Danny se acercó la copa a los labios y dio un sorbo al vino. Uno dulce, ligeramente afrutado, que lo estaba ayudando a sobrellevar la boda de su hermanastro sin sentir que le faltaba el aire todo el tiempo o que la mayoría de las personas que lo rodeaban optaban por hacerle el vacío antes de quedar mal con la señora Menéndez. No era culpa suya que la nueva mujer de su padre lo odiase, como si hubiese sido él quien se había acostado con su secretaria, y no su marido. ¿Algún día sería consciente de lo injusta que era? Toda una vida aguantando sus malas caras y sus desplantes daba para acumular un montón de resentimiento. Sin embargo, Danny no era del tipo de persona que caía en las garras del rencor. En su caso, gustaba de enfocar toda esa frustración en hacer cosas que le reportasen ciertos beneficios.
Le había prometido a Alejandro que acudiría al día más importante de su vida, y allí estaba, muriéndose de calor, a pesar de haber caído la noche, y soportando todo tipo de preguntas innecesarias: «¿Tú eres el hermano de Ale?», «¿Has hablado ya con tu padre?», «¿Te llevas bien con él?», «¿Por qué dejasteis de hablaros?». Lo que peor llevaba era comer en la mesa de los solteros. La mesa de los fracasados, más bien. Cinco personas que bebían vino, sin saber muy bien de qué hablar. El resto le daba bastante igual. Que hablasen y preguntasen lo que les diese la gana; él no pensaba hacer declaraciones de ningún tipo. Le había prometido a su madre que se comportaría.
—El pescado no es de calidad. Los han timado —comentó Fred, el amigo de la infancia de Alejandro—. Mira —le dijo a la mujer que tenía al lado—, le sale mucha agua —espetó, presionando el tenedor varias veces sobre el trozo de merluza que había sobre su plato—. Estas cosas se notan. He trabajado muchos años como pescadero.
—Ahora entiendo el tufo —murmuró la rubia de su izquierda, la misma rubia que llevaba un buen rato bebiendo, como si se fuese a acabar el mundo.
—¿Has dicho algo? —preguntó Fred, a la defensiva. Ella sacudió la cabeza, y se metió una de las pequeñas patatas de guarnición en la boca. Danny le echó un vistazo. No destacaba especialmente por ser un bombón. Su pelo rubio y su flequillo recto no le hacían justicia al color verde de sus ojos. Un verde claro, con destellos azules, que atraían las luces de todos los focos que los rodeaban. Su rostro era algo ovalado; sus hombros, menudos; y su piel, demasiado pálida. El vestido rojo que llevaba resaltaba como una mancha de sangre sobre una sábana blanca. No era su color, desde luego. Le hubiese quedado mejor un vestido negro, algo más sobrio. Claro que Danny no pensaba opinar al respecto. Bien sabía cómo se las gastaba una mujer cuando atacaban directamente su forma de vestir o maquillarse. Y, de todos modos, no era su deber opinar sobre cosas que no le importaban en absoluto. Lo único que le llamaba la atención de la rubia —aparte de su estómago sin fondo— era su forma de mascullar y de sonreír de forma muy falsa. No le caía bien nadie de la mesa, y eso se veía desde lejos. Pero también era la más guapa de los cinco comensales, incluyéndolo a él, y por eso no le molestó tenerla de aliada durante la mesa—. Esto es incomible —se quejó Fred otra vez—. ¿Quién coño ha organizado esta mierda? Voy a decirle a Alejandro que le han tomado el pelo y debería exigir el reembolso completo.
—El pescado es de primera —repuso Danny por fin. No le apetecía nada oír más protestas sobre un plato que estaba muy bueno—. Ese jugo que ves —señaló su plato con el tenedor— es el de la salsa. Pero, si no te gusta lo que tienes, llama al camarero y que te sirva carne.
