Capítulo 22

Brooke se sumergió en una época de lo más placentera. Si bien continuaba con la idea de encontrar el amor, dicho pensamiento no la asaltaba tan a menudo como un tiempo atrás para avasallarla como una abeja molesta. Por el contrario, se dedicaba íntegramente a disfrutar de las bodas que estaba planificando y de quedar con Danny casi todos los días. Intercalaban una cita con otra: restaurantes, cine, paseos por los centros comerciales, las clases de yoga... y, alguna que otra noche, se quedaba a dormir con él. El hecho de recuperar sus bragas solo fue el principio de aquel mes en que parecían más que amigos. Mucho más si le preguntaban a ella, aunque eso no le quitaba de encima la pegajosa sensación de que él solo buscaba complicidad sexual en ella. Tanto se comía la cabeza con eso que Talía la regañó una tarde.

—Si quisiera solo meterse en tu cama, no te ayudaría a salir de la cárcel ni te invitaría a dormir con él. Si casi nunca os tocáis —le recordó ella—... ¿Cuántos polvos habéis echado en el último mes?

—Tres. Pero es que nos centramos más en disfrutar de otras cosas.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Sus sentimientos.

Ese era el mayor conflicto de Brooke. Le daba la impresión de que se estaba aferrando demasiado a Danny. Si él la invitaba a comer, ella iba corriendo y se quedaba incluso más tiempo del necesario para seguir charlando sobre cualquier cosa. Y, si él la acurrucaba entre sus brazos después de cenar, ella se dejaba arrastrar como si nada, disfrutando de su compañía y su calor. No tenía ningún sentido. ¿Cómo iba a jugársela de esa manera? Que Danny fuese un tipo encantador no lo convertía en el amor de su vida. Tampoco es que ella pretendiese hablar de amor. Esa palabra le provocaba mareos. Sin embargo, le molestaba bastante que él hubiese resaltado esa química sexual entre ellos —que no era una ilusión, después de todo—, y no la confianza que se tenían fuera de la cama. Y, por más que tratara de buscarle una explicación lógica, siempre llegaba al mismo punto: su corazón era el problema. Explicárselo de esa manera a Talía solo le ayudó a que su amiga le dijese un «Ten cuidado, anda», que la dejó con un humor de perros una tarde entera.

Cuando ya daba por hecho que no mejoraría su día, apareció Danny. La invitó a un restaurante italiano que había abierto su sede hacía poco. Le sonaba que era de una franquicia que provenía directamente desde Italia.

—¿Te das cuenta de que te ofrecen una mesa mucho más discreta porque piensan que soy tu amante? —le murmuró Brooke nada más cruzar la puerta—. O una prostituta a la que le has pagado.

Danny se rio bajito a su lado.

—No digas tonterías. ¿Quién pensaría eso de ti?

—Bueno, no me molesta si me lo dices tú, pero solo en la cama —bromeó. Él le dio un beso en la sien, que la desestabilizó demasiado. Ese gesto no la ayudó a relajarse mientras el camarero le ofrecía la carta y Danny le contaba que se tomaría unas vacaciones más que merecidas en agosto, y que le encantaría hacer un viaje con ella. Un fin de semana en cualquier lado.

—Las Vegas —dijo ella sin pensarlo demasiado—. Apostamos en el casino y nos acoplamos en cualquier mesa a cotillear los dramas de los demás.

—Me da la impresión de que terminaríamos arrestados por escándalo público.

—Tranquilo, cariño. Ni se me ocurriría montármelo delante de todos.

—A ti no te hace falta enseñar ese precioso culo para que te detengan. Podrías encararte con algún segurata del casino, gritarle a alguien por colarse en la fiesta o simplemente robar panecillos del buffet del hotel.

Brooke arrugó la nariz, fingiendo enfado.

—¿Por qué piensas tan mal de mí? No es como si la policía tuviera mis huellas a estas alturas.

Cenaron con tranquilidad y regresaron a casa un poco pasados de copas. Brooke aprovechó ese momento para preguntarle lo que llevaba corroyéndola desde hacía unas semanas. Mientras Danny se quitaba la ropa, con las mejillas algo arreboladas y con el pelo que le caía por la frente, ella lo interceptó:

—¿Crees que solo tenemos química en la cama?

