El sonido de la puerta al cerrarse no la sacó de la escena. Ni siquiera el olor a maquillaje y a lirios que flotaba en el aire. Todos sus sentidos seguían centrados en el hombre que la miraba igual que un depredador a punto de saltar sobre su presa. Brooke notó el temblor de sus rodillas cuando se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos. Usarlo a él de soporte era muchísimo más recomendable que confiar en sus zapatos de tacón. Y mucho más gratificante. Danny no demoró en rodear su cintura para pegarla un poco más a su pecho.
Sus ojos se contemplaban a tan poca distancia que le hubiese sido condenadamente fácil contar cada una de las motitas doradas que flotaban en sus iris o saber cuántas bocanadas de aire necesitaba antes de atreverse a besarla. La adrenalina, junto a ese deseo burbujeante de sus entrañas, era señal suficiente para saber que estaba donde y con quien le apetecía. Danny tenía pinta de ser uno de esos hombres apasionados que eran pura fachada pero que, en cuanto se quitaba el traje, mostraba su verdadero ser.
Fue ella la que aprisionó sus labios en un beso tosco y húmedo. Danny la siguió al instante, derritiéndose bajo su toque. Sabía dulce, con un ligero toque a ese vino horrible de la cena aunque, en su boca, era muchísimo mejor. No le desagradaba en absoluto el roce de su lengua mientras sus manos acariciaban el contorno de sus nalgas por encima del vestido.
El calor de las entrañas de ella crecía con cada roce de sus suaves labios. Amenazaba con consumirla, igual que a un cirio. Brooke no podía dar crédito al cúmulo de sensaciones placenteras que se adueñaban de su cuerpo en una situación como aquella. Una boda que terminaba con un poco de sexo era una boda de las que merecía la pena vivir. Tanto tiempo sin echar un polvo le había nublado la cabeza. Solo esperaba no arrepentirse de mancillar aquel bonito sillón. Aunque dudaba de que eso pasara. Besar a Danny era como besar a la primavera. Todo en él era suave y cálido, y sabía muy dulce. Sus dedos marcaron un camino desde el cuello ajeno hasta aquellos cabellos cortos y rebeldes de su nuca, que tanto la tentaban. Él ahogó un suspiro contra su boca, y Brooke le mordisqueó el labio inferior, juguetona. No les quedaba demasiado tiempo antes de volver a la fiesta, y ella pretendía aprovechar cada maldito segundo. Se separó un poco, lo suficiente para que sus deditos desabrocharan la corbata y los primeros botones de su camisa. Un suave vello oscuro y rizado apareció entre los pliegues de la tela. Fascinada por cuán cálida era su piel, Brooke se inclinó y besó justo donde sus clavículas se unían.
Danny no tardó mucho en lanzar su chaqueta a un lado y arremangarse. Sus labios, algo rojos e hinchados, se curvaron en una sonrisa ladina cuando ella bajó los tirantes de su vestido. Era una imagen gratificante. Erótica. Volvió a besarla y cubrió sus pechos por encima de la tela. Brooke gimoteó sobre su boca. Eso lo incitó a jugar más con ella, y retiró por completo la tela para dejar sus pezones endurecidos al aire. La brisa veraniega que se filtraba por la ventana los erizó aún más. Danny los pellizcó suavemente.
—¿Pretendes torturarme?
—Tal vez —dijo él, con la voz ronca—. O, simplemente, me apetece degustarte. —No quiso añadir que lo hacía porque aquella era la primera y última vez que la tendría entre sus brazos, y él era de los que insistían en que, en la cama, y fuera de esta, había que impresionar a la gente.
