El viaje hacia el Eliot Elementary School fue un suplicio para Danny. Tuvo que soportar que Brooke pusiera música a todo volumen, que le preguntase un montón de cosas acerca de su trabajo y, además, que subiera los pies al salpicadero, como si fuese una adolescente de catorce años. En cada semáforo que se detenían, Danny le daba un suave empujón hacia abajo a sus piernas, pero ella volvía a subirlas, como si la retase. Finalmente, lo dejó por imposible y suspiró de alivio al ver el edificio donde habían estudiado casi todos los bostonianos, incluido él. Seguramente, aún seguían trabajando los profesores que le espetaban que no llegaría a nada gracias a sus problemas con las matemáticas.
—¿Me esperas? —pidió ella—. No creo que tarde.
—Brooke...
—También puedes venir conmigo.
—No, gracias.
—¿Entonces...?
—Vale, vale. Te espero.
La sonrisa de ella le provocó un cosquilleo en el abdomen, que odió con todas sus fuerzas. «Eres demasiado blando, tío», pensó. Nada más perderla de vista, bajó el sonido de la radio y se quedó allí unos segundos. Apenas se acabó la canción que sonaba, Danny soltó un resoplido, y acabó persiguiendo a la rubia hacia el interior del edificio.
—¿No te ibas a quedar en el coche? —preguntó ella.
—Supongo que no está de más que estire un poco las piernas.
Brooke prefirió tragarse su réplica. Según ella, lo que pasaba es que no le gustaba mucho estar a solas con sus pensamientos. Y, en cierto modo, lo comprendía. La mente era experta en sabotear a cualquiera.
Nada más llegar al aula donde estudiaba su hermano, dio unos golpecitos en la puerta abierta y sonrió con cierta incomodidad a la tutora, una mujer entrada en carnes, morena y con gafas carey, que suspiró de alivio al verla aparecer.
—Perdóname, señorita Hale. He tenido algunos problemas con la grúa —mintió Brooke.
—No pasa nada. Dereck y yo estábamos aprovechando este rato para adelantar un trabajo, ¿verdad?
El adolescente de doce años, que se sentaba en uno de los pupitres de delante, hizo una mueca con la boca. Para él, pasarse toda la tarde allí, encerrado y rodeado de eventos históricos, era una tortura medieval más efectiva que la rueda, pero no pensaba decirlo en voz alta.
Danny, mucho más alejado que las dos mujeres, se le quedó mirando. El chico se parecía muchísimo a Brooke, salvo que era un poco más moreno de piel y lucía un piercing en la nariz. Por los demás, ambos hermanos compartían los mismos ojos y las mismas muecas.
—¿Qué pasa? ¿Ha hecho algo? —cuestionó Brooke.
—No, no. En absoluto —aclaró la tutora—. Dereck es un buen chico, pero ha tenido problemas de concentración en las últimas semanas y quería preguntarte si ha pasado algo que lo afecte en casa.
—Excepto porque mi madre ha dejado de comprar café, creo que no.
—¿Segura? He trabajado muchos años con chicos de su edad y, aunque soy consciente de que la adolescencia es una etapa difícil con tantos cambios físicos, debo admitir que Dereck parece disgustado por algo.
—Él es así casi todo el tiempo —explicó Brooke.
—Será mentirosa... —se quejó su hermano.
Brooke le dedicó una mirada de advertencia, que él le devolvió con una peineta.
—¿Ves lo que te digo? Anda muy revuelto. —La profesora suspiró—. Tal vez debería enviarlo al psicólogo del colegio. Es muy bueno ayudando a adolescentes que se sienten sobrepasados por su entorno.
—Pero es que a Dereck no le ocurre nada. Es la edad del pavo. Si yo era igual con doce años... —insistió Brooke, aferrándose a esa vía para ahorrarle a su hermano una hora a la semana frente a un psicólogo que no lo escucharía en absoluto—. ¿Has probado a preguntarle qué le pasa? —Brooke se irritó al ver la sorpresa en la cara de la mujer que tenía delante.
Por supuesto que no lo había hecho. Eso no entraba dentro de sus obligaciones, al parecer. Quedaba mejor alarmar a los familiares de un adolescente y enviarlo a un psicólogo que, simplemente, sondear si estaba molesto por algo, si no iba bien al baño o si no dormía bien.
—Debo admitir que no; no he hablado con él —comentó la tutora—. Los adolescentes mienten mucho.
—No todos —corrigió Brooke—. Mi hermano es una persona bastante sincera. Sabe admitir sus errores. Mis padres lo educaron para que así fuera.
