Brooke echaba humo por las orejas debido al enfado que tenía. Caminaba por el largo pasillo del instituto de su hermano con la idea de prender fuego algo, tal vez una papelera o una de esas taquillas horribles y viejas, cualquier cosa que la ayudase a calmar su decepción y el dolor en el pecho. No había intercambiado ni una sola palabra más con Danny en las últimas cuarenta y ocho horas. Él sí que había insistido por hablarle, mas ella había optado por ignorarlo y pasar el enfado a solas. Nunca recomendaban hablar cuando te encontrabas al límite de tu paciencia.
En realidad, a Brooke no le molestaba que él no estuviera enamorado de ella. Esas cosas no se forzaban, sino que nacían sin más, y enfadarse por no ser correspondida era ridículo y absurdo. Lo que le dolía era que Danny creyera lo mismo que los demás: que no se merecía nada bueno ni duradero porque nunca se asentaba en un lugar fijo. Ella se movía por impulsos, como una veleta, y no todo el mundo se sentía capaz de seguirle el ritmo. De sus exnovios, no le importaba. Ellos ya no formaban parte de su vida. Sin embargo, Danny sí, joder. Con él había sentido una conexión tan íntima, tan especial que, al menos, esperaba conservar su amistad, aunque jamás la correspondiera. Y todo, ¿para qué? ¿Para que él se burlara de esa manera a sus espaldas? En su cabeza no dejaba de repetirse la misma frase: «No es el tipo de mujer con el que uno se comprometa». Y, entonces, ¿qué clase de mujer era?, ¿de las que había que abandonar tres meses después de empezar? ¿De las que se usaba y se desechaba como si nada? Pues no le daba la gana de aceptarlo. Por eso, después de contarles a sus amigas lo ocurrido, había decidido que cortaría toda relación con Danny. Él sí que no se merecía nada de su parte. Ni una mísera despedida. Que se metiera sus burlas y sus comentarios hirientes por donde no le daba el sol, siempre y cuando no la molestara más. A ella ya se le pasaría todo. Era más fuerte de lo que pensaba. Acabaría asumiendo que su madre era una adúltera, que los hombres eran imbéciles y que su relación con Danny no iba a ninguna parte y, cuando eso ocurriera, se centraría únicamente en su trabajo y en sus amigos.
Por el momento, le tocaba acudir a otra reunión con la profesora de su hermano. La había llamado justo cuando salía para comer algo rápido. Aún le jodía un poco que sus padres no mostraran ni una pizca de interés en Dereck, y que ella fuese la única capaz de hacerse cargo de todos sus asuntos. Empujó la puerta del aula número seis, donde estudiaba su hermano, y se quedó de piedra al encontrárselo junto a Danny.
—¿Qué coño haces aquí? —espetó ella con rabia.
Danny se levantó de golpe, pero ella no le permitió ni que le rozara un solo pelo de la cabeza.
—Tranquilízate, Brooke —dijo su hermano, con una mueca de aburrimiento en la cara—. Solo quiere hablar contigo.
—Y yo quiero hablar con tu profesora.
—No va a venir. Todo esto ha sido un truco para que lo vieras —señaló a Danny—, y a mí me parece de puta madre. Así dejas de echar espuma por la boca, igual que los perros rabiosos. —Dereck encogió los hombros y tomó sus cosas—. No me hagáis esperar mucho en el coche, que me muero de hambre.
Brooke hizo ademán de seguir a su hermano hasta el aparcamiento. Darle cuartel a Danny era lo último que le apetecía, si era sincera consigo misma. Nada de lo que saliera por su boca le haría cambiar de opinión, aunque él no le permitió huir y, para ello, la agarró del brazo y tiró de ella suavemente.
—Antes de dar por hecho que soy un cabrón, escúchame.
—¿Como tú me escuchaste el día que estabas enfadado? —Le echó en cara.
«Me lo tengo merecido», pensó él. Sin embargo, rendirse no era una opción.
—Aunque no te lo creas, Brooke, estoy aquí porque hay algo muy importante que debes saber.
—Tranquilo, ya escuché cómo se lo contabas a tu hermano. Lástima que tu padre estuviera en la UCI, o te hubieras comido el desfibrilador. Es más, te mereces comerte todas las sillas de esta aula, impresentable.
—Brooke, cállate y escúchame —cortó él, con un tono de voz suave, pero firme—. Vamos, señorita Mathew. Estoy esperando.
—¿Te estás cachondeando de mí?
Él contuvo una sonrisita al ver cómo entrecerraba los ojos, de lo más agitada. «Hasta molesta me deja sin aliento la muy bruja», pensó. Danny señaló la mesa más cercana y, tras haberle dado una palmadita en el trasero, la instó a sentarse. Brooke estuvo a un solo segundo de clavarle la cara en el pupitre, pero decidió que escucharía su estúpido discurso y luego se iría.