Brooke, en un arranque de valentía, se bajó la cremallera del vestido y se quedó únicamente con la ropa interior. Unas braguitas de color burdeos, semitransparente, y un par de medias que llegaban hasta los muslos. La visión lo dejó aturullado unos largos segundos, en los que ella sentía que se le iba a escapar el corazón por la boca. ¿Le gustaría lo que veía? ¿O lo consideraba demasiado normal? Ella no tenía el par de melones de su amiga Talía, ni la dulzura de Liberty, pero podía aportar otras cosas. Solo necesitaba... Un jadeo murió en sus labios cuando él rodeó su cintura con el brazo, la atrajo hacia él con cierta brusquedad y le mordió una porción de piel en la zona del cuello. Vaya, eso sí que era un método infalible para asesinar cualquier duda que la avasallara. Danny fue bajando lentamente hasta alcanzar sus pechos y regodearse con ellos. Lamió, besó y mordisqueó sus pezones como si fueran un manjar digno de dioses. Brooke lo veía rozar aquellos pequeños botones rosados con los labios, jugar con ellos, y la humedad entre sus muslos se acrecentaba por momentos. Siempre había sido muy sensible en esa zona de su anatomía. Que él se estuviera entreteniendo con estos solo la desquiciaba más. Ella enredó los dedos entre el cabello castaño del otro, instándolo a seguir. Danny, con los ojos cerrados, succionó con fuerza, y marcó sus dientes en la sensible y delicada piel de alrededor. Con cada mordisco, Brooke gimoteaba más fuerte y se estremecía con violencia. Justo lo que él buscaba.
Lo que Brooke no se esperaba, dado el lugar y dadas las circunstancias, era que Danny se pusiera de rodillas y llenara su vientre de besos. Húmedos, lentos, cortos, acompañados de alguna mordida. Le provocaban entre calor y cosquillas, y sus dedos, al hurgar entre las tiras de sus bragas, no ayudaba en absoluto a que su ritmo cardíaco se tranquilizara. Había un erotismo implícito en cada uno de los gestos del hombre, así como de sus miradas. Que estuviera arrodillado entre sus piernas solo le recordaba lo que estaba a punto de pasar, lo que su cuerpo exigía después de tanto tiempo de sequía. Extrañaba demasiado sentir unas manos recorriendo todo su ser, de arriba hacia abajo, sin dejarse ni un solo rincón por explorar.
Danny depositó un beso sobre su monte de venus, sin retirar las bragas. Ella gimoteó alto. Él repitió la jugada, empapándola más, mientras sus manos amasaban sus nalgas, separándolas, y luego le clavó las yemas de los dedos en la carne, para que, unas horas más tarde, cuando por fin alcanzara su cama, su recuerdo la acompañase.
—Sabes tan bien —gruñó él—... Quiero arrancártelas —dijo, refiriéndose a la ropa interior.
—Hazlo. —Él, con los ojos oscurecidos de deseo, obedeció de inmediato y se las sacó de un tirón. Al ver su carne expuesta, su rincón más privado, se relamió. Nunca había sido de ese tipo de hombres que bajaban al pilón en la primera cita. Le parecía algo demasiado íntimo como para compartirlo con cualquiera, del mismo modo que nunca permitía que le hicieran una mamada de buenas a primeras. Pecaba de ser demasiado controlador en ese sentido, de no sentirse seguro si no iba paso a paso. Pero es que se había cansado de hacer las cosas de ese modo. Por una vez en su vida, quería experimentar lo que era echar un polvo con una desconocida y olvidarse del tema. Llevarse su recuerdo como un sueño erótico al que recurrir en sus noches de soledad. Y Brooke era la candidata perfecta. Con sus manos aún sobre sus nalgas, la atrajo y lamió su sexo con gusto. De arriba hacia abajo, lentas pasadas de su lengua que le arrancaban gemidos y jadeos, e improperios varios. Le dio muchísimo gusto ser testigo de cómo pasaba de ser un amasijo tembloroso a una mujer a punto de explotar. Con su lengua, exploró todo lo que quiso y más. Acariciando su clítoris, presionándolo y cubriéndolo con sus labios para que el orgasmo que venía en camino fuese tan brutal como sus ganas de darle la vuelta, metérsela hasta el fondo y hacerla gemir toda la noche—. Danny... —Ella les dio un tirón a sus cabellos y lo obligó a levantar la cabeza—. Me encanta lo que me estás haciendo, pero necesito... —Él no la dejó acabar la frase. Se le notaba en la mirada lo que le estaba pidiendo. Separó sus pliegues con dos dedos e introdujo un tercero en su interior para colmarla. Brooke gimoteó de forma lastimera, cubriéndose la boca con una mano para acallar cualquier escándalo que llamase la atención a los que cruzaban la parte exterior de la puerta. Las piernas le temblaron muchísimo cuando él comenzó a masturbarla, sin dejar de pasar la lengua por su sexo húmedo, caliente y dulce. Y, cuando ella llegó al clímax, echó la cabeza hacia atrás y se agarró como pudo a la mesa auxiliar, reprimiendo sus impulsos de gritar y suplicar. Danny se bebió todo de ella; hasta los sonidos eróticos que se liberan de sus labios. ¿Una mujer podía verse así de apetecible después de un orgasmo? Brooke, con las mejillas y con los labios enrojecidos, y con el pelo rubio que le caía desordenado sorbe la cara, lo era. Un pequeño trozo de pastel, que no se incluía en el menú de la boda—. Joder, eso ha sido increíble —balbuceó ella, apartándose algunos mechones de la frente húmeda.