La rubia suspiró de alivio. Se sirvió otra copa de vino y se la llevó a los labios. Danny frunció el ceño. ¿Pensaba emborracharse antes del baile? Porque, de ser así, huiría antes de que le tirase toda la merluza en los pantalones.
El traje que le habían obligado a llevar ese día valía un pastón, por no hablar del estúpido broche de lobo que le habían puesto al entrar en el jardín. Eso de encajar en un prototipo de cuento infantil no era lo suyo y, encima, le tocaban Caperucita y el lobo. ¿Tenía pinta de ser un depredador?
—No me gusta la carne de res —volvió a la carga Fred, con lo que se ganó una mirada de odio por parte de todos los comensales—, y sigo diciendo que esto es una basura. El responsable debería sentir vergüenza del trabajo que ha hecho.
—Este pescado es de hoy, pedazo de imbécil —saltó por fin la rubia, dejando la copa sobre la mesa con un movimiento un tanto brusco—. Lo han traído de la lonja directamente al banquete, y lo ha cocinado el mejor cáterin de la ciudad. Que tú estés acostumbrado al pescado de segunda de los supermercados no es culpa de nadie.
—¿Y tú qué sabes? ¿Eres cocinera ahora? ¿Sales a pescar todos los días? —le echó en cara Fred, apartando el plato—. Hay que tener un poco de personalidad, niña.
—¿Me acabas de llamar «niña»? —Se rio la rubia—. Bueno, gracias. Me halaga saber que los treinta todavía no hacen estragos en mí.
—Haya paz —pidió una de las mujeres que tenía enfrente, con los labios algo fruncidos—. Estamos disfrutando de una boda. No es necesario pelearse por tonterías.
Danny alzó la mirada al techo y dio gracias a que hubiese alguien con sentido común. Le estaban dando ganas de coger su chaqueta y largarse a casa, o a su despacho, que le quedaba mucho trabajo por delante esos días. Sin embargo, hacerle el feo a su hermano no le parecía la mejor decisión de su vida.
El resto de la cena pasó más o menos en calma. Danny pensó que todo quedaría como estaba, hasta que Fred se lanzó a hablar con todos y contar sus batallitas como pescadero, repartidor de leche y dependiente de una gasolinera. Lo habían contratado en tantos sitios diferentes que ya no sabía muy bien a qué dedicarse. A Danny le dieron ganas de largarle que le importaba una mierda dónde se ganase el sueldo, siempre y cuando no le avasallara con información irrelevante.
—Mi ex era una bruja, en serio —siguió diciendo, con esa expresión de idiota que él tomaba como la de un triunfador—. Se quedaba con parte de mi sueldo para comprarse ropa, maquillaje e irse de fiesta los fines de semana con sus amigas. —Le dio un suave codazo al tipo que tenía al lado, uno de los nuevos socios de Alejandro—. Y encima tenía la desfachatez de decirme que yo no miraba por ella.
—¿Y por qué no la dejaste? —preguntó el hombre, intentando no sonar desesperado por oír el final de la historia y que se callara de una vez.
—Sí lo hice. Me enteré de que me ponía los cuernos con un compañero del gimnasio. Y mira que le había preguntado un montón de veces si se estaba liando con él, y encima me llamaba mentiroso. Menos mal que tampoco era tan buena en la cama. Se ponía encima y se movía de delante hacia atrás la floja. —Se rio de forma escandalosa—. Anda, y que se la quede el otro. No se lleva gran cosa.
—Tal vez se movía así porque, de la otra forma, se le salía tu minisalchicha todo el rato —soltó la rubia de golpe.
Danny tosió cuando el vino se le fue para el otro lado. Se dio unos golpecitos en el pecho en un intento por recuperar el aliento. Con los ojos repletos de lágrimas por la reciente asfixia, se fijó en la chica. Ella saboreaba su victoria con una expresión lobuna, que lo dejó medio atontado.
—¿Perdona? —preguntó Fred.
