Gabriel Walsh era un hombre increíble. Alto, atractivo, con el pelo entrecano y con un sentido del humor muy peculiar. Nada que ver con Danny, quien pecaba de ser más tranquilo y mucho más comedido a la hora de mantener una conversación. Pese a sus claras diferencias, y a no compartir ni un lazo de sangre, sí que se parecían en otras cosas. Por ejemplo, Danny y su padre se reían en el mismo tono, sabían de leyes más que nadie, soltaban chascarrillos de juzgados, bebían las mismas cosas y usaban los mismos trajes. Fueron detalles en los que Brooke se había fijado a lo largo del día.
Empezaron tomando un té en el jardín y hablando de lo ocurrido. Margaret estaba un poco inquieta por todo lo que habían perdido en el incendio, recuerdos que jamás recuperarían, aunque los bomberos se encargasen de evacuar la zona. Danny trató de tranquilizarla, hablándole de todo un poco y luego contándole cómo le iba con los juicios. Brooke escuchaba con atención, sin intervenir. De vez en cuando, Gobo y Rosi se acercaban a ella e intentaban que jugase con la pelota llena de babas. Eran dos perros grandotes y muy mimosos, y ella, que jamás había tenido mascota por culpa de sus padres, se quitó la espinita lanzándoles el juguete una y otra vez.
Un rato después, tanto Gabriel como Kara, la hermana de Danny, se unieron a ellos. Pudo comprobar que, pese a los lazos de sangre, la genética había sido mucho más amable con Kara. Esa mujer era impresionante: alta, atlética, de piel bronceada y ojos penetrantes, y, por si no fuera poco, su voz era muy llamativa. Un poquito ronca, pero le recordó a la de artistas como Amy Winehouse. No es que Danny fuese feo; simplemente, era más sencillo: la nariz, grande; los labios, algo carnosos; ese pelo, indomable, que casi siempre se apartaba de una pasada de la mano; y algún que otro lunar juguetón, que salpicaba su cara. Si alguien le hubiese preguntado si creía que eran hermanos, hubiese dicho que no. Lo único que compartían era el color y forma de los ojos. Nada más. No obstante, Kara fue bastante amable con ella. No la trató como si fuese una acoplada en una situación familiar delicada. Decidió sentarse junto a ella y explicarle un montón de anécdotas de su hermano, desde la vez que se había declarado a una de sus amigas, con diez años, a aquel día en el que se había caído de la bici y se había roto las dos paletas, y habían tenido que llevarlo al dentista para que se las arreglase.
—¿De quién fue culpa eso? —Danny le echó en cara a su hermana. Su tono era jocoso—. ¿Quién me jodió los frenos?
—Solo fue una broma. Nunca imaginé que podrías caerte de esa manera —se defendió ella, con una sonrisa lobuna en la cara—. Además, te ahorraste unos cuantos días de clase.
—Me gustaba ir a clases.
—Bueno, pero a mí no.
—No hace falta que jures eso —dijo Margaret entre risas.
El ambiente entre ellos era tan distendido, tan acogedor... Brooke se sorprendió muchísimo por lo unidos que estaban y por lo cómodos que se sentían hablando de todo un poco. Daba igual si salía a relucir un tema delicado, porque ninguno de los cuatro ponía el grito en el cielo. Ella llegó a sentir algo de envidia. Aunque Darla y Gabriel eran unos padres increíbles, y amaba a su hermano por sobre todas las cosas, no se juntaban a charlar. El matrimonio Mathew prefería luchar contras las injusticias del mundo antes de asumir que eran dos personas normales y corrientes, con dos hijos increíbles a los que no les prestaban ni un poquito de atención. Finalmente, se quedó a comer con ellos, más por inercia que porque le apeteciera. Se sentía un tanto incómoda, como si fuese una intrusa que veía algo indebido.
Estaba claro que Danny adoraba a su familia. A esa, a la de verdad. Su otro padre, su hermanastro Alejandro y su madrastra no eran más que la sombra de la maravillosa estampa que tenía frente a sus narices. No le aportaban absolutamente nada, porque ya poseía un hogar donde acudir cuando las cosas se pusieran feas. Ese pensamiento reforzó su idea de formar una familia propia, llenar un hogar de calor, de confianza, de comprensión. Que su pareja no se marchase a los tres meses, como si ella fuese un lastre que sacarse de encima cuando ya no le aportaba nada. Joder... si hasta quería hijos, un par de ellos, con el pelo rubio y sonrisas desdentadas, pero felices como nadie. «Es increíble la crisis de los treinta. Lo mismo quieres irte de fiesta sin tener resaca durante tres días que pasar por un embarazo», pensó, con un nudo en la garganta.