—¿Está segura de eso? —La profesora le dedicó una mirada inquisitiva a través de sus gafas.
Brooke asintió con la cabeza.
—¿Qué tal si ponemos fin a esto? —Se giró hacia su hermano y le hizo señas con las manos para que se acercara—. ¿Puedes contarnos qué te pasa?
Dereck, un tanto huraño, arrastró los pies hasta donde se encontraban ambas mujeres.
—¿Y bien? —insistió la señora Hale.
—¿Tengo que hacerlo? —Dereck miró a su hermana.
—Es lo mejor. De esta manera, no te enviarán al psicólogo.
El chico hizo una mueca, y aceptó a regañadientes. Le sonaba mucho mejor soltar lo que lo quemaba por dentro que sentarse frente a un hombre capaz de recitarle todas las frases positivas y clichés que pululaban por Internet.
—Hay alguien que me gusta. —Su voz sonaba desapasionada, aunque retorcía sus manos con nerviosismo—, y no sé cómo debo sentirme.
—¿A qué te refieres? Los chicos presentáis muchos cambios a esta edad —dijo su profesora—, y es natural que te atraigan las chicas que hay a tu alrededor. Ellas desarrollan antes, le crecen los pechos, se tiñen el pelo de colores y usan ropa más ceñida. No digo que vayan provocando a sus compañeros —se lanzó a explicar—, solo que, con tantos cambios hormonales, pues...
Dereck sacudió la cabeza.
—Me atraen los chicos. Técnicamente uno, pero... sé que nunca se fijaría en mí.
—¿Cómo? —La profesora pestañeó muchas veces seguidas—. Seguramente, estés confundido, Dereck. Hay amistades que son muy intensas y...
—O, simplemente, le gusta y ya —intervino Brooke antes de soltarle un sopapo a esa mujer—. ¿Qué tiene de malo?
—Me vas a perdonar, Brooke, pero, con doce años, las cosas se confunden mucho.
—Hace dos minutos le estabas diciendo que comprendías bien que se fijase en las chicas, y ahora que está confundido —se quejó la hermana—. ¿Qué te pasa? ¿Eres homófoba? Porque, si es el caso, pienso ir a hablar con el director ahora mismo. —Brooke echaba chispas por los ojos y se contenía a duras penas. ¿Por qué seguían viviendo en un mundo plagado de personas intolerantes? ¿No pensaba dejarlo estar? A ella le importaba entre poco y nada que su hermano fuese bisexual o gay. Mientras consiguiera ser feliz, lo demás daba igual. Y, si esa señora de gafas más viejas que el mundo pensaba oponerse, lo cambiaría de instituto, o hablaría con el director. Sin embargo, no permitiría que lo hicieran sentir que vivía en el lado equivocado de la vida por unos ideales pasados de moda.
—Tranquilízate, Brooke. Solo decía... —Nerviosa, la señora Hale carraspeó y volvió a esa pose de mujer tranquila y cercana—. Tienes razón: no hay nada de malo. Imagino que por eso estás revuelto, ¿verdad, Dereck?
Él encogió uno de sus hombros. Brooke no le dio importancia porque ya conocía el pasotismo de su hermano. Pocas cosas le interesaban en el mundo, aparte del skate, la música rock y jugar al Fortnite hasta que llegaba la hora de la cena. Le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo hacia ella. Casi tenían la misma estatura ya. Dereck se relajó un poco.
—Todo aclarado, ¿no? Hablaré con él para que vuelva a centrarse en clases. Pero te pediré una cosa, señora Hale: no vuelvas a insinuar que mi hermano está confundido porque le gusten los chicos o las chicas. Estás aquí para enseñar Historia, no para decirles a los adolescentes que la homosexualidad es pecado. —Miró a Dereck—. ¿Nos vamos?
Él no tardó en asentir e ir a recoger sus cosas. La señora Hale no supo qué responderle, pero le agradeció que se hubiese acercado a hablar con ella. Puesto que sus padres trabajaban muchas horas al día, no solían ocuparse de asuntos como ese. Abandonaron el aula los tres, en un silencio demasiado incómodo.
—Odio a esa vieja —espetó Dereck cuando ya se habían alejado lo suficiente—. Es una fanática de Jesucristo, de las estampitas de la Virgen y de los himnos de la iglesia.
—Eso he notado, pero tendrías que haberme dicho lo que te pasa —apuntó Brooke—. ¿Ya no tienes confianza conmigo? ¿Pensabas que me opondría a que te guste un chico?
—Que sí, pesada. Solo... —Dereck desvió la mirada hacia sus pies—. No sabía muy bien cómo sentirme y si realmente me gusta, o solo confundo la amistad con algo más.