—No tengo nada que perdonarte, ricura —respondió la rubia—. Tu ex, en cambio, se debería plantear si darte una buena patada en el cacahuete ese que tienes. Es deleznable hablar así de las mujeres. ¿No te lo ha dicho nadie?
—¿Y tú quién eres para juzgarme? Si ella me es infiel, yo tengo derecho a decir lo que se me cante.
«Si te gusta ser tonto, no lo dejes caer con tanto orgullo delante de desconocidos», pensó Danny, chasqueando la lengua. El tipo le daba algo de lástima. Había los que no se enteraban de cuán jodido era meterse con personas solo por la rabia que te cegaba, y él conocía muchos casos de esos. Era abogado matrimonialista, después de todo.
—Igual, te fue infiel porque eres un gilipollas. ¿A que eso no te lo has planteado? —La rubia sacudió la cabeza—. Venga, no te preocupes. El tamaño no lo es todo. Pero, la próxima vez, no le dejes toda la responsabilidad a ella, machote. Aprende a moverte tú también. —Las mejillas de Fred se tiñeron de rojo, y sus ojos se entrecerraron de la rabia. Danny pensó que le iba a soltar cualquier burrada a la rubia del vestido de rojo, que se regodeaba de lo lindo, mas sacudió la cabeza, se levantó y se largó. Solo quedaron cuatro en la mesa después de tan bochornoso espectáculo. Danny casi lo prefería así. No necesitaba oír que un payaso hablara de estupideces en una noche como esa. Lo agobiaban las multitudes, los desconocidos y las bodas. Tenía muy claro que, el día que él se casara, lo haría de forma tranquila, sin muchas personas alrededor—. Dios, qué cansino el tío —siguió diciendo la rubia—. Pensaba que esta mesa era de fracasados sentimentales, no de fracasados sentimentales y un gilipollas.
Danny apretó los labios, aguantándose la risa. Esa mujer era todo un espectáculo. Escucharla a ella era mucho más interesante que cualquier conversación que se desarrollara a su alrededor. Había conseguido que se olvidase de dónde estaba y quién le estaba lanzando miradas envenenadas desde el otro lado del jardín.
—Necesito ir al baño —informó la otra mujer, disculpándose con ellos—. Enseguida regreso. —Pero no iba a volver. Danny intuía que era su manera de escaparse antes de que la obligasen a llenar el silencio con cualquier historia aburrida.
—Voy a saludar a un par de conocidos —dijo el socio de su hermanastro—. Un placer, chicos.
Nada más quedarse a solas, la rubia resopló, y descorchó otra botella de vino. Danny la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—¿Vas a seguir consumiendo alcohol? Si te has bebido tú sola una botella de vino...
—¿Y qué pasa?
—Te va a dar un coma etílico.
—Anda ya. —Se rio ella—. He cerrado locales un montón de veces, y sin hacer ni una sola ese —puntualizó—. ¿Por qué iba a emborracharme con este vino? Si, para ser tan caro, es una puta mierda.
—Es un Paradise Springs —señaló él, dando suaves toquecitos sobre la etiqueta de la botella negra—, uno de los mejores del país.
—Sé qué marca es. Lo contraté yo pensando que sería una buena inversión. Mala idea —hipó—, porque no merecían el dineral que le hemos soltado.
—¿Y por qué le recomendaste este vino a los novios? Se hace una cata previa.
La rubia entrecerró los ojos sobre él.
—¿Siempre eres tan... pesado? Lo capto: eres un abogado de puta madre y se te da de lujo hacer un montón de preguntas, pero agobias a la gente. Acepté quedarme con este porque tu querido hermanastro dijo que era el mejor, ¿contento? Si él tiene mal gusto, no es mi culpa. Hago lo que me mandan.
Danny se frotó la cara y contuvo un suspiro.
—¿De qué me conoces? ¿Eres amiga de Ale?
Ella se rio y se relamió los labios pintados de rojo. Danny debía admitir que era toda una hazaña que siguieran intactos después de haber vaciado una botella entera durante la cena.
