—Señor, yo..., eh..., sé que no te rezo muy a menudo, y no voy a la iglesia tanto como debería —murmuré, e inspiré profundamente—. Es mentira. Sabes que es mentira. Nunca voy a la iglesia. Ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que pisé una.
Fruncí los labios, me los apreté con los dedos y cerré los ojos. Estaba inclinada sobre un lado de la cama del hotel. El sol acababa de ponerse, y Maddy y Matt se habían ido a cenar antes de hacer el turno de noche con papá. Representaba que yo tenía que estar descansando, pero, en realidad, no podía dormir. No paraba de pensar en Wes; estaba muy preocupada por él y tenía un miedo atroz a lo que pudiera estar pasando. Deseaba con todas mis fuerzas subirme a un avión y volar hasta la isla donde lo habían visto por última vez, pero no sabía con exactitud de qué isla se trataba. Warren no había llamado, y habían pasado ya doce horas. Doce horas enteras de nada en absoluto.
Ni una palabra, ni una esperanza, nada.
Y eso fue lo que me llevó a arrodillarme delante de la cama, a unir las manos y a rogarle a un Dios con el que nunca antes había llegado a conectar.
—Señor, deja que empiece otra vez. Puedo hacerlo, ¿está bien? —Sacudí la cabeza—. Puedo hacerlo. A ti no te importa. Sabes que no soy perfecta. Bueno, allá va. —Mi cuerpo entero se estremeció cuando volví a empezar—. El hombre al que amo ha desaparecido. Me niego a creer que haya muerto. Supongo que lo sabría si así fuera, ¿no? Me refiero a que Tú creas esas conexiones entre las almas gemelas, ¿verdad? Y las almas gemelas sienten al otro de una forma que no se puede explicar. De modo que, si mi media naranja ya no estuviera sobre la faz de la Tierra, yo lo notaría.
Mientras esperaba a ver si Dios respondía, me sentí vacía por dentro. Si hubiera podido enviarme una señal, una especie de energía, una onda vibratoria, lo que fuera que me diera a entender que estaba en lo correcto, habría sido genial.
Pero los momentos pasaban, y no había respuesta.
Gruñendo, exhalé un largo suspiro.
—Hagamos un trato. Wes significa más para mí de lo que jamás me he atrevido a admitir ante él. Si me lo quitas, no tendré la ocasión de decírselo. —Suspiré y me armé de valor para decir lo que necesitaba decirle a Wes, aunque lo estuviera canalizando a través de una oración.
»Haces que amar a alguien parezca fácil, cuando siempre ha sido difícil. Estando contigo me siento como si estuviera sentada en la superficie del Sol sin quemarme. El amor que siento por ti me ha cambiado. Me ha convertido en una persona diferente, en una mujer merecedora de ese más que me prometiste, de nuestro paraíso.
Entonces, las lágrimas empezaron a caer.
—Por favor, Señor. Por favor, no te lo lleves al paraíso sin darme antes la oportunidad de respirar el mismo aire que él, de empaparme de su calor y de deleitarme en las profundidades de su belleza.
Empecé a mecer el cuerpo adelante y atrás mientras repetía las palabras susurradas una y otra vez como un cántico.
—Por favor. Por favor, no me quites a Wes.
»No me quites a Wes.
»No me quites a Wes.
Varios sonidos me obligaron a despertar de un sueño irregular. Me había quedado dormida de rodillas, apoyada en la cama, mientras rezaba. Lo último que recordaba era haber estado rogando a Dios que no se llevara al hombre que amaba. Sólo el tiempo diría si se había compadecido de mí.
La pantalla de mi celular parpadeaba contra la pared que estaba al lado del buró, donde lo había dejado cargando. Como una anciana con artritis, coloqué mis rodillas agarrotadas y mi cuerpo extenuado en una posición que me permitiera levantarme. Alcé los brazos hacia el techo, apoyé los dedos de los pies y me elevé hacia los cielos, estirando unos músculos que hacía mucho que no usaba. Varias articulaciones crujieron, protestando después de haber pasado semana y media sentada en sillas de plástico, arrodillándome junto a las camas y no descansando lo suficiente.
Me puse frente a la cama y me dejé caer en ella. A continuación tomé el teléfono.
«¿Y si son noticias sobre Wes?»
De repente me invadió una mezcla de inquietud y expectación cuando bajé la mirada y fruncí el ceño.
De: Blaine Cabrón Pintero
Para: Mia Saunders
Mi preciosa Mia, no he recibido el pago. Me lo debes.
