7
NOCHE MACABRA
En medio de la noche y recostado sobre la cabecera de una cama victoriana de pluma de caoba, de rico respaldo y piecera entallada, Burton apuntaba con una pluma estilográfica algunas notas sobre las páginas de un viejo diario, su escritura detentaba cierto aire melodramático, el original escrito en un cuidadoso longhand de diferentes tintas se había desvanecido con los años en algunas secciones, mientras tanto, Mortimer descansaba en la cama contigua.
Se encontraba anonadado ante el paradigma que se abría ante él, era un mundo en el cual no existiera la palabra «fin», era caminar sobre una ruta sin sentido, hacia un abismo, hacia un ocaso, el cual estuviera tan lejos como el de la propia muerte, ¿y qué sino la propia muerte como excusa hacia una causa desesperada?, la que tantas veces había tenido ocasión de vadear, de driblar, pero esta vez iba en serio, era un hecho consumado y estaba ahí, un mal sueño, eso veía ante él, simplemente un mal sueño.
Trataba de nivelar la balanza, pero era imposible, las piezas de aquel galimatías eran una tarea inútil, las de poder encajarlas en un patrón adecuado, el cual buscaba y hurgaba entre sus pensamientos y en su propia memoria, la memoria de un ser frío, el cual siempre fue. Pero su verdadera identidad volvía a llamarle, esa identidad que creía perdida para siempre y olvidada, le llamaba nuevamente con insistencia, asintió con su rostro mientras pasaba las páginas de viejos dosieres entre sus dedos, pegó un sorbo del vaso de Brandy con soda, tratando de mantener el tipo y la serenidad, pero no era algo fácil, pues ya de por sí era una situación que se le escapaba de sus propios límites, entraba en una línea entre la realidad y lo desconocido, entre las tinieblas y los propios temores del hombre, era el mundo exterior, y aquello con solo nombrarlo ya sobrecogía. Todo un mundo se abría ante él sin desvelar, pegó un pestañeo y con el vaso entre sus manos lo dejó a un lado de una pequeña mesa. Indagaba como una mente tozuda y perseverante pero también fría y despierta, la noche trazaba la alcoba con su impronta y rayos tenues de luz.
Sentía su paladar reseco y su interior estaba completamente confuso, algunas sombras se movían de un lado a otro de la habitación, movidas por unos viejos cortinajes que esparcían sus tiras retorcidas y deshilachadas cual tentáculos que se abalanzaran sobre el pensamiento, anhelando atraerle aún más hacia el borde del precipicio.
Aquella oquedad era tan oscura y tan dura de esquivar que no lograba hallar un punto de referencia y de orientación claro, iba a la deriva, como siempre lo estuvo, y no se encontró extraño, pues siempre fue un hombre solitario empujado por la propia inercia de la vida, pero dar la espalda a la realidad no era tarea fácil, ni para él, que ya había sorteado la frontera de la misma muerte más de una vez, ni para cualquier mortal.
La investigación le arrastraba hacia lo desconocido. No lo negó, aunque su locuaz raciocinio intuía de lo que le esperaba en el mundo exterior, algo que no necesitaba introducción alguna ni presentación. Indagó entre los ficheros de investigación, eran historiales delictivos y láminas con dosieres de casos raros y fichas de auténticos criminales, los que comenzó a hojear entre sus manos con los labios oprimidos y las cejas fruncidas, sus fotografías de anatomías comparadas, superpuestas, daban miedo con solo mirarlas; contrajo el rostro tratando de evitarlas, eran los terribles sucesos de un tiempo ya remoto, de los que había sido testigo en un pasado del cual renegaba y trataba de olvidar y de liberarse aún. Mantuvo un traumatizado semblante al repasar aquellas fichas de fotos y sujetos, algunos eliminados y otros aún con vida, le pusieron la carne de gallina, se trataba del «bestiario» particular del Servicio Secreto inglés.