—De la novia. Soy amiga de la novia.
—Nunca había oído hablar de ti —reconoció él.
—Si jamás pisas el barrio donde vivimos, ¿cómo vas a conocerme? Aunque hubieras terminado aburriéndote de mí. Todos dicen que pierden la paciencia muy rápido por mi culpa. —«Empiezo a entender por qué», pensó. Se sirvió un poco de vino él también, por ocupar sus manos en algo. Estar a solas con la rubia de la lengua afilada lo ponía muy nervioso, y no comprendía por qué—. Soy Brooke. —Le tendió la mano, y él la estrechó con suavidad—, Brooke Mathews.
—Danny Walsh, aunque eso ya lo sabes.
Ella cabeceó.
—Alejandro habla mucho de ti y de cuánto le gustaría compartir su día a día contigo. Es un buen tipo. —Lanzó una mirada hacia la mesa de los novios. Tanto Talía como su recién estrenado marido se hacían fotos con todo el que iba desfilando frente a ellos—. Y un buen compañero. Tiene sus cosillas, como todos. El hecho de que le guste la pizza con piña le resta puntos. En serio, ¿quién coño le echa fruta a la pizza? ¿No teníamos bastante con el imbécil que inventó el beicon cubierto de chocolate?
—No te gusta la pizza hawaiana, lo capto —dijo Danny, riéndose bajito—. Y sí, mi hermano es... un buen hombre.
Lo creía de verdad. Era el único que le hablaba por parte de su familia paterna. El resto fingía que no existía. Ni sus abuelos le cogían el teléfono. Por no hablar del capullo de Ricardo Menéndez, su progenitor, el que había puesto el semen un día que estaba aburrido, al parecer. ¿Cómo se podía ser tan miserable y apartar a tu propio hijo después de serle infiel a tu mujer? Cuando Danny pensaba en él, en sus desprecios, le hervía la sangre. Y lamentaba profundamente que no le permitiera llevar una vida más o menos agradable junto a Alejandro, su medio hermano, porque lo quería bastante. Menos mal que no se le había acercado en toda la noche, o le soltaría lo que opinaba de él y su doble moral. Bien que se alegraba de la boda de Alejandro, pero, cuando había sido Danny quien iba a casarse, se había hecho el despistado y no había levantado el teléfono ni para felicitarlo. Maldito cabrón.
—¿No te gusta lidiar con sus problemas? —preguntó Brooke.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes, todo ese rollo del trabajo. Casi perdió su negocio el año pasado.
—Lo sé. Defendí su caso.
—¿Cómo es? Enfrentarte a asesinos, ladrones y gente indeseable —añadió al ver su expresión. Jugueteaba con su copa, aunque había dejado de beber—. A mí me costaría un montón estar en la misma sala que alguien capaz de clavarte un bolígrafo en el cuello.
Danny deseó reírse. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por su trabajo. La mayoría de las personas que lo rodeaban daba por hecho que era algo automático: llegabas a tu despacho, aceptabas un par de clientes, lo defendías frente al juez y luego ibas a por el siguiente. Nada que ver. Su trabajo era más complejo que eso. Siempre había que escuchar al cliente, averiguar qué escondía y por qué, y tratar de limpiar su nombre mientras la otra parte luchaba por quedárselo todo y alzarse con la victoria. Y la gente mentía todo el tiempo, hasta por los motivos más insignificantes.
—No defiendo a asesinos en serie, ni me enfrento a ellos. Soy abogado matrimonialista —explicó él con calma. Le hizo una seña al camarero para que repusiera los botellines de cerveza de la cubitera que tenían al lado y prestó atención de nuevo a la rubia, que lo contemplaba con ojos brillantes, como si estuviera entrevistando al mismísimo Hannibal Lecter—. Lo único de lo que soy testigo, aparte de los gritos y los intentos de agresión, es de parejas que ya no se aman. O que se quieren, pero no logran estar juntas por un abanico de motivos muy extraños.