¡¿Que se lo debía?! ¿Cómo podía ese cerdo tener tanta desfachatez?
Apretarme las sienes con los dedos no alivió la tensión que sentía ante la necesidad de tratar con Blaine. La pura verdad era que no tenía el dinero, y que éste no iba a aparecer por arte de magia. No sólo iba a tener cien mil dólares de menos por no cobrar el pago de este mes, sino que el dinero del mes pasado había ido a parar al cliente al que había dejado plantado. Así que, técnicamente, tenía un agujero de doscientos mil dólares porque tampoco podría pagarle cuando acabara septiembre. Hasta la fecha, le había pagado seis meses al término de cada mes, lo que hacía un total de seiscientos mil dólares del millón que mi padre le debía. Tía Millie no había tenido más remedio que pagar al soltero número nueve los cien mil dólares que Max había pagado por el mes de agosto para salvar su propio trasero y a la empresa. Por lo general no cobraba hasta finales de mes, y, puesto que en septiembre no iba a trabajar, perdería otros cien mil dólares. El negocio era el negocio, y un hombre que podía permitirse pagar cien de los grandes para contratar a una escort podía tener a tía Millie en juicios durante años. Lo habría perdido todo. Y ahora era yo la que iba a perderlo todo... otra vez. ¡Carajo!
¿Qué podía hacer? Si Wes estuviera allí, se ofrecería a pagar la deuda. Y, obviamente, lo haría. A esas alturas, no tendría más remedio que aceptar su ofrecimiento, al menos hasta recibir el dinero extra como nueva propietaria de Cunningham Oil & Gas. Podía pedirle a Max el dinero. Él me lo daría..., pero..., uf, no podía hacerle eso. No hay nada peor que una hermana a la que acabas de conocer y que te pide plata. «Hola, soy tu nueva hermana. Gracias por el veinticinco por ciento del legado de tu familia. ¿Podrías prestarme doscientos mil dólares hasta que gane dinero a tu costa el año que viene y te lo pueda devolver?»
Me dejé caer sobre la cama y leí el mensaje una vez más. Tenía que pedirle que me concediera más tiempo.
De: Mia Saunders
Para: Blaine Cabrón Pintero
Mi padre está mal. No voy a tener ingresos estos dos meses. Necesito más tiempo. Cinco meses más y te pagaré con intereses.
Imaginé que lo de los intereses lo convencería. Ante todo, Blaine era un hombre de negocios, y el dinero era su kriptonita.
De: Blaine Cabrón Pintero
Para: Mia Saunders
Vamos a cenar y lo hablamos. En nuestro sitio. Ya sabes cuál.
Al instante, pasé de estar nerviosa a encabronada como una mona. ¿Cómo se atrevía a pedirme que saliera con él cuando mi padre estaba muriéndose y mi novio en paradero desconocido? Bueno, él no sabía lo del novio, pero me daba igual. ¿Qué pretendía? La última vez que había ido a Las Vegas, me había pedido salir. Y ahora, otra vez. Era como si se hubiera olvidado de que me había puesto los cuernos, no con una mujer, sino con dos, a la vez, el mismo día en que me pidió matrimonio. Cuando lo hizo, quise tomarme un tiempo para meditarlo. Necesitaba decidir si quería ser una mantenida. Blaine me había ofrecido el mundo entero: joyas, un penthouse con vistas a la Franja, y otras cosas por el estilo. Me había dicho que no tendría que preocuparme por nada más que por estar guapa y cuidar de mi hombre. En su momento me pareció que me había tocado la lotería. Además, se ofreció a pagar los estudios de Maddy si accedía a ser su mujer.
Al ser tan joven, necesitaba pensarlo. Por un lado, eso me habría permitido salir de un infierno en vida, pero podría haber acabado metiéndome directamente en otro. Sabía que Blaine no era sólo un hombre de negocios. Había visto las reuniones clandestinas, la extraña necesidad de tener guardaespaldas todo el tiempo. Las personas con las que nos encontrábamos en los casinos o por la calle lo conocían o habían oído hablar de él, y lo que les habían contado inundaba sus ojos de temor, un temor que no podían ocultar. Eso me echaba para atrás. Y fue después de encontrármelo con la verga metida hasta las pelotas en la vagina de su recepcionista y saboreando las mieles del chocho asqueroso de su hermana gemela cuando descubrí en qué consistía en realidad su trabajo principal. Cuando me dijo que se dedicaba a las operaciones activas, no se refería a casas de corretaje ni de banca. Era una clase de préstamos muy diferente, en la que, si no pagabas a tiempo y con intereses, acababas cayendo desde un muelle a unas aguas infestadas de tiburones llevando unos zapatos de cemento.
