decir que eran novios sin ser cierto.
—Pero te ha besado —se quejó la niña por el camino—. Los que se besan son novios.
Si ella supiera... Brooke había besado a tanta gente que ese gesto ya no le reportaba casi ninguna emoción positiva, excepto con Danny. Él sí que la agitaba por dentro y por fuera, quemándole el corazón, inundándola de calidez y pasión. Cuando su boca se posaba sobre la suya, el mundo giraba más lento. Y eso sí era una realidad.
—Es mejor que esto quede como un secreto entre nosotras —le dijo Brooke entonces a la niña—. ¿Vale?
—¿Por qué?
—Porque Danny es tímido y no quiere que nadie sepa que tiene novia. ¿Nos guardarás el secreto?
Hope frunció el ceño, asimilando sus palabras. Finalmente, asintió con la cabeza.
—Vale. Pero tienes que bailar conmigo.
Brooke se rio por su manera de regatear.
—Me parece un buen trato. —Le ofreció la mano y Hope la estrechó de inmediato—. ¿Vamos?
Las dos se desviaron de su camino principal y se dirigieron a la mesa, donde estaba uno de los amigos de Talía pinchando la música que sonaba en la fiesta. Brooke le pidió una de las canciones más icónicas de la historia: la que cualquier mujer, sin importar su edad, debería bailar al menos una vez en su vida. «Girls just wanna have fun», de Cyndi Lauper, se adueñó de todo el jardín. Brooke agarró a Hope de ambas manos y comenzó a bailar con ella mientras la niña de cinco años se reía por los gestos que hacía su compañera. Fueron las primeras en colonizar la improvisada pista de baile junto a los altavoces, pero enseguida las siguieron más personas, incluida Liberty. Momentos como ese, donde todo parecía ir en orden y donde los problemas quedaban relegados a un lado, valían más que todo el oro del mundo. Brooke los atesoraba como si fuese el mejor botín que una mujer como ella podría obtener. Y es que, cada vez que se juntaba con sus amigas y con aquella niña que la miraba con sus grandes ojos, vivaces y cálidos, el corazón amenazaba con estallarle de tanta felicidad.
Lo que Brooke no llegó a ver, debido a la música y a las risas de sus acompañantes, fue la manera en que Danny la observaba desde el otro lado del jardín, con el semblante relajado y con un extraño hormigueo en las yemas de los dedos. Tal vez no llegaban a ser novios, como afirmaba Hope tan tranquilamente, pero entre ellos ya existía una conexión que iba mucho más allá de la simple amistad. Porque la manera en que Danny se la comía con la mirada nada tenía que ver con dos amigos que disfrutaban de una fiesta. Sin embargo, había los que se negaban a comprender lo que su corazón gritaba y se colocaban la venda en los ojos a propósito, como si así fuesen a controlar mejor los impulsos de ese órgano capaz de marcar el compás de todo: la vida, la muerte y el amor.
***
Un par de horas después, Danny se despidió de todos. Cayó la noche casi tan repentinamente que ninguno de los presentes se había percatado de que la fiesta llegaba a su fin. La tarde había sido muy agradable, incluso para Danny. Él había llegado a conversar un poco más con su hermano, había conocido a Liberty —y había comprendido de dónde venía la sinceridad aplastante de Hope— y había pasado un rato más a solas con Brooke, bebiendo cerveza y riéndose por casi cualquier cosa.
Con ella se sentía de nuevo ese adolescente que nunca había sido, el chico que buscaba atención constante a su alrededor y nunca la encontraba, y, por tanto, se limitaba a sobrevivir, sin quedarse demasiado tiempo en ningún lado. ¡Cómo cambiaban las cosas de un instante a otro! Diez años antes, su rutina consistía en ir y venir de la universidad, salir con Devan y, posteriormente, con Rita. Ellos dos habían llenado sus recuerdos de buenos momentos, pero de también malos. Excepto Devan, claro. Él solía ser bastante más consecuente con sus palabras y con sus actos. Brooke le enseñaba otras cosas, mucho más interesantes y profundas. Ya no sentía ese intenso deseo de huir, de esconderse en su despacho, de trabajar hasta tarde y, luego, vuelta a empezar. Por primera vez en mucho tiempo, Danny no pensaba en los casos que lo esperaban sobre la mesa, sino en volver a olisquear la fragancia que desprendía Brooke y oír su risa cantarina. Separarse de ella esa noche le había costado más de lo que pensaba admitir en voz alta. Mas ella, en su línea de desestabilizarlo, le había dado un beso de quitar el aliento antes de prometerle que le escribiría al día siguiente, cuando tuviera un descanso entre las citas con las novias que la aguardaban.