En cuanto la comida terminó —Brooke jamás recordaría que habían hablado en ese rato—, Danny le pidió que lo acompañara a ver el estado del despacho de su padre. Hacía rato que los bomberos se habían marchado y por fin podrían ver si todo era un puñado de cenizas, o había algo que salvar.
—¿Te aburres mucho? —consultó él sin disimulo alguno.
Brooke sacudió la cabeza.
—¿Por qué lo preguntas?
—Siempre hablas por los codos, y hoy no has pronunciado palabra.
—Eso es porque yo no me sé las anécdotas de tu infancia. —Ella encogió los hombros.
—Venga, rubita. Sé que hay algo que te carcome por dentro.
—Unas ganas terribles de zamparme algo con chocolate —bromeó.
Se detuvieron al llegar al despacho, y Danny silbó por el color negro intenso que habían adquirido las paredes tras el incendio. Olía fatal: a leña quemada y productos químicos. Todo lo que había por el suelo, desperdigado sin orden ni concierto, no era más que montones de carbón.
—No te vayas a comer nada de aquí, que no es chocolate.
—Ja, ja. Me parto contigo. —Brooke le dio un suave empujón con el codo—. Habéis perdido cosas importantes, ¿verdad?
—No lo creo. Fotos, libros... Esas cosas son materiales.
—A las cosas materiales también se les coge cariño.
—Lo sé. —Danny cabeceó, parado a su lado—. Encariñarnos con objetos y personas es complicado. Después se van, y ya no sabes cómo afrontar la pérdida.
Brooke lo observó por el rabillo del ojo.
—Asumiéndolo, dando por hecho que en tu cabeza no desaparecerá nada. Los recuerdos no se los lleva el fuego.
—Eso espero. Me daría mucha pena olvidarme de ciertas cosas que me han hecho muy feliz.
—¿Algo remarcable? —se atrevió a curiosear.
—Diría que sí, pero aún no lo sé. —Se quedaron en completo silencio. Eran dos personas que tenían una acumulación de palabras en la punta de la lengua, pero que se negaban a decir en voz alta por miedo a las represalias y a lo que pensaría el otro. Fueron diez minutos de absoluto silencio. Brooke escuchaba los latidos de su corazón en sus oídos como un pitido incesante. No entendía por qué hallaba tanta paz en ese instante, por qué Danny no se movía o le pedía algo... lo que fuera—. En este despacho, estaban todos mis libros de derecho, mis diplomas, algunas fotos de mi época universitaria y mis viajes con Devan. Pensaba que me dolería ver todo esto reducido a cenizas, pero siento paz.
—Desprenderse de todo aquello que ya no nos hace falta también es necesario.
—¿Eso crees? No estoy muy seguro de si me pesaban, pero mis padres estaban orgullosos de ello, de lo que había logrado.
—¿Acaso dejan de existir los éxitos cuando se destruyen las pruebas físicas? Apuesto a que tus padres seguirán orgullosos de ti. Se les ve en la cara y en el cariño que transmiten sus gestos.
—Te has fijado, ¿verdad? —Danny sonrió con cierta nostalgia—. Al principio, nada más empezar la relación, odiaba a Gabriel. Lo odiaba tanto. Pensaba que sería como mi padre de verdad, que nos abandonaría en cualquier momento para irse con otra mujer y formar otra pareja. Sin embargo, entonces, nació Kara, y todo cambió. Los miedos dejaron paso a una felicidad y una tranquilidad que no sentía antes. —Brooke apoyó la cabeza en su hombro, contemplando aún todo aquel desastre. En algunas ocasiones, todo debía derrumbarse para dejar paso a algo nuevo, a algo mejor, a un nuevo camino por el que andar mientras se alcanzaban ciertas metas. Se preguntó si Danny aspiraba a seguir saliendo en los periódicos gracias a su gran labor como abogado o, por el contrario, aspiraba a ser juez, entrar a un grupo político o, simplemente, jubilarse antes de tiempo. Nunca le había cuestionado al respecto pero, en el momento en que él le rodeó la cintura con un brazo y se apoyó en ella —seguramente mientras asimilaba la pérdida de ciertos recuerdos—, decidió que nada de eso encajaba con él, que Danny era un hombre sencillo, directo, pasional y muy familiar. Probablemente, solo buscaba tener esa familia unida que veía en sus padres y que lo había salvado de caer en las garras del resentimiento—. Creo que me salvó el hecho de tener una hermana pequeña que se pareciera tanto a mí y fuese tan diferente a la vez. No sé si hubiera podido lidiar con la soledad o con el silencio. Kara fue el mejor regalo que pudo haberme dado mi madre y Gabriel. Por eso, seguí sus pasos y me hice abogado. Pensé que le devolvería un poco de lo que él me había dado.
