Darla apareció en su apartamento esa misma noche. Brooke hubiese preferido no enfrentarse a ella tan pronto. Le daba muchísimo miedo descubrir la verdad, la de su madre, la de Mara y la de todas las víctimas de esa relación clandestina. Es que no lo comprendía: ¿qué la había empujado a ello? ¿Tan infeliz era que necesitaba meterse en camas ajenas para recuperar la chispa? La dejó pasar porque no pensaba alargar más el asunto. Tarde o temprano le tocaría lidiar con aquel secreto que se le clavaba desde dentro, igual que una espina.
—¿Te importa si me sirvo un poco de té y hablamos? —consultó su madre.
—Tú misma. —Brooke señaló la cocina—. Te espero en la terraza.
Brooke vivía en un apartamento pequeño y acogedor, sin demasiados muebles ni adornos, perfecto para ella. El balcón era amplio y estaba decorado con plantas que Liberty la obligaba a llevarse de vez en cuando, con la única intención de darle color a su vida. Como no había que regarlas a menudo, no corrían el riesgo de marchitarse o de robarle mucho tiempo. Se acomodó en el pequeño sillón de madera y esperó a que su madre fuera. Darla dejó la bandeja con la jarra de té frío, los vasos y el azucarero en la mesa unos minutos más tarde. Bajo el manto nocturno que cubría Boston a esas alturas, su vestido blanco resaltaba muchísimo, como si fuese un fantasma que desplegaba sus lamentos. Darla sirvió un poco de té para ambas, se sentó en el otro sillón y aguardó a que su hija rompiese el silencio, pero Brooke se negó en rotundo a pronunciar una sola palabra. No había nada que decir por su parte, salvo un triste «¿Por qué?».
—Espero que entiendas que esto es delicado —empezó Darla— y que no puedes decírselo a nadie. Mis decisiones y las consecuencias que puedan reportarme es asunto mío.
—¿En serio me estás diciendo que me quede calladita mientras te tiras a otro hombre? —Brooke no daba crédito—. ¿Te has vuelto loca?
—Hablaré con tu padre cuando sea el momento. Tú no pintas nada en los asuntos de mi matrimonio.
Brooke pestañeó varias veces. Tenía la impresión de estar despertando de un largo letargo y no saber muy bien dónde estaba.
—Así que admites que eres una adúltera.
—¿Gano algo negándolo? Por supuesto que mantengo una aventura desde hace unos meses con Oliver River. —Darla suspiró—. Nunca pensé que su mujer se paseaba por mi centro con la intención de buscar pruebas de nuestra relación. Me lo ha confesado hoy, en mi despacho, y me he sentido un poco extraña.
—Joder matrimonios es lo que quieres —repuso Brooke con ironía—. Al final, te entran cargos de consciencia.
El resoplido de su madre la irritó sobremanera.
—Es complicado mantener un matrimonio toda la vida, Brooke. Hay altibajos, enfados, rupturas temporales, alejamientos... Y también hay cosas buenas, por supuesto. No estoy diciendo que tu padre y yo vayamos a divorciarnos.
—No te va a perdonar esto.
—Oh, claro que me lo perdonará. Del mismo modo que yo le perdoné su desliz con Uma Stone, la vecina. —Había tanta calma en su voz, tanta serenidad, que Brooke no comprendía nada. Su madre relataba aquella cadena de infidelidades por parte de ambos como si se tratase de algo normal, una experiencia más en el matrimonio. Tragó saliva para aplacar el intenso deseo de vomitar que sentía. Sus manos permanecían frías y estáticas sobre sus rodillas mientras procesaba todo aquello sin estallar cual bomba—. Brooke, no era mi intención decepcionarte.
—Siempre me decepcionas —la interrumpió ella— con todas esas cosas raras que haces. Te dio igual cuando te dije que no quería ir a la universidad, como si hubieras dado por hecho que no llegaría a nada desde el mismo día que el médico me había puesto en tus brazos. Cuando era pequeña, te suplicaba para que no me llevaras con la dichosa niñera, que me obligaba a comer espinacas y me hacía llorar al decirme que jamás volveríais a por mí. Tuviste que verme la lengua verde y con falta de vitaminas para creerme. A Dereck no le haces ni caso. Ni siquiera sabías que era gay, que le gusta su mejor amigo, que se distrae en clases por ello y que siente una gran ansiedad al intentar comunicarse contigo. Ni siquiera va a estudiar lo que tú querías —soltó—, sino diseño de videojuegos. Es lo que le apasiona, y lo sabrías si dejaras de pensar en ti y en el medioambiente. El cambio climático va a seguir siendo un problema, aunque te manifiestes frente al ayuntamiento con tus amigos. Lo importante lo tenías en casa, conmigo, con papá y con Dereck. Sin embargo, te encanta husmear en otros lados y fingir que no eres Darla Mathew. —Brooke negó con la cabeza—. ¿Por qué lo haces?
