Capítulo 24

La boda de Sarah Michelle Jones fue un éxito rotundo. Brooke había conseguido que todo estuviera en orden, que no fallara el cáterin ni las flores y que la madre de la novia no metiera sus narices en asuntos que no le incumbían. Ella fue invitada de honor, pero se había negado rotundamente a formar parte de la mesa de los solteros por quinta vez consecutiva. Se había prometido dos cosas a sí misma: que encontraría al amor de su vida y que no acudiría a más bodas como una solterona sin remedio. Poco o nada le importaba a Brooke cómo sonase, si era caprichosa o una inmadura sin remedio. Cada una afrontaba la crisis de los treinta como bien podía, y Brooke se había cansado de no saber qué era el amor de verdad, compartir con una persona tu día a día, enfados y reconciliaciones, risas y lágrimas, sexo maravilloso y, en definitiva, una relación sana que durase mucho más que tres meses. Por eso, no había aceptado más encargos aparte de los que ya tenía entre manos. Con cinco novias a las que organizarles la boda ese verano tenía más que suficiente... un tiempo precioso que emplear en elaborar celebraciones acordes a lo que le sugerían. Incluso, una de las parejas que habían contactado con ella le habían hecho saber que su fiesta se basaría en Juego de tronos, y cada invitado acudiría vestido acorde a la casa que le tocase en el sorteo. Se le había antojado tan original que Brooke se esforzaba a diario en encontrar costureras capaces de copiar el vestido de novia de Daenerys Targaryen. Por si eso no le robase ya suficientes horas al día, también se encargaba de Dereck y sus clases de fútbol, de vigilar que Liberty no cayera de nuevo en las garras de la soledad y de conseguir un poco de información de Mara River. Todo eso mientras Danny y ella mantenían, cada vez más seguido, conversaciones a través de mensajes.

Por la tarde, nada más cerrar la tienda, acudía a FreeSoul a ayudar a su madre y ver si Mara hacía algo fuera de lugar. Y, aunque Darla le insistía en que dejase de comportarse como si formara parte de la CIA, Brooke no había desistido y había continuado acercándose a la mujer que heredaría una fortuna gracias a su divorcio si se demostraba que su marido sí le era infiel, con la intención de descubrir un hilo del que tirar. No era que Danny le metiera prisa, pero, a veces, le dejaba caer que lo agobiaban las visitas de esa clienta, y ella, por muchas risas que se echara en clases de yoga con él, terminaba siempre en el mismo punto: «Tengo que ayudarlo».

Y, por fin, a mediados de julio, lo logró. Ese día le había tocado supervisar un nuevo grupo de meditación mientras su madre acudía al médico por unos intensos dolores de cabeza que no se le pasaban con nada. Brooke le había prometido que seguiría la guía que le había dejado encima de la mesa de la clase. Cuando todos estuvieran alineados sobre las pequeñas alfombras, ella les iría recitando las frases que le había remarcado con bolígrafos de colores, en perfecto orden y con voz pausada.

Mientras se paseaba por la habitación descalza, un tanto amorriñada por las incontables frases cliché que repetía como si fuese un mantra, su teléfono móvil interrumpió la hora de meditación, y varios de los presentes le dedicaron una mirada furiosa. Ella se disculpó de inmediato, cogió el móvil y salió al exterior. Era una de las novias con las que trabajaba, la de la boda que imitaría a la típica fiesta universitaria que tanto mostraban las películas de Hollywood. La traía por la calle de la amargura. No obstante, Brooke pensaba en que su trabajo era ese, después de todo: soportar todos los caprichos de los novios a cambio de una suma de dinero. Paseaba por el largo pasillo con la mirada fija en el techo o en cualquier objeto que llamara su atención mientras Janet, su clienta, le relataba su intención de colocar guirnaldas plateadas en lugar de carteles que anunciaran el enlace. Nunca había pensado que, al doblar la esquina, vería a Mara River meterse en el despacho de su madre sin hacer apenas ruido. Brooke frunció el ceño. ¿Qué hacía allí la señora River? Si su madre ni siquiera se encontraba en el centro. Detuvo sus pasos casi de inmediato y le soltó una excusa a Janet para avisarle que no le quedaba casi batería, y que ya la llamaría en un rato. Nada más haber colgado, se encaminó hacia la sala por la que había desaparecido Mara y entró como si nada. La mujer que tantos dolores de cabeza les provocaba últimamente —a Danny, sobre todo— se dedicaba a abrir y cerrar cajones, y a rebuscar por el despacho con una rapidez inhumana.

—¿Qué demonios ocurre aquí? —preguntó Brooke, con una ceja alzada. Mara River se sobresaltó al escucharla. Devolvió el libro que sostenía a la estantería y le clavó la mirada encima, furiosa por la intromisión. Sin embargo, no habló—. Mi madre no está, ¿sabes? Y dudo que le agrade saber que una de sus clientas se dedica a rebuscar entre sus cosas. ¿Pensabas robarnos? La caja fuerte ni siquiera está en esta sala.

