En 1946, Raymond Chandler compró una casa sobre la costa de La Jolla, al norte de San Diego, y trató de completar su quinta novela de Marlowe, que había titulado La hermana menor [The Little Sister]. Liberado de la tensión del estudio, y disfrutando de paz y silencio, Chandler volvió también con renovado vigor a la correspondencia.
Supongo que se habrá enterado de que un librero aquí fue condenado por vender material indecente, y se trataba de Memoirs of Hetate County, de Edmund Wilson. Muy desalentador. El libro es bastante indecente, por supuesto, y exactamente del modo más inofensivo: sin pasión, como un falo de miga de pan. Ahora están vendiendo clandestinamente esa maldita cosa a veinticinco dólares el ejemplar. No vale el original ... Las reseñas de libros que hace Wilson, meticulosas y pedestres y a veces inteligentes, le hacen pensar erróneamente a uno que hay algo en su cabeza además de fijador de cabello. Pero no hay nada.
Como los dos párrafos anteriores los inicié en primera persona —cosa que en la escuela me enseñaron que no había que hacer— añadiré que yo, nosotros, nos mudamos a La Jolla de modo permanente, o tan permanente como pueda ser algo hoy en día. Si vuelvo a hacer algún trabajo para Hollywood, cosa que probablemente haga, puedo hacer nueve décimos de él aquí, de todos modos. Esto es, si puedo encontrar una secretaria. Vivimos cerca del mar sonoro: está cruzando la calle y bajando una pendiente; pero el Pacífico es muy tranquilo. Tenemos una casa mucho mejor de lo que tendría derecho a esperar un autor de novelas policíacas desocupado.
La historia en la que estoy trabajando me parece que carece de algunas de las cualidades nobles. Además, la encuentro aburrida. Me pregunto si no me habré fundido definitivamente. Es posible. Mejores hombres que yo lo dejaron todo en Hollywood.
Mi título puede no ser muy bueno. Tan solo es el mejor que puedo pensar sin esfuerzo. Tengo ideas peculiares sobre los títulos. Nunca deberían ser obviamente provocadores ni decir nada sobre el crimen. Deberían ser más bien indirectos y neutros, pero la forma de las palabras debería ser un tanto poco usual. No lo hemos logrado esta vez. No obstante, como observó una vez un gran editor, un buen título es el título de un libro de éxito. De improviso, nadie habría pensado que El hombre delgado era un gran título. El halcón maltés lo es, porque tiene ritmo y rima y hace que uno se haga preguntas.
El único argot que me sirvió en un libro o bien era inventado por Chandler o había superado una razonable prueba de tiempo. Todo lo demás tiende a volverse obsoleto antes de llegar a la imprenta.
Tengo mis días pedantes, mis días ignorantes, mis días de no importarme nada, y espero que mi secretaria comparta mis humores.
La señora de Robert Hogan era una maestra de Nueva Jersey que había escrito a Chandler pidiéndole consejos para dar a los jóvenes.
Mi experiencia en ayudar a la gente a escribir ha sido limitada pero en extremo intensiva. Lo he hecho todo, desde dar dinero a futuros escritores para que vivan, hasta darles argumentos y reescribir sus textos, y hasta el momento no ha servido para nada. La gente que Dios o la naturaleza quiso que fueran escritores encuentra sus propias respuestas, y a los que tienen que preguntar es imposible ayudarlos. Son simplemente gente que quiere ser escritora.
El libro al que se refiere, Command Decision, era de un autor llamado William Wister Haines. «El señor Weeks» era el editor de Arte del Atlantic.
Una vez le escribí, en un estado de ánimo sarcástico, que las técnicas de ficción se habían estandarizado tanto que uno de estos días una máquina escribiría novelas. Lo que me molesta en este libro, Command Decision, al igual que en otros parecidos, es que tiene toda la habilidad y la percepción y el ingenio y la honestidad que debe tener una buena novela. Tiene un tema, algo que yo nunca tuve; tiene un sentimiento agudo e inmediato de la vida tal como es ahora.
Me sería difícil decir qué no tiene. Estoy absolutamente seguro de eso, aunque no espero venderle a nadie la idea. Su señor Weeks, que es un hombre mucho más inteligente que yo, piensa que Marquand es un escritor serio. Yo no. Yo pienso que es un periodista rápido e inteligente. Pienso que será olvidado por completo cinco años después de su muerte, por todo el mundo salvo unos pocos. ¿Se trata de que esos libros están escritos muy rápido, en una especie de ardor? No es una respuesta; así se escribió gran parte de la literatura que ha perdurado. El tiempo de composición no tiene nada que ver; algunas mentes destilan mucho más rápido que otras. ¿Será que los autores de esos libros están usando técnicas completamente prestadas y en consecuencia no transmiten el sentimiento de que han creado, sino de que más bien han informado? Más cerca, aunque no es todavía la respuesta. Sin lugar a dudas, están apareciendo gran cantidad de hábiles reportajes disfrazados de ficción, y seguirán saliendo, pero en esencia creo que falta una cualidad emocional. Aun cuando se ocupan de la muerte, y lo hacen con frecuencia, no son trágicos. Supongo que es lo que podría esperarse. Una era que es incapaz de generar poesía es incapaz de cualquier clase de literatura salvo esa inteligencia de una decadencia. Los chicos pueden decir cualquier cosa, sus escenas son casi agotadoramente impecables, tienen todos los datos y todas las respuestas, pero son hombrecitos que se han olvidado de cómo rezar. A medida que el mundo se hace más pequeño, las mentes de los hombres se hacen más pequeñas, más compactas y más vacías. Estas son las máquinas mentales de la historia.
Carta respecto al artículo de Chandler sobre la ceremonia de entrega de los Oscar.
Me temo que me ha desconcertado. Creía que «Adoración tribal en Hollywood» era un título perfectamente bueno. No veo la necesidad de un título relacionado con el crimen y el misterio. Pero usted es el jefe. Cuando escribí sobre escritores usted no pensó esas cosas. Se me ocurrieron varios títulos como Noche negra en Hollywood, La última carga de Sutter, El mirón de oro, Todo lo que se necesita son elefantes, El inconveniente de la moda, Dónde va el vodevil cuando muere, y basuras por el estilo. Pero nada que pueda conmoverlo a usted. A propósito, transmítale mis felicitaciones al o la purista que corrige sus pruebas, y dígale que yo escribo en una especie de dialecto que se parece en algo a la charla de un camarero suizo, y que cuando escindo un infinitivo, maldito sea, lo escindo de modo que siga escindido, y cuando interrumpo la fluidez aterciopelada de mi sintaxis más o menos alfabetizada con unas pocas docenas de coloquialismos de taberna, lo hago con los ojos abiertos y la mente relajada pero atenta. El método puede no ser perfecto, pero es todo lo que tengo. Supongo que su corrector de pruebas está tratando amablemente de mantenerme en pie, pero por mucho que agradezca su solicitud, en realidad soy capaz de mantener un rumbo bastante firme, siempre que disponga de las dos aceras y de la calle entre ambas.
El elemento de suspense mientras dos personajes se aproximan de manera gradual a una catástrofe inevitable simplemente me pone nervioso. Encuentro que ya no puedo leer libros como este.
Howard Haycroft era un autor de suspense.
No hace mucho me encontraba leyendo un libro llamado Man Against Himself, del prestigioso doctor Karl Menninger, dueño de una lucrativa clínica psiquiátrica en algún lugar de Kansas y, creo, brigadier general a cargo de las neurosis en el ejército de Estados Unidos. No llevaba leído ni un tercio del libro cuando me convencí de que todo era una falsedad absoluta.
Una de mis peculiaridades y dificultades como escritor es que no quiero descartar nada. He oído que esto no es propio de un profesional, que es una debilidad típica de aficionado no darse cuenta de que lo que se escribe no está saliendo bien. Yo me doy cuenta, pero no puedo olvidar el hecho de que tuve una razón, un sentimiento, para empezar a escribirlo, y que me condenen si no quiero preservarlo. He perdido meses de tiempo por esta obstinación. No obstante, después de trabajar en Hollywood, donde el análisis de la trama y la motivación se realiza de manera cotidiana del modo más implacable, comprendo que siempre es una dificultad de trama la que me detiene. Simplemente no puedo planificar la trama con bastante antelación. Escribo algo que me gusta y después me da un trabajo infernal hacerlo calzar en la estructura. Esto resulta en algunas extravagancias de construcción, sobre las que no me preocupo, porque fundamentalmente no me interesa la trama.