—Os quiero más que a mi vida. Me pasé muchos meses en tratamientos hormonales para tenerte. Sabes que eras lo que más deseaba en el mundo.
—Pero no respondes a mi pregunta.
—¿Qué pretendes que te diga, Brooke? Oliver y yo nos cruzamos de casualidad, nos caímos bien y saltó la chispa. Hay veces en la vida en que la pasión despierta entre dos personas, te consume y te vuelve irracional. Bajo todas estas capas de piel, sigo siendo una mujer con ganas de compartir muchas cosas. Sin embargo, tu padre y yo solo somos compañeros. La llama se apagó, y no hay manera de encenderla.
—Pues divórciate de él. Sigue tu camino sin joder a nadie. Te has cargado el matrimonio de los River por tu egoísmo —Brooke le echó en cara.
—Quien le debe lealtad y respeto a Mara no soy yo, Brooke. En todo caso, es su marido quien debe decidir si quiere ser fiel o no.
—Ah, bueno. Eso me deja más tranquila —escupió con rabia—. ¿Y qué pasa con papá? ¿Vais a seguir poniéndoos los cuernos? ¿Es esa la clase de vida que queréis llevar?
—No eres tú quien debe hacerme esas preguntas.
—¿No? Soy tu hija y me he enterado de casualidad de que eres una adúltera. Te pedí ayuda con el tema y tuviste el descaro de hacerte la tonta, y sugerirme que dejase de meter las narices en ese asunto. Es que no me cabe en la cabeza cómo has sido capaz de llevar una doble vida con todo el mundo. Si no estás enamorada de papá, o queréis ser una pareja abierta, me parece estupendo pero, al menos, no nos mientas, ¡joder! Ve de frente.
Darla exhaló un profundo suspiro. El té que pretendía tomarse se había quedado olvidado sobre la mesa.
—¿Qué es lo que te preocupa exactamente, Brooke? ¿Que tus padres se separen? Con treinta años, trabajo propio y un piso más o menos decente, lo que menos miedo debería darte es sufrir las consecuencias de nuestras elecciones.
—Me importa una mierda si os enzarzáis en una guerra por la casa y por el resto de bienes —insistió Brooke, con los puños crispados y con la mirada endurecida—. Lo que me jode es descubrir que mi madre no es la persona que yo pensaba. Te admiraba un montón, ¿sabes? Pensaba que eras un poco rarita, con tus vestidos largos y con esa filosofía jipi que tanta alergia me provocaba pero, por lo menos, te preocupabas por los demás, por los animales y por el medioambiente, y por ser feliz a tu manera, sin que te importase lo que dijeran los demás. Me encantaba pensar que alcanzaría ese punto donde a mí también me diese igual las habladurías, o ser una treintañera que fracasa en el amor una y otra vez. —Tragó saliva—. Porque, para mí, lo importante erais vosotros: Dereck, papá y tú. Y ahora...
Darla la miró con una expresión serena, aunque también compasiva.
—Nunca fue mi intención llegar a este punto, Brooke. No me siento feliz por ello —explicó su madre con calma—. Lamento que se haya roto esa imagen perfecta de nosotros que guardabas en tu mente —aseguró—. Sé que te costará un tiempo asimilar todo, pero mis elecciones y las consecuencias de estas las decido yo. Me afecta solo a mí. No he venido para que me entiendas, sino para pedirte que no hables de esto con nadie. —Brooke notó unas intensas ganas de llorar. ¡Pues claro que no pensaba dar su brazo a torcer! Esa mujer, la misma que le había dado la vida, no le pediría perdón a su familia por lo sucedido. Como mucho, los instaría a fingir que no había pasado nada, que solo había sido un desliz tonto, una aventura pasajera, y no se volvería a repetir. O quizás sí, aunque, a la próxima, sería mucho más discreta. Con la bilis que le subía por la garganta, Brooke se levantó de la silla y se asomó por el barandal de la terraza. Respiraba entrecortado, sin entender nada. Le afectaba tanto el tema porque nunca se había imaginado que el matrimonio de sus padres, todo aquello a lo que aspiraba, no era más que una farsa, un truco de magia. Y ahora se encontraba frente a frente con la triste realidad: la mayoría de los matrimonios, incluso los que fingían ser felices, también guardaban manzanas podridas en el cesto. También se consumían y se enfriaban, sin que hubiese forma de cambiarlo. Por mucho que ella se quejara, no cambiaría nada. Darla no se arrepentía de lo ocurrido—. Por favor, Brooke —insistió su madre—. Es importante.