Ésa era la clase de hombre que Blaine Pintero era en realidad, y yo había tenido la jodida suerte de tener que tragar su mierda porque había jodido a mi padre, y a mí en el proceso.
De: Mia Saunders
Para: Blaine Cabrón Pintero
No puedo. Mi padre se está muriendo. Dime tus condiciones.
De: Blaine Cabrón Pintero
Para: Mia Saunders
No negocio por escrito. Cena. Nuestro sitio. No me desafíes. Te arrepentirás.
¿Qué podía hacerme que no me hubiera hecho ya desear estar muerta? ¿Hacerle más daño a mi padre? Además, ya le había pagado seiscientos mil dólares. Le había demostrado que valía la pena esperar. Hice cálculos mentales y puse los dedos en marcha, intentando que mordiera el anzuelo. La angustia que sentía en el estómago no ayudaba demasiado. Necesitaba comer algo más que las sobras de un paquete de galletas saladas que Max había traído el día anterior si iba a tener que enfrentarme a hijos de puta como Blaine.
Para: Blaine Cabrón Pintero
De: Mia Saunders
No. Recibirás el siguiente pago a finales de octubre, con un 5 por ciento de intereses. Es todo cuanto puedo ofrecerte.
Lo leí varias veces y oprimí el botón de enviar. Luego me quedé allí sentada, con el teléfono en la mano, esperando a que apareciera en la pantalla la pequeña marca de que lo había leído. Y entonces recé con todas mis fuerzas. «Por favor, que esta vez acepte el trato.» Esperaba que al menos en esa ocasión me tocara la tarjeta de «Queda libre de la cárcel».
De: Blaine Cabrón Pintero
Para: Mia Saunders
Eso son dos pagos atrasados. Lo siento, guapa. Tendrás que darme lo que quiero y cenar conmigo el viernes por la noche o ya no habrá una mierda que pagar.
¡Carajo! ¿Por qué nada me salía bien? De repente, un portazo me sacó de mi ensimismamiento y la enorme figura de Maxwell entró en la habitación.
—Oye, ¡tu padre está mejor! —dijo en tono triunfal y alegre.
Tenía el pecho agitado, como si acabara de correr los cien metros planos.
Me levanté demasiado rápido y me apoyé al sentir que me mareaba. Unas estrellitas brillantes inundaron mi campo de visión y empecé a parpadear.
—¿Qué ha pasado?
Cuando me recuperé, me acerqué hasta él y juntos salimos de la habitación, bajamos en el elevador y cruzamos la calle.
—La verdad es que no lo sé. El médico ha dicho que iban a quitarle el respirador. Por lo visto, respira por sí mismo.
Detenerse en medio del paso de peatones de una calle muy transitada de Las Vegas no es buena idea, pero estaba tan emocionada que lo hice de todos modos. Un inmenso alivio se apoderó de mí, controlando todos mis pensamientos e interrumpiendo mi capacidad de avanzar.
Max se echó a reír y me rodeó los hombros con el brazo.
—Vamos, hermana. Vayamos a ver cómo está tu padre y lo que dice el médico.
Cuando entramos en la habitación, Maddy estaba allí, acurrucada en los brazos de su prometido, Matt. Sus padres estaban de pie a un lado, ofreciendo su apoyo en silencio. El médico estaba apretando varios botones de las máquinas de papá y levantó la vista al ver que me acercaba.
—Ah, estupendo. Gracias, señor Cunningham, por traerla tan rápido —le dijo a Max, y después se centró en mí—. Ahora que tu hermana y tú están aquí, les informaré a las dos. Al parecer, el señor Saunders ha empezado a respirar por su cuenta. Sus esfuerzos son ahora lo suficientemente fuertes como para que ajustemos el respirador de manera que respire por sí mismo si la saturación de oxígeno baja de cierto nivel.
Me humedecí los labios e inspiré poco a poco, intentando pensar.
—¿Significa eso que está mejorando? ¿Que la medicación funciona?
El médico inspiró hondo.
—No lo sabemos seguro, pero, sin duda, es buena señal. En mi experiencia, los pacientes que empiezan a respirar por su cuenta acaban recuperando las fuerzas más rápido. El problema en el caso de tu padre es que ya estaba en coma. Un coma que no podíamos explicar. Todas sus lecturas eran normales en su momento. Hasta que pescó el virus y sufrió las dos reacciones anafilácticas, que supusieron un tremendo impacto sistémico. También existía el riesgo de que se volviera dependiente del respirador. Es bueno que haya empezado a respirar por sí solo, pero esta clase de recuperación requiere tiempo, de modo que tendremos que esperar a ver qué pasa. Deberíamos saber algo más en los próximos días, pero, por el momento, yo diría que el pronóstico es mucho mejor —dijo antes de cerrar la historia clínica de mi padre, colgarla en la cama y salir de la habitación.
