Los papeles de Chandler empiezan con su primera producción creativa, poemas y ensayos, escritos en Londres poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Chandler tenía alrededor de veinte años por entonces y había terminado su estancia en el Dulwich College al sur de Londres, y un año de aprendizaje de alemán y francés en el continente. Varios de sus textos fueron publicados en tres revistas literarias del momento: la Westminster Gazette, Academy y el Chamber’s Journal. A pesar de ello, Chandler vivía de la indulgencia de un tío cada vez más impaciente. Su carrera como escritor publicado terminó en 1912, a la edad de veinticuatro años, con su emigración a Estados Unidos de América. No volvió a publicar en veinte años, y cuando volviera a hacerlo sería para revistas pulp. Él mismo describió su poesía, más tarde, como «georgiano clase B».
Ven conmigo, amor,
al otro lado del mundo,
donde la gloria se desvanece
y las alas se pliegan,
y caminaremos tomados de la mano
como un chico y una chica en tierra de recreo.
Quédate conmigo, amor,
en la ciudad lóbrega
donde el sol se atreve apenas
tímidamente a asomar,
y veremos la vida tomados de la mano
como un chico y una chica en tierra de adultos.
Vete de mí, amor,
si no piensas quedarte;
sigue tu camino,
así es mejor.
Y yo creeré tenerte de la mano
como un niño en cuentos del país de hadas.
¿Debo dejarte, amor?
¿Debo irme?
Haz lo que quieras,
tú debes saberlo.
Solo déjame creer que te tengo de la mano,
y cruzaré contento cualquier tierra.
Cuando las sombras ya no velan la muda ciudad,
y por el camino de las persecuciones no van fantasmas,
cuando ya los reyes no tienen soberbia o damas esperándolos,
y no hay ya pálidos narcisos bordeando el camino,
cuando todos los suspiros callan y las músicas se quiebran
en el jardín helado y gris, deslumbrado por la luna,
cuando se desvanece cada flor que fue regalo de amante,
¿nuestro amor se marchitará también y morirá?
Cuando todo lo perdido se haya gastado y abandonado,
y todas las melodías sean oscuras, tristes y viejas,
cuando todos los sueños ardientes que soñamos
sean solo hojas muertas que ya ni tiemblen en el frío,
cuando no haya rosas que se inclinen o lirios que caigan,
cuando todas las horas inútiles hayan sido lloradas y [ilegible]
Dios y el silencio en el altar quebrado
¿nuestro amor será un hueco en la noche?
Las reseñas y los artículos de esta época, escritos para las mismas publicaciones de Londres, anticipan mejor la voz que saldría a luz más adelante. (En el caso de «El héroe notable» y «Realismo y cuento de hadas», están reproducidos íntegramente en la segunda parte, en las páginas 353 y 357.)
Antes de partir a Estados Unidos y abandonar su juvenil intento de inmortalidad, Chandler escribió un poema, nunca enviado para su publicación, que llamó «Verso libre».
Sí, amigo, los viejos métodos son muy favorecedores
a cierto tipo de mente,
como un bonete puntiagudo
es favorecedor
a cierto tipo de cara.
Pero descubro que yo necesito
un poco más de libertad
para expresar mi alma inmortal
(si es inmortal, cosa que uno duda
después de leer a Freud).
Sabes, es tan complicado
aprender los metros
y las rimas,
y hay pocos metros
y menos rimas,
y después de todo, cuando se han aprendido,
¿para qué sirven?
Es preciso tener algo que decir
que calce en esa forma seca y cuadrada.
Y yo no tengo.
Realmente en esta civilización que se desintegra
qué puede tener uno que decir
salvo
que todo es un tedio infernal
y eso ya todos lo saben.
Pero esa otra clase de poesía
es como mármol.
Cualquiera, creo, puede hacer una cara
con arcilla
aun si solo es grotesca (y lo grotesco tiene su atractivo).
Pero ¿con mármol?
Habría que ser escultor para eso,
es decir,
alguien que se ha tomado el trabajo
de aprender su duro oficio.
El grabador del camafeo piensa cuánto tiempo
debe vivir con ese pequeño retrato
antes de terminarlo.
¿No se aburre? Por supuesto, dices,
se aburriría
si no supiera hacerlo bien.
Y yo no sé, como bien sabes.
Aclararía mis ideas incluso
llamándolas
estados de ánimo.
Un pequeño giro de la frase o el pensamiento
en esta dirección o en aquella
para darle un aire de significar mucho
más de lo que dice.
Una pizca de reacción nerviosa
por el ruido del tren
o el exceso de café
o una mala noche, fumando hasta las dos,
¿a quién se le ocurriría emplear la forma para esas cosas?
Y aun así vale la pena ponerlo sobre papel
en parte porque es divertido
y fácil
y en parte porque
ocasionalmente (solo ocasionalmente)
a uno le pagan por hacerlo.
Este verso mío es pura inspiración,
es tan fácil como caerse de un árbol,
la única dificultad es saber dónde
parar,
pero llego a ese punto vagando
durante
tanto tiempo como quiera
y después
borrando un verso de cada tres:
los agujeros en el sentido (si los hay)
lo hacen todo más
interesante.
Y las palabras mismas significan tanto,
esas cositas bonitas.
«Malva», por ejemplo,
cuánto parece querer decir esa palabra simple,
tanto más de lo que uno puede decir.
Me gusta
escribir una palabra así
y mirarla
con la cabeza inclinada
y darle vueltas
y vueltas y vueltas
hasta marearme un poco
y después sentarme
y charlar un rato
sobre cualquier cosa que me venga
a
la cabeza. Al fin recojo todo
con mi don poético, una suerte de pala, sabes,
y lo salpico caprichosamente sobre
unas pocas
hojas de papel,
y ahí tienes.
Un poema más o menos. Al menos
lo llamamos así
por conveniencia.
No obstante, viejo amigo, espero que consideres
todo esto confidencial,
estrictamente entre nous, podría decirse,
porque
mucha gente está hablando muy en serio
sobre nuestros intelectuales estadounidenses
revolucionarios
y no querríamos que se difunda
que somos solo intelectuales
en bancarrota,
con el buen sentido de las discordias
de un violín quebrado
tocado por un violinista un tanto indiferente
en la conflagración
de un universo
también indiferente.