DEPORTADOS POLÍTICOS

Cada gran subdivisión territorial del Reich contaba con su propio campo de exterminio: Mauthausen para Austria, Dachau para Baviera, Buchenwald para Turingia, Belsen para Hannover, Flossenbürg para la Selva de Bohemia y Auschwitz para Silesia. Algunos de ellos —Grossrosen, Ravensbrück y Sachsenhausen— estaban reservados casi exclusivamente para las mujeres. Cada campo tenía un núcleo principal y numerosas dependencias (Arbeitskommando) esparcidas por todo el territorio circundante.

El registro de los deportados era progresivo en cada campo: los traslados eran muy frecuentes entre el campo principal y los distintos Kommandos; menos frecuentes entre campos distintos, en cuyo caso cambiaba también el registro, que en algunos campos se producía con el sistema del tatuaje.

La locura hitleriana consideraba como enemigo al que había que combatir no solo a una determinada persona o grupo de personas, sino a toda una raza, y los campos, y por encima de todos el de Auschwitz, se convirtieron en el cementerio de los judíos. No tardaron en sumarse a ellos los antifranquistas españoles capturados por los alemanes durante la guerra civil y, tras la anexión de sus respectivos territorios, los patriotas austriacos y checos.

Desde 1939, los nazis consideraron como enemigos políticos a los patriotas de las distintas naciones ocupadas que sentían el deber de resistir al invasor y desde ese momento los campos de concentración alemanes se llenaron de resistentes de toda Europa, una auténtica aristocracia internacional de hombres libres, al principio solo polacos, y sucesivamente, franceses, belgas, luxemburgueses, griegos, húngaros, rumanos, soviéticos, yugoslavos y al final, después del 8 de septiembre de 1943, italianos. Haber llegado los últimos no libró a nuestros compatriotas de la dureza de la vida en los campos. El porcentaje de italianos fallecidos no fue, en efecto, inferior al de las otras nacionalidades, y rondó el noventa y tres por ciento.

En cada campo principal y en la mayor parte de los Arbeitskommando funcionaba un horno crematorio, al que afluían también los cadáveres que eran transportados desde los Kommandos que carecían de ellos. A pesar de todo, la incineración de los cadáveres seguía un ritmo mucho más lento que el de los fallecimientos, por lo que los cadáveres se apilaban en gran número en los patios que separaban las distintas secciones, y eran eliminados también en fosas comunes.

Rondaron los cincuenta mil los deportados de Italia, incluyendo en este número a veinticinco mil judíos (hombres, mujeres y niños) deportados a Auschwitz, de los que apenas regresaron con vida unos mil.

La mayoría de las deportaciones restantes desde Italia tuvieron como meta Mauthausen, donde hallaron la muerte aproximadamente diez mil patriotas, mientras que fueron setecientos treinta los supervivientes, si bien una buena parte de estos fallecería después de su regreso, como resultado de las enfermedades y privaciones sufridas.

El primer contingente de cincuenta prisioneros fue enviado a Mauthausen desde Turín en diciembre de 1943; lo notificaba en términos de brutal júbilo la hoja volante de los fascistas Il Popolo di Alessandria: solo dos sobrevivieron.

En febrero de 1944 se llevaron a cabo numerosas deportaciones de presos políticos y de obreros de la resistencia de Sesto San Giovanni desde la cárcel de San Vittore de Milán; en marzo partió un convoy desde Turín con más de setecientos patriotas reclutados en su mayor parte entre los trabajadores de la Fiat y los promotores de la huelga que había paralizado a principios de ese mismo mes la industria, obligada a trabajar para los alemanes, además de un conspicuo grupo de partisanos de Val di Lanzo capturados en combate.

Más tarde, el ritmo de las deportaciones fue acelerándose espantosamente mes a mes. Por lo general, las deportaciones se producían pocos días después de la detención, sin juicio, pero no sin interrogatorios, realizados con métodos alemanes en el Hotel Nacional o en vía Asti en Turín, en el Hotel Regina o en Villa Triste en Milán: antes de cruzar la frontera en vagones sellados, los patriotas realizaban una parada de varios días en el campo de Fossoli, en los alrededores de Módena (donde en julio de 1944 fueron acribillados con ametralladoras sesenta y nueve patriotas, entre ellos el hijo del añorado senador Gasparotto) o en las cárceles de Bérgamo o en el campo de Bolzano. Se favorecía el aflujo de mantas, ropa y suministros que los alemanes aconsejaban a los prisioneros requerir a sus familiares, en vista de las privaciones a las que iban a enfrentarse. Pero en cuanto llegaban a los campos, a los prisioneros se les arrebataba hasta la última prenda, se les registraba, se les depilaba y se les vestía con el uniforme de los forzados: las nacionalidades se distinguían por una sigla incrustada en el triángulo rojo que se cosía al lado del número de registro y que, a su vez, distinguía a los presos políticos de los delincuentes comunes, que se señalaban con un triángulo verde. A los delincuentes comunes, en su mayor parte alemanes y escogidos entre los criminales más feroces, les estaba reservada la tarea de vigilancia en el interior de las distintas secciones del campo y a tal propósito se les equipaba con bastones y vergajos de goma.