Otra de mis peculiaridades (y en esta creo absolutamente) es que uno nunca sabe del todo dónde está la historia que uno escribe hasta que no ha escrito el primer borrador. Así que siempre considero que el primer borrador constituye la materia prima. Lo que parece vivo en él es lo que pertenece a la historia. Aun si se pierde la claridad, yo mantengo todo lo que produce el efecto de sostenerse sobre sus pies y marchar. No puede planearse una buena historia; tiene que destilarse. A largo plazo, por poco que uno hable sobre el tema, lo más durable en lo que se escribe es el estilo, y el estilo es la inversión más valiosa que puede hacer un escritor con su tiempo. Las ventas se demoran, el agente se burla, el editor no lo entiende, y se necesitará gente de la que uno nunca ha oído para convencerlos poco a poco de que el escritor que pone su marca individual en lo que escribe siempre dará ganancias. No basta solo con intentarlo, porque la clase de estilo en la que estoy pensando es una proyección de la personalidad y es preciso tener una personalidad antes de poder proyectarla. Pero si uno la tiene, solo puede proyectarla en el papel pensando en otra cosa. Esto es irónico en cierto modo. Es el motivo, supongo, por el que en una generación de escritores «hechos» sigo diciendo que no se puede hacer un escritor. La preocupación por el estilo no lo producirá. El proceso de corrección y pulido no tendrá ningún efecto apreciable sobre el sabor de lo que un hombre escriba. Es un producto de la cualidad de su emoción y percepción; es la capacidad de transferirlos al papel lo que hace de él un escritor, en contraste con la gran cantidad de gente que tiene emociones igualmente buenas y percepciones igualmente agudas, pero no llega ni a un millón de kilómetros de ponerlas sobre el papel. Conozco a varios escritores hechos. Hollywood, por supuesto, está lleno de ellos; sus libros a menudo tienen un impacto inmediato de habilidad y sofisticación, pero por debajo están huecos, y uno nunca vuelve a ellos.
No estoy de acuerdo con su conexión de Pin to See Peepshow con Hamlet, etcétera. Pienso que Hamlet, Macbeth, las grandes tragedias griegas, Anna Karenina y Dostoievski, etcétera, son algo distinto por completo, no tanto porque sean mejores como porque no ponen nervioso en el mismo sentido. Hay una gran diferencia (al menos para mí) entre un final trágico y un final desdichado. No se puede escribir una tragedia al nivel de una novela suburbana; solo se obtiene desgracia sin la depuración de las altas emociones. Y, naturalmente, la cualidad de las emociones es cuestión de proyección, de cómo se hace, de cuál es el efecto total del estilo. No es cuestión de trabajar con personajes de tamaño heroico.
B. D. Zevion era un editor que había escrito a Chandler pidiéndole un elogio para un libro de poemas de otro colega de su época de Black Mask.
Muchas gracias por el libro de Sandberg. Es extraño leer estos poemas ahora. Cuando se publicaron por primera vez, al parecer, eran rudos y brutales. Ahora parecen discretos. Tiene mucha palabrería whitmanesca sobre el hombre-niño y la mujer-niña, etcétera, que suena curiosamente tenso, como un escritor de novelas policíacas tratando de ganar fuerza mediante el uso de palabras duras en lugar de cosas duras. El tipo de estilo «entrar a patadas en la habitación». Los editores se tomaron muchas libertades conmigo en aquellos días. Tengo un par de cartas de Sandberg, muy amables. Están escritas en la misma jerga cortante, que supongo que ya se le ha hecho natural, pero creo que originariamente era solo jadeo.
Edgar Carter, asistente de H. N. Swanson, con el que Chandler seguía discutiendo ofertas de Hollywood.
A propósito, ¿usted lee la Biblia? Supongo que no con mucha frecuencia, pero yo tuve ocasión de hacerlo la otra noche y créame que es una lección de cómo no hay que escribir para el cine. La peor clase de sobreescritura. Capítulos enteros para decir algo que podría haberse dicho en un párrafo. ¡Y el diálogo! Le apuesto a que en Macmillan están lamentando no haberlo publicado ellos. Podrían haberlo vuelto un best seller. En cuanto a hacerlo prohibir en Boston con fines publicitarios, no creo que hubieran necesitado siquiera pagarle a la Comisión de Censura para que encendiera la luz roja.
Jane Bethel era la esposa de Erle Stanley Gardner.
La película de detectives realmente buena todavía no se ha hecho, salvo por Hitchcock, y en su caso se trata de una clase un tanto diferente de película. The Maltese Falcon fue la que llegó más cerca. El motivo es que en la película el detective siempre tiene que enamorarse de una chica, mientras que la genuina distinción de la personalidad del detective es que, como detective, no se enamora de nadie. Es el justiciero vengador, el que pone orden en el caos, y hacer de esa misión parte de una trillada historia de muchacho-y-chica es volverla una tontería. Pero en Hollywood no se puede hacer una película que en esencia no sea una historia de amor, es decir, una historia en la que el sexo sea primordial.
El retrato que me hizo Swanson de usted fue una gran sorpresa. Me lo había imaginado como un individuo seco y flaco de unos cuarenta y cinco años, adicto a una pipa maloliente, conservador en la ropa y el aspecto, y un poco eduardiano o quizá tardovictoriano o anterior. En realidad, me parece, usted es adicto a los chalecos de matón como un impresor inglés, le gusta viajar en Ford preparados que puedan superar a los Cadillac, y junto con su esposa recorrió Francia en motocicleta.
Llegó la Partisan Review. Es una revista bastante buena en su género. Esa gente tan inteligente es una útil catarsis para el escritor de mente más práctica que, sea comercial o no, por lo general ha vivido el tiempo suficiente como para no tomarse demasiado en serio ningún conjunto de opiniones. En mi primera juventud, cuando la barba de Shaw todavía era roja, lo oí dar una conferencia en Londres sobre el arte por el arte, cosa que entonces al parecer significaba algo. No era algo que le gustara a Shaw, por supuesto; pocas cosas le gustaban salvo que se le hubieran ocurrido a él antes. Pero el arte por la propaganda es peor todavía. Y una revista crítica cuyo objetivo primordial no es pensar de manera inteligente, sino pensar de tal forma que utilice una serie de ideas políticas de cualquier color, siempre termina siendo crítica solo en el sentido coloquial, e inteligente solo en el sentido de un esfuerzo constante y bastante laborioso por encontrar sentidos diferentes para cosas que ya ha encontrado otra gente. Por eso, al cabo de un tiempo, esas revistas siempre mueren; nunca alcanzan la vida, sino solo un disgusto por la visión de la vida que tienen los demás. Tienen la intolerancia de los muy jóvenes y la anemia de los cuartos cerrados y con demasiado humo de medianoche. Y Dios lo ayude si usted tiene fe en ellos y los conoce en persona. Pero esto último es injusto, porque podría decirse lo mismo de la mayoría de los escritores. Es horrible admirar el libro de un hombre y después conocerlo, y destruir todo el placer que causó su obra con unas pocas posturas egocéntricas, de modo que no solo a uno le disgusta su personalidad, sino que nunca puede volver a leer nada de él con una mente abierta. Su pequeño ego malo siempre está espiándolo a uno detrás de las palabras.
Hace un tiempo tenía la idea de escribir un artículo sobre «El estatus moral del escritor» o, más frívolamente, «Al diablo con la posteridad, quiero la mía ahora». En realidad, no era un artículo frívolo. Me parece que en todo ese cotorreo sobre escritores vendiéndose a Hollywood o a las revistas o a alguna fugaz idea de propaganda, en lugar de escribir sinceramente desde el corazón sobre lo que ven a su alrededor —la gente que se queja de eso, que incluye prácticamente a todos los críticos que se toman en serio a sí mismos, pasa por alto una cosa (no sé cómo puede pasarla por alto, pero lo hace), y es que ningún escritor en ninguna época recibió un cheque en blanco—. Siempre tuvo que aceptar algunas condiciones impuestas desde fuera, respetar ciertos tabúes, tratar de complacer a cierta gente. Pudo ser la Iglesia, o un mecenas rico, o una norma de elegancia aceptada por la sociedad, o la sabiduría comercial de un editor, o quizá incluso un conjunto de teorías políticas. Si no los aceptó, se rebeló contra ellos. En cualquier caso, condicionaron su escritura. Ningún escritor escribió nunca exactamente lo que quería escribir, porque nunca hubo algo dentro de él, algo puramente individual que él quisiera escribir. Todo es reacción de una clase u otra.
Oh, al diablo con todo eso. Las ideas son veneno. Cuanto más se razona, menos se crea.
Tengo una gran idea para un artículo que no quiero escribir sino leer. Un hombre desapasionado, inteligente, con inclinaciones legales, pero no demasiado legal, debería escribir algo explicando no quién es un comunista o un compañero de ruta, sino por qué gente razonablemente inteligente y acomodada como esos personajes de Hollywood son comunistas o compañeros de ruta. En lo fundamental no se proponen derrocar al gobierno ni piensan que estarían mejor bajo Stalin. La mayoría de ellos serían fusilados como desviacionistas de derecha.
Con «Tío Dugastiviti», presumimos, Chandler se refiere a Joseph Stalin (conocido como Dzhugashvili), el entonces dirigente comunista de Rusia, que en ese momento todavía tenía muchos admiradores en Occidente.