El ego de Danny se regodeó del gusto. Hacía tanto tiempo que no intimaba con una mujer, que daba por hecho que había perdido toda capacidad de complacer a una. Pero estaba claro que nunca se olvida. Nada más erguirse de nuevo, Brooke no tardó en quitarle la corbata y lanzarla a un lado antes de llevárselo al sofá. Allí lo obligó a sentarse mientras ella, sin pudor alguno, se acomodaba sobre sus muslos y comenzaba su recorrido de besos. Desde su boca —donde el sabor de ambos creaba una mezcla perfecta— hasta su cuello, sus clavículas y la porción de piel expuesta entre los pliegues de la camisa.
Ese hombre olía exquisito. Nunca había percibido un aroma semejante, pero le gustó un montón. Medio ida por ello, desabrochó el cinturón y el botón del pantalón, y exploró con ansias lo que había debajo, esa erección que la saludaba con descaro dentro del bóxer. Se relamió los labios con descaro nada más repasar el glande con el pulgar y recoger la gotita brillante que tanto había llamado su atención. Danny dejó ir un gruñido gutural. Sus manos se habían afianzado a sus caderas, y la apretaba más o menos dependiendo de dónde tocase ella.
—¿Vas a hacer un recorrido completo de mi polla? —preguntó él al ver cómo deslizaba los dedos sobre las venas que se marcaban, el tronco y aquel pesado saco que había justo debajo—. Porque me vas a aniquilar.
Nunca, en toda su existencia, se había sentido víctima del merodeo de una mujer. Sí, lo habían tocado, besado y lamido ahí, donde ella tenía su mano, y le encantaba, pero es que Brooke estaba ensimismada con su miembro, como si fuese la primera vez que veía uno, y lo acariciaba con mucho cuidado, lo ladeaba y no cesaba en su empeño por mirar cada rincón.
—Es que nunca había visto una tan...
—Si vas a decir grande, por favor —casi suplicó—, no lo hagas.
Brooke se mordió el labio inferior. Le dieron ganas de reír. Le iba a soltar que sí, era grande. Más que ninguna que hubiese visto antes. Por eso le fascinaba tanto. No era que tuviera un torpedo entre las piernas; sin embargo, sobresalía, y ella era curiosa por naturaleza. Si solo le ofrecían una oportunidad con él, pensaba grabarse a fuego cada parte de su cuerpo que quedase a la vista. Y sus ojos lo agradecían. Rodeó su erección con los dedos y comenzó a masturbarlo, sin perderse ni una sola de sus expresiones. Danny ganaba puntos cuando sus ojos se oscurecían. Sus labios estaban hinchados a causa de los besos, y el pelo revuelto le caía con gracia sobre la frente. No, no era el hombre más guapo del mundo, pero sí atractivo. Danny jadeaba sin descanso y le apretaba las nalgas para incitarla a seguir con ese ritmo pausado que ejercía su mano sobre su polla. Ninguno lo dijo en voz alta, pero era muy evidente que querían alargar lo más que pudiesen el encuentro. Brooke se inclinó para capturar su boca en un beso ansioso. El gemido que brotó de su garganta impactó sobre su clítoris, mojándola aún más. Aceleró un poquito los movimientos sobre su erección, arriba y abajo, apretando cuando llegaba a la cima con la intención de dejarle al borde del tan ansiado clímax. Sentir el clima cálido sobre su piel expuesta, junto a sus grandes manos, resultaba muy gratificante. Danny le dio un par de cacheteos en el culo, que la hizo brincar sobre su regazo. Nada más separarse de él, con un hilillo de saliva que conectaba sus bocas, le sonrió de medio lado y repasó el contorno de su mentón con la mano libre, rasguñando su piel lampiña.
—¿Tienes un condón a mano? ¿O tendremos que conformarnos con un par de pajas?