Él la miró con el ceño fruncido.

—¿A qué te refieres?

—Pues a eso: a lo que te he preguntado. Si solo me ves como una buena compañera de cama.

—Si esto es una pregunta trampa...

—No, es una pregunta normal que me gustaría que respondieras.

Danny suspiró.

—Creo que eres una tía increíble, Brooke, dentro y fuera de la cama. Me gusta pasar tiempo contigo, hablar, reír, comerte a besos...

—Pero ¿me ves como algo más? Ya sabes: amiga...

—Sí, claro. ¿A qué viene esto?

—Es que... —Se mordisqueó el labio inferior, y le entró tal ataque de vergüenza que decidió no seguir adelante—. Olvídalo. Estoy borracha y no sé ni lo que digo.

Él no se lo tragó. Tomó sus manos y la obligó a sentarse en sus piernas.

—Sabes que me puedes contar lo que sea.

—No es nada, en serio.

—¿Segura?

Brooke asintió con la cabeza y sonrió para que se le pasara aquel estado de confusión. «Tendría que haberme callado —pensaba—. No va a decirme que me quiere o algo semejante». Si él sintiera algo por ella, ya se lo hubiese dicho.

***

Brooke no había pegado ojo a causa del temita que seguía carcomiéndola como si de un ácido se tratara. Le hubiera encantado poner en off su mente, silenciarla por completo, pero fue imposible.

Kara se presentó en casa de su hermano a la mañana siguiente. Los pilló a ambos enredados, con la sábana que los cubría y, gracias a cualquier presencia divina, también vestidos. Ella despertó a Danny con un suave empujón en el hombro. Su hermano la enfocó a duras penas, y se asustó de verla allí, sin avisar siquiera.

—¿Qué cojones...?

—¿Para qué tienes tu el teléfono? Veinte llamadas y ni una sola respuesta.

—Lo pongo en silencio cuando duermo —se quejó él, frotándose los ojos con los dedos—. ¿Qué quieres?

—Esta madrugada hubo un incendio en casa y han tenido que evacuar todo.

Él se levantó de golpe. Casi se mareó, y todo. Con el corazón en la garganta, más por el pánico a que hubiera pasado algo muy malo que por el hecho de brincar de la cama sin terminar de abandonar el reino de Morfeo, agarró a su hermana de los hombros y la zarandeó suavemente.

—¿Cómo que hubo un incendio?

—Los bomberos creen que se debió a un cable pelado o a un enchufe que estaba mal. Pero no les ha ocurrido nada. Solo ha sido el susto y...

—¿Y? —La instó él.

Kara bufó.

—Se ha quemado casi toda la parte este. Van a tener que tirar todo, pintar de nuevo y redecorar.

—Joder —masculló él—. ¿Papá y mamá?

—En un hotel mientras se disipa el humo. Pero no respondías al teléfono y... —echó un vistazo a la cama—. ¿Nueva novia?

—Es una amiga.

—Ajá —dijo su hermana—. El caso es que deberías pasar a verlos y echarles un cable. Papá ha perdido todos los informes de sus casos, sus premios, su colección de libros... Está un poco disgustado.

Danny tragó saliva y asintió.

—Allí estaré en un rato. Gracias por avisarme.

Kara sacudió la cabeza. La relación entre ellos continuaba tirante, pero eso no le impediría darle una mano o contarle lo sucedido, incluso si, para ello, se veía obligada a usar la llave de repuesto y colarse en su apartamento de buena mañana.

—Nos vemos luego.

Danny la acompañó hasta la puerta y se quedó unos minutos allí, con la frente apoyada sobre la superficie. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no escuchó cómo Brooke se le acercaba y lo abrazaba por la espalda. Él se tensó por inercia.

—¿Todo bien?

—No, la verdad. Mi hermana se acaba de ir.

Brooke, con el ceño fruncido a pesar de que él no pudiese verla, lo abrazó un poco más fuerte, como si tuviera la impresión de que lo necesitaba con urgencia.

—¿Habéis vuelto a discutir?

Danny negó con la cabeza. Le costó unos segundos girarse y mirarla a los ojos. Ambos seguían con una expresión somnolienta, el pelo revuelto y los párpados algo hinchados, pero nada de eso importó.