Quizá sería mejor que usted y yo no hablemos nunca más de política, porque soy del tipo reaccionario, de los que piensan que el único motivo por el que el Tío Dugastiviti no tiene campos de exterminio es porque todavía está tratando de descubrir cómo hacer recorrer ochenta mil kilómetros a un camión sin cambiarle el aceite.
Soy de esas personas que deben ser conocidas exactamente en la medida justa para ser apreciadas. Soy retraído con los extraños, una forma de timidez que el whisky curaba cuando todavía podía beberlo en las cantidades necesarias. Soy terriblemente brusco, por haber sido criado en la tradición inglesa que permite a un caballero ser casi infinitamente rudo en tanto mantenga la voz baja. Depende de una completa seguridad de que la respuesta no será un puñetazo en la nariz. Los estadounidenses no tienen modales propiamente dichos; tienen los modales que surgen de su naturaleza, y entonces cuando su naturaleza es dulce tienen los mejores modales del mundo.
A mis mejores amigos no los he visto nunca. Conocerme en persona es la muerte de la ilusión.
El «show de Hollywood en Washington» es una referencia al interrogatorio de los que se conocieron como «Los diez de Hollywood» por el Comité de Actividades Estadounidenses del senador McCarthy.
Sí, me gustaría muchísimo leer el ensayo de George Orwell The British People. Orwell, como otras personas inteligentes, probablemente incluyéndonos a usted y a mí, en ocasiones puede ser un asno. Pero eso no significa que no sea nunca interesante, perspicaz y muy inteligente.
Acabo de leer Aquí está el hombre de hielo, y querría que alguien me dijera qué tiene de maravilloso este tipo, O’Neill. Por supuesto, no he visto la obra. Solo la leí. De hecho, la única pieza suya que vi fue Extraño interludio [Strange Interludes], y no solo se la regalo sino que, si es necesario, le pago el flete ... O’Neill es la clase de hombre que podía pasar un año en albergues para indigentes, investigando los albergues para indigentes, y escribir una obra sobre albergues para indigentes que no sería más realista que una obra escrita por alguien que nunca hubiera pisado un albergue para indigentes, sino que solo hubiera leído sobre ellos. Si me equivoco, por favor, instrúyame.
Me pregunta qué pienso del show de Hollywood en Washington. Bueno, pienso que es bastante horrible que una investigación de este tipo sea dirigida por un hombre que piensa que Abie’s Irish Rose es una novela. No creo que los Padres Fundadores hayan pretendido que esta clase de investigación se llevara a cabo con micrófonos, flashes y cámaras. Aparte de eso, hasta que la Corte Suprema no defina los poderes de los comités del Congreso y los limite (y nuestra actual Corte Suprema no es una reunión de maestros juristas) no veo dónde el comité se ha excedido en sus derechos ... Creo que los diez hombres citados tuvieron muy mal asesoramiento legal. Tenían miedo de decir que eran comunistas o de decir que no eran comunistas; en consecuencia, trataron de esquivar las preguntas. Si hubieran dicho la verdad, habrían tenido muchas mejores posibilidades ante las cortes de las que tienen ahora, y con toda seguridad no estarían peor de lo que están ahora ante sus jefes en Hollywood. Si Jack Warner me despide porque yo admito ser comunista, él queda en una posición legal mucho más débil que si lo hace porque, al negarme a responder a las preguntas del Comité del Congreso, yo estoy dañando la reputación de la industria del cine ... No quiero decir que esos diez hombres son todos ellos comunistas convictos y confesos. Creo que unos tres de ellos lo son, que al menos dos definitivamente no lo son, y que el resto no sabe de qué diablos se trata. Pero debería matizar mis observaciones sobre los muchachos diciendo que, aunque no tengo simpatía por ellos, ni creo que vaya a sucederles nada muy horrible, salvo gastar muchísimo dinero en abogados, y la peor clase de abogados, reservo lo peor de mi desprecio para la industria. Un negocio tan grande como el del cine debería ser dirigido por hombres con agallas, hombres con la suficiente integridad moral e intelectual como para decir que mientras esas cuestiones sean sub judice y mientras esos hombres no hayan sido declarados culpables de ningún crimen por los tribunales, los productores no los tratarán como culpables ... A veces siento cierta pena por los pobres infelices. Están tan asustados que no podrán ganar su segundo o tercer millón. De hecho, están muy asustados, punto. Qué maravilloso sería si la Asociación de Productores de Cine le hubiera dicho al señor Thomas: «Sí, seguramente tenemos comunistas en Hollywood. No sabemos quiénes son. ¿Cómo podríamos saberlo? No somos el FBI. Pero aun si lo supiéramos, en este país hay un fiscal general. Él no ha acusado a esos hombres de ningún crimen. El Congreso no ha legislado nada que haga de su actual o futura pertenencia al Partido Comunista un crimen, y mientras no sea así nos proponemos tratarlos exactamente como tratamos a todos los demás». ¿Sabe qué pasaría si los productores tuvieran las agallas de decir algo así? Empezarían a hacer buenas películas, porque para eso también se necesitan agallas. Y exactamente el mismo tipo de agallas.
Frederick Lewis Allen era director del Harper’s Magazine. Chandler se refiere al crítico teatral de la revista, Eric Bentley.
Bentley es probablemente el mejor crítico teatral de Estados Unidos y, con la posible excepción de Mary McCarthy, el único crítico teatral de Estados Unidos. El resto de los muchachos son meros articulistas cuyo tema casualmente es una obra de teatro. Están interesados en explotar su propia marca personal de brillo verbal. Son ingeniosos y legibles y a veces listos, pero no dicen nada sobre el arte dramático y la relación de la obra en cuestión con ese arte.
A un crítico no le basta con tener razón, porque en ocasiones se equivocará. No le basta con dar razones verosímiles. Debe crear un mundo razonable en el que su lector pueda entrar a ciegas y buscar su camino hasta el sillón junto al fuego sin lastimarse las pantorrillas con el chispazo inesperado. La frase con alambre de púas, la palabra laboriosamente rara y la afectación intelectual del estilo son trucos divertidos, pero inútiles. No ubican nada ni revelan la atmósfera de la época. Los grandes críticos, de los que lamentablemente hay pocos, construyen una casa para la verdad.
En su crítica de Aquí está el hombre de hielo, ese marchito ingenio y fatigado obrero del bordado que es George Jean Nathan dice: «Con la aparición de esta muy esperada obra nuestro teatro ha vuelto espectacularmente a la vida. A su lado, la mayoría de las obras estrenadas durante el período de más de doce años de ausencia de O’Neill parecen en comparación papel higiénico húmedo». Bonito y bastante fácil, y en dos frases revela lo espurio de toda una carrera. Un crítico que pueda escribir esa basura sobre la basura de O’Neill está hors concours. Sería caritativo decir que ha perdido contacto con su cerebro; más adecuado sería decir que solo ha hecho pública una verdad conocida en privado desde el comienzo: la reputación de crítico de George Jean Nathan no se funda en su conocimiento de lo que habla, ya que obviamente no lo sabe ahora, y con toda probabilidad nunca lo supo, sino en cierta habilidad personal y en la elección y el orden de las palabras.
Esta pieza, Aquí está el hombre de hielo, es una especie de piedra de toque. Si lo engaña, usted es un pretencioso idiota con cabeza de madera.
Está mal ser duro con los críticos de Nueva York, salvo que uno admita al mismo tiempo que una condición de su existencia es que deben escribir de forma amena acerca de algo sobre lo que raramente vale la pena escribir nada. Eso los lleva, o los obliga, a desarrollar una técnica de pseudosutileza y oscuridad que, una vez adquirida, les permite tratar asuntos triviales como si fueran portentosos. Es la base de toda redacción publicitaria exitosa.
En respuesta a la pregunta de si las novelas de Chandler daban una visión seria del ambiente criminal.
¿Lo dice en serio? No. ¿Es un ambiente criminal? No, solo la vida corrupta media subrayando el ángulo melodramático, no porque me enloquezca el melodrama por sí mismo sino porque soy lo bastante realista como para conocer las reglas del juego.
Hace mucho tiempo, cuando escribía para las revistas pulp, puse en un cuento una línea que decía algo así como «bajó del coche y caminó por la acera soleada hasta la sombra del portal, que cayó sobre su rostro como agua fría». Lo eliminaron cuando publicaron el cuento. Sus lectores no apreciaban esa clase de cosas, que solo retardaban la acción. Y yo me propuse demostrar que estaban equivocados. Mi teoría era que solo creían que no les importaba nada que no fuera la acción; que en realidad, aunque no lo sabían, la acción les importaba muy poco. Las cosas que realmente les importaban, y las que me importaban a mí, eran la creación de la emoción mediante el diálogo y la descripción; las cosas que recordaban, que les quedaban, no eran por ejemplo que a un hombre lo mataran, sino que en el momento de la muerte estaba tratando de coger un clip de la superficie pulida de un escritorio, que se escapaba de sus dedos, por lo que había una mueca de tensión en su cara y su boca estaba entreabierta en una especie de mueca atormentada, y en lo último que pensaba era en la muerte. Ni siquiera oyó que abrían la puerta. El condenado clip seguía escapándosele de los dedos y a él no se le ocurría empujarlo hasta el borde del escritorio y agarrarlo cuando iba a caerse.