—No, ¿sabes lo que sí importa? Toda la gente que está sufriendo por esta aventura. Mara River, por ejemplo. Habéis hecho creer a todo el mundo que estaba loca y se divorciaba solo por el dinero, cuando su marido le rompió el corazón.
—Ese matrimonio estaba acabado mucho antes de que yo...
—¡Me importa una mierda! Ella lleva meses peleando por librarse de él y coger lo que le pertenece. Por eso, entró en FreeSoul. Y tú, en lugar de mostrarte empática hacia ella, te comportas como una perra —gruñó. Le daba igual si su madre se enfadaba por sus palabras, pero era lo que pensaba—. No le diré nada a papá, pero sí pienso contarle todo a Danny, el abogado de la señora River, si tú no consigues que su marido ceda a sus peticiones.
Darla la fulminó con la mirada. Eran pocas las veces en que discutían; sin embargo, siempre alcanzaban ese punto donde se convertían en dos titanes que medían su fuerza.
—No serás capaz.
—Joder, sí lo soy. Parece mentira que seas mi madre. —Brooke la miró con rabia—. Habla con Oliver River y dile que sé todo, y que se lo diré al abogado de su mujer si no firma de una puñetera vez. Luego de eso, mamá, sois libres de seguir con vuestro idilio.
No supo por qué se aferraba a esa última carta de la baraja, como si le fuese a dar la victoria. Quería y le importaba tanto Danny que poner entre la espada y la pared a su madre para aliviar su amargura con ese juicio le pareció el mejor plan de todos. Tiempo atrás, le había prometido ayudarlo, y allí estaba, con la verdad entre los dedos. No cambiaba nada. Darla no le permitía ir a su padre a contarle lo ocurrido y, por mucho que le pesara, Brooke lo respetaría. Ahora bien, el tema del divorcio de los River era un tema muy diferente. Y, si su madre no asumía parte de sus consecuencias, entonces, se las arreglaría para empujar al karma en la buena dirección. Aunque sufrir más tiempo por ese divorcio no era una opción. «Creo que yo también soy una perra», pensó Brooke con amargura.
—Vale, Brooke. Me lo he ganado —dijo Darla sin convicción—. Un favor por otro favor.
Brooke sintió un intenso deseo por chillar de frustración. Que su madre cediera tan fácilmente solo demostraba que su aventura con Oliver era mucho más intensa e importante que todo lo demás. Sin embargo, había ganado algo importante.
—Muy bien. Te doy tres días.
Brooke abandonó la terraza. Estaba al borde del colapso. Su madre la siguió, como esperando algo más y, al ver que no llegaba, se rindió.
—No vas a perdonarme, ¿verdad?
—De momento... no. Ya veremos con el tiempo.
Darla suspiró.
—Lamento que te hayas enterado así. Esperaba que mi secreto solo fuese una losa para mí.
—¿Sí? Eso me hace sentir mejor, mamá —repuso con ironía—, saber que soy partícipe de tus juegos.
Su madre sacudió la cabeza y se acercó a ella. Le dio un apretón en el hombro, como si eso lo arreglase todo.
—Algún día lo entenderás. No importa si es dentro de una semana o de diez años, pero estoy segura de que sabrás comprenderme.
—Lo único que sé es que ya no seré capaz de ir a casa en un tiempo porque me sentiré horriblemente mal de ver cómo juegas a la familia feliz sin que papá sea consciente de nada, por no hablar de Dereck. Él solo es otra víctima más. —Se zafó de su agarre y señaló la puerta—. Por favor, déjame sola.
—Brooke...
—Por favor —insistió—... Es que no logro mirarte a la cara ahora mismo.
Darla cedió porque no le quedaba otra posibilidad. Aun así, le dio un beso en la mejilla antes de dirigirse hacia la salida. Pero, cuando sujetaba la puerta, se giró un momento y dijo:
—Yo sigo estando orgullosa de ti, Brooke. Si me hubieras perdonado tan fácil, significaría que eres igual que yo, y es lo que menos deseo. Tú eres mejor. Siempre lo has sido. Por eso, no me arrepiento de haberte traído al mundo. —Pausa—. Nos vemos cuando te sientas preparada.
El sonido de la puerta al cerrarse no amortiguó el sollozo en que rompió Brooke. Lloraba tan pocas veces que, cuando lo hacía, el mundo era amenazado con inundarse por completo, y esta vez le había tocado sufrirlo sola.