24.

–Se podrían poner unos trampolines arriba de todo y usarlos como plataformas de salto para suicidas –se entusiasma Clite–. Yo te dono una parte de mi chacra. Es el sueño del suicidódromo propio.

Una casa de country es una casa de country y punto. En cambio a las ideas como la de los álamos de hormigón la gente las interpreta como mejor le parece. Eladio me dijo que los ve como un monumento a la civilización en medio de la barbarie, lo contrario a poner la estatua de un indio en una plaza del centro. Fernanda por su parte lo lee como un llamado de atención por la emergencia habitacional que sufren las grandes ciudades. Y para Barbablanca es una parodia de la envidia del pene en la mujer por excelencia, la Pachamama. Supongo que en eso reside la diferencia entre la arquitectura, donde decide qué es una cosa el que la hace, y el arte, donde eso queda a criterio del resto.

–Ahora me faltaría alguien que financie la construcción.

–Sabés que eso no es un problema.

Es cierto. Embarazar a la hija de Lewis fue en ese sentido un gran negocio. Como todos los que se hacen con los planes sociales del gobierno, siempre y cuando uno no pertenezca al grupo de sus presuntos beneficiarios. En vez de hacerle juicio al dueño de profilácticos Camaleón es él quien me lo debería hacer a mí, por abuso de estafa ajena. Cuando se entere Palomo me va a adorar como a un Dios. Un Dios que envía a la tierra un hijo no ungido con su omnipotencia, sino más bien urgido por obtenerla de él.

Igual a mí no me cierra, esto de ser Zeus. Como bien advierte su doble terrícola, Barbablanca, no veo por qué un hombre debe hacerse cargo de un crío, mucho menos de uno que no buscó. Los hijos son un problema de la hembra, que para eso nació con un útero y un par de mamas. Y el reaccionario no soy yo sino la naturaleza, mal que les pese a los revolucionarios que buscaron en ella el principio de una nueva vida.

Padre, en todo caso, es el sistema. Porque bien mirado a Fernanda no la embaracé yo, sino un profiláctico defectuoso. El hijo que va a tener es menos mío que del fabricante chanta que hace los Camaleones y los políticos corruptos que se lo compran. En el fondo Fernanda fue víctima de una violación múltiple, y como tal tiene derecho a abortar legalmente.

La verdad es que tengo pasta de abogado. Al menos a mí mismo soy capaz de convencerme de cualquier cosa. No así a ella, y por eso la traje a La Cicuta. El plan era que Clite le contagiara algo de su oscuridad para así poder disuadirla más fácilmente de sacarse al crío, pero resulta que la gorda está más vital que nunca. No es que no hable del suicidio, a todas luces su tema favorito, el problema es que lo hace con un entusiasmo que dan ganas de vivir. Es tal la fascinación que transmite que incluso yo me empiezo a preguntar por qué no traer un niñito a un mundo tan generoso que hasta nos da la chance de deshacernos de nosotros mismos.

–Para mí, el impulso de suicidarse es como el de hacerse pis en la cama, cosas de chicos, de gente que se niega a crecer –resiste Fernanda, vitalista incorregible.

–Me gusta la imagen, muy masculina –festeja Clite, claramente no convencida.

–¿Y por qué no te matás vos si te parece algo tan bueno? –insiste Fer.

–Porque primero tengo que convencer al resto. Yo soy como el capitán del barco del suicidio. Mi deber es salvar a los otros antes de pensar en mí.

Salimos al porche y Clite señala el sector que me donaría para mis álamos. Es el que concentra mayor cantidad de cicuta silvestre, y la condición es que yo respete cada plantita como si se tratase de un patrimonio de la humanidad. Al complejo en sí propone llamarlo La Eutanasia, que “además suena al nombre de la esposa de un estanciero, o al de su hija muerta”. Hasta sabe con qué materiales construir y de dónde sacarlos sin ponerse en gastos ni llamar la atención de las autoridades. No sé por qué no lo hace directamente ella, que parece habérselo tomado mucho más en serio que yo. Será otra de las secuelas del arte, supongo, al menos el de los artistas que no creen demasiado en sí mismos.

–Pero lo principal es que nadie sepa cómo se construyó.

–Querrás decir por qué se construyó.

–Ni por qué, ni cómo. Tiene que parecer como que lo construyeron duendes.

Retiro lo dicho en cuanto a que se lo toma en serio. Está bien que cada región llena el vacío existencial lo mejor que puede, el campo con aparecidos y la ciudad con restaurantes temáticos, pero hay límites. Una cosa es aportar a la mitología local y otra muy distinta correr el riesgo de convertirse en una atracción turística. Yo no voy a poner toda mi energía y mi imaginación en entretener durante cinco minutos a gente hastiada de los restaurantes temáticos, de los cines 3D y de sí mismos. Para eso prefiero seguir construyendo casas de country. Eso al menos tiene una utilidad concreta, y hasta puede que caiga en manos de personas no del todo indeseables.

