Danny descubrió, con cierto regocijo, que Brooke se movía francamente bien. Los movimientos de sus caderas se acompasaban a la perfección con los de sus hombros y sus brazos. No dejaba de empujarse contra él con descaro, colgarse de su cuello y dejarse llevar con el ritmo latino que sonaba a través de los altavoces. Era, con diferencia, el mejor espectáculo. Había eclipsado a la mayoría de parejas que los rodeaban, y eso que Danny no sabía bailar, en realidad. Permitía que la música lo arrastrase, que era diferente. Movía los pies despacito, por si se caía de bruces, o por si hacía el ridículo más absoluto. ¿Cómo se las apañaría la gente para estar borracha y darlo todo en una pista de baile? Nunca lo sabría, supuso. Algunas personas nacían con más de un don.
—Adoro a Shakira. Me encanta cómo canta —dijo ella cuando la primera canción terminó y entró la segunda, de una artista totalmente diferente—. «Ahora sí me llevó la corriente. Ya no puedo comer ni dormir, como hace la gente corriente» —canturreaba, aún colgada de su cuello.
Danny se fijó en que su pintalabios rojo no se había borrado ni un poquito. Y también se percató de que sus labios eran algo más carnosos de cerca, así como tentadores.
—¿Qué cantas? ¿Sabes español?
—Lo aprendí cuando iba al instituto. Las ciencias no eran lo mío, y preferí estudiar idiomas. Nunca sabes dónde te irás de vacaciones, y Latinoamérica tiene unas playas increíbles.
—Solo di español un tiempo, y lo único que aprendí es lo básico: «Hola, ¿cómo estás? ¿Me sirves un vaso de agua? Gracias. La Barcelona es una ciudad muy bonita».
—«Barcelona», a secas. El «la» sobra —corrigió ella con una sonrisita divertida que le curvaba los labios. Poco importaba que sonara Shakira a través de los altavoces, porque se había emocionado con la idea de sudar un poco, y bajar la cogorza que tenía y se negaba a admitir—. Nunca he visitado España.
—Es un país bonito. Se come fatal, pero no está mal.
—Acostumbrado a la comida grasienta de los Estados Unidos, ¿verdad?
La sonrisa de ella, fresca y divertida, lo caló igual que una gotera. Danny se rindió a esa incomprensible mujer, que le estaba dando más compañía que cualquier otro de los invitados, y eso que ellos lo conocían mucho más que la rubia que tenía delante. Pero así era la vida: sorprendente.
—Nunca desayuno. Solo tomo un par de cafés, y voy al lío.
Resultaba un poco incómodo charlar cuando la música sonaba a todo volumen y ellos no dejaban de moverse. Brooke mecía las caderas contra las manos de Danny, y eso le sorbía el seso a él. Cada una de sus neuronas se había escondido en su cabeza, en un rinconcito, para dejar paso a todo tipo de pensamientos extraños que lo acaloraban y le provocaban un sentimiento similar a la vergüenza. Si Brooke se percataba de hasta qué punto lo dejaba imbécil, probablemente se marcharía en busca de alguien más interesante.
—Eres de los míos.
—¿Tú también eres adicta al café?
—A las tostadas con aguacates y un huevo frito encima. Me como dos, y empiezo a funcionar.
Danny se rio fuerte. Ella lo tomó de la mano, se alejó y luego regresó enroscándose sobre sí misma. De esa manera, su espalda quedó pegada a su pecho y su culo a la entrepierna. Danny inhaló con fuerza. ¿Qué estaba haciendo esa mujer? ¿Provocándolo? Tal vez eran imaginaciones suyas, pero cada meneo empezaba a sofocarlo, cada caída de pestañas y cada pasada de su lengua sobre sus labios. «No te hagas ideas equivocadas. Solo intenta pasárselo bien contigo, pedazo de muermo», le recordó una vocecita en su cabeza. Carraspeó, un tanto desconcertado. Brooke era fuego entre sus manos, y el fuego quemaba. Era libre y consumía todo a su paso si no se frenaba. ¿Sería ella de ese modo? Incansable, indomable. Le daba la impresión de que sí, de que Brooke era, en efecto, una hoguera que nunca se apagaba hasta ser solo ascuas. A diferencia de él, claro. Danny debía ser agua o tierra, incompatibles con el fuego. Era algo que había aprendido con su anterior pareja y sus incontables quejas. «¿Por qué traes a colación a Rita? Ella ya no está en tu vida», se reprendió. «Es mejor si la dejas fuera de esto».