—Anoche se quemó una parte de la casa de mis padres. Creo que debería ir a verlos.

—Espero que no haya sido nada grave.

—Excepto por las cosas materiales, diría que no.

Brooke se relajó un poco. Las pertenencias de una persona, por mucho cariño que se les tenga, siguen siendo reemplazables. Sin embargo, las personas en sí, la familia, no. Y ella se alegró de que no hubiese ocurrido una desgracia.

—¿Quieres que te acompañe? —sugirió ella—. A verlos —añadió ante su ceño fruncido.

—¿No te importa?

Ella estuvo tentada a darle un manotazo por tal despliegue de idiotez.

—No, Danny. Eso hacen los amigos. —La palabra le quemó en la lengua, como si fuese una condena para ambos.

Danny se acercó y besó su frente. Un beso repleto de cariño, de cercanía, de intenciones que no se podían decir en voz alta sin comprometerlos, pero ella ni siquiera se había percatado del alivio de su mirada nada más aceptar ir con él a la que era la casa donde había crecido.

—Nos duchamos y vamos —le dijo él en voz baja—. Gracias, Brooke. —Un nudo en su estómago la acompañó mientras se metía debajo del chorro de agua templada, se vestía y desayunaban un rápido café casi en silencio. Brooke no quiso tensar mucho la cuerda porque intuía que Danny necesitaba algo de espacio. Hasta que no comprobase el estado de sus padres, no se calmaría, y ella, nerviosa por otros motivos, tampoco. Iba a conocer a los padres de Danny, y no estaba muy segura de si eso era algo bueno o algo malo, o si cambiaría algo entre los dos después de aquello. Fue Brooke la que se encargó de conducir hasta allí una vez Danny se aseguró de que sus padres se encontraban en casa, y no en el hotel donde habían pasado la noche. La casa de los Walsh era enorme, con un jardín precioso y con una piscina bastante grande. Un par de perros grandes, de pelaje marrón y orejas caídas, los recibieron de lo más emocionados. Danny les rascó detrás de las orejas nada más bajarse del coche—. Son Rosi y Gobo —le explicó él.

—¿Les habéis puesto nombres de los Fraggles? —se cachondeó ella.

—La mejor serie de mi infancia. —Cabeceó él—. Es que eran muy feos cuando los rescatamos de la calle, pobrecitos. Pero míralos ahora. —Le dio una palmadita en el lomo a Rosi—. ¡Qué preciosos son! ¿Verdad que sí?

Ambos perros los siguieron por el camino de gravilla. Brooke temió caerse de boca un par de veces por los empellones emocionados de los canes. Excepto por ellos dos, no había nadie más en el exterior, si bien olía muchísimo a quemado y se escuchaba bastante jaleo en la parte de atrás.

—Danny, cariño —dijo una mujer nada más entraron—. Qué bien que has venido.

—Hola, mamá. —Danny le dio un sonoro beso en la mejilla—. ¿Cómo estáis?

—Disgustados y un poco preocupados. Los bomberos dicen que es probable que la estructura se venga abajo en esa zona de la casa. Tenemos que ocuparnos de unas cuantas cosas antes de volver a rehacer todo. —Tomó una pausa, y fue entonces cuando sus ojos castaños, grandes y expresivos se fijaron en la rubia rezagada—. ¿Tu nueva secretaria?

—¿Qué? —Danny se giró hacia ella—. No, no. Es Brooke Mathew. Es una amiga.

La palabra se repitió en la cabeza de Brooke hasta la saciedad. Amiga, amiga, amiga. Con un sabor amargo en el paladar, estrechó la mano que le tendía la mujer.

—Margaret Walsh, encantada. —Una cálida sonrisa curvó los labios de la señora—. ¿Queréis tomar un poco de té? En el jardín no hay humaredas, ni techos que amenacen con caerse.

Danny asintió, y Brooke los siguió por un largo pasillo hasta la cocina. Le temblaban muchísimo las piernas; las manos le sudaban; y sentía el corazón en la garganta. Sin embargo, no entendía por qué reaccionaba así, por qué le jodía ser nada más que una amiga para Danny.