Capítulo 8

Brooke se levantó en cuanto una de las mujeres detenidas que retenían allí dentro, junto a ella, empezó a relatarle, con pelos y señales, la manera épica de cómo le había reventado un testículo a su exnovio después de haberlo pillado en la cama con su mejor amiga. Estaba claro que, en la cárcel, siempre había alguien que lo tenía peor que tú. Y Brooke lo agradeció bastante porque, a partir de ese día, la llamarían la «golpeadora de ancianas» y la señalarían con el dedo.

—Me hago pis —se quejó—. ¿Puedo ir al baño?

—No —repuso el guardia, que leía el periódico a solo dos metros de ellas, repantigado en su silla—. Cállate ya.

—Pero es que me lo voy a hacer encima.

—Mala suerte.

«Hijo de puta», pensó. Solo quería salir de aquella estrecha celda que olía a callejón de la edad media. Dudaba de que limpiasen a menudo el suelo y los bancos de metal, y, por ello, se rehusaba a sentarse allí. Su compañera de celda, una mujer menuda pero fibrosa, dio palmaditas a su lado para que se tranquilizara. Brooke negó con la cabeza y le dedicó una sutil sonrisa. Ojalá la vida fuese parecida a una comedia romántica estilo Friends. De esa manera, no le resultaría tan insoportable la idea de permanecer encerrada allí unas cuantas horas más. Es que no quería ni pensar en la cara de decepción de su madre si le decía por qué la habían detenido. «Se pasaría una semana entera sin hablarme», pensó, frotándose el rostro con cansancio. Le pesaba todo el cuerpo y le dolía la vejiga de tanto aguantarse. ¿Siempre serían así con los detenidos? ¿O a ella le guardaban más inquina por ser una agresora de señoras de la tercera edad? Brooke supuso que nunca lo sabría con certeza.

Pasó una hora más sumida en sus pensamientos. El policía que la había detenido le había prometido soltarla por la noche, pero Brooke se negaba en rotundo a permanecer allí todo el maldito día, mientras su compañera de celda le taladraba el cráneo con sus batallitas. Sintiéndose inquieta y sudorosa, se frotó las manos contra los vaqueros y frunció el ceño al notar la ausencia de su móvil. Se lo habían quitado nada más meterla entre rejas, pero no importaba. Brooke cayó en la cuenta de que tenía derecho a una llamada. Pero... ¿a quién iba a contarle que se encontraba allí? Talía estaba de luna de miel con Alejandro, y Liberty se había marchado al pueblo con su hija para ver a sus abuelos. En cuanto a sus padres, le echarían la bronca por meterse en líos con treinta años recién cumplidos. «Estoy jodida». El pensamiento resbaló por su cabeza, y la inquietó más todavía.

Coló los pulgares en los bolsillos del vaquero y notó algo duro al tacto. Nada más sacarlo, descubrió que se trataba de su tarjetero. Allí guardaba la tarjeta de crédito, la de descuento de la gasolinera y, entre medio de todas estas, se encontraba la de visita de Danny Walsh, abogado. Como si una bombilla se hubiese encendido dentro de su cráneo, la sacó de inmediato, y comprobó que el número estuviese allí también. Efectivamente. Una sonrisa se abrió paso en sus labios al ver cómo el universo, además de reírse de ella, también le echaba un cable.

—Oye, quiero hacer una llamada —le dijo al guardia—. Tengo derecho a una.

El hombre se levantó de su silla con pesadez. Cogió el manojo de llaves y, tras haberle colocado un par de esposas, la sacó de la celda y la acompañó a su escritorio.

—Cinco minutos —le advirtió.

Brooke marcó el número de Danny con un nudo en el estómago y con la bilis en la garganta. Mandaba narices que tuviese que pedirle ayuda al hombre que no tenía intención de volver a ver y con el que había echado un polvo de alucine. Sin embargo, así funcionaba su mundo, al parecer. Tecleó con los dedos temblorosos el número de su despacho. La atendió una mujer al segundo tono.

—Buenas tardes, gracias por llamar al despacho de abogados Walsh&Co. La atiende Ana Morales. ¿En qué puedo ayudarla?

—Hola, soy Brooke Mathew. Pregunto por el abogado Walsh.

—¿Qué desea saber? ¿Tarifas, horarios, concertar una cita...?

«Que se teletransporte de inmediato a la comisaría y me saque de aquí». Este pensamiento le provocó un pequeño pellizco en el abdomen.

—Soy amiga de su cuñada. Necesito hablar con él urgentemente.