Brooke apoyó la nuca sobre el hombro de Danny y cerró los ojos. Seguía frotándose contra él como si fuese lo más normal del mundo. A Danny le temblaron los dedos mientras apretaba su cintura y se dejaba arrastrar por ella, por el hipnótico balanceo de sus caderas. Su perfume —uno afrutado, muy dulce— penetró en sus fosas nasales casi de golpe. De pronto, ya no oía casi nada de lo que pasaba a su alrededor, ni saboreaba nada que no fuesen los restos del vino de la cena. Todos y cada uno de sus sentidos estaban centrados en la rubia, que se reía tontamente cuando sonaba algo que le gustaba mucho.
—¿Qué más te gusta? Aparte de zamparte un combo hipercalórico de buena mañana.
—Casi todo. No soy de las que hacen ascos a la comida. —Ella se dio la vuelta de nuevo y enroscó los brazos en su cuello—. Considero que hay muchos alimentos en el mundo para que solo te gusten un par. El secreto está en cómo lo cocinas.
—No sé cocinar.
—Ni yo, pero, en el supermercado, venden bandejas de platos preparados que solo necesitan unos segundos en el microondas y están igual de buenos que si los elaborases tú paso a paso.
Danny sacudió la cabeza. Estaba claro que vivían en un mundo consumista y que cocinar estaba sobrevalorado.
—¿No te da miedo sufrir diabetes en el futuro?
—¿Por qué debería? No abuso de los dulces. Y, desde luego, no me drogo. Como mucho, soy adicta a los cacahuetes salados, pero me controlo bastante bien. Es mucho mejor comerse una bolsa de frutos secos que enfadarse porque tu equipo de fútbol no gana, porque tu compañero de trabajo es un subnormal o porque el metro se retrasa. —Pausa—. A mí no me gustan los deportes, trabajo sola y voy al curro en coche. Son todo ventajas.
—Menuda suerte tienes. Mi secretaria tiende a ponerme la cabeza como un bombo en las semanas donde se celebra más de un juicio. El nuevo junior que hay en el bufete donde trabajo es un bocazas de manual y fan de Bad Bunny. Y, por si no fuese suficiente, mis clientes arman escándalos nueve de cada diez veces. Si me dieran a elegir, me quedaría con los cacahuetes.
Brooke se detuvo cuando empezó a sonar una canción lenta. En su rostro, se reflejó la decepción.
—¿Vamos a por algo de beber? —Lo tomó de la mano y lo sacó de allí antes de que empezaran a reunirse todas las parejas de enamorados con ganas de fingir que se llevaban a las mil maravillas—. Tu secretaria debe ser una mujer increíble.
—¿Por qué lo deduces? —Danny la seguía con el ceño fruncido.
—Una mujer que sigue trabajando para alguien tan ocupado y un fan de Bad Bunny es una mujer que vale por diez. Es lo que dice mi abuela. —Brooke encogió uno de sus hombros—. ¿Le pagas bien?
—Lo que se merece.
—Hay clientes que querrían pagarme lo que me merezco, que es infinitamente menor que lo que pido. Y hago un trabajo de puta madre. —Se detuvo junto a la mesa y cogió una de las cervezas—. Tú no tienes pinta de ser un capullo.
—Vaya, gracias.