—Bien, así me gusta: que, por una vez, me hagas caso.
—Danny, te la estás jugando —amenazó ella.
—Y espero ganar. —Él le guiñó un ojo—. Antes que nada, pequeña Brooklyn, escuchar conversaciones ajenas, y encima de las que están incompletas, es algo muy feo.
—Me importa una mierda.
—Te amonestaría por esto, señorita Mathew —se mofó él, y recibió la mirada asesina de ella con gusto. Al menos, no le era del todo indiferente—. No he terminado de hablar —prosiguió—. Lo que oíste esa noche no es lo que piensas. Solo intentaba convencer a Alejandro de que nunca estaríamos juntos porque...
—... No soy una mujer de fiar, y te mandaría a paseo porque me aburro rápido —lo cortó ella—. Sí, lo recuerdo muy bien.
—Dije que no eres una mujer con la que uno se comprometa, sí. Pero lo dije porque sé que, aunque buscas el amor, y formar una familia, no te comprometerías para toda la vida. Tú no te conformas con algo establecido y tiras para delante con ello, Brooke. A ti te tienen que conquistar siempre, no una sola vez, y, para ello, hay que conocerte a fondo y quererte hasta en tus peores momentos. Eso no se consigue comprometiéndose. Se consigue paso a paso, hablando y solucionando los malentendidos. —Brooke notó que algo se ablandaba dentro de ella, y no le dio la gana de ceder así de fácil. Eso no quitaba todo lo demás, la imagen que guardaba sobre ella en su cabeza, su manera de ser y de vivir, como si hiciera algo terrible a la hora de moverse por corazonadas—. Y, si dije lo de que me mandarías a paseo, es porque sé que no estoy a la altura de tus exigencias. Tú necesitas un hombre que te siga el ritmo, que te haga reír y emocionarte, no alguien como yo: un simple abogado que pasa más tiempo amargado entre las cuatro paredes de su despacho que disfrutando de la vida que hay fuera. Si he salido más de ese ambiente, ha sido gracias a ti, Brooke. Y no te haces una idea de cuánto lo agradezco. Me has enseñado que no todo es trabajar y que no sirve de nada quejarse de que tu padre no te quiere si luego vives consumido por ese resentimiento. Has logrado que me atreva a hacer cosas que antes ni se me pasaban por la cabeza y, cuando tengo un mal día o discuto con alguien, la primera persona que acude a mi mente eres tú, porque sé que no me dejarás tirado, ni me darás la espalda.
—¿Y qué? Eso lo hice porque me nació de adentro. Soy así con la gente a la que aprecio —confesó ella. Nada ganaba a la hora de mentir—. El simple hecho de conectar contigo me ayudó a dejar de pensar que había algo terrible en mí. Pero luego escuché toda esa mierda que le soltaste a tu hermano y... Mira, no sé. Es que esto es una tontería. —Se levantó de la silla y rodeó la mesa—. ¿Qué necesitas decirme?, ¿que te perdone? No es necesario. Se me pasará, pero no ahora, porque no esperaba que tú tuvieras esa imagen de mí, ¿comprendes?
—Y no la tengo —insistió Danny—. Cuando te miro, lo que percibo es agradable y bonito. Veo a una mujer intensa, divertida y pasional, que no se conforma con cualquier cosa.
—Entonces, ¿por qué dijiste aquello?
—Porque te quiero, Brooke. Porque estoy enamorado de ti, y sabía que jamás me corresponderías. Maldita sea, soy tu némesis, el soporífero abogado que se convertiría en una piedra capaz de hundirte en la miseria. ¿Cómo iba a contemplar la idea de que me querrías de vuelta? —Si él le hubiera soltado una bofetada en ese momento, ella se habría sorprendido menos que con sus palabras. Le costó varios segundos procesar la parte en que le confesaba que sí la amaba. De verdad, sin peros de por medio. Su corazón se aceleró, como si ya celebrase la victoria. Brooke boqueó varias veces, sin palabras que describieran la confusión y el rayito de esperanza que se abrían paso dentro de su pecho. No tenía ningún sentido que Danny la quisiera. Ninguno. Tal como él afirmaba, eran las dos caras de una misma moneda, la noche y el día, el agua y el aceite. Y, aun así, no lo cambiaría por nada del mundo. Habían demostrado con creces que eran capaces de fundirse mucho más allá del plano físico—. Era lo que le comentaba a Alejandro. De seguir escuchando, tú misma lo sabrías. Solo intentaba quitarle la idea de que nosotros estábamos liados de la cabeza. Te parecerá una tontería, pero me dolía que la gente nos imaginase juntos y enamorados, cuando no sucedería jamás. ¿Fueron hirientes mis palabras? Sí, pero iban dirigidas a mí, no a ti. A quien intentaba convencer de que estábamos mejor como amigos era a mí, Brooke. Lo siento por el malentendido.