La expresión de interés de ella mudó a una un poquito decepcionada. Danny la comprendía. No sonaba igual de épico defender a alguien que se negaba a entregar la mitad de sus bienes que conocer a los próximos asesinos seriales que poblarían los periódicos y portales web durante años. Sin embargo, él lo agradecía un montón. Solo le gustaban los documentales de psicópatas, y no tenerlos cerca.
—Así que tú eres el que lleva la mitad de divorcios de esta ciudad. Seguro que sabes un montón de chismes jugosos. —Brooke cogió uno de los botellines de cerveza y lo abrió con bastante destreza. Se había cansado del vino—. ¿Te pagan bien?
—Preguntarle a alguien acerca de su sueldo es bastante... irrespetuoso.
—Vamos, que te pagan una mierda por aguantar a dos personas peleándose por el coche y por la casa —comprendió ella, y Danny no supo cómo desmentírselo—. Tranquilo, yo los caso. Bueno, yo no, pero organizo sus bodas. Soy wedding planner, y tú eres el que los ayuda a separarse. Un poquito retorcido, ¿no?
«La vida siempre sabe cómo encontrar el equilibrio», pensó él, divertido. Nunca imaginó que conocería a una mujer como ella. Las bodas eran muy complicadas, en muchos sentidos, y él se consideraba demasiado sencillo para ese tipo de parafernalias. En casi todos los ámbitos de su vida, Danny optaba por la tranquilidad y por la espontaneidad. Vendía la mitad de sus horas libres por no quedarse en casa comiéndose la cabeza con lo vacía que estaba aquella, o por lo mucho que echaba de menos tener una compañía animal. Sin embargo, si adoptaba un perro o un gato, su vida giraría en torno a él, y tampoco le llamaba mucho la atención.
Había entrado en esa etapa en la cual extrañaba un montón de cosas que, en el fondo de su ser, no quería de vuelta. Y la boda de su hermanastro le recordaba, con cierta insistencia, que él iba a casarse también, que había organizado un montón de cosas que luego habían quedado en el olvido. Pero lo agradecía bastante. No pensaba volver a pasar por ello, por tener a una wedding planner detrás de sus talones, insistiéndole en pagar al de las flores, al cáterin, al servicio... Eso se lo dejaba al imbécil que aún creía en el amor de verdad y en la fidelidad. Y Danny había sido testigo de cómo parejas muy unidas acababan lanzándose zapatos a la cabeza mientras los amantes esperaban al otro lado de la sala.
—Míralo por el lado positivo —propuso Danny—: somos los dos lados de la moneda en cuanto al matrimonio se refiere. —Chocó su botellín con el de ella en un brindis extraño—. Tú les sacas el dinero por un lado, y yo, por el otro. Y así salimos ganando los dos.
Brooke frunció el ceño. Sus ojos claros seguían clavados en él con interés.
—¿Disfrutas viendo a parejas destruirse mutuamente?
—Disfruto con muchas cosas, aunque no con eso. Forma parte de lo que hago, nada más. Divorciarse cuesta muchísimo menos que casarse —le recordó de forma amistosa.
Ella cabeceó en señal de entendimiento.
—Si la gente optase por casarse en Las Vegas, tal como hacen en las películas románticas, la vida sería mucho más divertida. La joderías igual, pero, al menos, te podrías ir de vacaciones con el dinero que te ahorraste una vez tu pareja te sea infiel.
—No todo el mundo termina en divorcio. Ale y Talía parecen de los que durarán. —Los ojos de Danny se desviaron a la mesa principal, donde su hermanastro sonreía feliz junto a su mujer—. Y de los que se aman de verdad.
—Lo dices porque es tu hermano, ¿a que sí? —lo acusó ella. Danny sacudió la cabeza. Brooke se rio a carcajadas—. Era broma. —Siguió partiéndose de la risa—. Deja de tomártelo en serio. —Sus dedos apretaron con más fuerza el botellín en lo que se levantaba de la mesa—. Necesito ir al baño. Ahora vuelvo.