—No entiendo por qué Talía me pidió que hiciera de niñera contigo —soltó ella sin más y, un segundo más tarde, se dio cuenta de su metedura de pata—. Quiero decir... —Danny no se hizo el sorprendido, porque ese tipo de peticiones no lo tomaban con la guardia baja. Las esperaba, de hecho, viniendo de su hermano y su mujer. Los dos querían una boda tranquila, donde su padre y su madrastra no estuvieran con el lomo erizado cada vez que él pasara cerca. ¿Por qué iba a culparlos? Ni él ni nadie buscaba un escándalo en una noche como esa. Lo que sí lo decepcionaba era que mandase a alguien a vigilar que no se metiera en líos, como si él tuviera la intención de ir a cantarle las cuarenta a su padre—. Mierda, lo siento —se disculpó ella, deslizando el botellín de cerveza por su cuello, el mentón y el escote en un intento por refrescarse después del baile—. Acabo de meter la pata hasta el fondo.
—¿Eso crees? —Danny sacudió la cabeza—. Me parece bien tener una compañera de aventuras por unas horas —se sinceró—. Es mucho mejor que aguantar a alguien como Fred.
Brooke abrió y cerró la boca varias veces. Parecía un pececito recién sacado del agua.
—¿Lo dices de verdad? ¿O es una ironía? Cuando estoy algo ebria, me cuesta mucho diferenciar las entonaciones.
—Hablo con la verdad y solo la verdad —dijo, y alzó la mano, como si estuviera haciendo un juramento.
Ella se mordisqueó el labio inferior. «Qué tipo más raro», pensó, echándole un vistazo mucho más profundo. Danny era alto y fibroso. No se asemejaba ni un poquito a ese tipo de hombres que se pasaban de tres a cinco horas en el gimnasio, de lunes a domingo, solo por aparentar que cada músculo de su anatomía había sido esculpido por un artista del cincel y el martillo. Sin embargo, esto no le restaba encanto. Quizá no era muy atractivo. Su nariz algo ancha, el pelo castaño y desordenado, y los labios carnosos la enviaban directo al montón de americanos cliché que poblaban las películas de romance contemporáneo. Y, aun con todo eso, con su traje oscuro, sus manos grandes y su sonrisa estándar, no le resultaba desagradable. Brooke se imaginó que era un hombre bastante normal, con un trabajo normal y con sueños normales, exactamente igual que ella.
—Bien —habló por fin—, porque tenemos que seguir bailando.
—¿De verdad? ¿No podemos quedarnos aquí, bebiendo una cerveza y charlando?
Ella lo cuestionó con una mirada desconfiada.
—¿Tratas de sonsacarme información sobre tu cuñada?
—¿Qué? —Danny no se esperaba aquella pregunta—. Claro que no. Talía me cae bastante bien. Es maja.
—Es mi mejor amiga —aclaró ella—, junto a Liberty, la chica de las flores —señaló a la rubia que bailaba con su hija en medio de la pista, riéndose, como llevaba tiempo sin hacer—. Más te vale que vigiles tu lengua.
Danny se echó a reír con ganas. Le recordaba al tipo de cosas que solía decir su hermana Kara cuando nombraba a alguna de sus amigas o compañeras de trabajo, como si él pretendiese ligarse a alguna o criticarlas. Nada más lejos de la realidad.
—Conmigo no hace falta que estés a la defensiva, Brooke Mathews. Soy totalmente inofensivo.
Los ojos de Danny captaron el lento e hipnótico movimiento de la lengua de la chica al deslizarse por sus labios pintados de rojo. Una sacudida en el estómago le advirtió del hambre que sentía, y no de canapés, precisamente. ¿Lo estaría provocando? ¿O se trataba de su mente perturbada?
—Qué lástima —repuso ella con voz suave—. Me gustan que los lobos actúen como lobos. —Brooke giró para coger uno de los botellines dentro de la cubitera, y así ofrecérselo con una sonrisa ladina.