Brooke se estrujó el cerebro para comprender mejor lo que ocurría. Pasó de estar enfadada por su discurso a sentirse mareada por su confesión. ¿Cómo ese hombre había llegado a la conclusión de que no le correspondería?, ¿de que era poca cosa? ¿Tenía ojos en la cara? ¡Si ella bebía los vientos por él! Y, encima, se le notaba a leguas. Se frotó las sienes con los dedos, como si eso la ayudase en algo. Danny acababa de soltarle que la quería, a ella, y no sabía muy bien cómo tomárselo.
—¿En serio me quieres? ¿De verdad de la buena?
—Soy abogado. Se me da mal mentir fuera de los juzgados.
Ese comentario le valió un manotazo en el hombro.
—Hablo en serio, señor Walsh.
Danny se acercó por fin a ella y le acarició el flequillo rubio. Joder... cómo la había echado de menos.
—Sí, Brooke. Te quiero. Eres mi maravilloso desastre, mi huracán, mi rubia favorita, la mujer que llevaba toda la vida esperando. ¿Qué necesitas para creerme?
—Que te quedes conmigo, para empezar; que dejes de pensar que eres un aburrido, incapaz de llamar la atención de nadie. A mí me encantaste desde el primer día, o no me hubiese acostado contigo.
—Ah, sí. La mesa de los solteros que nos unió. Parece un poco irónico, ¿no?
Ella cabeceó en señal de asentimiento.
—Si la mesa nos unió, que solo nos separe una demanda de divorcio, o una pelea por quién pasa más tiempo dentro de la ducha. No sé, algo interesante, pero no un malentendido. Eso jamás, señor Walsh. Estoy cansada de la mala suerte. Pensaba que me dejarías a los tres meses y, cuando escuché tus palabras, me di cuenta de que habías tardado el mismo tiempo que los demás en mandarme a paseo. Y no lo soporté —confesó ella—. Me jodió muchísimo porque se trataba de ti.
—¿Creíste que me alejaría de ti, Brooke? Por favor, que te saqué de la cárcel sin exigirte ningún tipo de retribución monetaria. Y te devolví las bragas que te olvidaste en mi casa —bromeó Danny.
Con una mueca en los labios, finalmente, Brooke rodeó su cuello y permitió que él la abrazara muy muy fuerte.
—La cosa es... ¿Estás dispuesto a compartir el cajón de la ropa interior?
—¿Contigo? Tal vez. ¿Qué me ofreces a cambio?
—Una vida llena de diversión. ¿Te parece insuficiente?
—No, me parece de puta madre. —Él se inclinó para atrapar su boca en un beso lento y suave.
Brooke gimoteó del gusto cuando el sabor de él le inundó el paladar. Se sentía igual que cuando volvía a casa, y eso era lo mejor del mundo. Todo su cuerpo vibró entre sus brazos mientras se fundían en un beso que, poco a poco, se tornaba más intenso. El chasquido de sus lenguas junto al roce de sus dedos la ayudaron a comprender que iba en serio, que nada de aquello era un sueño.
—Te ofrezco también un hogar, una familia de verdad, comprensión y cariño, y todo lo que me permitas darte —murmuró ella contra su boca una vez se vio obligada a coger aire. Danny la contemplaba con tantísimo cariño que no le había costado nada abrirse en canal y exponer lo que sentía—. Si a cambio tú sigues siendo el mismo de siempre, sin forzarte a nada. No necesito a un hombre que me siga el ritmo, sino que me acoja entre sus brazos y me anime a parar de vez en cuando para coger impulso y descansar, alguien capaz de observar que mi manera de ver el mundo es una cualidad, y no un defecto. ¿Te ves capaz?
Danny ahuecó su mejilla con una mano y asintió.
—Siempre, Brooke.
—Perfecto. Así ya no sentiré miedo al decirte que te quiero —concluyó ella con los ojos cerrados. Se presionó un poco más contra su palma—. Porque te quiero, señor Walsh. Mucho, mucho.
El beso que él depositó sobre su frente fue el mejor regalo del mundo, una manera de sellar aquella promesa de quererse y apoyarse sin importar nada más. Porque se habían encontrado de casualidad y, pese a ello, habían logrado salir adelante y ganar la partida al destino. Y estaban seguros de que, a partir de entonces, ya no volverían a sentarse en la mesa de los solteros.