—¿Su cuñada? ¿Es una llamada familiar? Enseguida le paso. Un segundo. —Tomó una pausa, donde la línea quedó en completo silencio—. El abogado Walsh la atenderá enseguida. La paso con él. Gracias por llamar.

Apenas unos segundos después, la voz de Danny, ronca y bastante varonil, llenó sus oídos.

—¿Brooke? ¿Qué demonios haces llamando a mi despacho? ¿Y cómo tienes mi número de teléfono?

—Reconozco que Google me parece la herramienta más importante de todos los tiempos. Te permite encontrar casi cualquier cosa y a casi cualquier persona con solo hacer una búsqueda, pero no es el caso. Otro día te contaré la magnífica historia de cómo conseguí tu número de teléfono, pero ahora necesito que vengas a la comisaría y me saques de aquí.

—A ver, a ver... Un momento. ¿Qué demonios haces en la comisaría?

—Me han detenido.

—¿Por qué?

Brooke notó que el pellizco de su estómago se intensificaba aún más.

—Es largo de contar pero, básicamente, me han metido en la trena porque agredí a una anciana en el aparcamiento del Walmart.

Danny ahogó un suspiro al otro lado.

—¿Estás de coña, Brooke?

—¿Bromearía yo con estas cosas? —Saltó a la defensiva—. Solo necesito... que vengas y me saques.

—Soy abogado matrimonialista, Brooke. No me ocupo de detenciones de este tipo.

—Pero ¡no me dejarán salir si no llamo a un abogado!

—Te ofrecen uno de oficio.

—¿Tú aceptarías uno de oficio, Danny? —recalcó su nombre con irritación.

Brooke notaba los ojos del policía clavados en su nuca. ¿Serían así con todos o con ella se ensañaban más por haberse peleado con una señora mayor? Mandaba narices que viesen peor gritarle a una mujer sexagenaria que a alguien que había robado un bolso a punta de navaja. «El mundo funciona muy mal», dedujo.

—No —admitió él a regañadientes—, no lo aceptaría.

—Entonces, por favor, ven y sálvame.

Debió ser el tono casi suplicante de su voz, el polvo que habían compartido en la boda de Talía o que era la amiga de su cuñada, pero Danny gruñó al otro lado, prácticamente rindiéndose a la mínima.

—Estaré ahí en media hora. Por favor, no declares nada y no te metas en más líos.

—Sí, señor. —Una sonrisita de alivio adornó sus labios nada más colgar. Si Danny iba a por ella, no tendría nada que temer.

Le dedicó una mirada al policía y le hizo señas con las manos para volver a entrar. No diría ni una sola palabra hasta que apareciera su particular caballero andante. La única diferencia es que él llevaba un traje de chaqueta y corbata, y no una armadura reluciente.

Danny pensó que estaba metido de lleno en una serie de bajo presupuesto porque, si no, no entendía a cuento de qué lo llamaba la rubia de la boda después de dos semanas del encuentro, y nada más y nada menos que para que fuese a buscarla a la cárcel. Es que sonaba a broma de mal gusto. Cuando su secretaria le había avisado que la tenía al teléfono, aguardando, no se había imaginado que le pediría algo como eso. Pero allí se encontraba, conduciendo hacia la comisaría donde la retenían, dispuesto a limpiar su historial. Menos mal que conocía a los policías que trabajaban allí, y no le costaría demasiado que pasaran por alto lo que hubiese hecho. Lo peor de todo el asunto era que se encontraba muy nervioso. Incómodo, incluso. No había pensado que volvería a verla cuando se había acostado con ella. De hecho, había aceptado porque esa era cláusula principal: un polvo, y nada más. Cada uno por su lado. Sin embargo, el destino pecaba de caprichoso, y él no se sentía capaz de mirar hacia otro lado. Brooke era la mejor amiga de su cuñada, la mujer que rondaba su pensamiento en los últimos días —por mucho que le jodiera admitirlo— y la que le provocaba una sensación de vértigo insoportable.

Aparcó el coche junto a los dos de policía que ya se encontraban en el aparcamiento, y se bajó de inmediato. Le sudaban las manos a medida que se acercaba a la puerta. ¿Y si todo se volvía violento una vez que la tuviera delante? No era lo mismo acostarse con alguien una noche en que el vino corría por su sangre y le atontaba los sentidos que mantener una conversación totalmente lúcido. «Vamos, Danny, que tú no eres un cobarde», se recordó, limpiándose las palmas de las manos en los pantalones antes de empujar la puerta y saludar al guardia del mostrador.