Él contempló cómo ella hacía verdaderos esfuerzos por que el alcohol que recorría su sistema se le bajase de golpe y no siguiera embotándole la cabeza. Que dijese lo que le diera la gana, pero beberse una botella de vino entera tumbaba a cualquiera.
—Te acompaño —ofreció él de inmediato.
Brooke entornó los ojos al tenerlo al lado en cuestión de segundos.
—¿Pretendes echar un polvo en los baños, pervertido?
El rostro de Danny era un poema mientras la contemplaba, tratando de dilucidar si le estaba tomando el pelo o hablaba completamente en serio.
—¿Por qué iba a querer yo tal cosa? —terminó cuestionando él.
Las carcajadas de ella le sentaron igual que un bofetón.
—Tranquilo, Phoenix Wrigth. Solo bromeaba. —Se aferró a su brazo y comenzó a caminar en dirección a los baños, que estaban en la parte de atrás del edificio principal—. ¿Siempre te escandalizas por todo?
—Acabas de insinuar que quería meterte mano en un baño de poca monta.
—Metérmela a secas, que es diferente —corrigió ella—. Y los baños están bastante limpios.
Él ignoraba si los del cáterin se habían encargado de mantenerlo limpio o no. En lo que sí se había fijado fue en la enorme cola frente a la puerta. Por lo menos, once personas aguardaban delante de ellos para usarlo, y Danny lamentó profundamente haberla acompañado. Odiaba esperar por ese tipo de cosas aunque, si lo pensaba bien, era mejor vaciar la vejiga en ese momento que cuando su hermano lo instase a hacerse fotos juntos durante un buen rato.
—Coges confianza muy rápido, ¿verdad? —Danny aprovechó ese rato que les quedaba para conocerla más a fondo. Ya que se le había acoplado en la mesa de los solteros (la peor mesa de todas), por lo menos, haría nuevas y temporales amistades con alguien del entorno de su hermano. Si era la mejor amiga de su cuñada, algo bueno debía tener, aparte de la pierna que dejaba entrever la raja del vestido y esa sonrisita que le achicaba los ojos a cada momento.
—Tengo incontinencia verbal, que es diferente —puntualizó Brooke, aún pegada a él—. No sé callarme lo que pienso.
«Eso es una virtud en muchos aspectos de la vida», pensó Danny. A su lado, Brooke era mucho más bajita. Le llegaba por debajo del hombro y parecía mucho más pálida bajo los focos naranjas. El rojo de su vestido resaltaba como una mancha de sangre imposible de quitar. Sin embargo, lo que más le distraía de ella, aparte de sus dedos que le rozaban el antebrazo con más fuerza de la necesaria, era su perfume. Olía jodidamente bien. Dulce y fresco. Con cada inhalación, sus pulmones quedaban inundados con esa colonia que usaba, y no le desagradaba en absoluto. Danny empezaba a sospechar que esa rubia propensa a beber como un marinero jubilado le hacía bastante más gracia de la que debería. Era guapa, divertida y, para colmo, sabía reírse de sí misma, algo que a él le costaba bastante más.
—No lo hagas. Necesitamos a más gente como tú —afirmó Danny—, capaces de decir las cosas como son.
Los ojos claros de Brooke se movieron por el rostro del chico en un intento por averiguar si le tomaba el pelo o no. Avanzaron un paso más en dirección a la puerta del baño. Ya solo quedaban tres personas delante de ellos, pero Brooke no se fijaba en eso, sino que lo contemplaba a él con interés enfermizo.
—¿Sabes que eres la primera persona que me dice eso?
—¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza.