—En mi cartera —indicó él, casi sin aliento. Ella la sacó del bolsillo del pantalón y rebuscó entre sus pliegues hasta dar con un preservativo. Brooke se lo quitó, abrió el envoltorio y se lo puso despacio, bajo su atenta mirada. Danny sudaba a mares y resoplaba, totalmente fascinado con ella y con su desenvoltura. Le gustaban muchísimo las mujeres que sabían lo que querían y no dudaban en ir a por ello. Brooke atrapó la esquina de su labio inferior entre los dientes cuando se movió de manera que quedó alineada con su erección. La ubicó en su entrada y se dejó caer despacio. Llevaba tanto tiempo sin echar un polvo que, por muy mojada que estuviera, no estaba lista para ser brusca. Al menos, no desde el principio. Colgó la cabeza hacia atrás nada más sentirse colmada por él. Las uñas de ella se clavaron en los hombros contrarios al mismo tiempo que él apretaba su cintura, ahogando un jadeo. Se miraron mutuamente, como retándose con la mirada. Danny le apartó un mechón rubio del pelo y se quedó unos segundos allí, acariciándole la mejilla y el cuello—. Muévete, Caperucita —la instó él. Como si fuese el mejor apodo del mundo y tuviera el poder de someterla bajo el embrujo de la pasión, Brooke comenzó a cabalgarlo con ritmo. Apoyada en sus hombros para que fuese más fácil subir y bajar sobre su erección. Estaba tan húmeda que no le costó nada adaptarse a su invasión. Simplemente disfrutaba de la manera en que su sangre ardía gracias a cada roce de sus dedos, de sus labios o cada palabra guarra que brotaba de sus labios mientras botaba en su regazo. Brooke se había olvidado por completo de dónde se encontraba y con quién. Se limitaba a disfrutar del encuentro con la sangre ardiéndole en las venas, igual que si fuese lava. Una pátina de sudor brillante cubría casi toda su piel y el aire en sus pulmones llegaba a cuentagotas. La sensación de ser colmada por su polla cada vez que se dejaba caer sobre él con brusquedad la mantenía al límite de su conciencia. Danny la obligó a arquear la espalda y la premió con una sonrisa juguetona, la misma que murió una vez que cubrió uno de sus pezones con la boca para succionar con fuerza. Ella gimoteó por la intensidad de los escalofríos que se adueñaban de su anatomía. Hasta los dedos de su pie se encogían cuando un latigazo de placer culminaba sobre su clítoris o él le mordisqueaba los pechos sin piedad. En cuestión de minutos, toda la habitación se llenó de gemidos, del golpeteo incesante del sofá contra la pared y de sus cuerpos encontrándose en ese espacio reducido. Le dolían las rodillas del esfuerzo, pero eso no le impidió montarle como lo haría una experta amazona. La pasión, el morbo y la boca de Danny le hacían delirar. Solo era una marioneta manejada por el fuego de sus entrañas, ese que dudaba que se apagase—. Joder, eres increíble, Caperucita —jadeaba él, cerca de su oído, lamiendo el contorno de su oreja para provocarle aún más escalofríos—. Te mueves jodidamente bien.
Que un abogado, en apariencia aburrido y sin fundamento, le estuviera diciendo esas cosas con la voz ronca y un tono muy sensual, contaba como estímulo suficiente para llevarla al límite. Brooke notaba toda su piel sensible gracias a Danny. No quería que parasen sus caricias ni los besos húmedos en el hueco detrás de su oreja ni los pellizcos que les propinaba a sus pechos en cuanto le daba la oportunidad. Los ojos de ella buscaron los de él al apartarse un poco y, como si fuese un libro abierto, Danny la apretó por la cintura y la tumbó sobre el sofá para rematar el encuentro. Se movió de manera frenética contra ella, sacando su polla casi al completo y, cuando pensaba que la abandonaría, se adentraba en ella de un envite poderoso y brusco. Cada uno de ellos era un paso que daba hacia ese glorioso final que se formaba en lo más recóndito de sus entrañas. Brooke solo gemía, gritaba y le clavaba las uñas en la espalda mientras el pelo de él le hacía cosquillas sobre la cara. Follaba muy bien y sabía cómo moverse para que ella se agitase igual que una culebrilla.