El ambiente en la comisaría era muy tranquilo. Pocas veces se formaban escándalos en esa parte de Boston. Danny se había encargado de muchas peleas matrimoniales como para saber dónde se encontraba el jefe de policía a esas alturas. Su despacho era el más grande, pero también el que estaba más lejos de la entrada. Por protección, no se exponía a que cualquier loco entrase en la comisaría y se liara a tiros con él. No sería la primera vez que pasaba algo similar.

—Buenas tardes, Jeff —saludó al jefe, dedicándole una sonrisa amigable.

—Hombre, Danny. —Se levantó de inmediato para apretarle la mano—. ¿Cómo estás? ¿Qué te trae por aquí? ¿No te habrán puesto una multa? —Lo miró con el rostro levemente ladeado hacia la derecha y con una sonrisa socarrona—. Ya sabes que esas no te las puedo quitar.

—No, no. Nada de multas —aseguró—. Es que han detenido a una amiga mía por error.

—¿La que le ha reventado un huevo a su novio por pillarlo en la cama con otra?

Danny se estremeció cuando un sudor frío bajó por su espalda. Compadecía muchísimo al pobre desgraciado que se encontraba en el hospital, tratando de mantener una parte de su anatomía de lo más delicada y no perder las ganas de vivir por eso. «Algunas mujeres dan miedo», reflexionó.

—No. Se llama Brooke Mathew.

—Ah, la agresora de abuelas. Menuda amiga tienes, ¿eh? Me dijeron mis chicos que había armado una buena en el aparcamiento.

—Si me dejas hablar con ella, quizá sepamos qué ha pasado. Dudo mucho de que la adorable Brooke sea capaz de algo semejante. —La mentira le supo a ceniza en la boca.

—¿Estás seguro, Danny? Sabes que me encanta ayudarte, pero la pillaron con el bastón en la mano.

—Es una buena chica. Probablemente, tuvo un mal día. Su novio la dejó hace poco y... Ya sabes que a las mujeres las afectan mucho esas cosas.

«Como me escuche mi hermana decir estas mierdas, me va a reventar los dos huevos de una patada», pensó. Danny odiaba utilizar esas frases cliché que, además, solían ser erróneas. Sin embargo, de alguna manera, debía convencer a Jeff de que Brooke era completamente inocente. Y, aunque adoraba a su hermana y su lucha constante por la igualdad, se alegraba de no tenerla cerca y de que lo mandase a callar con una mirada reprobatoria.

Jeff suavizó su expresión, y asintió con la cabeza. Tenía una hija de treinta y pocos años, a la que habían plantado en el altar apenas unos meses antes, y empatizaba mucho con la agresora de abuelas. Una persona al borde del colapso siempre despertaba la lástima en los demás.

—Anda, vamos a sacarla de allí. Pobrecita.

Danny mostró una expresión compungida mientras lo seguía por el largo pasillo hacia las celdas. Entre rejas, con el pelo recogido y con una mirada furiosa, Brooke aguardaba junto a la que, suponía, era la cascanueces.

—¡Por fin! —exclamó ella nada más verlo, y sus ojos claros se iluminaron. Danny tragó saliva con cierta dificultad. En vaqueros y camiseta de los Rolling Stones, seguía viéndose espectacular, y eso le jodía un montón. Necesitaba centrarse y ser profesional, no recordar la cantidad de pecas que bañaban la piel de sus hombros, ni el lunar tan juguetón que tenía junto a su ombligo. El jefe de Policía abrió la celda, y la sacó. Brooke, nada más tener las manos libres, corrió hacia él y le dio un abrazo tan fuerte que Danny casi se cayó hacia atrás—. Te debo una —murmuró cerca de su oído—. Te juro que no he hecho nada. Esa vieja estaba destrozando mi coche.

—Tranquila. Te creo —dijo, y supo que era cierto. Brooke no se veía capaz de escaquearse de sus consecuencias—. Pero intenta no volver a encararte con otra persona por algo así. La próxima vez, llama a la Policía directamente.

Ella asintió. Danny creyó que le daría otro abrazo, o se dedicaría a expresar su malestar con palabras malsonantes pero, de pronto, se estremeció y se alejó de él.

—Necesito ir al baño. Este capullo —lanzó una mirada al policía que las vigilaba— no me ha sacado de la celda en ningún momento. Ahora vengo. —La vio alejarse con la sensación de que siempre terminaban del mismo modo: él la esperaba, y ella iba a vaciar su vejiga. Nunca le había tocado vivir una situación similar, y no sabía muy bien cómo tomárselo. Se acercó a Jeff, le contó un poco por encima lo ocurrido y se ofreció a llenar los huecos de la historia. Firmó unos documentos, donde la dejaban salir en libertad y sin cargos, y le prometió que hablaría con ella —igual que si Brooke fuese una niña de diez años incapaz de controlarse— para que no volviese a las andadas. Con la corbata que lo apretaba en demasía y con las manos sudorosas, salió de la comisaría y se reunió con su cliente porque, al parecer, era en lo que Brooke consistía ese día: alguien que le había lanzado una señal de socorro y que él había recogido—. ¿Todo bien? —preguntó con cierta inseguridad.