—Pues, como siempre, sabes que nos da igual si sales con chicas o con chicos, Dereck. O si eres asexual. Incluso, si te metieras a ser sacerdote, te apoyaríamos a muerte. Lo único que no pienso permitirte es que te hagas pandillero, ¿me oyes?
Dereck le dio un suave empujón a su hermana.
—¿Y tú? ¿Por qué no me has presentado antes a tu nuevo novio? —Le lanzó una mirada curiosa a Danny—. No es mucho tu tipo. Alto y presentable, y con pinta de ser de los que leen a Paulo Coelho.
Brooke se rio a carcajadas.
—No le digas eso, anda. Y no es mi novio —aclaró—. Es el cuñado de Talía.
—¿Eso importa? —preguntó su hermano—. Si te liaste con uno de sus primos hace dos navidades, que te pillaron y todo.
—Debería importar, sí, porque él también tiene derecho a opinar al respecto.
Danny caminaba junto a ellos, sin saber muy bien cómo sentirse. Había sido testigo de toda la charla, y aún no sabía muy bien cómo tomárselo. Le sorprendió para bien que Brooke defendiera a su hermano igual que una leona cabreada protegía a sus crías de cualquier peligro, por no hablar de que era muy abierta de mente y veía con normalidad que su hermano descubriera su identidad sexual a través de su entorno, importándole muy poco si se equivocaba o no por el camino. Le recordó un poco a su hermana pequeña, Kara. No compartían padre, aunque sí madre y, aun así, siempre la había sentido como una melliza. Se llevaban cinco años de diferencia, y ella jugaba en otra liga. Inteligente, guapa, empoderada. Caminaba por el mundo con fuerza y no solía rendirse. Ella le había enseñado tantísimas cosas, del mismo modo que Brooke lo hacía con su hermano. Dereck no se imaginaba la suerte que tenía.
—Tu hermana y yo solo somos... amigos —dijo Danny entonces. La voz le sonó un tanto ronca—. Y, al parecer, también soy su abogado.
—¿Qué has hecho ya? —Dereck clavó sus ojos en Brooke—. ¿Te han pillado robándole limones a otro vecino? ¿Pinchándole la rueda del coche a tu ex? Mamá va a flipar cuando se entere.
—¿En serio? —Danny fue quien se rio en esta ocasión—. Tendría que haberme imaginado que tu historial no estaba limpio, rubita. Si es que das toda la pinta de ser peor que un terremoto...
Brooke resopló. Con gusto le hubiese hecho una peineta a toda respuesta, aunque no sería muy maduro de su parte.
—Dos contra uno no es nada justo. Y tú no opines —le dijo a Danny—. No me conoces. Los limones sobresalían de la verja, y solo pillé cuatro. Lo de las ruedas del coche... ¿Qué harías tú si tu novio te deja para irse con su mejor amiga al día siguiente y pregonarlo por todos lados?
—Empiezo a saber de qué pie cojeas. —Él encogió uno de sus hombros—. El coche es un bien privado, igual que el limonero, y no estás en potestad de hacer con ello lo que te dé la gana. Aunque te concedo que la venganza fue muy buena —añadió al ver su mirada desdeñosa—. No hay nada que nos joda más a los tíos que el hecho de que nos toquen el coche.
—Si quieres, te cuento todo lo que ha hecho —ofreció su hermano—. Mis padres le temen más que a una central nuclear y a los conservantes en las acelgas.
Danny y Dereck intercambiaron una mirada amigable. Junto a ellos, Brooke bufó.
—Muy bien, tiempo, y se acabó. Estábamos hablando de ti —señaló a su hermano—, y no de mis malas decisiones. ¿Quién es el afortunado que se ha robado tu corazoncito?
—A ti no te lo voy a decir —decidió Dereck—. Seguramente, se te escape delante de la próxima reunión escolar, y me niego a que manches mi historial.
—Entonces, te pienso dejar con papá y mamá, y que ellos te inviten a cenar sus famosas albóndigas de plancton —amenazó Brooke. Escuchó su quejido lastimero y le dio un codazo suave en el costado. En el fondo, le daba un poco de lástima. Sus padres eran demasiado veganos para cualquier adolescente con ganas de cenar una simple pizza grasienta y luego irse un rato a ver Netflix, pero ahí ya no le daban consentimiento para abogar a su favor—. ¿Te importa si lo dejamos en mi casa de camino a la grúa municipal? —consultó a Danny.
Él exhaló un profundo suspiro.
—No, claro que no.
