Jonathan
Ésta es una buena noche. Sí, una buena noche. El invierno no es tan divertido como el verano, cuando multitud de gente permanece en el parque hasta altas horas, pero las noches frías tienen algo. Los pocos vivos que pasan por aquí a estas horas lo hacen rápido, embozados, atenazados por el frío. Pero a mí me recuerdan a los soldados huyendo por el campo de batalla, tratando de pasar desapercibidos. Su enemigo es el frío.
Me apoyo en el muro y espero el regreso de Lia. Hoy ha salido con unos amigos, así que no descansaré tranquilo hasta que la vea regresar sana y salva a casa. Ya no es sólo por hacerle un favor a Álastair, le he cogido cariño. Para ser una viva, es muy extraña. Casi como uno de los nuestros. Y es mi único contacto casi directo con Caitlin. Mientras espero, me planteo la posibilidad de ahuyentar al detective ese que la está siguiendo. No me gusta que crean que está loca, y si le doy una lección a ese tipo igual decide tratarse antes a sí mismo. Pero sé que no debo hacerlo. «Observar y esperar», es el lema de Álastair.
Aún pasan unas horas antes de que Lia vuelva. Sé que estará bien mientras esté con sus amigos, ese chico alto y rubio, el que la acompaña a casa, se preocupa bastante por ella. No me gusta verlo tan cerca de Liadan, porque ella es para Álastair, pero él dice que es mejor así por lo que no me meto. Él sigue pensando que ella debe seguir su vida con un vivo. Pero él es el único que lo piensa, ni siquiera Lia está de acuerdo con eso. Por la forma en la que habla a veces, sé que preferiría morir antes que separarse de Álastair. Yo también pensé eso una vez, porque no deseaba dejar sola a mi Jeanine, y por eso estoy aquí. No puedo decir que no la comprenda.
Ah, ahí vienen. Lia es fácil de reconocer por sus cabellos naranjas de irlandesa, y su amigo también: un vivo sano y fuerte, de los que la mayoría de nosotros odiamos.
Alzo la mano para saludar a Liadan, haciéndome a la idea de que hoy no va a distraer parte de mi tiempo con su conversación. Pero no me devuelve el saludo discretamente como acostumbra. Tendría que alegrarme, porque así ese tipo que la sigue a unos cientos de metros no tendrá nada que apuntar en su maldita libreta, pero su tensión me pone alerta. Me acerco a ellos, para ver qué pasa. Si ese amigo suyo intenta sobrepasarse con ella...
—¿No te huele como a sangre? —le pregunta el chico a Lia.
Percibo que Lia está haciendo un gesto con la mano, señalando por detrás de ella. Cuando me giro me quedo helado. Y los vivos que están pasando de largo también, porque se estremecen y el chico rodea a Liadan con un brazo. Bien, que se la lleve.
La mujer está siguiendo a Liadan, estoy seguro. Y es peligrosa. Una mara, tal como las llamamos nosotros. Un espíritu condenado, un alma en pena. Una psicópata.
Simulo que rondo a los humanos, y ella se mantiene apartada por el momento. Somos muy posesivos con nuestros territorios y los vivos que hay en ellos. Esperará a que yo no pueda seguir avanzando para proseguir con su caza. Su sonrisa helada me da miedo incluso a mí. Si quisiera atacarme, podría hacerlo.
—Hoy he ido al Crichton Castle —comenta Liadan.
—Lo sé, ya me lo habéis explicado antes —le contesta el chico que la acompaña, simulando tranquilidad aunque frunce el ceño.
—¿Ella estaba allí? ¿La miraste? —le pregunto yo intentando que la mara no me vea.
Liadan asiente imperceptiblemente con la cabeza. No me detengo a sermonearla, me limito a sacar el móvil del bolsillo para llamar a Álastair. Pero no hay línea, esa mujer debe de haber disipado mi sintonía. Y yo no volveré a estar aquí hasta el atardecer.
—Ve a verle mañana —le digo a Liadan—. Dile que te sigue una mara.
Y al cuerno con el detective, él al menos no puede matarla.