DECLARACIÓN PARA

EL PROCESO EICHMANN

Roma, 14 de junio de 1960

DECLARACIÓN DEL LIC. PRIMO LEVI residente en TURÍN – C. Vittorio 67

El 9 de septiembre de 1943 me refugié, junto con algunos amigos, en el Valle de Aosta y con más precisión en BRUSSON, al norte de St. Vicent, a cincuenta y cuatro kilómetros de la capital de la región.

Habíamos formado un grupo partisano en el que se contaban numerosos judíos, entre los cuales recuerdo a GUIDO BACHI, que en la actualidad vive en París como representante de la empresa OLIVETTI, a CESARE VITA, a LUCIANA NISSIM, que se casó más tarde con Momigliano y reside actualmente en Milán, autora del libro Mujeres contra el monstruo; a WANDA MAESTRO, deportada y muerta en un campo de exterminio.

Se unió a nosotros un sujeto que se hacía llamar MEOLI y que, al ser un infiltrado, no tardó en denunciarnos. Con excepción de CESARE VITA, que consiguió escapar, fuimos todos detenidos el 13 de de septiembre de 1943 y trasladados a Aosta, al cuartel de la milicia fascista. Allí nos topamos con el centurión FERRO, quien, al saber que éramos todos licenciados, nos trató amablemente; murió más tarde a manos de los partisanos en 1945. Debo confesar que, como partisanos, éramos todos bastante inexpertos; no menos inexpertos, en cualquier caso, parecían los milicianos fascistas que improvisaron una especie de proceso. Había entre ellos un italiano de Tirol del Sur que hablaba perfectamente alemán, un tal CAGNI que ya había denunciado a otra cuadrilla partisana y estaba también «nuestro» MEOLI. Nos exigieron que reveláramos los nombres de otros partisanos y, sobre todo, los de los jefes. Aunque estábamos provistos de documentos falsos, declaramos inmediatamente que éramos judíos, lo que nos resultó a la postre beneficioso, puesto que el registro llevado a cabo en nuestras habitaciones fue tan superficial que en la mía no encontraron siquiera las octavillas clandestinas ni el revólver que había escondido allí. El centurión, al saber que éramos judíos y no «auténticos partisanos», nos dijo: «No os va a pasar nada malo; os enviaremos al campo de concentración de FOSSOLI en Módena».

Se nos proporcionaban de forma regular las raciones de alimentos destinadas a los soldados y a finales de enero de 1944 nos llevaron a Fossoli con un tren de pasajeros.

En aquel campo se estaba entonces bastante bien; no se hablaba de masacres y el ambiente era lo suficientemente sereno; nos permitieron conservar el dinero que habíamos traído con nosotros y recibir más desde fuera. Trabajamos por turnos en la cocina y realizábamos otros servicios en el campo, y hasta se organizó un comedor, ¡¡en verdad bastante pobre!!

Me topé en Fossoli con ARTURO FOÀ, de Turín, a quien mirábamos con desconfianza concientes de sus simpatías por el fascismo; también estaban todos los mendigos del gueto de Venecia y los viejos de ese hospicio. Recuerdo a una tal Scaramella y a una USIGLI.

También había allí entre doscientos y trescientos yugoslavos y algunos súbditos ingleses.

Cuando el 18 de febrero nos enteramos de que habían llegado al pueblo las SS alemanas, nos alarmamos todos y, efectivamente, al día siguiente nos advirtieron que nos marcharíamos en el plazo de veinticuatro horas. Nadie trató de huir.

Nos metieron en vagones de ganado en los que estaba escrito «Auschwitz», nombre que en aquel momento no nos decía nada... El viaje duró tres días y medio; habíamos preparado una reserva colectiva de alimentos que nos habían permitido llevar con nosotros. Éramos seiscientos cincuenta judíos...

Durante el viaje, los soldados de la escolta de las SS se mostraron duros e inhumanos; muchos de nosotros fuimos brutalmente golpeados. A nuestra llegada a Auschwitz nos preguntaron quiénes estaban en condiciones de trabajar. Noventa y seis de nosotros respondimos afirmativamente, después de lo cual nos condujeron a siete kilómetros del campo, a BUNA MONOWITZ: veintiséis mujeres en condiciones de trabajar fueron trasladadas al campo de trabajo en Birkenau; ¡¡¡todos los demás fueron llevados a las cámaras de gas!!!

En nuestro campo de trabajo había algunos médicos judíos. Recuerdo al doctor COENKA, de Atenas; al doctor WEISS, de Estrasburgo; al doctor ORENSZTEJN, polaco, que se portaron notablemente bien; no puedo decir lo mismo del doctor SAMUELIDIS de Tesalónica, que no escuchaba a los pacientes que se dirigían a él para ser curados ¡¡¡y hasta denunciaba a los enfermos ante las SS alemanas!!! ¡Varios médicos franceses apellidados LEVY se comportaron en cambio de manera muy humana!

Nuestro jefe de unidad era el judío holandés JOSEF LESSING, músico de orquesta profesional; tuvo bajo su mando de veinte a sesenta hombres y, en su calidad de responsable de la 98.ª unidad, demostró ser no solo duro, sino malvado también.

Entre los trabajadores de aquel campo recuerdo a un tal DI PORTO, de Roma; a un tal PAVONCELLO, LELLO PERUGIA, también de Roma; a EUGENIO RAVENNA, comerciante, y a GEORGIO COHEN, de Ferrara, así como a un tal VENECIA, un medio griego de Trieste. ¡¡El noventa y cinco por ciento de los trabajadores en ese campo eran judíos!! La dirección de la fábrica, para la que estuve trabajando, no quiso reconocerme entonces los emolumentos establecidos por la legislación, de modo que, una vez de regreso a casa, al cabo de bastantes años, a raíz de una demanda colectiva presentada por los supervivientes de la fábrica, me fueron reconocidas y pagadas 800.000 liras, ¡¡¡como retribución devengada en términos legales!!!

Tras la llegada de las tropas soviéticas, fuimos trasladados de nuevo al campo de Auschwitz, a la espera de ser repatriados.

La odisea del regreso fue bastante larga; los rusos nos dijeron que no tenían más opción que repatriarnos por vía marítima, ¡¡embarcándonos nada menos que en Odessa!!

Nos trasladaron primero a Katowice, a continuación, a Minsk, más tarde a Sluck y, cuando Dios lo quiso, regresamos por fin a Italia.

Primo Levi

[1960]