La leyenda cuenta que un día, mientras se encontraba sentado frente a una cascada artificial en Midtown, René Alegría tuvo una visión, y esta editorial, Rayo, nació. Con esa misma extraordinaria habilidad para ver más allá mi editor me ha guiado hacia la terminación de este libro. Su asistente, Andrea Montejo, ha sido una maravilla en encargarse de todos los pequeños detalles. Estaría perdido sin mi agente, Gloria Loomis, quien fue más que comprensiva durante los falsos comienzos que tuve antes de que esta novela empezara a hablar conmigo. Agradezco a Catherine “Triple Threat” Fausett (Cerebro, Belleza, Benevolencia); su aliento igual de invaluable. Justin Allen siempre me mantuvo al día. Agradezco también a mi padre, Silvio, a mi madre, Leonor, a mis hermanas Frinee y Haydee, a mi hermano James y a mi primo Rafael; su amor siempre es reconfortante. Como son la amistad y el firme consejo de Kendra Hurley y la compañía de Stefanie Schumacher. Cesar Rosario es el mejor “alero” que podría tener cualquiera (esos días ya pasaron pero la aventura continúa). Su madre, Juanita Lorenzo, es la evidencia de que la afinidad con la ficción es posible. Silvana Paternostro prácticamente me regaló un capítulo, su cariñosa voz siempre fue bienvenida. La humanidad de Russell Contreras, la nobleza de Mat Stafford, la inteligencia de Will Ross, la actitud de Susan D’Aloin, y la lucidez de Jeanne Flavio aún contribuyen a mi crecimiento. Y por último, gracias a Brian Flannagan, propietario del Night Café; las trivialidades del domingo por la noche transformaban un día aburrido en algo un poco más interesante.