Nunca vi una construcción avanzar tan rápido, ni siquiera en sentido horizontal. Clite sospecha que Palomo no estuvo trayendo gendarmes, sino reclusos de Esquel. En los countrys trabajo con extranjeros indocumentados, así que para el caso es casi lo mismo. Mi teoría igual es que los constructores fueron efectivamente duendes. Como esos escépticos que antes de morir piden la extremaunción, también yo empiezo a ceder ante lo maravilloso ahora que estoy a punto de irme.
De los cuatro edificios de doce pisos sólo se construyó uno de cinco, pero poco importa. Si hubiera planificado construir uno solo, no habría ni empezado. Para ser realistas está la Pampa, acá estamos en Patagonia: fracasa no el que deja un sueño por la mitad, sino el que no se anima a soñar en grande. El que cree que es exitoso por haber construido algunas casas de lujo en los countrys de la llanura bonaerense, ese es un fracasado. Y yo dejé de serlo precisamente desde el momento en que se me ocurrió hacer mis álamos, y más aún desde que los dejé a medio hacer.
Pero los cambios no terminan ahí. También me afeité, con lo que dejé a medio hacer la posibilidad de tener barba, y volví a los lentes de contacto, luego de deshacer de un pisotón involuntario los anteojos, a los que había vuelto luego de perder los lentes. Ciertamente, si la policía me busca con una foto de cuando llegué, me encuentra enseguida. Pero eso no significa que yo sea el mismo: yo quise ser otro, y eso ya implica un cambio. Cuando uno descubre que no puede ser distinto a como es, ya eso le impide ser de nuevo exactamente el mismo que era antes. Es como subir una escalera caracol, que nace y termina en el mismo sitio, pero en pisos diferentes.
La metáfora es mía, pero el pensamiento se lo robé a Clite. Hace unos días, la simpática de mi ex mujer me mandó por mail una foto de su panza embarazada. “Te presento al hijo que no me quisiste dar”, decía el mensaje. Lo primero que pensé fue que estaba repitiendo la historia con Fernanda, que yo no había aprendido nada de mis errores y que debía asumir la paternidad de mi hija. Fue Clite la que me mostró que las situaciones tenían más diferencias que semejanzas y que el error estaba en todo caso en creer que uno puede aprender de sus errores. Nada se puede aprender de lo que no se repite, me dijo, y nada se repite, ni siquiera lo que uno hace mal.
Mi hijo de verdad es este álamo de mentira, este aborto de hormigón. Aunque hay que admitir que se adaptó bastante bien a su entorno. Mágico, pero natural. Es como si el enjambre de escaleras que no van a ninguna parte estuviera ahí desde siempre, como si el aire fuera un entrecruzamiento de escaleras y mi álamo una radiografía del aire. También de las historias que ocupan este espacio patagónico fui un testigo parcial, pienso con anticipada nostalgia. También este sitio no es más que un enjambre de historias en el edificio inconsecuente e inconcluso de mi percepción.
–No te preocupes, Dios también dejó varias cosas a medio hacer.
–Ay Clite, me asustaste...
–Te asustan décadas de vivir en la ciudad, no yo. Vivís aterrorizado, mi voz sólo lo puso en evidencia.
–Justo estaba pensando en algo parecido.
–Dónde va uno a tener pensamientos profundos si no es en El Hoyo.
Unas bandurrias, tomándosela literal, se aquerenciaron en el último piso de mi metáfora. Emiten un gorjeo muy gracioso, como de comadronas discutiendo, luego van subiendo el tono hasta emitir unos gritos que parecen carcajadas. Después dicen que la naturaleza no tiene sentido del humor. Quizá el hombre no es el único animal capaz de reírse, sino el único incapaz de admitir que otros se ríen de él.
–Parece como si se rieran, ¿no?
–¿Las bandurrías? En primavera se ponen insoportables. Habría que matarlas a todas, o en todo caso inducirlas al suicidio. Si el paisano de enfrente puede tirar los árboles para que pasten sus ovejas, no veo por qué una no puede hacer lo propio para que haya silencio, que es el pasto del intelecto.
El viento sacude las hojas verdes de los álamos, las flores violetas de los lupinos, el rojo de las rosas, el amarillo de retamas y aromos. Empieza a soplar justo en el momento en que las semillas necesitan desperdigarse para crecer. Qué sabia es la naturaleza, no puedo más que concluir. Las bandurrias vuelven a reírse. Que idiotas son los humanos, parecen comentar.
–Igual es raro que se hayan metido ahí, por lo general anidan en las pitras.
–Quizá se ríen de que yo crea que son álamos.
–Los animales se ríen de nuestras ambiciones.
–Las que nos llevaron en este caso a levantar un complejo de edificios en el medio de la nada, ¿decís?
–La de pretender que uno puede cambiar, en tu caso, y la de pretender que uno puede vivir sin amor, en el mío.
