TESTIMONIO DE UN COMPAÑERO

DE PRISIÓN

Vanda Maestro, quien desde el 25 de julio de 1943 había entrado en contacto con algunos elementos del Partido de Acción, se hallaba en diciembre de aquel año en Valle de Aosta, sumada a un grupo partisano entonces en proceso de formación, con diversas tareas (contactos con el valle, distribución de impresos, ocasionales misiones exploratorias sobre los movimientos de las guarniciones alemanas y fascistas). Tenía 24 años; hacía poco que había acabado la carrera.

Quienes la vieron entonces, ascendiendo por esos senderos ya enterrados bajo la nieve, no pueden olvidar su rostro pequeño y amable, marcado por el esfuerzo físico y por una más profunda tensión: porque para ella, al igual que para los mejores de ese tiempo y de esa condición, la elección no había resultado fácil, ni alegre, ni exenta de problemas.

Precoz huérfana de madre, Vanda se veía dominada, y a menudo abrumada, por una sensibilidad extremadamente sutil, que le consentía leer los pensamientos más secretos de los que la rodeaban. Su mente era sincera y directa, e ignoraba o despreciaba todos esos artificios, esas neblinas, esos voluntarios olvidos e ilusiones con los que nos defendemos como podemos de los agravios del mundo. Por lo tanto, nadie estaba más expuesto que ella al sufrimiento, y para el sufrimiento tenía una capacidad casi ilimitada. Se percibía en ella un trasfondo de dolor continuo, consciente y aceptado, y firmemente oculto, y eso hacía que se ganara, por parte de todos, un inmediato respeto.

No era una mujer fuerte por naturaleza: temía a la muerte, y más que a la muerte temía al sufrimiento físico. La fuerza de la que en aquellos días hizo gala había ido madurando poco a poco, fue el fruto de un propósito renovado momento a momento.

Pero su experiencia partisana fue breve. El 13 de diciembre se vio sorprendida por una operación de rastreo que perseguía en realidad la captura de una banda más importante que operaba en un valle adyacente. Fue detenida, trasladada a Aosta, largamente interrogada. Respondió con habilidad, de manera que nada concreto pudiera serle imputado sobre sus actividades; sin embargo, en su condición de judía, fue enviada a Fossoli y desde allí a un campo de concentración de nombre tristemente famoso: el campo femenino de Birkenau-Auschwitz.

Allí, para esa pequeña mujer apacible, leal y generosa, se cumplió con espantosa lentitud, mes a mes, el más aterrador de los destinos que un hombre, en un paroxismo de odio, podría concebir y desear al peor de sus enemigos. Hubo quien volvió de Birchenau y pudo hablarnos de Vanda, postrada desde los primeros días por el agotamiento, por las penurias y por esa terrible clarividencia suya que le imponía rechazar los piadosos engaños a los que tan de buena gana se cede ante el mal supremo. Pudo describirnos su pobre cabeza despojada de cabello, sus extremidades pronto deshechas por las enfermedades y el hambre, todas las etapas del abominable proceso de aplastamiento, de apagamiento, que era el preludio, en el campo, de la muerte del cuerpo.

Y todo, o casi todo, sabemos de su fin: su nombre pronunciado entre los de los condenados, su descenso de la litera de la enfermería, su encaminarse (¡con plena lucidez!) hacia la cámara de gas y el horno crematorio.

[Primo Levi]

[1953]