Maddy se acercó hasta mí.
—Eso son buenas noticias, ¿no? —Le temblaban los labios como cuando era pequeña e intentaba mostrarse valiente.
La estreché entre mis brazos y ella me rodeó con los suyos.
—Eso creo, hermanita. Papá es fuerte. Ha sufrido mucho, pero nos tiene a nosotras, y eso debería ser suficiente para que quisiera volver a despertar.
Max se acercó por detrás y nos cobijó en la calidez de su pecho.
—Es suficiente. Créanme, chicas, ustedes dos son más que suficiente.
—Opino igual —dijo Matt, y le sonrió a mi hermana.
Otro punto para Matt. Había estado junto a Maddy todo ese tiempo. Sólo la había dejado por la noche, cuando acababa el horario de visitas, pero volvía corriendo a su lado a la primera ocasión. Sus padres también acudían a diario durante un par de horas. Los Rains eran, sin duda, un gran apoyo. Esa familia querría a Maddy durante toda su vida y se encargaría de mimar y de que no les faltara nada a los hijos que la pareja pudiera tener por el camino.
«Buen trabajo, Mia», me dije dándome palmaditas mentales a mí misma en la espalda. Al menos había algo que había hecho bien en esa vida. Había criado a mi hermana para que fuera algo más, para que anhelara y trabajara por todo lo que la vida pudiera ofrecerle. Estaba en el buen camino para conseguirlo todo, y yo no podía estar más feliz por ella. Si el buen karma tuviera a bien que Wes volviera a casa y que mi padre regresara al mundo de los vivos, yo también lo tendría todo.
Dicho eso, me saqué el celular del bolsillo y le envié un mensaje al único hombre al que no quería ver, por muy caro que fuera a pagarlo.
De: Mia Saunders
Para: Blaine Cabrón Pintero
Cenarás solo el viernes por la noche. Asúmelo.
Y, sin más, oprimí el botón de enviar. «Que se vayan al carajo, él y sus mierdas.»
Más tarde, esa misma noche, recibí la llamada que había estado esperando todo el día.
—Hola, Warren —respondí tan rápido que casi me trabé con las palabras.
—Hola, Mia. —Su voz no era cálida, pero tampoco fría. Era firme y estaba cargada de pesar.
«No, por favor...»
Me senté a un extremo de la mesita de café y me preparé para lo peor. Max me miró a los ojos, se inclinó hacia adelante y apoyó las palmas sobre mis rodillas. Tomé una de sus manos con la mía y la apreté con tanta fuerza que se me pusieron blancos los nudillos.
—Dímelo sin rodeos. ¿Está muerto?
Los dos segundos que pasaron antes de que Warren respondiera se me hicieron eternos. Jamás olvidaré lo que sentí en ese pequeño espacio de tiempo. Estaba destrozada. Hundida. Rota. Las tres cosas que no quería volver a estar nunca más en mi vida cobraron vida en ese minúsculo momento. Afortunadamente, la cosa no fue a más.
—No, cielo, no lo está. —Inspiró hondo y se aclaró la garganta.
—¿Está en el hospital?
Warren exhaló un largo suspiro. No hacía falta que dijera nada más. Lo sabía. Carajo, lo sabía. Estaba vivo, pero por poco tiempo. El hombre al que amaba, el hombre con el que quería pasar el resto de mi vida, el hombre por el que, después de siete meses, había derribado mis barreras, estaba cautivo en manos de unos terroristas a medio mundo de distancia, y yo estaba allí, sentada a la mesita de un hotel, enfrente de la clínica en la que mi padre luchaba por sobrevivir. Estaba pasando por el peor momento de mi vida, y no sabía qué hacer para cambiarlo.
—Escúchame, el presidente y el secretario de Estado están trabajando en esto. Nuestro país no negocia con terroristas, pero estamos hablando con otros oficiales de Indonesia.
—¿Indonesia? ¿Es ahí donde estaban filmando? —pregunté confundida.
—No, estaban filmando en un área muy remota en la parte septentrional de Sri Lanka. En ese lugar de la isla no había habido ningún ataque terrorista desde 2009, y existe una importante presencia militar en el país, pero no tan al norte. Se considera una zona peligrosa.