Danny pensó que su cuerpo y su mente no se ponían del todo de acuerdo, y esa sensación se potenció cuando las yemas de los dedos de ambos se rozaron de casualidad, y saltó una chispa entre ellos. La música seguía sonando a todo volumen. La gente aún charlaba y se reía y bailaba. Sin embargo, ellos dos, allí, parados, no dejaban de mirarse el uno al otro. No se conocían de nada, y era probable que, al día siguiente, se olvidaran mutuamente, que no volvieran a cruzar palabra en semanas o meses. Y eso estaba bien, pues Danny no buscaba complicaciones. Rita lo había dejado un poco tocado con la ruptura, y no sabía qué historia escondían esos ojos verdes que lo contemplaban como si fuese el caramelo más dulce del banquete. ¿Podía una persona morirse de ganas por tocar a otra? ¿A una que conocía de apenas unas horas? Probablemente. Su cerebro le gritaba que sí, y el cosquilleo de sus dedos, ahí, donde ella lo había tocado, lo confirmaban.
—¿Estás buscando que te muerdan?
Brooke escondió con acierto la sorpresa que le había producido su pregunta. ¿Era lo que quería? Joder, sí. Un poquito de acción no le vendría mal después de varias semanas de sequía y, sobre todo, de estrés. Sus ojos se movieron con lentitud por los labios del chico, por la curva de su nuez de Adán y, finalmente, por aquellos botones de su camisa, que estaba tentada a desabrochar uno por uno. Cuando le había dicho a Talía que encontraría a alguien factible que llevarse a la cama el día de su boda, no había hablado en serio. Sin embargo, empezaba a cambiar de idea. ¿Qué tenía de malo acostarse con el hermanastro del novio? Si solo quedaba entre ellos dos... En fin, la vida era para vivirla, ¿no?
—No. Que me muerdan, no. Que me muerdas... —tragó saliva y dejó caer un poco sus pestañas—... sí.
Danny notó que el fuego de su pecho se intensificaba. Lo que había pensado que sería un juego casual, un coqueteo inocente, acababa de cambiar drásticamente a una declaración en ciernes. Y no se veía capaz de rechazar a alguien como Brooke. Cada porción de piel a la vista lo llamaba igual que el canto de una sirena.
—Veo que no te andas por las ramas —contempló él y, de su boca, sonaba como un halago.
Brooke encogió uno de sus hombros, y el simple gesto dejó un tanto embelesado al hombre que tenía frente a sus narices.
—¿Por qué iba a hacerlo? No gano nada con ello. Pero, si soy directa, me llevo el premio gordo. —«Gorda me la estás poniendo», pensó Danny, con el calor que le subía por la piel con un hormigueo de lo más placentero. Acortó la distancia con ella y rozó su mejilla con las yemas de los dedos. Brooke entrecerró los ojos y ladeó la cabeza para presionarse más contra él. El tacto de su piel era jodidamente suave—. En la parte de atrás, hay un pequeño salón —murmuró ella, aprovechando los escasos centímetros que los separaban—. Lo han usado para vestir a la novia, pero tiene un sofá cojonudo.
Danny no dejaba de mirarla igual que si estuviera admirando una obra de arte en un museo. Lo que más le fascinaba era que le gustaba ese desparpajo que exudaba por cada poro de su piel. El contorno de sus labios, la curva de su cuello y el timbre de su voz: no había nada en ella, de momento, que le desagradara. Y no era tan idiota como para dejar pasar un polvo con alguien que le atraía de verdad.
—¿Estás segura?
Brooke asintió con la cabeza.
—Las locuras se llevan a cabo en el mismo instante en que se te ocurren, Phoenix Wright. Si las piensas dos veces, entonces, no las cometes.
Fue incapaz de decirle que se equivocaba. Esa mujer, aparte de guapa y divertida, también era inteligente, un combo del que difícilmente sería capaz de escapar. Además, en el cuento de Caperucita, el lobo se comía a la abuela. Y, aunque Brooke no parecía tener una sola arruga en su rostro ovalado, no dejaba de ser una mujer que lo estaba provocando. Y Danny no se consideraba tan fuerte de mente y espíritu.
—Te sigo en cinco minutos —le prometió él, dándole un tirón suave a su labio inferior.
Brooke, como si fuese un adelanto, atrapó el pulgar entre sus labios y succionó suavemente. Él exhaló un suspiro. «Tú no eres Caperucita, rubia. Eres el puto lobo feroz».