—La ventruda luna de Tritón consumida en su modorra nos otea con resabiadas y celosas intenciones, como el fautor de un delito incongruente, cebado en sus remordimientos, trata de soslayar desde su ojo avizor las acciones y deliberaciones de los que, ahuyentados de su más negro ornamento, nos disponemos a buscar en el suplicio de la eterna espera, la causa dantesca que ha afligido a una bella inocente, bajo este sórdido confín de la existencia y su mano indolente —le recalcó Burton.
—Conciliar el sueño en una noche de plenilunio es harto difícil, pero sofocar con los arrestos de un mortal las acechanzas de un espantajo que perturba los contornos abismales del ceniciento valle de la muerte, y que ha de ceñir en su frente, la más espantosa calavera con su arte riente, es una pesadilla difícil de sortear, pues al igual que un travestido bulo impenitente, nos corteja con la sombra esquiva e invertebrada de un sátiro burlón, y, en su recogimiento, nos muestra su lacerada cara, sus partes más pudendas, su decrepita viruela, la que al penitente no consuela —contestó Mortimer, el que trataba de conciliar el sueño ante la tenue luz de la lamparilla de noche, con la que se alumbraba Burton en sus indagaciones y cotejaciones.
—Con la tenacidad envolvente de una áspid, Tritón nos observa, si en la trasmutación y la abstracción os perturba este plenilunio tan dantesco, el que descubre su sacrílego recodo desde el cosmos más consumado y fiero de la creación, con corrompidos y abisales fosos y, en su anhelo itinerante, el que brota acechante, en la doblez más inquisitiva y remarcada de la noche, habréis de procuraros un lecho más blando, para que así el sueño os llegue, con imágenes oníricas y lascivas, las que ofrece en dones desde el más depresivo delirio y vigilia, el que concadena y solivianta sobre las personas en su reconfortante ilusión —le exhortó Burton.
—Decidme, estimado Burton, bajo la esferidad más contemplativa y soterrada, con que la noche nos surge tan esquiva y enredada, ¿de dónde vinculáis, y desde qué extraña naturaleza, confabulación y discernimiento defendéis la condición de divinidad a ese burdo vestigio encontrado, como el que ha de postular con suficiente validez las detalladas y consabidas alusiones a ese dios del sueño, pues si es Morpheus su mentor, dueño y señor de estos austeros márgenes de la incomprensión y el temor, con qué subrepticio propósito se ha de aliar e interferir obstruyendo así la apacible armonía y el sosiego?
—Salvo excepciones cabales, en esta tenebrosa y adocenada época de recalcitrante y convulso revoltijo, según mis estudios, ese ente retorcido se nutre y se vale de los sueños de los mortales, retarda y desordena los mismos en el fatigoso placer de conciliarlos. Ya veis el caso de la desgraciada Olivia, que en el anémico insomnio de sus días, palidece ante fuerzas incomprensibles consumiendo sus energías, he dispuesto un magnetófono lector de onda corta, que es capaz de registrar las ondas que oscilan bajo el umbral de la inconsciencia, yo las llamo «ondas fantasmas», son los hados negros de la noche, Mortimer, los que bajo su hiriente susurro balbucean cosas incomprensibles e inaudibles para las más despiertas mentes del mundo y sus gentes —le señaló un armatoste que surgía a su diestra frente a un mueble, se asemejaba a un lector sísmico, ya que en su pantalla iba monitorizando las constantes y las perturbaciones de las ondas sonoras de Claudius.
—¿Creéis que hallaréis algo con esa cosa, ese artilugio demoniaco? —quedó estupefacto Mortimer.
—Eso es lo que me propongo, si mis investigaciones están en los cierto, este artilugio demoniaco nos ha de resolver muchos misterios, a los que hoy no llegan las percepciones humanas, pero sí la ciencia, queridísimo Mortimer —le respondió Burton—, hechos que por la vía analítica y empírica han de llevarnos sobre el rastro de esa bestia del quebranto y el dolor, esa ruda realidad que, sacrílega e incestuosa, juega con la vida de los inocentes, pues estas indagaciones han de conservarse para la posteridad, para que el hombre no erija templos y catedrales, sin haber disipado antes sus verdades, adentrándose en mundos en sombra, sin disipar las brumas que lo envuelven, tened presente: que en cada esquina de una centuria siempre crece un cardo, y el mal acecha en todas sus formas y maneras, en el triángulo obtuso de la malicia y la perfidia.