—Por favor, por favor —soltó entre suspiros al sentir sus manos aferradas al sillón, a cada lado de su cabeza—. Danny...
Su nombre susurrado fue suficiente para que él le diese lo que le estaba pidiendo. Sus acometidas se volvieron cortas y profundas y, en cuestión de segundos, ella alcanzó un orgasmo intenso, que lo atrajo sin remedio. Danny cerró los ojos, y se dejó llevar por el clímax, vaciándose por completo dentro de ella.
Ninguno de los dos habló al instante. Solo respiraban de manera errática, con los latidos de su corazón, que retumbaban igual que un tambor, y con las mejillas enrojecidas.
Brooke nunca imaginó que volver a acostarse con alguien sería de esa manera. Había apreciado la química entre ellos y el vínculo que unos cuantos besos habían provocado en su mente. ¿Sería Danny de los que repetían? ¿O le diría que se pusiera las bragas sin más? Esperaba que no fuese un imbécil capaz de largarse sin mirar atrás luego de subirse los pantalones, o tendría que vengarse de él, y no le apetecía comerse la cabeza esa noche. No después de un par de orgasmos que la habían dejado medio atontada.
Danny se apartó de ella con cuidado, se quitó el condón y lo lanzó a la papelera. Gracias a la luz del exterior que penetraba a través del enorme ventanal del fondo, pudo fijarse en que era mucho más atractivo cuando no fruncía tanto el ceño, ni se mostraba a la defensiva.
—¿Quieres que te ayude con el vestido? —indagó él, amable. Brooke cabeceó en señal de asentimiento. Ella se levantó sin ningún tipo de pudor. Los complejos los había apartado de su vida hacía bastante tiempo, para que no continuaran molestándola. Si alguien se acostaba con ella, significaba que la encontraba atractiva, ¿verdad? No tenía sentido que de pronto le diese vergüenza que le viese las tetas si diez minutos antes le había metido el pene hasta las entrañas. Danny le acercó el vestido y lo sujetó mientras ella se colocaba las bragas antes que ninguna cosa. Fue bastante comedido y silencioso, y le subió la cremallera sin rechistar. Cuando llegó al final, depositó un beso en su nuca desnuda, que le provocó un hormigueo muy placentero—. Ha estado... —empezó a decir él, algo torpe.
—¿Bien? —acabó Brooke, girándose hasta quedar de frente. Le sorprendió lo alto que era en comparación—. No es necesario que llenes el vacío poscoital con palabras forzadas. Los dos sabíamos a qué veníamos.
Él relajó la postura. No se había equivocado ni un poquito con esa mujer: era de armas tomar y no se callaba nada. Y a él le gustaba muchísimo. Resultaba fresco, como una brisa de principios de otoño, diferente a lo que alguna vez se enfrentara fuera de aquella habitación.
—¿Te parece bien si vamos a por una cerveza y nos hacemos un par de fotos con los novios? Apuesto a que mi hermano está buscándome desde hace un rato.
Brooke quería decirle que no, que le parecía mejor idea quedarse allí y echar otro polvo, o ponerse de rodillas y demostrarle que ella también era bastante hábil con la boca. Pero la boda de su mejor amiga seguía su curso fuera de la habitación, y no le parecía justo perdérsela por estar follando con su cuñado. «Vivir entre el querer y el deber es una mierda», pensó.
—Vale, pero espera un segundo. —Lo atrajo de los hombros y le dio un beso tan intenso, tan sucio, que él gruñó de forma ronca cuando se alejó casi de golpe—. Mucho mejor.
Danny sentía que todas y cada una de sus neuronas se habían ido directo a hacer huelga ante semejante despliegue de pasión por parte de la rubia más espectacular de la fiesta. Tantas mujeres en el mundo, y le tocaba una capaz de dejarlo con el cerebro frito y con la polla dura. «Lo tienes crudo». El pensamiento resbaló por su cabeza mientras ella recogía algunas cosas del suelo, las acomodaba y se colocaba los zapatos. Brooke le entregó la cartera después de todo, y salió de la habitación antes, por si acaso se encontraba a algún curioso al otro lado.
—Ya puedes salir —murmuró ella.
Y él la siguió de vuelta a la fiesta y al mundo real, sin demasiadas ganas. En esa habitación, se lo había pasado infinitamente mejor que años junto a su familia paterna y a la bruja a la que había llevado ante el altar, pero así era la vida.