—¿Y para qué querría yo el dinero de esa zorra? Lo que necesito de ella es otra cosa —escupió la señora River.

Brooke no daba crédito a sus palabras. ¿Acababa de insultar a su madre?

—Dime ahora mismo qué haces aquí, o me veré obligada a llamar a la Policía.

—Hazlo, me da igual. —Mara encogió los hombros. Por fin se venía abajo su pose de mujer rica y soberbia—. Pero no voy a abandonar este despacho hasta que encuentre lo que necesito.

—¿El número del psicólogo? —ironizó Brooke.

—Pruebas, querida —corrigió Mara, y le dio la espalda para continuar con su caza.

Brooke, con un músculo que le palpitaba en la mandíbula, se lanzó hacia ella y la retuvo a la fuerza. Forcejearon unos segundos antes de que Mara la empujase hacia atrás. En los ojos de la última, brillaba una ira que no era natural, como si hubiera acumulado demasiado rencor en los últimos meses. Y, para Brooke, eso no tenía sentido alguno.

—¿Qué te ha hecho mi madre? ¿Negarte un descuento? Mara, tú no eres así.

—¿Sabes cómo no soy tampoco? Imbécil —soltó, sofocada. Su rostro enrojecido solo era el preludio de ese enfado que iba ganándole terreno a las dos—. Veo que ni siquiera sabes nada.

—¿Sobre qué?

La sonrisa torva de Mara le provocó un nudo en el estómago.

—Mi marido lleva acostándose con tu madre desde hace un montón de tiempo. Más de un año, si mis cálculos no están equivocados.

Brooke reaccionó riéndose.

—¿Mi madre? ¡Venga ya! Si ni siquiera soporta a los empresarios.

—Dudo mucho que la haya empujado el dinero. Mi marido es generoso en la cama y sabe complacer a una dama en muchos aspectos. No es de dudar que muchas se le hayan acercado con otras intenciones todo el maldito tiempo.

—Y resulta que se lía con mi madre, ¿no? —Brooke se cruzó de brazos, sin creerse una sola palabra—. Una jipi que fuma porros cuando se aburre. Pero ¿en qué cabeza cabe?

Mara repasó la superficie de la estantería que tenía a su lado con las yemas de los dedos, como si buscara limpiar una mota de polvo imaginaria.

—No entiendo muy bien los motivos, si te soy honesta. Es lo que intento encontrar: la manera de ligarlos a ambos y que digan la verdad de una vez. Me he cansado de acudir casi cada día a este sitio con la esperanza de hallar una pista, por pequeña que sea, que me ayude a ganar la demanda de divorcio —reconoció—. Me he cansado de esperar por mi libertad. La quiero de inmediato y, así llames a la Policía, me encierren entre rejas y me prohíban entrar aquí de nuevo, seguiré peleando por aquella.

Con un nudo aún más pronunciado que le pellizcaba el estómago, Brooke se hizo la pregunta del millón: ¿esa mujer estaría diciendo la verdad? ¿Sería alguna especie de delirio o su madre, de verdad, se liaba con un señor capaz de comprar media ciudad sin quedarse en números rojos? No tenía ningún sentido. Sin embargo, una mujer como Mara no ganaba nada mintiendo. Si estaba allí cometiendo un delito, debía ser por algo. Y eso fue lo peor de todo: darse cuenta de que dudaba de su madre.

—¿Qué esperas conseguir aquí? ¿Fotos de los dos?

—Tal vez. Un mensaje, un correo, algo que falte en la que era mi casa y ella se haya traído. No lo sé —dijo Mara, con los puños apretados—, pero me vale cualquier cosa a estas alturas.

—Nada de lo que dices guarda sentido con...

—¿No? Tu madre lleva fingiendo enfermedades desde hace un buen tiempo, Brooke. Te llamabas así, ¿verdad? —No esperó a que ella asintiera con la cabeza y prosiguió—: Dolores de espalda, de cabeza, un resfriado repentino, una alergia muy fuerte... Dice a todos que se ausentará ese día para acudir al médico pero, en realidad, se encuentra con mi marido en casa, a escondidas, para dar rienda suelta a su pasión. Lo descubrí de casualidad. Un día se dejó un pendiente en el sofá, uno con forma de árbol. Parecía artesanal, y no me costó demasiado descubrir que los hacían a mano y los vendían en una página web local. Pensé que sería alguna jipi de las que acudían a manifestaciones contra el cambio climático o algo así —se rio sin ganas—. Pero nada más lejos de la realidad. Hice un pedido y me llegó un panfleto de FreeSoul, un centro de yoga y meditación, con spa y con una cafetería magnífica. En la foto, salía una mujer con el pelo larguísimo, muy guapa, y con un par de pendientes con forma de árbol. —«Dime que es una broma, dime que es una broma», suplicó Brooke, a cada segundo más sobrepasada por el asunto—. Quizá era pura casualidad, pero es que también se olvidó un anillo en casa y unas bragas. Pequeñas cosas que iba encontrándome cuando regresaba a casa de mis reuniones de trabajo. ¿Sabes cómo se siente que tu marido te llame histérica a sabiendas de que llevas la razón? El muy cabrón me espetó que veía fantasmas donde no los había, que esas cosas serían de las muchachas del servicio, pero yo sé perfectamente a quiénes pertenecen.