—Os creo, Burton, que como un prestidigitador os desenvolvéis con la sagacidad más ligera y despierta, cual fina gasa de Dacca en su velada más incierta, Tritón mortifica su atadura desde la frustrada alteridad de los cielos, justificando su vilipendio en pos de los sueños ajenos y de sus velos, aquellos que circunscriben la belleza y el esplendor tardío, en su seno más perdido, son los que más codicia y hurga en la displicente alma de los hombres, el velo de la tupida sospecha ya ha corrido su inquieta mortaja, ante la pavura que entronca en su carácter más cautivo, bajo la corrompida esfera que impera y rige en el limbo más subversivo.
—Si bajo las severas blasfemias e imprecaciones de la real primogénita de lord Blackwood, esa vil áspid que en su soez propósito reduce nuestro laborioso sacrificio, al más burdo sarcasmo desde su vanidoso juicio, hemos de andar cautos y con la mira puesta en nuestro ingenio, en pos de solventar los berrinches de esa bruja, que en tan alevosa disposición nos arrebata el ímpetu y la esperanza, al amparo y aquiescencia de su padre, que por no involucrarle, he decidido no amonestarle —le indicó Burton.
—Pues deberíais hacerlo, señor, con la prontitud con que se razona, ya que esa zorra desbarata a su antojo con ardides inventados como prefigurados, y os desmoraliza y ralentiza con el arte más fingido y censurado —le contestó Mortimer.
—Noto cierto aura profana en este lugar, y en la fértil y fecunda trabazón existente entre hija y padre, será difícil apartarla de su regazo, pues siempre trata de enviciar el ambiente mediante argumentos cuidadosamente tamizados, enrareciendo y turbando con un celaje imberbe el escenario en el que nos movemos, cual luna que reflecta su languidez, en el espejo de su más sublime tozudez, ya que en el legado usufructo de este entendimiento, transfigura sus dones por el de un erial infértil como estéril a ojos de lord Blackwood, el embajador y el cónsul inglés. Desconozco los motivos que le llevan a actuar así, incidiendo en el carácter y en las resoluciones que se han de tomar a este respecto, pero es algo que deberemos averiguar.
—Sed cautos, mi señor, ¿creéis que ese símbolo fue dejado por alguien con algún propósito o no fue más que el venturoso azar, el que osó plasmarlo en tan infame lugar? —le preguntó Mortimer.
Chuck Burton meditó por unos segundos la respuesta.
—Si he de prejuzgar ante hechos tan fantasmagóricos y fuera de toda lógica, con la certeza inequívoca del que ha de discernir una clara disonancia entre angustia y horror, os diré que todo esto me infunde gran pavor, pues esa representación repliega su consistencia con los rasgos más esquivos, para que nadie pueda conjeturar ni atributo ni apelativo. Deberemos visitar ese ruinoso panteón del terror y encontrar el eslabón perdido, el que nos aclare esa interrogante con la que me habéis interpelado. Hace un frío espantoso aquí dentro —miró en derredor Burton.
La niebla se infiltraba por las ventanas llegando a extender su gaseosa condición por la alcoba.
Se adentró la noche y ambos dormían profundamente, aunque Burton acechado por perturbaciones en el sueño despertó de súbito, inmerso en la oscuridad de la habitación; había escapado de un pesadilla espantosa, sintió un escalofrío que contrajo y erizó el vello de su cuerpo, cuando percibió el ronroneo y el murmurante lenguaje que venía de la alcoba adyacente, la de Olivia, era un respiración anhelante distorsionada por un susurrante lenguaje.
Aquello le hizo empalidecer, vio la registradora de sonidos convulsa en ese instante, emitiendo unas frecuencias fuera de lo normal sobre la pantalla del monitor.
—¡Mortimer!, ¡arriba! —le llamó Burton, que presuroso se reincorporó de la cama, saliendo a toda prisa por los pasillos de la mansión hacia la alcoba de Olivia.