Brooke se lo agradeció con una sonrisa que le provocó un cosquilleo placentero en el abdomen a Danny. Subieron a su coche, y Brooke le indicó dónde vivían sus padres. No quedaba muy lejos de allí. Ella encendió la radio, la puso a un volumen considerable y se sentó como una persona normal. Danny se preguntó si lo hacía para que su hermano la copiase, o si lo de antes había sido una manera de incomodarlo a propósito. Con esa mujer, era imposible aceptar.
—¿De verdad que no es tu novio? —insistió Dereck al cabo de unos minutos, dedicándoles una mirada inquisitiva tanto a uno como a la otra.
—¿Y ese interés repentino? —indagó su hermana—. Pensaba que no te gustaban los cotilleos.
—Solo me preguntaba si te habías echado un novio normal, para variar.
«Puto niño», pensó Brooke, riéndose por lo bajo. Le daba la razón en que sus últimas parejas habían dejado mucho que desear. Sí, trabajaban en multinacionales importantes y ganaban una fortuna al año, pero sus ideales y sentido del humor eran deleznables en la mayoría de las ocasiones. Ni siquiera ella comprendía por qué le gustaban o por qué le jodía que la echaran a un lado, como si fuese culpa suya que la relación no funcionase. Cuanto más lo pensaba, más llegaba a la conclusión de que jamás se enamoraría. El destino se empañaba en ponerle la zancadilla todo el tiempo. Y, por mucha ilusión que le hiciera pasar por el altar y formar una familia, tal y como sus amigas habían hecho, no dejaba de pensar en lo difícil que resultaba.
—Te juro por Dinosaurios que no, no es mi novio.
Dereck se calmó de inmediato. Dinosaurios era la serie favorita de los dos desde que él era un crío insoportable que no paraba de llorar. Un día, habían empezado a emitirla en televisión, a la hora de la merienda, y se engancharon por completo. Poco importaba que fuese de los noventa, porque se reían a carcajadas de igual modo y la esperaban como agua de mayo. Desde ese día, los dos juraban por Dinosaurios, la serie que los había unido y había salvado sus oídos de los berridos incesantes de un niño de dos años que no se contentaba con nada.
Danny se detuvo frente a la casa adosada donde habían crecido los dos. El jardín seguía igual de cuidado; la casa era amplia y luminosa y, en la parte de atrás, aún permanecían los columpios infantiles y la cúpula donde cenaban a veces todos juntos, en las noches más calurosas del verano. Cuando pasaba por allí, Brooke echaba muchísimo de menos vivir con sus padres. No porque le hicieran la vida más fácil —a decir verdad, eran incompatibles—, sino por el cariño, el apoyo y el ambiente familiar que reinaba en el vecindario. Todo el mundo la conocía y no la miraban como si fuese una lunática, algo que sí ocurría en su edificio. Dereck se bajó del coche con la mochila colgada del hombro. Antes de entrar en casa, miró a su hermana a través de la ventanilla bajada.
—Es Taylor, uno de mis mejores amigos, el chico que me gusta. Por eso, no le digo nada.
Brooke notó una sacudida a la altura del pecho. Taylor y Dereck habían crecido prácticamente juntos. Joder, si hasta eran vecinos. No le extrañaba que su hermano experimentara toda clase de emociones, y no supiera cómo afrontarlas.
—¿Quieres que mañana venga a cenar a casa y hablamos de ello? —Dereck asintió con la cabeza, y Brooke sonrió con cariño—. Mañana te veo. Díselo a mamá.
—Vale, pesada. —Se inclinó un poco y saludó con la mano a Danny—. Espero que tengas paciencia, tío. Mi hermana es insoportable. —Dicho eso, se marchó a casa.
—¿Qué? —Brooke frunció el ceño ante la sonrisa ladina del señor Walsh.
—Nada. Solo pensaba en lo irónica que puede ser la vida a veces.
—¿Y eso qué significa?
Danny arrancó de nuevo y se dirigió hacia su apartamento, sin responderle. No sabía cómo hacerlo sin parecer un lunático. Sin embargo, le gustaba que Brooke y su entorno fuesen así: espontáneos, sin pensar en qué decir para que la otra persona no se ofendiera, o estar mirando el reloj todo el tiempo por si llegaba tarde a otra cita, o perdía demasiado el tiempo con tonterías. Él era de esos últimos y, en esa tarde, había vivido más situaciones sencillas y naturales que en el último mes. Y eso hablaba muy mal de la vida que llevaba. Por eso, no pensaba decir nada. Brooke lo malinterpretaría, y él regresaría a esa coraza que lo protegía de sentir demasiado, pensando que, de ese modo, nadie le haría daño, aunque fuese una completa falacia.