La vigilancia exterior corría a cargo de las SS, que dos veces al día llevaban a cabo el recuento de los deportados.

La diana se producía a las cuatro de la mañana y a las seis empezaba el trabajo, consistente por lo general en la excavación y transporte de piedras: se hacía una pausa durante tres cuartos de hora para tomar la sopa y se terminaba a las seis. El mismo horario y el mismo trato correspondía a quienes estaban destinados a trabajos mecánicos, principalmente en los campos dependientes de los principales, donde había sin embargo dos turnos de trabajo de doce horas y resultaba particularmente agotador el nocturno.

Tras la distribución de pan que solía producirse a las ocho se imponía el silencio; pero bien pronto tenían lugar en plena noche alucinantes despertares, a veces para una salida inmediata, más a menudo para un registro de los jergones o las personas, o bien solo para la periódica supervisión antiparasitaria. A los deportados, completamente desnudos, les tocaba entonces formar en los patios interiores bajo la luz deslumbradora de los reflectores y cualquier infracción real o supuesta se castigaba con un número variable de bastonazos, entre cinco y veinticinco; hasta el hallazgo de un insecto era castigado con un bastonazo y era este el único método de control antiparasitario que seguían nuestros carceleros.

Podemos dejar aquí de lado todos los detalles de la vida en el campo, puesto que acerca de ese tema ya se han escrito por parte de los supervivientes de cada país muchos libros sustentados en testimonios y documentación irrefutable.

El primer campo en ser liberado fue el de Auschwitz, por las tropas rusas. El último fue el de Mauthausen, que vio la conjunción de las fuerzas americanas y rusas.

El hecho de ser el último campo de concentración liberado fue una suerte para los presos de Mauthausen porque los alemanes, mientras tuvieron oportunidad de hacerlo, intentaron evacuar los demás campos a medida que la presión soviética o angloamericana estaba a punto a liberarlos. ¡Y tales evacuaciones constituían verdaderas aniquilaciones en masa! Baste con recordar que cuando los soviéticos se disponían a liberar Auschwitz, los deportados fueron conducidos formando largas columnas de cadáveres semovientes por las carreteras de Silesia y Checoslovaquia hasta Mauthausen, donde algunos de ellos (ni un centenar siquiera, de varios miles) llegaron con vida en una noche muy fría y permanecieron hasta el amanecer de pie en el patio de las duchas, ya que, antes de conducirles a los barracones que les correspondían, la higiene exigía que tomaran un baño.

En clave de crónica negra debemos añadir que Mauthausen conoció la eliminación mediante las cámaras de gas, principalmente en abril de 1945, cuando en poco más de tres días fueron gaseados aproximadamente diez mil prisioneros. En otros periodos, el funcionamiento de la cámara de gas en Mauthausen era limitado. En Auschwitz, por el contrario, esta expeditiva modalidad de supresión era adoptada cotidianamente y las cifras a tal propósito resultan aún más significativas: ¡más de 5 millones de personas gaseadas en unos cinco años!

Cuando en los tristes meses de 1944 la abyección moral y material en la que se veían sumidos los deportados hacía parecer una locura toda esperanza de salvación, cuando la continua presencia de la muerte —en la forma material de los cadáveres que noche tras noche se sucedían al lado de cada uno de nosotros en las literas de abeto tan similares a ataúdes— nos había despojado de toda confianza en la vida, reemplazándola con una extraña, resignada familiaridad con la muerte, a la que definitivamente considerábamos amiga y dábamos por sentada, una admonición se elevaba desapegada y solemne: la de luchar por sobrevivir, porque era indispensable que uno al menos entre muchos aún permaneciera con vida en el día inevitable del triunfo de la libertad, para emplear las escasas fuerzas que le quedaran en una misión que justificara el sacrificio de los demás: llevar por el mundo el conocimiento y el horror de una ideología que negó la igualdad y la paridad de derechos entre los seres humanos, de un método que despreció las necesidades primordiales de la civilización cristiana aniquilando la dignidad del Hombre y amenazando con extender por todo el mundo la esclavitud del campo de exterminio.

Primo Levi

[1975]