Carta en referencia a un editorial en el Atlantic Monthly.
Querido Charlie:
Su magnífico texto sobre regalos de boda fue leído en la última reunión del Club de Escritores de Hermosa en La Jolla. Por un momento, al final, hubo un silencio mortal, evocador del silencio que tanto desalentó a Lincoln después de su discurso de Gettysburg. Esos endurecidos veteranos de la carta de rechazo, los escritores de La Jolla, habían quedado atontados por su elocuencia. Corrían lágrimas por sus caras arrugadas y sus manos encallecidas se crispaban convulsivamente en nudos de hueso y nervio. Y entonces, de pronto, con el chasquido de una ola gigante rompiendo en un acantilado, se inició el aplauso, y creció como un trueno. Todos se pusieron de pie como un solo hombre, aunque nueve décimos de ellos eran mujeres, y gritaron con entusiasmo. Había rugidos de ¡autor! ¡AUTOR! ¡AUTOR! Y cuando la presidenta restauró el orden al fin (agitando sus calzones tejidos a mano) y se explicó que el autor estaba al otro lado del continente, en un lugar llamado Boston (¡risas!) se votó que se lo contratara para dar una serie de conferencias sobre «El hogar estadounidense y cómo evitarlo».
Tras lo cual se brindó a su salud con vino de bayas de saúco, y uno de los brindis fue propuesto por un miembro recientemente exhumado de la colonia británica, un ex surbitonita con corbata incluida. Siguió la interpretación de varias arias de Madame Butterfly por el Coro de Mujeres Mantenidas del Club de Playa y Tenis de La Jolla ... Creo que usted se habría sentido muy complacido y orgulloso y conmovido. La reunión fue perfectamente tranquila para La Jolla. Dos mondaduras de diente con palillo, un asalto con alfiler de sombrero con perla, un par de salpicaduras de una pluma estilográfica y unos proyectiles de papel fueron lo único que amenazó la perfecta armonía de la ocasión. Hubo una ligera tendencia a amontonarse en un extremo y una dama mayor fue empujada un poco por otra dama mayor que le dijo que se metiera la trompetilla acústica en su propia oreja si tenía que usarla. Por un momento pareció como si ese desacuerdo pudiera terminar en una tirada de pelos, pero la presidenta se apresuró a empezar a leer un cuento de su autoría, y el salón se vació en un santiamén.
Chandler no se mostraba impresionado por la novela dura británica. Ni admiraba a Graham Greene.
Acabo de leer una obra inglesa llamada Blonde Iscariot, de Lustgarten. Para mí, lo peor del año. Escritura de revistas pulp de medio centavo. ¿Qué diablos está pasando allí?
Estoy tratando desesperadamente de terminar La hermana menor, y tendré un borrador completo cualquier día que logre tomar impulso suficiente. El caso es, no obstante, que el libro no tiene nada más que estilo y diálogo y personajes. La trama cruje como un postigo roto bajo un viento de octubre ... Estoy leyendo El revés de la trama [The Heart of the Matter], un capítulo por vez. Tiene todo lo que se necesita para hacer literatura salvo vigor, ingenio, sabor, música y magia; es una mercadería fría y elegante, embalsamada ... Hay más vida en el peor capítulo que hayan escrito nunca Dickens o Thackeray, y los dos escribieron algunos capítulos bastante horribles.
Carl Brandt era el jefe de la nueva agencia literaria de Chandler, en Nueva York.
El final del libro de Greene era excelente. Compensa lo que había echado en falta antes.
La historia [de La hermana menor] tiene sus debilidades. Es episódica y el énfasis se desplaza de personaje en personaje, y como novela policíaca es demasiado complicada. Pero como historia humana es muy simple. No tiene nada de violencia; toda la violencia está fuera de escena. Si tiene amenaza y suspense, están en la escritura. Pienso que en partes está hermosamente escrita, pero mis reacciones son poco fiables. Escribo una escena y la releo y pienso que es un desastre. Tres días después (sin hacer nada mientras tanto salvo cocinarme en mi propio vapor) la releo y la encuentro grandiosa. Ahí tiene. No se puede confiar en mí. Es posible que esté agotado.
Últimamente he estado tratando de simplificar mi vida de modo que no tenga que depender de Hollywood. Ya no tengo administrador ni secretaria. Pero no soy feliz. Necesito descanso con urgencia y no puedo descansar hasta que esto esté hecho, y a veces pienso que cuando esté hecho parecerá tan fatigado como estoy yo, y no se podrá ocultar.
Suponiendo, por el momento, que la cosa tenga algún valor, creo que puede confiar en recibir alguna clase de manuscrito en un mes. Puede necesitar más trabajo, pero le permitirá ver si estoy loco o no. Supongo que Carl Brandt podrá decírselo, hasta cierto punto.
Espero que esto ayude.
RAY
P. S. Contiene la mejor puta que yo haya conocido nunca.
Cleve Adams era autor de novelas policíacas. Adams había escrito a Chandler advirtiéndole de un plagio en una novela policíaca llamada Double Take, escrita por un tal Roy Huggins. W. T. Ballard, al que también se menciona en la carta, era otro viejo escritor de Black Mask.
Es agradable tener noticias suyas aun en circunstancias tan extrañas ... No conozco a Roy Huggins y nunca lo he visto. Me mandó un ejemplar autografiado de su libro Double Take con sus disculpas y la dedicatoria que dice que los editores no le dejaron poner. Al escribir para agradecerle le dije que sus disculpas eran innecesarias, o inadecuadas, y que podía nombrarle tres o cuatro escritores que habían ido tan lejos como él, sin su franqueza.
Yo no inventé la historia de crimen «dura», y nunca he hecho un secreto de mi opinión de que Hammett merece casi todo el crédito. Al comienzo, todos imitan. Lo que Stevenson llamaba jugar al «mono hacendoso». Personalmente, pienso que un intento deliberado de robar los trucos personales de un autor, su marca de fábrica, sus peculiaridades, su enfoque del material, puede llevarse demasiado lejos, al punto de que hay una especie de plagio, y de una clase desagradable porque la ley no lo impide. Es desagradable por dos motivos principales. Vuelve al escritor consciente de su propio trabajo; un buen ejemplo es un programa de radio que usa con prodigalidad los símiles extravagantes (creo que fui yo el que inventó este truco), al punto en que me siento inhibido de escribir como antes. El segundo motivo es que inunda el mercado con dinero malo que expulsa al bueno. Pero nada de eso puede evitarse. Aun si se me concediera el poder absoluto de detener esas prácticas, dudo de que supiera dónde trazar la línea. Hay que recordar que si uno tiene un estilo, no se lo pueden robar. Como regla general, solo pueden robar los defectos.
Como Hammett no ha escrito para publicar desde 1932, algunos me han elegido como el representante principal de la escuela. Eso se debe muy probablemente al hecho de que The Maltese Falcon no inició la moda de la novela policíaca de gran presupuesto, aunque debería haberlo hecho. Double Indemnity y Murder My Sweet lo iniciaron, y yo estuve vinculado a ambas. El resultado es que cualquiera al que antes se acusara de escribir como Hammett ahora será acusado de escribir como yo ... Más razón para el señor Huggins. Si ha estado viajando con combustible prestado, llegará el momento en que tendrá que poner material propio en su depósito.
La ley no reconoce el plagio salvo que se trate de las tramas básicas. Está muy atrasada en su concepto de estas cosas. Mis ideas han sido plagiadas en Hollywood y yo mismo he sido acusado de plagio por un tipo que dijo que The Blue Dahlia estaba tomado de un original suyo. Por suerte, la Paramount estaba en condiciones de demostrar que su historia nunca había dejado el departamento de historias. El plagio inconsciente es muy común, e inevitable. En su obra Aquí está el hombre de hielo, O’Neill usa la expresión «el sueño eterno» como sinónimo de la muerte. Al parecer, tiene la impresión de que es un uso común en el submundo o el mundo intermedio, mientras que es una pura invención de mi parte. Si soy recordado lo suficiente, probablemente seré acusado de haberle robado la frase a O’Neill, porque él es más importante. Un tipo en Inglaterra, de nombre James Hadley Chase, el distinguido autor de No hay orquídeas para miss Blandish (que es sensacionalismo de medio centavo en su peor forma), en uno de sus libros reprodujo de forma textual o casi textual pasajes de libros míos y de los de Jack Latimer y Hammett. Fue obligado a hacer una disculpa pública en el equivalente inglés del Publisher’s Weekly. Y también tuvo que pagar los costes legales en que incurrieron tres editores para obligarlo a publicar esa disculpa. El abogado de mi editor estadounidense no quiso arriesgarse a escribirle una carta al editor estadounidense de Chase advirtiéndoselo. En Inglaterra todavía tienen algo de honor comercial.