—Y ¿por qué carajos estaban grabando allí si era peligroso?
Warren gruñó.
—Cielo, el equipo de producción había oído hablar de un par de sitios únicos para grabar una escena, y tu chico quería que quedara perfecta.
«Maldita sea, Wes.» Estaba dispuesto a llevar su nuevo papel de director hasta el extremo.
—Qué idiota —mascullé con los dientes apretados.
—En fin, sea como sea, entre los rehenes se encuentran Weston y Gina DeLuca, la actriz protagonista de la película.
—Gina DeLuca —farfullé a pesar de mi estado de nervios.
—Los tienen a ellos dos y a cuatro hombres más. Pero la cosa pinta mal, Mia. Cielo, hay algo que tengo que decirte. —Su voz adoptó un tono más grave. Un tono que me decía que debía escucharlo y que lo que estaba a punto de explicarme iba a sacudir mi mundo.
Me tragué el miedo y esperé a que prosiguiera. La cálida mano de Max me transmitía cariño y apoyo. Yo seguía estrangulándosela, pero él no movió ni un músculo.
—El ejército recibió un video, y nos lo enviaron.
—¿Qué aparece en el video, Warren?
Un escalofrío de terror ascendió por mi espalda, y me senté más erguida. Se me hizo un nudo tan grande en el estómago que no pude hacer nada más que contener la respiración.
—En el video, tu chico estaba hablando. Estaba de rodillas, cara a cara con otro miembro del equipo de grabación. Lo obligaron a decir lo que ellos querían que dijera. —Su voz se cortó y pude oír su respiración agitada.
Las lágrimas empezaron a descender por mi rostro como si mi cuerpo supiera antes que mi mente que la situación había pasado de ser horrible a ser devastadora. Max intentó enjugármelas, pero yo sacudí la cabeza.
Warren se aclaró la garganta y continuó con estoicismo:
—Verás, decía que querían demostrarles a los occidentales de todo el mundo lo que les sucedería si contaminaban su país con su vil política liberal y con sus asquerosas creencias religiosas. Cielo, mientras Wes hablaba, un hombre enmascarado sacó un machete y le cortó la cabeza a uno de los miembros de su equipo.
Un gemido escapó de mis pulmones.
—Dios mío, no... No, Señor... ¡No, por favor! —grité.
Max tomó el teléfono, conectó el altavoz y lo dejó sobre la mesita para poder oír la conversación.
—¡¿Qué te dijo?! —rugió Max, adoptando con ferocidad su postura protectora.
—¡Le cortaron la cabeza a un miembro del equipo delante de Wes! —grité mientras las lágrimas descendían por mi cara como las cataratas del Niágara.
El rostro de Max se tornó severo y sus labios formaron una línea recta y blanca de tanto que los apretaba.
—Mia, cálmate. Tienes que calmarte, cariño. ¿Qué más, señor Shipley? Soy Maxwell Cunningham, el hermano de Mia. Puede hablar libremente.
Warren carraspeó y procedió a narrarnos que los terroristas habían llegado en barco con los seis rehenes a Indonesia, un país mucho más grande donde les resultaría más fácil ocultarse. Nuestro ejército ya tenía una idea de dónde podían estar retenidos, y, después de que enviaran ese video, iban a investigar todos los lugares que barajaban como posible escondite. Había cinco posibilidades. Se había reunido a varios equipos de las fuerzas especiales y, una vez que tuvieran clara la ubicación de los rehenes, llevarían a cabo una misión para garantizar su seguridad. Dijo que podían pasar días antes de que supiéramos el resultado de la operación.
Cuando la llamada terminó, me quedé allí sentada, con la mirada perdida. Mi tranquilo surfista que hacía películas, el hombre de mis sueños, había visto cómo asesinaban a un compañero de trabajo y, conociendo a Wes, un amigo, delante de sus narices. ¿Cómo carajo se superaba algo así? Costara lo que costara, yo estaría allí para apoyarlo. Si Dios permitía que sobreviviera, le besaría hasta la última de sus heridas, mentales y físicas. Lo borraría todo con mis palabras, con mi cuerpo, y amándolo más de lo que pudiera haber imaginado en toda su vida.
—Te quiero, Wes —dije en voz alta. A él, para él.
Aunque Wes no estaba cerca, tal vez, sólo tal vez, esas palabras viajarían por el aire hasta ese lugar remoto de Indonesia, donde, como mínimo, esperaba que las sintiera..., que las sintiera en su piel, en su corazón y en su alma.