Acoplándose a las elucubraciones de Clite (nunca pensé que se llevarían tan bien entre ellas) Fernanda opina que del trabajo debería encargarse Palomo junto a algunos compañeros de armas. Según ella, bastaría con insinuarles que los edificios son en realidad un escudo antimisiles para que lo hagan gratis y guardando el más absoluto secreto. Clite le pregunta por la financiación y ella le revela su verdadera identidad. Clite se le ríe en la cara diciéndole que si Fer es hija de Lewis, ella es hija de Valeria Mazza. Fer no sabe a quién se refiere y yo le explico que es una modelo argentina muy flaca y muy rubia. Recién entonces Clite parece empezar a creerle.

–Si no conocés a Valeria Mazza, argentina no sos. Pero de ahí a ser una Lewis hay un trecho.

–El que hay de acá a Lago Escondido.

–¿Nos llevás a conocer a tu papá?

–A mi papá, no. Al suegro de Fernando.

No sé por qué tiene que contarle todo. La traje para que se saque otras cosas de encima, no las ganas de hablar. Clite igual tarda unos segundos en entender. Luego se emociona como si acabaran de anunciarle que ella es el padre de la criatura.

–Obviamente le tienen que poner Fernanda –le brillan los ojos.

–¿Cómo sabías que era mujer? –sospecho.

–La verdad es que no lo sabía –se enjuaga–. De hecho pensé ese nombre por si era varón.

Ahora Clite ya no duda de que Fernanda es la hija de Lewis. Me doy cuenta porque lo que pone en duda es que Lewis acepte a la nieta. Se trata de un temor que más bien debería haber tenido yo, y escucharlo ahora me provoca verdadera inquietud. Por suerte Fernanda está convencida de lo contrario, para ella la nieta va a sellar la reconciliación definitiva.

–La oveja negra de la familia siempre da un cordero blanco.

–No si se casa con un carnero del mismo color.

Estaba pensando que los cimientos de mis edificios también podrían tener forma de escaleras, como supongo que tendrán las raíces de los álamos, por eso tardo demasiado en entender la alusión de Clite y pierdo la oportunidad de contestarle. Igual todo vale a la hora de evitar que nazca esa beba, inclusive desautorizar a su padre.

–¿Y si nos vamos a tomar un té galés a La casa de piedra en Cholila? –Clite.

–Dale, y de paso conocemos el museo Leleque –Fer.

Tal para cual, verdaderamente. Es que para programas bizarros las mujeres están mandadas a hacer, empezando por el más bizarro de todos, tener hijos. Mejor así, ni tengo que poner excusas para no ser de la partida. De regreso en mi Suzuki Vitara (Fer insistió en dármela) escucho a “nuestro móvil en exteriores” detallando que dos motociclistas fueron detenidos “en pleno centro de El Bolsón” por circular “sin el debido atuendo de seguridad vital”, o sea sin casco. Luego me entero de que en la Mercedería Mercedes hay “botones, alfileres, agujas de todos los tamaños, dedales y gran variedad en cintas de colores”. ¿Y cierres relámpago? Cuantos más objetos nombran, más reducida uno se la imagina. Después llega el turno de “Oscar Bobinados”, que a pesar de llevar “18 años de trayectoria en el Bolsón”, para que uno lo ubique aclara que está “pegadito a Martín Equipamientos”. Por estas cosas es que la radio sobrevivió a la televisión, y no es impensable que le termine ganando.

En el videoclub me alquilo un DVD, naturalmente copiado. Cada tanto viene gendarmería y le secuestra todo el material, que de todas formas aparece de nuevo a los pocos días. Lo que no se llevan los milicos son los videos, aunque son tan ilegales como sus colegas digitalizados. Ahí la víctima prescribió antes que el crimen del cual fue objeto.

De entrada al pueblo hay un maxikiosco que para llamar la atención usa la M de Mcdonalds. Se ve que es un clásico de la zona poner carteles que crean falsas expectativas. Fer me confesó que al llegar estuvo semanas buscando un Mcdonalds y que todavía hay noches en que sueña que lo encuentra. A mí curiosamente el cartel no me da ganas de comer hamburguesas, sino chino. Una M profética, de Maodonalds. Hoy por ejemplo estoy más que nunca para unos bollitos de pollo en salsa agridulce. Pero un chino no se va a escapar del comunismo para caer en Bolsón, así que me tengo que conformar con unas empanadas de trucha y medio kilo de helado de Jauja. Valoremos lo nuestro.

También la película es argentina. Se trata de un hombre que pierde a su mujer y a su hija en un accidente de tránsito y se va a la Patagonia a rehacer su vida. Como yo, pero de verdad, al menos dentro de la ficción. Ya en la cama pienso que yo podría protagonizar, en la realidad, la historia de un hombre que huye desde la Patagonia hacia la capital para perder de vista a su casi mujer y su casi hija. El título ya lo tengo: Casi un hombre. Lo descarto porque la lógica indicaría que el cobarde tiene un accidente en la ruta y muere.