En cuanto a usted y Ballard, no sé cuál era la idea. Todos crecimos juntos, por así decirlo, y escribimos la misma lengua, y todos la hemos superado, más o menos. Muchas historias de Black Mask sonaban iguales, así como muchas obras isabelinas suenan igual. Sucede siempre que un grupo explota una técnica nueva. Pero aun cuando todos escribíamos para Joe Shaw, que pensaba que todos tenían que escribir igual que Hammett, había diferencias sutiles y obvias, visibles para cualquier escritor, si no para los lectores.
Su familia parece maravillosa, incluidos los animales. Nuestra gata se está poniendo terriblemente tiránica. Si se encuentra sola en cualquier parte emite unos gritos como para congelarle a uno la sangre en las venas, y no deja de gritar hasta que alguien acude corriendo. Duerme sobre una mesa en el porche de servicio y ahora exige que la tomen en brazos para bajarla. Le damos leche caliente a las ocho de la noche, y empieza a gritar pidiéndola a las siete y media. Cuando se la servimos, bebe un poco, le da la espalda y va a sentarse bajo una silla, después vuelve y grita hasta que alguien se pone a su lado mientras prueba otro sorbo. Cuando tenemos invitados los mira y decide casi al instante si le gustan. Si es así se acerca y se derrumba en el suelo a la distancia justa como para que ir a acariciarla sea un trabajo. Si no le gustan, se sienta en medio de la sala, dirige una mirada desdeñosa a su alrededor y procede a lavarse el lomo ... Cuando era más joven siempre celebraba la partida de los visitantes correteando locamente por la casa y terminaba ejercitando con energía las uñas en el sillón tapizado en brocado, excelente para arañar, y que había dejado en tiras. Pero ahora es perezosa. Ni siquiera juega con el ratón de goma salvo que se lo cuelguen en posición tal que pueda jugar con él acostada. Creo que le conté cómo cazaba toda clase de seres vivos muy frágiles y los traía a casa casi intactos. Estoy seguro de que nunca los lastimó a propósito. Los gatos son muy interesantes. Tienen un terrible sentido del humor y, a diferencia de los perros, no admiten que se los avergüence o humille o ponga en ridículo. No hay nada peor en la naturaleza que ver a un gato tratando de provocar unos inútiles intentos de escapar en un ratón medio muerto. Mi enorme respeto por nuestra gata se basa principalmente en su completa carencia de ese diabólico sadismo. Cuando cazaba ratones —ahora hace años que no tenemos— los traía vivos e intactos y me dejaba tomarlos de su boca. Su actitud parecía ser: «Bueno, aquí está el condenado ratón. Tuve que atraparlo, pero en realidad es problema tuyo. Hazlo desaparecer cuanto antes». Periódicamente, recorre todos los armarios y las cómodas en una inspección de ratones. Nunca encuentra ninguno, pero sabe que es parte de su trabajo.
El libro al que se refiere se titula La Segunda Guerra Mundial.
He estado leyendo un libro sobre la guerra de un general inglés llamado Fuller que, según creo, se retiró del ejército todavía joven, debido a un caso incurable de inteligencia. El libro dice más sobre la guerra que nada que haya leído hasta el momento, y también sobre la doble traición que dejamos que cometiera Clemenceau contra los alemanes en Versalles, después de que estos se hubieron rendido. El autor es un hombre que no tiene absolutamente ningún prejuicio en favor de sus compatriotas, que puede darle a Montgomery su merecido sin vacilar, que en un brillante capítulo breve pone en claro que la campaña de salto entre islas de MacArthur en el Pacífico Sur fue un trabajo tan magistral en audacia, imaginación y valor como la campaña italiana fue una exhibición insensata e increíble de torpeza estratégica. Su disgusto, tanto moral como práctico y militar, con el bombardeo llamado estratégico es preciso y destructor. Piensa que a pesar de nuestro brillo táctico somos una nación de militares aficionados, y Dios sabe que la historia le está dando la razón. Hasta los ingleses, de quienes estoy seguro que Fuller piensa que son incapaces de una guerra total ofensiva porque siempre hay algún bobo en un puesto alto para matar una buena idea o bloquear una iniciativa arriesgada, hasta los ingleses comprendieron que si no terminábamos en Berlín y Viena, habíamos luchado en vano. No creo que desprecie del todo a Eisenhower, aunque su temperamento lo inclina a hombres como Bradley y Patton, pero es evidente que siente que Eisenhower no es un hombre lo bastante fuerte para su trabajo, y que en un momento crucial, en septiembre de 1944, desperdició una rápida victoria porque no pudo hacer frente ni a Montgomery ni a Bradley, y tuvo que negociar con ambos. Es todo un libro. Lo que resalta es la creencia de Fuller de que una fuerza aérea independiente es un error fatal, porque insistirá en combatir con el arma más cara, menos provechosa y más inútilmente destructiva, el bombardero pesado, mientras su auténtica función es el apoyo a las fuerzas de tierra, la prohibición del tráfico y el aprovisionamiento y la logística. Cuando fue usada así, por lo general de mala gana, el efecto fue inmediato y sorprendente; cuando fue usada en bombardeos de saturación en ciudades como Hamburgo, Berlín y Leipzig, no tuvo casi consecuencias militares y moralmente nos puso a la altura del hombre que creó Belsen y Dachau.
Ray Stark, agente de radio, envió después esta carta a la Screen Writer Magazine con la siguiente nota: «Pensé que podría interesarles la siguiente carta que recibí de Raymond Chandler antes de la dramatización radiofónica de Philip Marlowe. Este consejo sirvió enormemente a todos los relacionados con la adaptación; por eso pensé que podrían querer transmitírselo a otros escritores que hacen tareas semejantes».
Lo importante con Marlowe es recordar que es un personaje en primera persona, lo muestre o no en un guión radiofónico. Un personaje en primera persona tiene la desventaja de que debe ser mejor persona para el lector de lo que es para sí mismo. Demasiados personajes en primera persona dan una impresión ofensivamente engreída. Eso está mal. Para evitarlo, no siempre deben darle a él la réplica de impacto o la réplica final. Ni siquiera con frecuencia. Que otros personajes se lleven los aplausos. Que él se quede sin chistes, en la medida de lo posible. Howard Hawks, un tipo muy sabio, me hizo notar, cuando estaba filmando The Big Sleep, que uno de los trucos más eficaces de Marlowe era simplemente darle al otro la oportunidad de lucirse, y no decir nada. Eso pone al otro bajo los reflectores. Una ironía devastadora pierde gran parte de su fuerza cuando no provoca ninguna respuesta, cuando el otro se va en silencio. Entonces, el mismo que habló debe responderse, o rendirse.
No haga que Marlowe diga nada solo para ganar a los otros personajes. Cuando sale con una broma o una ironía, debería serle arrancada emocionalmente, de modo que esté descargando un sentimiento y no pensando siquiera en ganar a nadie. Si usan símiles, traten de hacerlos a la vez extravagantes y originales. Y está la cuestión de cómo se pronunciará la frase descortés. Cuanto más dura sea la ironía, menos enérgico tendrá que ser el modo en que se diga. No debe haber ningún efecto de regodeo.
El fundamento psicológico de la inmensa popularidad de la novela de crimen o misterio entre toda clase de gente no se ha desvelado. Se han hecho unos pocos intentos superficiales, y otros tantos frívolos, pero nada cuidadoso y frío y tomándose su tiempo. En el tema hay mucho más de lo que piensa la mayoría, aun los interesados en él. Por lo general se ha tratado con liviandad porque parece darse por sentado, erróneamente, que porque las novelas policíacas son una lectura fácil son también una lectura liviana. No son una lectura más fácil que Hamlet, Lear o Macbeth. Bordean lo trágico y nunca llegan a ser trágicas. Su forma impone cierta claridad de diseño que solo puede encontrarse en las mejores novelas «normales». E incidentalmente —muy incidentalmente, por supuesto— una gran proporción de la literatura que ha sobrevivido ha tenido que ver con distintas formas de muerte violenta. Y si usted quiere importancia (la demanda de la cual es la marca inevitable de una cultura a medio madurar) es posible que las tensiones en una novela de crimen sean el formato más simple y a la vez el más completo de las tensiones en las que vivimos en esta generación.
Chandler acababa de regresar de San Francisco.