Una suite a oscuras y realmente majestuosa se despejó iluminada por las tenues claridades que la luna difuminaba con delicadeza suprema y aquellas dagas glaciales diáfanas. Se abrió ante sus retinas y posaron sus pies en ella.
Una cama imperial veneciana con cabeceras ornamentadas con el busto y el rostro de un dragón se percibió al fondo de la suite, con paredes que parecían talladas en marfil, se asemejaba más a una habitación estilo victoriano por su mobiliario, pero esas majestuosas paredes estaban hechas de un material tan resplandeciente y delicado a la luz de la luna.
Burton traspasó la puerta flanqueada por dos columnas que llegaban hasta el techo, adosadas a la pared con forma de figura humana, lo primero que discernió fue una cómoda con cubierta de mármol, adornada con rosetas justo a lado izquierdo de la entrada, Burton se dirigió directo hacia el lecho con el dosel de la cama.
Desenfundó su revólver; entre la niebla que impregnaba la habitación se apercibió de la grotesca sombra que atormentaba en su sueño a la bella Olivia, bajo la sombra de su Stetson de ala ancha y una cazadora de cuero, encañonó a aquel ente que reposaba sobre ella al pie de su cabecera.
El susurro de aquel ente hacía convulsionar todo el mobiliario de la suntuosa alcoba, hasta un buró en caoba y chapa de ébano Luis XVI con cubierta de mármol griotte italiano, comenzó a vibrar desencajándose de sus cajones, los cuales estaban entreabiertos.
Burton se abalanzó sobre la cama disparando a bocajarro contra la sombra, pero aquella fantasmal aparición se disolvió entre la niebla, dejando de vibrar de improviso todo.
La alcoba estaba repleta de muebles estilo Luis XVI repartidos por doquier, muebles delicadamente estriados y rematados en punta. Era una habitación con colgaduras, muselinas, estampados. En la blanca pared marmórea se alzaban dos columnas que llegaban hasta un techo de oro pintado, poseían las figuras de dos serpientes retorcidas dantescas con cabeza de demonio.
Burton enfundó el arma y repasó toda la habitación sorprendido por su lujoso interior, entre sillas, mesas, aparadores, cómodas, armarios y escritorios, entre espejos, candelabros, lámparas, porcelanas y esmaltes continentales de Meissen y Chelsea.
Luego se fue hacia una caja con chapa de palo áloe repleta de bebidas que reposaban sobre una cómoda en caoba, con cubierta de mármol amarillo y adornos de bronce dorado, estaba flanqueada por dos extraños dragones chinos, engalanada en bronce dorado, los paneles laterales se abrían como puertas y revelaban los cajones interiores.
Burton destapó una botella de whisky común y lo mezcló en un vaso que reposaba entre jarrones y objetos de adorno de Derby y Worcester, con un líquido que llevaba en un vial de cristal, el cual mezcló con una cuchara.
Mortimer penetró y corrió por la alfombra hacia un elegante armario ropero inglés en caoba, entre las elegantes sillas tapizadas, tropezando con las mismas y llegando ante Burton.
Burton halló los postigos de la ventana del dormitorio abiertos, y en la misma, solo la lámpara del escritorio de pantalla verde daba algo de luminosidad en esa tétrica oscuridad; se fue hacia la joven y le despabiló con dos sutiles sopapos en su cara, la cual estaba sumida en un sueño muy profundo.
Lady Olivia agonizaba entre elegantes cojines Sheldon. Llevaba un traje sin mangas en línea princesa con remolinante falda twist, con una transparente organza de seda negra, el torso iba compuesto de puntilla bordada en hojas de hiedra, con un escote redondo.
