u boda tuvo lugar el último día de las vacaciones de invierno. El día después tenía que empezar mis clases en la escuela de Elfhelm. Pensar en la boda me ayudó a no obsesionarme con mi entrada en la escuela.
La mayoría de los habitantes de Elfhelm llenó el ayuntamiento aquel día. Acudieron incluso algunos duendes de las Colinas Boscosas. La Duendecilla de la Verdad vino acompañada por el Duendecillo de la Mentira. El Duendecillo de la Mentira dijo que le gustaban mucho mis orejas, lo cual resultaba un poco preocupante. Los renos de Papá Noel también estuvieron presentes. Papá Noel le hizo prometer antes a Relámpago que no se haría pipí en el suelo durante la ceremonia, y Relámpago cumplió su promesa. Acudió también un chindrilón. Había oído hablar sobre duendes y elfos, incluso cuando vivía en Londres, pero no sabía nada sobre los chindrilones. Por lo visto, hay muy pocos y están todos concentrados al este de Elfhelm. Los chindrilones no tienen nombre propio y no son ni chico ni chica. Son simplemente chindrilones, y al parecer los hay de distintos colores. El que vino a la boda era de color amarillo fosforito y era una cosa bajita y regordeta que se pasó todo el rato sonriendo y canturreando. Y Capitán Hollín vino también y disfrutó mucho comiendo las migajas de pastel que había por el suelo.
Ah, y hubo también un terremoto. O lo que parecía un terremoto. Pero resultó ser simplemente una trol que cruzó todo el Valle de los Troles para acudir a la boda. Era una trol tan grande que no cabía en el salón y tuvo que quedarse sentada fuera, en la nieve, y observar lo que pasaba dentro desde el otro lado de la ventana. Era Urgula, la Líder Suprema de los Troles, que era más grande aun que los minitroles y los megatroles de su territorio. No llegué a verla entera, pero sí le vi la cabeza, y tenía un pelo tan alborotado que me recordó la copa de un árbol agitada por el viento.
En un momento dado, Papá Noel abrió la ventana para hablar con ella.
—Hola, Urgula, me alegro de que hayas venido.
Urgula sonrió y mostró sus tres dientes. Eran tan grandes como una puerta, aunque con la madera podrida.
—He venido a desearos a ti y a tu enamorada toda la felicidad del mundo de parte de los troles.
—Muy amable por tu parte —dijo Mary, que acompañaba a Papá Noel.
Los Cascabeles del Trineo tocaron una canción que habían compuesto especialmente para la ocasión y que llevaba por título Eres para mí lo más bello del mundo, cariño (por mucho que seas una humana).
Papá Topo, el mejor amigo de Papá Noel, ofició la ceremonia. Y enseguida vi que las bodas en Elfhelm son un poco distintas a las bodas humanas.
—Miraos a los ojos —dijo Papá Topo— e intentad no reír.
Y lo llevaron muy bien hasta que Papá Topo empezó a contar chistes malísimos.
—¿Sabéis qué le pasa a Papá Noel si pierde un reno?
—Ni idea —dijo Mary.
—¡Pues que le da un ataque de insuficiencia renal! ¿Lo captáis?
—Pues claro —respondió Papá Noel—. Te lo conté yo.
Pero Papá Topo tenía más chistes en reserva.
—¿Cuál es la fruta más divertida? La naranja, ja, ja, ja... ¿Lo captáis? Tiene gracia, ¿eh? Veamos otro. ¿Qué le dice un gusano a otro gusano? Me voy a dar la vuelta a la manzana. ¿Cómo se llama ese pez que huele mucho? ¡El peztoso! ¿Qué le dice un pato a otro pato? Estamos empatados...
Y los chistes malos siguieron un buen rato. Hasta que, al final, tanto Papá Noel como Mary no pudieron parar de reír, pero no porque los chistes fueran graciosos, sino por lo malos que eran. Y fue en ese momento, en el momento exacto en que rieron los dos al mismo tiempo, cuando Papá Topo dijo: «¡Os declaro marido y mujer!». Porque así es como se casan en Elfhelm. Riendo al mismo tiempo en la ceremonia de boda.