Lo que me gusta de San Francisco es su actitud de «qué me importa». Las calles estrechas están flanqueadas por carteles que dicen «No aparcar a ninguna hora». Y también están flanqueadas por coches aparcados que parecen haber estado ahí todo el día. Por primera vez en mi vida vi una mujer policía dirigiendo el tráfico, y era una policía de verdad, con estrella de níquel y silbato. Vi a otro policía. Iba en coche, con una tiza en el extremo de un palo largo, y más o menos una vez por manzana tiraba una rápida estocada contra alguna rueda trasera, solo para practicar. Los taxistas son maravillosos también. No obedecen ninguna ley salvo la de la gravedad, y hasta tomamos uno que adelantaba a los tranvías por la izquierda, delito por el que probablemente le caerían noventa días en Los Ángeles. Si piensa que soy demasiado cínico sobre la policía, le diré que simplemente es imposible serlo. Un comité de jueces del Tribunal Superior en Los Ángeles ha estado examinando el tema del habeas corpus, que les parecía que estaba proliferando demasiado y ocupando demasiado del tiempo del tribunal. El presidente emitió una declaración en la que anunciaba que estaba harto del fraude de arrestar corredores de apuestas, o supuestos corredores de apuestas, y después soltarlos en razón del habeas corpus, con un coste de quinientos dólares en fianza y entre doscientos y quinientos de costas legales. Dijo que los muchachos de la brigada del vicio parecen haber perfeccionado un sistema mediante el cual se llevan a los sospechosos de corredores de apuestas, y en el momento en que los están registrando llega un abogado y un fiador; cuando el caso se presenta ante el juez, la policía ha perdido todas las pruebas. Cinco o seis de esas operaciones por noche pueden llegar a ser muy lucrativas a largo plazo. Lo que cuenta, por supuesto, es que cada uno de esos arrestos y liberaciones implica un juez corrupto, un abogado corrupto, un fiador corrupto y algunos policías corruptos. Ningún juez honesto pondría una fianza tan alta. Anoche, un par de muchachos no salieron. Tuvieron que quedarse en el calabozo, y se enojaron. El juez recibió una reprimenda. Lo que me deja atónito en esta encantadora civilización es la completa indiferencia con la que el público saluda esas revelaciones.
Trabajé una vez en la Metro Goldwyn Mayer, en esa fría nave industrial que llaman edificio Thalberg, cuarto piso. Tenía un buen productor, George Haight, un tipo excelente. Por esa época, algún cerebro de lenteja, probablemente [Edgar] Mannix, había decidido que los escritores harían más trabajo si no tenían sofás donde recostarse. Así que no había sofá en mi oficina. Como nunca he sido un hombre al que detengan los pequeños inconvenientes, saqué la manta de viaje del coche, la extendí sobre el suelo y me recosté sobre ella. Vino a hacerme una visita Haight, me vio y corrió al teléfono a gritarle al jefe de sección (no recuerdo el nombre y nunca lo vi) que yo era un escritor horizontal y que por favor enviaran un sofá. No obstante, la atmósfera fría de depósito de almacenamiento me desalentó muy pronto, lo mismo que los cotilleos en la mesa de escritores en la cantina. Dije que trabajaría en casa. Dijeron que Mannix había dado órdenes de que ningún escritor trabajara en su casa. Dije que a un hombre tan grande como Mannix debería dársele el privilegio de cambiar de opinión. Así que trabajé en casa, y solo fui allí tres o cuatro veces a hablar con Haight. Solo he trabajado en tres estudios, y la Paramount fue el único que me gustó. Allí mantienen de algún modo, y hasta cierto punto, la atmósfera de club de campo. En la mesa de escritores en la Paramount oí algunos de los diálogos más ingeniosos que haya oído en mi vida. Algunos de los muchachos se lucen más cuando no escriben.
Muy amable de parte de Priestley querer leer mis cosas. ¡Bendito sea! Recuerdo haberle oído decir: «No escriben así en Dulwich». Puede ser, pero si no me hubieran educado en el latín y el griego, dudo de que hubiera sabido tan bien dónde trazar la línea muy sutil entre lo que llamo el estilo coloquial y lo que llamaría el estilo analfabeto o faux naïf.
Offord era otro conocido autor de novelas policíacas del momento, no de los que Chandler admiraba.
La mayoría de los escritores tienen el egotismo de los actores sin su belleza física ni su encanto.
Una vez conocí a un banquero de Aberdeen, Washington, que pasó dos o tres años en una cárcel federal por librar créditos no garantizados con los fondos del banco a los granjeros que eran la clientela sobre la que se basaba el negocio del banco. Era un hombre perfectamente honesto y no ganó un centavo con lo que hizo. Fue durante la Depresión y los granjeros necesitaban dinero o quebrarían. Si quebraban, el banco también, porque sus créditos hipotecarios perderían todo valor ... Este hombre sin duda violó las leyes del negocio. Él mismo lo admitió. Pero ¿a quién defraudaba? ¿A los accionistas del banco? Él mismo era accionista, y los otros eran todos propietarios del vecindario. Las acciones no se negociaron. Hay algo trágicamente equivocado en un sistema de justicia que puede convertir y convierte en criminales a hombres honestos, y solo puede condenar a gángsteres y pistoleros cuando no pagan sus impuestos. Por supuesto, para ser justo, debo admitir también que hay algo equivocado en un sistema financiero que asegura que toda corporación ejecutiva durante una época de depresión se arriesgue a ir a la cárcel diez veces por mes en sus esfuerzos por salvarse. Personalmente creo, sin ser socialista ni nada por el estilo, que hay una falacia básica en nuestro sistema financiero. Simplemente implica un engaño de base, una ganancia deshonesta, un valor inexistente.
Por lo que sé, su calibre está bien. Se puede matar a un hombre con un arma de cualquier tamaño, pero en su caso es más probable que lo haga con una pequeña, salvo, por supuesto, que sea algo hecho a medida, como un Mauser x763 (aproximadamente calibre 32), que tiene un radio efectivo casi tan grande como un rifle militar, y en consecuencia debe de tener un retroceso tremendo. Yo tengo una Smith & Wesson Especial 38, y ya es bastante pesada para apuntar correctamente (cosa de la que yo no soy capaz, de todos modos). Se usa tanta fuerza muscular para sostenerla que uno no puede relajarse lo suficiente como para mantenerla firme. Los muchachos de frontera que usaban tan bien el calibre 44 tenían manos y muñecas muy fuertes, desarrollo natural de andar todo el tiempo a caballo. Una Luger suele ser de nueve milímetros, y eso corresponde a un 38.
Bernice Baumgarten era editora en la agencia de Carl Brandt. El baile de los malditos [The Young Lions] era una novela de Irwin Shaw.
Recibí El baile de los malditos por Navidad. Parece un fraude completo en los anuncios. ¿Y cómo se hace algo «con cuidadosa deliberación»? Y: «Pero la expresión de la joven no había cambiado. Había roto una ramita de un arbusto y la pasaba distraída por encima de la cerca de piedra, como si estuviera reflexionando sobre lo que acababa de decir». La última cláusula y el «distraída» echan a perder el efecto. O bien se describe una acción, y se deja que el lector haga la deducción de la reacción interna que expresa, o bien se describe la reacción interna y se ve desde dentro lo que hace por fuera el personaje. No se hacen las dos cosas al mismo tiempo. Un detalle, pero me basta para ubicar el libro. Supongo que me estoy comportando como un rigorista. Y lo disfruto.
Con frecuencia me he preguntado qué diablos era un editor en jefe, pero supongo que usted lo sabe. Con fines de identificación, no identifica nada para mí. Diablos, durante muchos años mantuve correspondencia con Dale Warren creyendo que trabajaba en publicidad, y estaba muy impresionado. «¿No es maravilloso?», me decía a mí mismo, en Boston hasta los publicitarios saben hablar inglés. Después me envió un par de antologías que había compilado, y me sentí más impresionado aún. Diablos, el tipo es casi culto. Después supe, o creí saber, que era uno de los editores. Y DESPUÉS me envió una contracubierta que había escrito, y ahora no sé si es un hombre de publicidad o no.
Chandler había estado reunido en Hollywood discutiendo sobre la posibilidad de escribir un guión con Marlowe ambientado en Inglaterra. La película nunca se hizo.
Esa gente de Hollywood es fantástica cuando uno ha estado un tiempo ausente. En su presencia, cualquier observación sensata y calmada suena falsa. Su conversación es una mezcla de superlativos comerciales interrumpidos por cuatro llamadas telefónicas por frase. Stark es un tipo amable. Me gusta. Todos los que están en su radio de acción son buena gente. Ha hecho un excelente trabajo con el programa de radio. Podría estar en el aire desde hace cinco años ya, si se hubiera ocupado él desde el comienzo. Me dicen que tiene más público que algunos programas muy caros. Aun así, salí deprimido. En realidad, no sé por qué. Quizá es solo Beverly Hills. Era un sitio tan agradable antes de que lo tomaran los fenicios. Ahora es solo el escenario para la actividad de una enorme pandilla de charlatanes.
Otros escritores están haciendo cosas todo el tiempo —charlas en ferias del libro, giras de firma de autógrafos, conferencias, difusión de su personalidad en tontas entrevistas— que, no puedo evitar pensarlo, los hacen parecer un poco baratos. Para ellos es parte del oficio. Para mí, es lo que lo vuelve un oficio.
... Odio las escenas explicativas, y en Hollywood aprendí que hay dos reglas sobre ellas: 1) Solo puede transmitirse un poco por vez, si hay mucho que transmitir. 2) Se puede hacer una escena de exposición cuando hay algún otro elemento, como peligro o amor, o la sospecha de revelación de un personaje. En una palabra, alguna clase de suspense.