—Sí. Simplemente, no vuelvas a encararte con nadie, y solucionado. Y mañana te toca pasar por la grúa municipal a sacar tu coche —comentó por arriba en tanto le entregaba sus pertenencias.

—Supongo que lo de la grúa no hay manera de evitarlo. —Vio que él negaba con la cabeza. Brooke suspiró—. Vale, vale. Prometo ir a primera hora. —Sus ojos se fijaron en la fachada de la comisaría—. Un par de horas más ahí dentro, y me habría dedicado a cometer un crimen de verdad.

—No lo hagas —insistió él—, por favor. Tengo demasiadas cosas encima, y no necesito más problemas.

Ella le dedicó una sonrisa juguetona.

—Apuesto a que no sales a divertirte a menudo, ¿verdad? Un buen abogado como tú no tiene tiempo para eso.

—¿Por qué lo dices? No me conoces.

—Conozco a los que son como tú, y todos seguís el mismo patrón: horas extra para no pasar mucho por casa, un sentimiento completo de inutilidad si no llegáis a la meta autoimpuesta y unas ganas inmensas de poneros en marcha hasta en domingo, que son los días en que deberíais descansar y poco más —fue señalando, alzando sus dedos uno por uno—. ¿Me dirás ahora que no eres así? —Tocado y hundido. Danny se sintió incómodo de pronto. ¿Tan fácil de leer era? ¿O Brooke se codeaba a menudo con abogados adictos al trabajo como él? No lo descartaba. Esa mujer poseía un imán para los problemas demasiado grande. Por estadística, algún pobre abogado le había tocado aguantarla. Y, de no ser así, él inauguraba la temporada—. Venga, no te preocupes. —Brooke le dio un suave codazo en el costado—. La vida está hecha de elecciones. Y, si no te gusta ese tipo de vida, siempre te queda la opción de elegir otra.

«Como si fuera tan fácil...», pensó, mirándola con una de sus cejas alzadas. Mandaba narices que una rubia de metro sesenta le estuviera diciendo esas cosas, como si llevasen toda la vida siendo amigos.

—¿Has acabado con tu discurso Mr. Wonderful? Deberían contratarte para hacer eslóganes y venderlos en camisetas. —Él resopló. Hacía tanto calor a esas alturas que le sobraba la chaqueta y la corbata y la camisa, pero no le permitían desnudarse allí. No era nada ético—. Estás libre, señorita Mathew. Disfruta de tu día.

—Como si quedase mucho... —De pronto, pegó un grito, y Danny se alejó de ella un paso, asustado. Un par de señoras que pasaban junto a ellos quedó mirándolos—. ¡Mierda! ¡Dereck! —exclamó—. Joder, se me había olvidado. Necesito que me lleves al Eliot Elementary.

—¿Cómo dices? ¿Tengo pinta de ser tu asistente personal? —se quejó Danny—. Cógete un taxi.

Brooke hizo un aspaviento con la mano.

—Oye, solo debes dejarme allí. Le prometí a la tutora de Dereck que iría a hablar con ella, y ya voy con media hora de retraso.

—No sé quién es Dereck y me importa una p...

—Es mi hermano pequeño, Phoenix Wright —lo cortó ella, antes de que soltase algo indebido—. ¿Me vas a llevar o no?

Danny se frotó la frente con los nudillos, cansado. ¿Qué había hecho tan malo en la vida para recibir ese castigo?

—Si te acerco..., ¿vas a dejar de importunarme?

—No, pero, al menos, te haré reír. —Y sonrió tanto que sus ojos se empequeñecieron un poquito.

«Muy maduro», pensó. Danny cedió por no discutir. Tenía la impresión de que, con Brooke, jamás llegaría a un punto intermedio. Con ella, era todo o nada.

—Anda, vámonos. —Con un gesto de la cabeza, la invitó a seguirlo hacia el aparcamiento.

Mandaba cojones que su semana se hubiese torcido a la mitad gracias a la única mujer que no quería tener cerca porque lo desestabilizaba demasiado. Y Danny no era de los que se salían de la línea sin motivos de peso. Supuso que por eso había aceptado llevarla al instituto de su hermano: por quitársela de en medio cuando antes. Si pasaba mucho tiempo a su lado, terminaría cediendo al caos.