Mary se convirtió automáticamente en Mamá Noel, puesto que Papá Noel era el Líder del Consejo Élfico. Y Mary pasó además a formar parte del Consejo Élfico. Ser miembro te permitía ser llamado Mamá Lo Que Sea o Papá Lo Que Sea. Formar parte del Consejo Élfico implicaba asistir a reuniones y ayudar a tomar decisiones sobre cosas relacionadas con Elfhelm y la vida de los elfos. En teoría, cualquiera podía llegar a ser miembro del Consejo Élfico. Pero muchos elfos no querían serlo jamás porque las reuniones eran aburridas y producían incluso sarpullidos. Y sarpullidos muy molestos, además.
Después de la parte hablada de la boda, llegó la parte de la comida (mucha comida), y más música, y mucha cachizumba.
Cuando la fiesta estaba a punto de tocar a su fin, llegó un elfo con aspecto de cascarrabias y barba negra que empezó a mirar con mala cara a Papá Noel y Mary —o Mamá Noel— y a cualquiera que pareciera sentirse feliz. Lo cual incluía a absolutamente todos los invitados, con la excepción de la Duendecilla de la Verdad, que daba la impresión de que prefería que Papá Noel se quedase soltero (lo sé porque la oí decir por lo bajo: «Ojalá Papá Noel se hubiese quedado soltero»), razón por la cual estaba siendo un día un poco difícil para ella.
—¿Te lo estás pasando bien? —le pregunté con inocencia a la Duendecilla de la Verdad.
—Es el peor día de mi vida —respondió, antes de hundir la cara en su ración de pastel de boda.
El elfo con aspecto de cascarrabias era Papá Vodol. Cuando al final de la fiesta Papá Noel levantó la copa para brindar con todo el mundo, me fijé en que Papá Vodol miraba fijamente la copa de zumo de arándano de Papá Noel.
—Queridos elfos, duendes, humanos, renos y troles... y tú también, chindrilón. Gracias a todos por haber venido. Hoy ha sido un día muy especial para mí. Ha sido como un millón de días de Navidad a la vez. Acabo de casarme con la mujer más buena, más cariñosa y más divertida que he conocido en mi vida, y esa eres tú, Mamá Noel. Y, además, estoy rodeado de todos vosotros. Me gustaría mencionar especialmente a una de las invitadas. —Y entonces me señaló a mí—. A esa persona de ahí. Amelia Wishart. La chica que salvó la Navidad. Esta chica me ha enseñado muchas cosas. Y principalmente me ha enseñado el poder de la esperanza. Y en estos momentos tengo todas mis esperanzas depositadas en que todo el pueblo de Elfhelm siga acogiéndola, a ella y a mi querida Mary, con agrado, como ya habéis hecho hasta la fecha. Igual que sucede conmigo, tal vez su aspecto sea distinto, pero os aseguro que aportará muchísima vida a Elfhelm.
—Aquí, aquí —dijo Manduca, que se había situado junto a su tataratataratatarabuelo, Papá Topo, y tenía en brazos a su hijo, Modosito.
—Por supuesto —dijo Papá Topo—. Elfhelm es más divertido si acoge a gente nueva. Un pueblo solo con elfos es tan aburrido como un calcetín de Navidad con todos los regalos iguales.
—Me siento muy feliz de estar aquí —dijo Mary—. Y sé que Amelia también. ¿Verdad, Amelia?
El salón entero se volvió para mirarme.
—Oh, sí, claro —dije—. Estoy muy feliz. Es mucho mejor que un hospicio, os lo aseguro.
Los elfos me sonrieron, pero me dio la impresión de que estaban confusos o que quizá se estaban riendo de mí. Supongo que era simplemente porque yo era distinta. Ni siquiera me parecía a Mary y a Papá Noel. Ni siquiera tenía beljuro. El beljuro es la magia de los elfos. Una magia que se utilizó para salvarle la vida a Papá Noel cuando era un niño y que él, a su vez, utilizó la Navidad pasada para salvarle la vida a Mary. Yo era incapaz de hacer las cosas que los elfos, Papá Noel y Mary (cuando acabara sus lecciones de beljuro) podían hacer. Pero no me importaba. Al menos en aquel momento. Me gustaba ser diferente. Durante toda mi vida en Londres había sido invisible. Era una pobre niña más con la cara sucia de hollín, como muchas otras. Era agradable que te miraran. Me hacía sentir un poco especial, y nunca antes me había sentido especial.
