Capítulo XVII

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Por la noche llovió de una forma desaforada. Comenzó cuando Vargas paró el motor del alternador que producía la electricidad. Todo quedó en la oscuridad más absoluta y envuelto en un silencio amenazador que pronto fue roto por un potente trueno que fue el anuncio de lo que se avecinaba. Jarreó sin cesar durante las tres horas siguientes, hasta el punto de que Hardy no pudo dormir temiendo aquella noche su tienda no resistiera el embate del temporal.

Lucía llegó entrada ya la madrugada. Se acurrucó a su lado temblando de frío, totalmente empapada por el aguacero. Estuvieron en silencio durante unos minutos y a Hardy le pareció que tenía una actitud recelosa cuando en la oscuridad de la tienda lentamente la desnudó y le secó su cuerpo joven con una de sus toallas.

—Vargas ha venido a hablarme —le murmuró al oído— . Por eso he llegado tan tarde.

—¿Y ahora qué hace? —le preguntó Hardy algo inquieto.

—Ahora duerme. No te preocupes. Ha tomado su dosis de droga y estará roque hasta que amanezca. Pero estaba preocupado —continuó Lucía.

—¿Preocupado?

—Sí. Por ti.

Hardy no hizo ningún comentario. Mantuvo firme la presión de sus manos sobre los muslos de la chica.

—Por primera vez en su vida me ha dado la categoría de un ser humano, de alguien pensante, y me ha preguntado mi opinión sobre ti.

—¿Ah sí?

—No es que sepa nada de lo nuestro. Qué va. Ni se lo imagina. Si lo sospechara ya me habría matado, y sin embargo, quería saber qué impresión me habías producido.

—¿Algo concreto?

—Quién eras. Quién eres realmente. Me ha dicho que le habías propuesto una especie de negocio. No me ha dicho cuál —si quieres que te sea franca más o menos me lo supongo porque os escucho cuando habláis por las noches. Pero él no acaba de fiarse. Algo teme.

—¿Y tú qué le has dicho?

—Nada. Absolutamente nada. Porque nada me importa. Porque jamás le ayudaría aunque pudiera. Lo único que quiero es salir de aquí. Y tú eres una posibilidad. ¿Comprendes?

—Sí —Hardy la abrazó y le dio un beso. Ella pareció oponer una cierta resistencia.

Estuvieron un rato en silencio. Lucía había reaccionado. Ya no tiritaba.

—¿Y a su mujer también la ha consultado sobre mí?

—¡Qué va! Ella, para él, es como un animal. Es una pobre india. La tiene como quien tiene una vaca o una cerda. Puramente la usa.

—Ya veo.

—Él ahora sospecha que estás aquí por otro motivo. Y no sabe cuál. ¿Me entiendes?

—No.

—Tal vez el Otro….

—Lucía se apartó de él y Hardy comprendió que instintivamente le estaba mirando a los ojos aunque en la oscuridad de la tienda poco podía ver.

—¿El Otro? —Hardy pareció encogerse como un caracol en su concha.

—Sí. Y te digo, yo también lo creo. Aunque no se lo he dicho —añadió rápidamente.

—¿Y por qué tendría yo que saber que este tipo existía antes de venir aquí?

—¡Yo qué sé! —Lucía pareció ahora desinteresarse.

—Es puramente un instinto, una intuición mía. Cada vez que me preguntabas por él o yo te hablaba de él, se te notaba raro.

Hardy encendió lentamente un cigarrillo.

—No sé de qué me hablas —murmuró—.

Ella le cogió la cabeza entre las manos y le dijo cariñosamente:

—De todas formas no te preocupes. No le he dicho nada de mi parecer.

La tormenta arreció y el chaparrón, al caer sobre la lona de la tienda, producía un ruido ensordecedor.

El Otro ha mandado a un indio con una carta —continuó hablando Lucía—. Por eso ladraba el perro. Vargas ha estado hablando con él esta noche, antes de que yo viniera a verte.

Hardy no pudo evitar ahora que su cuerpo se pusiera tenso.

—El tipo ese anda preocupado. Por lo visto el indio el otro día te vio llegar en tu coche y se lo dijo y ahora él pregunta a ver quién eres y qué estás haciendo aquí. Le recuerda de paso que si lo delatara, no solo dejaría de cobrar, sino que lo mataría.

—Por lo visto este hombre tiene un enorme interés en permanecer allí escondido. Por cierto —comentó Hardy— ¿y tú qué opinas de quién es y por qué está allí este hombre?

—Ni lo sé ni me importa. Le contestó Lucía. Solo puedo decirte que me da asco. Pura intuición tal vez. Pero es así.

—¿Sabes que mañana voy a ir a verlo?

—¿A verlo? ¿Allá, con los indios?

Lucía parecía aterrorizada. Se separó bruscamente de Hardy.

—Sí. No me queda más remedio.

—No lo hagas —le contestó excitada—. Es un hombre peligroso. Si vas allá te matará. Estoy segura.

—No me queda más remedio. —la voz de Hardy apenas se oía—. Es un estorbo para “nuestro negocio”. Tengo que convencerle de que se vaya. Que abandone el lugar.

—Es una locura —le atajó ella—. ¿No entiendes que te metes en un terreno maldito? Que los indios le defenderán. Tú no sabes lo que son estos cuivas.

—Si llego vivo hasta él, lo podré arreglar todo. No te preocupes. Sé lo que me hago y sé valerme por mí mismo.

—Pero, ¿cómo piensas llegar? ¿No comprendes que solo un indio cuiva es capaz de acercarse hasta allí, y que, aun suponiendo que pudieras llegar tú solo, te descubrirían mucho antes y te matarían de un flechazo? Tú no sabes lo astutos que son esos salvajes.

—Me haré acompañar por el indio. Lo tengo ya pensado.

—¿Y cómo lo lograrás?

—Convenciendo a Vargas. Él le dará la orden. A Vargas le respetan. Me lo ha dicho.

—¿Y si es el propio Vargas quien te traiciona y le da la orden al indio de que te mate por el camino?

—No lo hará. Sabe que de hacerlo, más tarde o más temprano, él también moriría. El negocio es asunto importante. ¿Entiendes?

Lucía movió la cabeza.

—No. No os entiendo. Jugáis a un juego que desconozco. No comprendo por qué hay tanta gente interesada a atarse a este rincón perdido del mundo, jugando con amenazas y con sus vidas. Más valdría salir de aquí y abandonarlo todo.

—No te preocupes más, Lucía. Piensa en nosotros. Es nuestra última noche… —y añadió rápidamente—: Hasta que vuelva.

Lucía se relajó como un gato mimado. Hardy apretó, ahora con fuerza, su cálido cuerpo.

Segundos más tarde, como de costumbre, ella tomó la iniciativa.