—Gracias, supongo. Se te pasará en cuanto empiece a hablarte de lo mucho que duele llevar zapatos de tacón más de dos horas seguidas, que Fred tenía razón y el vino ese es horrible, y que estoy harta de ser la única de mis amigas soltera y sin sexo. —Ella hablaba tan rápido que a Danny le costó un poco enterarse de todo—. Por lo menos, no me han dejado sola en la dichosa mesa de los solteros. Es la típica mesa donde sientan a los que no tienen un acompañante como tal que les llene la copa cuando los camareros están ocupados con los novios. —Danny no tuvo muy claro cómo demonios tomarse su discurso. ¿Riéndose? ¿Negando con la cabeza? ¿Dándole un par de palmaditas en el hombro? A juzgar por sus ojos cristalizados y por sus mejillas enrojecidas, Brooke no necesitaba nada de eso, si acaso que la sacaran a bailar, la invitaran a otra copa o le comieran la boca hasta dejársela aún más roja. «Pero ¿qué te pasa?» dijo una vocecita en su cabeza. Una mujer le soltaba que llevaba tiempo sin sexo y que estaba amargada por seguir soltera... ¿y él se lo tomaba como un desafío? «Seguramente te haya sentado fatal el vino a ti también»—. En fin, toma. —Le entregó la cerveza y se arremangó el vestido, de una manera en la que dejó entrever sus piernas—. Enseguida salgo.
Danny seguía con un «Pues úsame a mí como distracción» en la punta de la lengua cuando ella se perdió de vista. Para no seguir molestando en la cola, se echó a un lado y apoyó la espalda en la pared. ¿Desde cuándo se quedaba él aguardando a que una mujer terminase de vaciar su vejiga? ¿Eso era lo que le esperaba después de cancelar su compromiso? Porque sonaba a la típica broma sin gracia. Romper su compromiso con Rita le había dejado un poco tocado y no se esforzaría en negarlo. Pero también extrañaba tener una cita, hablar durante horas, reír y pasárselo bien sin muchos dramas de por medio. «Estoy completa y absolutamente oxidado en el tema mujeres», pensó. «No sé cómo llamar la atención de alguna y que se quede a charlar conmigo sin aburrirse como una ostra».
Echó un vistazo a la mesa donde se encontraba Alejandro, su hermanastro, y su recién estrenada mujer, la famosa Talía. No la conocía demasiado, pero, al parecer, lo hacía inmensamente feliz. Se habían casado en tiempo récord. ¿Eso era el amor de verdad? ¿El que te apretaba el corazón y te hacía feliz sin importar nada más? ¿El que te sacudía el suelo, los huesos y el alma hasta que no te quedaba de otra que casarte? Danny apartó la mirada de golpe, un tanto contrariado por ese pinchazo de envidia que le recorrió de pronto. ¿Por qué iba a comportarse como un hombre caprichoso? No estaba en su naturaleza serlo, ni siquiera de pequeño. «Pero echas de menos esa clase de complicidad —se recordó—. Enamorarte y que te quieran bien».
Cinco minutos más tarde, Brooke salió escopetada del baño, con los ojos muy abiertos. Danny se tensó, creyendo que le pasaba algo. ¿No había agua en el baño? ¿La habría picado alguna arañita salvaje? ¿El papel se habría terminado? Se acercó a ella, y le tocó el hombro para llamar su atención. Brooke chilló, lo cual lo asustó y, de un segundo a otro, ella lo tomó de la mano y tiró de él hacia la pista de baile.
—¡Me encanta esta canción! ¡No me creo que la pongan justo cuando me estoy subiendo las bragas! ¡Vamos a bailar! —fue lo único que la chica dijo.
Danny no bailaba. Nunca. Sin embargo, no consiguió convencer a Brooke de lo contrario. La chica, simplemente, lo empujó hacia el montón de gente y, como si fuese una película de comedia romántica, le dedicó una sonrisa radiante, y empezó a moverse alrededor de él con bastante sensualidad. El ritmo latino se metió bajo la raja del vestido para contagiarla y obligarla a seguir a los tambores. «Por favor, ¿dónde me he metido?», se preguntó él.