—Infeliz criatura, debéis tomaros esto, algo monstruoso se ha cernido esta noche con el propósito de atormentaros, ¡Oh, triste doncella del quinto trecho infinito!, a por vos venía, y vuestros sueños quería —Burton le hizo tragar aquel bebedizo—. Tragaos esto, milady, estáis más blanca que el jazmín, pero saludable es este desvelo, el que pudo arrastraros a su cielo, a punto estuvisteis de morir, infeliz criatura, pues si en esta dulce morada, tan divina como encantada, pudo penetrar con el solo propósito de asustar, os mortificó en vuestro sueño, marchitándoos tras su ceño. En vuestro imperecedero reclamo, y triste angustia, os oí en la lánguida agonía del maldito frenesí, mortal era su mirada, tan traicionera y desgraciada. Despertad os digo, despertad, milady, ante los intemperantes vaivenes de la impiadosa fortuna, dejad purgar esa negra alma que concibe la noche en su quebranto imperecedero, la que esta perra luna prescribe tan duradero, que el poderoso dios del sueño no se entrometa jamás, y ni ose reclamar, lo que bajo estas escatológicas ensoñaciones no es suyo, ya hemos visto en su convulso desdén la negra mano que trae la fatalidad, la que en su agria disonancia se aviene a la ignorancia, del que desdeña y no se prosterna en su fatal desidia ante su hiriente mortaja y espíritu desalentador, que con el diezmo de tan furtivo mandamiento, os hace palidecer, pues todo es tan esquivo de entender.
—Oh, estimado Burton, tan certero ese mensaje, acudís a mi llamada, ante este mi lecho, en el que agonizo tan solícita y desganada, sofocando el suplicio balbuceante, el que habéis de domeñar y no convulsionar —le agradeció lady Olivia que le sonrió—, con la taciturna condescendencia del quebranto, me reanimáis, resucitando mi espíritu con la pertinencia, de la más sumisa impaciencia. No dejadme, os lo suplico, soliviantadme sobre este mi lecho, vivificad mi corazón ya contrahecho.
—Así he de obrar, milady, pero no os fatiguéis, respirad esta ponzoña, que fluya a través de los apéndices que han de aspirar la esencia de la noche, la armónica ánima que otorga en su balsámico alivio, la cura contra el abatimiento y de los que abominan en su resabiada melancolía, contra las más bellas ninfas que depara la fantasía. ¡Oh, velos maltrechos e infecundos!, alejaos potestades de los más oscuros inframundos, ¡yo os maldigo! —Burton le puso aquel bebedizo espumeante ante su nariz, del cual Olivia aspiró su esencia, despertando lentamente sobre el lecho.
—Creo que está despertando, mi señor —percibió Mortimer, sosteniendo apretadas las manos de lady Olivia—. Surge más pajiza que el paño de un batanero, que si lo torcido quedara vidrioso, sería el espejo donde mirarse lo más oscuro y malicioso.
—Así es, Mortimer, estas sales despiertan hasta al mismo Tritón, capaces de revivir al espíritu más amodorrado, ¿por qué una mente ha de subordinarse a los acuciantes desvelos que enfrían la noche?, no está bien, mirad a esta joven de espíritu atormentado, la causa por la que esa perra luna, viola y tienta como a ninguna, en su estorbo constreñido y fútil, debilita y sustrae sus pensamientos, ante el pútrido parpadeo y su remordimiento. Pero no moriréis, no hoy, alma despierta y serena, ved cómo revitaliza su reumático aspecto, donde ha de imperar el jovial retazo de la inmaculada mocedad.
—Sí, mi señor, creo ver sus ojos despiertos, más que el azufre consumido entre las brasas, más que el cinabrio, e impregnada de rico bermellón, esas mejillas de la ensoñación, las que la noche había desfigurado, con corazón tan desalmado. La recién cicatrizada llaga del quebranto, espero que calme a sus soberbios y severos parientes, este acto sabrá encauzar los desmanes de su petulante y arrogante primogénita.
—Eso espero, aunque no sea lo primero. Hemos de acudir antes, al despuntar el gallo, a esa mansión de los von Keitel, debemos de rebuscar entre sus ruinas el eslabón perdido de este oscuro galimatías —le informó Burton, a Mortimer se le erizó el vello al escucharlo.
—¿Lo creéis preciso, señor?
—En ese lugar se esconden las razones, ¡cauterizad la llaga de vuestra alma, Mortimer!, pues allí encontraremos el origen mismo de este hacedor de males, ante los pitagóricos símbolos de la probidad, y el misterio será solventado con la sabia de la virtud, y en el sabio acertijo que lleva a la prontitud.