Cuando se habló de que Chandler fuera a Londres, con el objeto de investigar para la película británica de Marlowe, Hamilton le aseguró que tendría una gran recepción. Hamilton y su personal también habían escrito a Chandler para agradecerle el envío de paquetes durante la guerra y después.
Sus observaciones sobre alfombras rojas, aunque tan bienintencionadas, me asustan un poco. Soy estrictamente del tipo de los que se quedan al fondo, y mi carácter es una mezcla no llevadera de indiferencia exterior y arrogancia interior. Es muy amable de su parte darle tanta importancia a algo que para mí es muy fácil. ¿Qué es lo que hago después de todo? Y si fuera algo, que no lo es, tengo en mente una inolvidable pequeña historia de unos amigos que visitaron Luxemburgo hace un par de años. Se alojaron en un hotel muy bonito, con comida y vino magníficos. La atmósfera era alegre, y había gente de casi todos los países de Europa. En dos mesas, solo dos, había ingleses. En una, una pareja mayor, antes prósperos, ahora no tanto. En la otra, un oficial de tanque desmovilizado, con su madre. En todas las mesas del comedor del hotel había botellas de vino, salvo en esas dos. Es una historia verídica. Los ingleses no podían permitirse el vino. Los que nunca se habían rendido tomaban agua para que los que se habían rendido pudieran tomar vino. Encuentro maravillosa esta historia.
A propósito de los juicios de Nuremberg, que tenían lugar entonces.
Sé por conocimiento propio que en la Primera Guerra Mundial, durante la retirada alemana final de la Línea Hindenburg, los ametralladores dejados atrás para demorar tanto como fuera posible el avance eran casi siempre ejecutados hasta el último hombre, aun cuando se rendían. En esos juicios hay un elemento de hipocresía que hiere. Ahorcar generales y políticos y gente de campos de concentración está bien, pero cuando se llega a oficiales menores dejo de sentirme cómodo. La libertad de elección que tuvieron esos hombres me parece poco más que la libertad de preferir la muerte al deshonor, y eso es pedirle demasiado a la naturaleza humana.
De vez en cuando tengo un sobresalto al verme a través de la mirada ajena. En el último número de la Partisan Review (que incidentalmente tiene varias cosas buenas) un hombre que escribe sobre Nuestro amigo común [Our Mutual Friend] dice: «Es posible que la cuestión del realismo no se planteara, y que los contemporáneos de Dickens aceptaran su visión sombría de Inglaterra y de Londres ... como hoy aceptamos la California de Raymond Chandler con su población brutal y neurótica de asesinos y detectives privados...», etcétera. Otro escritor en una revista de vanguardia se refería a mí como «un Catón de las Crueldades». Aparte del obvio cumplido de ser tomado en cuenta por los intelectuales sofisticados que escriben para esas publicaciones —y los entiendo bien, porque yo fui uno de ellos durante muchos años—, no entiendo qué hacen con su sentido del humor. O, mejor dicho, ¿por qué los estadounidenses, el pueblo más rápido en la reversión de sus humores, no puede captar el fuerte elemento satírico en mis escritos? ¿O son solo los intelectuales los que no lo perciben? Y en cuanto al realismo, no creo que esos habitantes de las nubes puedan tener una gran comprensión de la clase de mundo en el que viven y la clase de mundo en el que vivió Dickens. Hay un fuerte elemento de fantasía en la novela policíaca; lo hay en cualquier clase de escrito que se mueva dentro de una fórmula aceptada. El material del autor de novelas policíacas es el melodrama, que es una exageración de la violencia y el miedo más allá de lo que se experimenta normalmente en la vida. (Digo normalmente; ningún escritor se aproximó nunca a la vida de los campos de concentración nazis.) Los instrumentos que usa son realistas en el sentido de que esas cosas le suceden a gente como esta en lugares como este. Pero este realismo es superficial; el potencial de emoción está sobrecargado, la compresión de tiempo y hechos es una violación de la probabilidad, y aunque esas cosas pasan, no le pasan tan rápido y en un marco tan estricto de lógica a un grupo humano tan estrechamente enlazado.
Chandler le había dicho a Morton en una carta anterior que quería comprar un coche nuevo. Morton le había sugerido que comprara el nuevo modelo de Jaguar, recién lanzado al mercado.
El Jaguar es una maravilla, pero está completamente por encima de mi precio. Hay un modelo del año pasado, descapotable, o monoplaza, o como se llame, aquí en La Jolla, todo negro, con asientos de cuero rojo y radiadores cromados. Pero aun si me sintiera justificado para gastar la mitad de ese dinero, me sentiría falsificado y hollywoodense conduciéndolo. Además, y esto puede no ser tan importante allá, mi alma se comprime al pensar en el mecánico estadounidense medio poniendo sus manos incompetentes en una verdadera maquinaria.
Alex Barris era un periodista canadiense que había enviado a Chandler numerosas preguntas personales para una entrevista.
Vivimos en una casa baja más bien demasiado grande en una esquina frente al mar. La Jolla, como quizá usted no sepa, está ubicada en una punta al norte de San Diego, y nunca hace demasiado calor ni frío. Así que tenemos dos temporadas de turistas, la de invierno y la de verano. Hace dos años, la ciudad era muy tranquila, exclusiva, cara y casi tan aburrida como Victoria, British Columbia, una tarde lluviosa de domingo en febrero. Ahora solo es cara. Hay muchos guijarros y muchísimos acantilados de arenisca blanda, a los que el mar ha dado formas muy extrañas, pero muy poca playa, salvo en el extremo norte de la ciudad, mucho más expuesto que donde vivimos nosotros. Nuestra sala tiene una ventana panorámica que da al sur, con vista más allá de la bahía, a Point Loma, la parte occidental de San Diego, y de noche tenemos casi en nuestro regazo una larga costa iluminada. Nuestro autor radiofónico vino una vez a verme aquí y se sentó frente a esta ventana y lloró de lo hermosa que encontraba la vista. Pero nosotros vivimos aquí, y al diablo con la vista.
Como usted quizá sepa, soy mestizo. Mi padre era estadounidense de una familia cuáquera de Pennsylvania, y mi madre era angloirlandesa, también de familia cuáquera. Ella nació en Waterford, donde todavía hay, creo, una famosa escuela cuáquera, al menos famosa entre los cuáqueros. Yo crecí en Inglaterra y combatí con la Primera División Canadiense en la Primera Guerra Mundial. De chico pasé mucho tiempo en Irlanda y no tengo ideas románticas sobre los irlandeses.
¿Qué hago en mi vida cotidiana? Escribo cuando puedo y no escribo cuando no puedo; siempre por la mañana o en la primera parte del día. De noche, uno tiene ideas muy brillantes, pero no se sostienen. Eso lo descubrí hace mucho ... Siempre estoy viendo pequeños artículos de escritores que dicen que no esperan a que venga la inspiración; se sientan ante sus pequeños escritorios todas las mañanas a las ocho, llueva o haga sol, o tengan resaca o un brazo entablillado, y cumplen con su pequeña tarea. Por más que tengan la mente en blanco o el ingenio embotado, no admiten jueguecitos con la inspiración. Les presento mi admiración y tomo la precaución de evitar sus libros. Yo, por mi parte, espero la inspiración, aunque no necesariamente la llamo por ese nombre. Creo que cualquier escrito que contenga algo de vida está hecho con el plexo solar. Es un trabajo duro en el sentido de que puede dejarlo a uno cansado, hasta exhausto. En el sentido del esfuerzo consciente no es trabajo. Lo importante es que haya un espacio de tiempo, digamos cuatro horas al día al menos, en que un escritor profesional no haga nada más que escribir. No tiene que escribir, y si no se siente en condiciones no debería intentarlo. Puede mirar por la ventana o hacer el pino o retorcerse en el suelo. Pero no debe hacer ninguna otra cosa positiva, como, leer, escribir cartas, mirar revistas o firmar cheques. Escribir o nada. Es el mismo principio que sirve para mantener el orden en una escuela. Si se puede hacer comportar a los alumnos, aprenderán algo solo para no aburrirse. A mí me funciona. Dos reglas muy simples: a) no es obligatorio escribir; b) no se puede hacer otra cosa. El resto viene solo.
Odio la publicidad, sinceramente. He pasado por la piedra de molino de las entrevistas y las considero una pérdida de tiempo. El tipo que encuentro en esas entrevistas haciéndose pasar por mí suele ser un engreído al que no me gustaría conocer. Soy un esnob intelectual que tiene cariño por el lenguaje coloquial estadounidense, en gran medida porque me educaron en el latín y el griego. Tuve que aprender el estadounidense como una lengua extranjera ... El uso literario del argot es un estudio en sí mismo. He descubierto que hay solo dos clases de argot que sirven: el que se ha afirmado en el idioma y el que se inventa uno. Todo lo demás tiende a pasar de moda antes de llegar a la imprenta. Pero será mejor que no empiece con ese tema o me pasaré una semana escribiendo sobre él.