Y Papá Noel me echó un cable cuando dijo:
—¡Así que levantemos las copas y brindemos por la felicidad y la amistad! No hay que tener en cuenta ni quién somos ni de dónde venimos, lo importante es estar aquí, en Elfhelm, y recibir con los brazos abiertos a todo el mundo.
Me fijé en que Papá Vodol seguía mirando fijamente la copa que Papá Noel tenía en la mano. Y, sin que Papá Vodol apartara la vista, vi que la copa empezaba a temblar y que Papá Noel intentaba retenerla en la mano. Pero fue imposible. La copa salió volando por el salón y aterrizó con estrépito a mis pies. El zumo de arándano se derramó por todas partes.
Nadie se dio cuenta de que había sido obra de Papá Vodol, porque nadie había visto cómo estaba mirando tan fijamente a Papá Noel.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Mary.
—No tengo ni idea —respondió Papá Noel.
—Ha sido él —dije yo, señalando al culpable de barba negra.
El salón se quedó de repente en silencio. Todo el mundo me pareció preocupado, incluso Papá Noel. Y, de repente, también yo empecé a preocuparme.
—Ha sido Papá V...
Pero no pude terminar la frase porque se me cerró la boca de golpe. Mis labios quedaron sellados sin que nadie los tocara.
Y entonces caí en la cuenta: lo estaba haciendo él.
—No sé de qué habla esta chica humana —dijo Papá Vodol con una sonrisa—. Es evidente que se equivoca.
Intenté hablar, pero no pude. Miré las caras de preocupación de Papá Noel y de Mary. No quería fastidiarles su día perfecto, de modo que me limité a encogerme de hombros y a sonreír tensamente.
Papá Noel miró su mano vacía y el charco que se había formado a mis pies. Sacó el labio inferior hacia fuera.
—No nos pondremos a llorar porque se haya derramado un poco de zumo. Estamos aquí para celebrar nuestra boda. —Dio unas palmadas—. Cascabeles del Trineo, tocadnos otra canción.
La música empezó a sonar y los elfos corrieron a la pista de baile, donde iniciaron una nueva competición de cachizumba. Y yo bailé también, con mi estilo humano y poco mágico, hasta que Papá Vodol se plantó delante de mí.
Me asusté un poco, pero me propuse no demostrárselo. De modo que le dije:
—¿Te gusta bailar?
A lo que él me respondió:
—No, no me gusta nada. El problema es que hay que vigilar por donde pisas. Y que, si pisas donde no tienes que pisar, puede haber consecuencias.
Me eché a reír.
—Me parece que bailar no tiene que ser una cosa tan seria.
Pero entonces comprendí que no se refería al baile, porque dijo:
—No me refiero al baile.
—Oh.
—Me refiero a ti.
—¿Y por qué tengo yo que vigilar por dónde piso?
—Porque tienes los pies muy grandes.
—¿Qué? Así es como tienen que ser mis pies, ni más ni menos. Soy una humana.
—Exactamente. —Abrió mucho los ojos. Como si estuviera loco—. Eres una humana. Y no tienes nada que ver con este lugar.
—Papá Noel es un humano. Mary también. ¿Y no tienen nada que ver con este lugar? Me parece a mí que los demás elfos no opinan lo mismo que tú.
Papá Vodol se acercó más a mí para poder hablar sin levantar la voz y hacerse oír a pesar de la música.
—Me parece que no entiendes la mentalidad de los elfos. Mira, resulta que somos muy cambiantes. Si das un paso en sentido equivocado, se pondrán en tu contra. Ya lo verás. Me aseguraré de que así sea.
—No me das miedo.
—Aún no —replicó—. Aún no te doy miedo. Recuerda, vigila por dónde pisas con esos pies tan grandes que tienes.
Dio media vuelta y se marchó, y todo el mundo estaba tan entretenido que nadie se dio cuenta de que mi sonrisa había desaparecido de repente y mi expresión se había vuelto de preocupación. Estaba tan preocupada con la idea de tener como enemigo al elfo más desagradable de Elfhelm que, durante el resto de la velada, me olvidé por completo de que al día siguiente iba a empezar mis clases en la escuela.