–Pero vos misma me dijiste que cambiar es algo necesario, que lo imposible es seguir siendo siempre el mismo.
–Ahora cambié de opinión, como él.
Clite me señala un árbol que parecía muerto, supongo que por alguna helada, pero que empezó a revivir. De la base reseca del tronco y de la punta de sus ramas negras surgen tímidos brotes verdes, demostrando que el fuego resurge de las cenizas. En ese sentido, en lo cursi, la naturaleza sí que es de izquierda. Las bandurrias lo entienden, o al menos se ríen.
–Quizá se ríen de que nuestras ambiciones sean tan modestas –pienso en voz alta.
–Nos planteamos como grandes ambiciones los objetivos más modestos por el miedo que tenemos de fracasar.
–Y fracasamos precisamente por no tener ambiciones verdaderas.
–Quizá en el fondo lo que todos ambicionamos es fracasar.
El Hoyo estimula los pensamientos profundos, verdaderamente. También un poco pantanosos, pero es el riesgo de las tierras fértiles. Las bandurrias vuelven a reír y pienso, con Eladio, si esa risa no será el último estadio del lenguaje, incluso del lenguaje mucho más desarrollado de los animales. Pienso si la carcajada no será el lenguaje perfecto, el que lo dice todo con un solo sonido, y ellas, reforzándome en mi intuición, se me cagan de la risa.
–¿Cómo está Fer? –me pongo serio.
–Ella está bien. Triste, pero bien. Te manda saludos.
Para no pensar en la nena que no nació, pienso en el ternerito que tuvo Eleonora. Lo vi nacer hace un par de días, y ayer ya estaba corriendo por ahí como una liebre (aunque tiene cara de murciélago). Es evidente que, a diferencia de los humanos, los bichos estos llegan desde una vida anterior sin escalas, o en todo caso no sufren de jetlag. Me pregunto con quién lo habrá tenido, porque nuestro amor fue más bien platónico. Ya no se puede confiar ni en las vacas.
–¿Te cambiaron el pasaje?
–Para hoy a las once.
Atraparon a mi socio. Me llamó el abogado que representa a todos los que estafó con anterioridad y al parecer tenemos buenas chances de recuperar algo. Por eso adelanté mi viaje. Por eso también me duele la cabeza: ayer reventamos la noche bolsonera, primero en el casino, después en el bowling y por último en la discoteca. Hubiera querido despedirme de mi cama junto con Tamara, pero ella prefirió a un irlandés de cuello tatuado. Igual tenía tantas Otto Tipp encima que hubiera hecho un papelón.
–Al principio era como que el tiempo no pasaba, pero estas últimas semanas se me volaron.
–Fue la ceniza, que aceleró todos los procesos. Esta temporada la cicuta va a salir más nutritiva que nunca. Una lástima que te vayas justo cuando llegan las frutas, las ferias regionales, las salidas a bañarse al lago.
–Prefiero pensar que me voy cuando llegan las tijeretas. El otro día me chupé una con el mate. Me dio tanto asco que ya me veo desarmando la bombilla antes de tomar de acá hasta que me muera.
–Linda imagen. Como un suicida que todos los días desarma y limpia el arma con el que se piensa matar, hasta que se mata.
Bandurrisa en las alturas. El suicidódromo acabó siendo un reidero. Me gustaría que en el futuro se usara este fracaso de edificio para algo, como la planta de experimentos de Richter. Espero haberme hecho algún enemigo que se le ocurra en qué convertirlo.
–Pero es verdad que con las tijeretas llegan también los mosquitos, los tábanos, las chaquetas, los grillos. Todo en su medida y armoniosamente, porque esto es como un estándar de jazz: cada animal va pasando al frente según la época y hace su solo. Vos llegaste para el solo de contrabajo, y te vas para el de trompeta y batería. ¿Y eso qué es?
Casi me olvido. Desenvuelvo la cruz y la coloco en el agujero, luego lo cubro con tierra. La mandé hacer cuando leí en el diario que Patricia se había pegado un tiro. Clite la suicida se hacía cargo de una nueva vida, que al final no lo fue, y Patricia la amante de la vida se suicidaba en Puerto Madryn. La noticia en el diario (donde ya no era de una familia de alto nivel socioeconómico sino directamente aristocrática, por lo que no me extrañaría que en unos años la recordaremos como una princesa y más tarde como El Hada Patricia) me causó tanta impresión que en el acto decidí bautizar con su nombre a mi metáfora inconclusa. Es mi homenaje al casio artista, sin más ambiciones que la buena intención. Un monumento al arte con minúscula, al arte sano.
–¿Y quién se supone que es Patricia Léage? –pregunta Clite.
–Nadie –respondo yo, pero el viento revuelve las palabras y es como si nadie respondiera: Yo.