—Espero que por lo menos te gusta defender a la gente. Si no, acabarás calvo y amargado a los cuarenta.
—¿Con barriga cervecera?
—Y un pase VIP al club de streap tease.
Danny se rio con energía, y Brooke decidió que era el mejor sonido de todos.
—Gracias por venir, Brooke. No hubiese sido capaz de lidiar con este cúmulo de emociones sin alguien en quien apoyarme.
—Pensaba que pesarías más pero, de momento, vamos bien —bromeó ella en un intento por aligerar el ambiente—. Kara es una tía muy guay, y tus padres son un encanto —murmuró—; no me ha costado nada estar un rato con ellos. Además, esa camiseta de Garfield te queda genial.
—No ibas a dejarlo pasar, ¿verdad? —Él suspiró.
Brooke, con una ceja enarcada, se giró un poco para mirarlo.
—Ni de coña. Estaba cansada de verte con tus camisas blancas y tus corbatas horteras. En serio, necesitas un fondo de armario nuevo.
—No me quejaré si eres tú quien me hace compañía mientras me gasto mis ahorros en ropa más llamativa —bromeó.
A pesar de la oscuridad que reinaba en esa habitación, mediante la luz del sol que penetraba a través de las ventanas del pasillo, pudo contemplar la emoción y tranquilidad que bailaban en los ojos castaños de Danny, como si de verdad estuviera en la zona de confort en la que optaba por quedarse toda la vida, bien acompañado y feliz de su elección. Poco importaba si había cambiado los esmóquines por unos vaqueros y una camiseta del gato naranja más famoso, porque seguía siendo él bajo toda aquella ropa: Danny, con sus lunares, la cicatriz de apendicitis y ese cuerpo atlético que no soportaba una hora de yoga sin terminar sofocado como si hubiera corrido durante horas. El que sonreía cuando ella soltaba algún comentario fuera de lugar, le besaba la frente o la nariz, la abrazaba por las noches y la incluía en todo, sin excepciones.
Brooke sabía que no la había invitado porque necesitaba a alguien en quien recostarse mientras decía adiós a una etapa de su vida que ya solo permanecía en su mente. Lo había hecho porque la veía como una parte más de su día a día, una extensión de su rutina. Le había abierto las puertas de su círculo social y confiaba en ella como para contarle lo que se le cruzaba por la mente, por extraño que fuera, y aquellas emociones que le embargaban cuando no era más que un chaval confundido por el abandono de su padre. Y fue en ese momento, cuando él le apartaba un mechón rubio de la cara, que lo notó con fuerza. La certeza de que enamorarse de verdad nunca entraba en los planes de una persona. Sucedía sin más, como todas las cosas buenas y malas de la vida. Ninguna elección te empujaba hasta ese instante, salvo sostener la mano de una persona y fluir junto a ella. Todo lo demás era pura suerte. Con un cosquilleo cálido en el pecho —no supo si de alegría o pánico, o de ambas cosas—, Brooke cerró los ojos, y permitió que el roce de sus dedos borrase cualquier atisbo de intención por su parte. No pensaba hablar de ello en voz alta. No quería joderlo todo.
Cuando Talía le había dicho que se casaba y ella se había probado su vestido de novia, un poco por las risas, nunca había imaginado que la asaltaría un intenso deseo por casarse con el hombre de su vida, el que de verdad se quedase a su lado y la hiciera feliz sin importar nada más, que no se marchase a los tres meses, como si fuera una maldición. Sí, deseaba tanto formar una familia como seguir avanzando en la vida. Por eso no comprendía cómo la mesa de los solteros la había llevado hasta ese momento, en el que descubría que estaba perdidamente enamorada de Danny Walsh. Si eso no asustaba, entonces, no habría nada más que le provocase pánico absoluto.
—Supongo que no me queda más remedio que lidiar contigo también en el centro comercial. —Brooke rompió el silencio, nerviosa como nunca antes. ¿Y si Danny notaba algo?—. Por lo menos, me invitarás a cenar, ¿no?
—Claro que sí, rubita. La mesa de los solteros siempre nos espera.
«Ojalá que no —pensó—. Ojalá que fuese una mesa de dos enamorados y nada más». Sin embargo, eso no sucedería. Sería muy raro que ese hombre la quisiera de vuelta. Tal como le había ocurrido con los demás, se cansaría de ella a los tres meses. Y, para que eso ocurriera, solo faltaban dos semanas.