Como bien saben los lectores de Primo Levi, el capítulo inicial de Los hundidos y los salvados comienza con la frase «La memoria humana es un instrumento maravilloso, pero falaz». Resulta lógico que su atención se concentre en el adjetivo «falaz», donde se compendian la perspicacia y la honestidad de un escritor que denuncia desde un principio los límites de todo testimonio, empezando por el suyo propio. Al poner negro sobre blanco los documentos recopilados en este libro, en cambio, hemos querido dar a esos dos adjetivos, «maravilloso» y «falaz», un peso diferente a lo habitual; será oportuno explicar de qué manera.
Así fue Auschwitz se abre con el texto del Informe sobre la organización higiénico-sanitaria del campo de concentración de Monowitz (Auschwitz III), que el médico-cirujano Leonardo De Benedetti y el licenciado en química Primo Levi redactaron en Katowice durante la primavera de 1945, a petición del comando ruso de aquel campo para exprisioneros; al año siguiente, el texto fue publicado, en italiano y en una versión más larga, en la revista turinesa Minerva Medica. A ese temprano testimonio le sigue, en orden cronológico, un grupo de textos de muy diferentes clases y orígenes que abarcan un periodo de cuarenta y un años, 1945-1986: artículos publicados en periódicos y revistas, discursos pronunciados en público, testificaciones prestadas con ocasión de juicios contra criminales nazis (aquí la voz de Leonardo vuelve al lado de la de su amigo), textos oficiales encargados a Levi como la figura más reputada entre los supervivientes de los campos. La mayor parte de los textos fue redactada personalmente por Primo Levi, que pudo asimismo supervisar su publicación. Por el contrario, de sus testimonios procesuales poseemos en muchos casos una transcripción realizada por terceros y no sometida a su control. Por último, algunos escritos (como podrá verse en «Información sobre los textos» tuvieron un camino tortuoso.
Un situación tan variopinta conlleva dos consecuencias: 1) resulta siempre reconocible, en el curso de los años, la voz de Levi, y del mismo modo va cobrando forma a lo largo del tiempo y consolidándose con coherencia, con ángulos visuales siempre nuevos, el marco de su relato; 2) una serie de mínimas deformidades —vacilaciones ortográficas, errores materiales, despistes de memoria que pueden afectar a nombres, números, fechas, topónimos— se encuentran diseminadas en algunos de estos escritos, más a menudo, como es natural, en los de origen oral o los que han pasado por manos de intermediarios, pese a la meticulosidad de estos últimos. En el presente volumen, excepto por rectificar los lapsus calami más triviales y las erratas evidentes, hemos optado por reproducir los textos tal como están, indicando las posibles incongruencias en el apéndice, donde se reconstruyen los avatares de cada texto y se aclaran algunas alusiones; el mismo razonamiento vale, como es obvio, para los textos de Leonardo De Benedetti que hemos considerado necesario incluir. Esta fidelidad a los documentos nos ha parecido la mejor forma de poner a disposición de los lectores, al menos en parte, su granulosidad material y la huella de la época desde la que llegan hasta nosotros.
Pero esta elección está dictada también por otro criterio, solidario con la preocupación manifestada por Levi en los últimos años de su vida frente a posibles usos instrumentales de tropiezos mínimos o de lagunas en los testimonios de los supervivientes: criterio que no es otro que el respeto por la verdad. Ello nos ha impuesto el observar la máxima fidelidad filológica en la edición de los textos y una completa transparencia historiográfica en la reconstrucción de su génesis. El mismo principio nos ha sugerido, por otro lado, no dedicar menos atención al esfuerzo que prodigó Levi para restituir, incluso al cabo de muchos años, una realidad dificilísima de describir en cualquier caso; un esfuerzo gracias al cual el propio descubrimiento de esos descuidos —nos gustaría hacer hincapié en ello— acaba por dar relieve aún con mayor consistencia y solidez al cuadro que a lo largo de más de cuarenta años nos ha sido ofrecido.
El esfuerzo constante por corregir también eventuales errores propios, vistiendo a menudo el hábito del investigador más que el de mero testigo —como en el extraordinario Informe de 1945, dedicado a los compañeros que participaron en la letal marcha de evacuación desde Auschwitz—, permitió a Primo Levi, por lo tanto, conquistar verdades cada vez más nítidas. Pero eso no es todo; este libro en particular, por el sesgo de los textos que lo componen, ofrece a sus lectores otra importante oportunidad: la de darles indicaciones para establecer el peso respectivo que, al hablar de la memoria, puede atribuirse a adjetivos tan irreconciliables en apariencia como los propuestos en Los hundidos y los salvados, «maravillosa» y «falaz».
F. L. – D. S.