Nada más cruzar la cocina con la idea de pillar una botella pequeña de agua para el camino, lo interceptó Talía, su cuñada. Ella se había dedicado a guardar los canapés sobrantes, el resto de la tarta y algunos platos más que no tuvo el placer de degustar. Sus ojos hicieron contacto de casualidad. Talía sonrió con cariño y dejó lo que estaba haciendo para contemplarlo con esos ojos grandes, muy expresivos. Danny pensó que aquella mujer era un libro abierto, tan fácil de leer, que no lo sorprendieron sus próximas palabras:
—Oye, no he tenido oportunidad de darte las gracias por venir. Alejandro ha estado eufórico todo el día. —Su expresión se suavizó—. Y me ha comentado lo que habéis hablado. Gracias, de verdad. Para él, era importante.
Danny encogió los hombros. No necesitaba que le agradecieran ese tipo de cosas tan naturales. Dos hermanos que se reconciliaban debía ser el pan de cada día hasta en las mejores familias, solo que ellos dos habían llegado algo tarde.
—No es nada, de verdad.
La sonrisa de esa mujer le caló en el pecho. Se le incrustó entre las costillas, igual que una flecha recién disparada.
—Gracias igualmente. Para Alejandro, siempre ha sido muy importante que estuvieras presente en cada uno de nuestros momentos más importantes. —Talía posó una mano sobre el antebrazo de Danny con una confianza que le supo agridulce—. Seguro que él ya te lo ha dicho —sonrió—, pero eres bienvenido cada vez que te apetezca. Esta es tu casa también.
Danny tragó saliva cuando un calorcito de lo más agradable se extendió por todo su pecho. «No quería momentos emotivos, pero los acepto», transigió.
—Lo sé. La mía también tendrá las puertas abiertas para vosotros.
En cuestión de unos segundos, Talía rodeó la isla y le dio un corto abrazo, uno sincero. Danny cerró los ojos mientras el contacto duró entre ellos, sin saber muy bien qué esperar de aquello. Los rencores y los miedos no se borraban en cuatro horas y media, pero había prometido esmerarse para no escapar de nuevo, para no sentirse sobrepasado por los acontecimientos. Todo el mundo merecía una segunda oportunidad... hasta que un juez dijese lo contrario.
—Toma, llévate esto —le dijo Talía en cuanto se apartó, ofreciéndole un recipiente pequeño de cartón con tapadera de plástico que había encima de la isla—. Es un poco del pastel que ha sobrado hoy. Brooke me pidió que te diese un poco para que lo compartieras con tus compañeros del bufete. Menos mal que no te has ido antes de llevártelo.
Danny se lo agradeció con una sonrisa. Cogió la bandeja con la misma sensación que si hubiese ido a la fiesta de cumpleaños de algún compañero de clase y le regalasen una bolsa de chuchería de consolación.
—Gracias. Les diré que van de tu parte.
Talía le guiñó un ojo y le dio la espalda para continuar recogiendo todo aquel desorden. Danny se alejó unos pasos, preguntándose si aquello era lo que uno sentía cuando formaba una familia de verdad, cuando elegía a los miembros que la conformaban. ¿Ese calor que recorría cada partícula de su ser significa que estaba haciéndolo bien?, ¿que pasaría a menudo? Echó un último vistazo a la cocina, a su cuñada y a la gente que aún quedaba en el jardín, y decidió que sí, que quería estar allí.