—¿Y dónde están tus pruebas?

—Él me las arrebató. Me echó de casa y presentó una demanda de divorcio injusta —largó con rabia—. Pretende arrebatarme una parte de lo que me corresponde porque se siente por encima de todos.

—Aunque fuese verdad lo que dices..., ¿qué más te da el dinero? —cuestionó Brooke. Su cabeza se embotaba cuanto más avanzaba en esa conversación surrealista—. ¿Tanto necesitas vivir de tu marido?

—Oh, no. —Mara se rio con ganas—. El dinero me da igual. Podría mantenerme con lo que gano, pero me parece injusto que un tipo como mi marido se salga con la suya y le destroce las ilusiones a la siguiente que se case con él. Necesita un escarmiento, y yo voy a cobrármelo al atacarle donde más le duele: su patrimonio. —Por más vueltas que Brooke le diese, no alcanzaría ningún punto en el que tuviera sentido toda aquella situación. Si realmente su madre se estaba acostando con Oliver River, significaba que era una infiel, una mentirosa, y que le daba igual fingir delante de todos con tal de meterse en la cama de un empresario archiconocido. ¿Cómo la enfrentaría después de eso? ¿Sería capaz de mirarla a la cara cuando ya había descubierto su secreto? Brooke se apoyó en el escritorio, mareada y confusa, presa de un enfado descomunal. Todas las enfermedades que Mara había relatado no eran ninguna mentira; su madre sí se había quejado de todo eso en los últimos meses. Esos anillos y esos pendientes eran de ella. ¡Si hasta los vendía por Internet! ¿Cómo dudar de Mara con toda esa lista de motivos que le acababa de plantar frente a las narices?—. Sé que irás corriendo a contárselo a tu madre, pero necesito una prueba, Brooke. Así que llama a la Policía y permíteme seguir buscando algo, lo que sea, antes de que lleguen —casi suplicó.

La rubia negó con la cabeza, sin saber qué decir ni qué hacer. Le importaba tan poco a esas alturas que Mara rebuscase entre las pertenencias de su madre... Solo quería salir corriendo y fingir que no sabía nada, que se aferraba a una idea absurda y que finalmente Danny conseguiría ayudar a esa mujer sin necesidad de implicarla. Pero era demasiado tarde. Todo se había venido abajo sin control alguno, y a nadie le sentaba bien descubrir que su madre le era infiel a su padre. Sin pronunciar una sola palabra más, Brooke abandonó el despacho. Ni cerró la puerta. Caminaba como un zombi, aletargada. ¿Qué debía hacer a partir de entonces? ¿Llamar a la Policía? ¿Sacar a Mara de allí a empujones? ¿Omitir cualquier tipo de información y que se las apañaran ellos?

No se había percatado de que su madre aparecía por la puerta justo en el momento que ella levantaba la cabeza. Darla le dedicó una mirada furiosa al verla allí parada, sin hacerse cargo de la clase de meditación, aunque Brooke la ignoró por completo. Contemplaba a su madre y no la reconocía en absoluto. Todo en ella parecía nuevo y viejo a la vez: el mismo pelo, la misma expresión ceñuda, esos pendientes que tanto amaba, los anillos, el vestido blanco... Sin embargo, esa mujer era una mentirosa, una infiel, y había hecho daño a varias personas por el camino.

—¿Por qué no estás dentro con los alumnos? ¿Es que te has vuelto loca? ¡Nos pagan bastante por esto, Brooke! —Su madre chasqueó la lengua.

Brooke se detuvo delante de ella, con los brazos a los costados y con el corazón pesado.

—¿Te estás tirando a Oliver River? —Fue su única pregunta.

Darla retrocedió como si ella le hubiese propinado un bofetón. Abrió y cerró la boca varias veces, haciendo muecas ridículas. Brooke esperaba un rotundo no, una mala contestación e incluso una carcajada irónica, mas no aquello, no su silencio. Eso fue respuesta suficiente. Pasó por su lado, sin mirarla a la cara ni una sola vez más, y se encerró en los vestuarios.