Recuerdo que hace varios años, cuando Howard Hawks estaba haciendo The Big Sleep, la película, él y Bogart discutieron sobre si uno de los personajes era asesinado o se suicidaba. Me enviaron un telegrama (también existe una broma al respecto) preguntándome, y que me partiera un rayo si yo lo sabía. Por supuesto, me abuchearon. La broma fue con Jack Warner, jefe de la Warner Bros. Créalo o no, él vio el telegrama, el cual le costaba al estudio setenta centavos, y llamó a Hawks y le preguntó si realmente era necesario enviar un telegrama por un asunto así. Es un modo de manejar un negocio.
... Sé lo cuidadosos que son los correctores de pruebas ingleses, pero un escritor que trabaja con la lengua coloquial y en ocasiones inventa su propio lenguaje puede descubrir que el impresor corrige cosas que considera errores, pero que en realidad fueron escritas así deliberadamente. Los impresores de Knopf una vez tuvieron grandes dificultades en aceptar una frase que decía: «Un tipo está ahí y lo ves y después no está ahí y no lo ves» [«don’t not see him»], que para ellos era claramente una doble negación, pero para mí era mucho más enérgico que decirlo con una sola negación, lo obvio y convencional, pero sin vida.
La película a la que se refiere es He Walked By Night.
La encontré condenadamente buena ... Me pareció que Basehart hacía un gran trabajo, y me quedé con ganas de verlo más. Pero para mí lo realmente sorprendente de la película fue el supuesto de que los métodos policíacos de la Gestapo son los naturales y correctos. ¿Qué autoridad tienen para cercar un área e interrogar a todos los que quedan dentro? No se trata más que de un arresto sin orden judicial y sin ningún supuesto razonable de conocimiento de culpa. ¿Con qué autoridad obligan a un hombre que saben inocente a seguir en su papel de señuelo, aun después de ser golpeado? Con ninguna salvo la que han usurpado y un público crédulo les ha permitido usurpar, un público que en su mayor parte, en esa época, tenía sus orígenes en países donde la policía escribía sus propias leyes igual que aquí ... Hacen allanamientos ilegales, arrestos ilegales, ponen trampas ilegales y consiguen pruebas por medios ilegales. Solo porque han matado a un policía (y las estadísticas de muertes violentas de policías probablemente mostrarían que es uno de los trabajos más seguros del mundo) declaran la ley marcial y hacen exactamente lo que quieren. Cometen asaltos armados con impunidad, ya que el uso de la amenaza de empleo de fuerza, armados y sin orden judicial o fundamentos razonables, es asalto armado.
Carta en la que Chandler comenta un artículo del New York Times sobre él. También se menciona en la carta el Oscar a la mejor película de ese año, que había correspondido al film británico Hamlet, con Laurence Olivier en el papel protagonista.
El señor Steegmuller es todo un tipo. No solo me cita con comillas sino sin comillas. ¿Y dónde dije yo que solo las novelas policíacas que yo escribo son literatura seria? Lo que yo digo y siempre dije es simplemente que no existe nada que pueda llamarse literatura seria, que las supervivencias del puritanismo en la mentalidad estadounidense incapacitan a todos, salvo a los más literatos, para pensar en literatura sin referencia a lo que llaman lo significativo, y que la mayor parte de la así llamada literatura o ficción seria es lo más fugaz del mundo; no bien su mensaje puede datarse, cosa que sucede muy pronto, es letra muerta.
Es uno de los (pocos) beneficios de no ser tan joven como se fue, que uno puede decir lo que quiere porque ya no le importa nada. Si un joven escritor golpea a un favorito reinante, puede ser acusado de envidia y malicia, y se lo hiere y se lo vuelve cauteloso. Yo me divierto mucho pinchando los globos populares. El globo más fabuloso del momento es el ultimo libro de Elizabeth Bowen, que en parte es una parodia chillona de Henry James. Jamie Hamilton me escribió que los críticos ingleses se están deshaciendo en cumplidos tratando de ser corteses con ella (porque por supuesto saben que es potencialmente una buena escritora), aunque advierten que la pobre chica está dando muestras de lo que sucede cuando un escritor laborioso en exceso pierde por completo su sentido del humor.
En la Academia está teniendo lugar un bonito combate. Los muchachos se decidieron al fin, por vergüenza, a dar el premio más o menos a base del mérito (salvo el premio de la música, que hiede) y las cinco compañías principales que han venido contribuyendo al coste de la fiesta se han retirado. «Escuchen —dicen sin decir—, queremos que el Oscar vaya a las mejores películas, de acuerdo, pero no estamos haciendo negocios por prescripción médica. Nos referimos a las mejores películas de Hollywood.» No les importa quién sea el mejor mientras sean ellos.
La última investigación que hice fue en 1945, cuando escribía La dalia azul [The Blue Dahlia], que incidentalmente es la primera historia que revelaba al público el hecho de que el jefe de la Brigada de Homicidios, entonces un tipo muy agradable llamado Thad Brown (Capitán), ni siquiera tenía una oficina privada. Su escritorio estaba al lado del de una secretaria, y su puerta estaba siempre abierta. Afuera había un cuarto algo más grande, sin muebles, en el que se reunían los detectives, y, literalmente, no tenían sillas suficientes para sentarse todos a la vez. La entrada de ese cuarto era una media puerta vaivén (que no usamos en la película) y los dos ambientes juntos habrían cabido sin dificultad en nuestra sala de estar. Esto era todo el espacio que tenían los muchachos para trabajar ... Una muy buena película de policías que vi hace poco, titulada He Walked by Night, tiene algún material técnico excelente, pero las tomas dentro del cuartel de policía son demasiado espaciosas. Uno se queda con la impresión de una organización muy compleja y sumamente eficiente con innumerable personal. En realidad, se trata de un grupito bastante precario que opera más o menos al nivel mental de los fontaneros.
Francamente, no tengo idea de por qué Houghton Mifflin tarda tanto en tener listas las pruebas del libro. Quizá se han empantanado en la monumental tarea de publicar a Churchill. Knopf mandaba las pruebas bastante rápido, con un aire de estar en un apuro tremendo, entrega especial vía aérea y toda esa clase de cosas, y cuando yo me apresuraba a revisarlas en un estado de máxima urgencia y se las enviaba de vuelta no pasaba absolutamente nada durante meses y meses. Nunca podía descubrir por qué habían tenido semejante apuro, ni qué sucedía cuando recibían de vuelta las pruebas. Lo mismo pasa en Hollywood: apuros salvajes por reuniones para cerrar algún trato, después un acuerdo jadeante en los términos, y después una redacción del contrato completamente tranquila, en realidad muy dilatoria. Recuerdo una vez en la Paramount, después de negociar un nuevo contrato que reemplazaría uno del que me había cansado, el departamento legal pasó semanas sin producir siquiera un borrador, y durante todo ese tiempo, por supuesto, no me pagaron; siempre retienen la paga hasta que el contrato está firmado. Llamé al departamento legal y les sugerí amablemente que no había necesidad de redactar el contrato nuevo ya que habían quebrantado el anterior al no pagarme el salario, y ahora no teníamos ningún acuerdo. Fue gracioso mientras duró; sus gritos se oían a manzanas de distancia. Siempre me gusta hacer negocios con judíos. Son muy excitables, muy superficialmente agudos y astutos, pero en lo fundamental muy dignos de confianza. Dramatizan todo acto de negocios y se muestran muy recios, y de pronto ceden del modo más seductor.
... Siempre parece llegar un punto en una historia en la que el ímpetu de la situación original muere y hay que dar una vuelta. Es lo más difícil de hacer y mucha gente (especialmente los dramaturgos húngaros) no lo hace nunca.
Carta en respuesta a la publicación en episodios de La hermana menor en la revista Cosmopolitan.
La bastardeada anécdota que aparece bajo mi nombre en el último número de Cosmopolitan (que sus ganancias sean las más grandes en la historia) contiene palabras y frases que yo no escribí, diálogos que no pronunciaría, y lagunas que son comparables a la amnesia durante la luna de miel. Es el cadáver de un libro, al que le ha hecho la autopsia un ladrón de cementerios borracho y lo ha vuelto a coser un marinero con delirium tremens.
Leí El blanco móvil [The Moving Target], de John Macdonald, y estoy muy impresionado, de un modo especial. Lo que usted me dice sobre el pastiche es muy cierto, por supuesto, y los materiales de la trama están tomados de aquí y allá. Por ejemplo, la situación inicial está planteada más o menos sobre El sueño eterno, con la madre paralítica en lugar del padre, el dinero proveniente del petróleo, la atmósfera de riqueza corrupta; y el villano abogado-amigo está tomado directamente de El hombre delgado; pero yo personalmente soy un poco isabelino sobre esas cosas, no creo que importen mucho, ya que todos los escritores deben imitar en sus comienzos, y si uno pretende entrar en algún molde aceptado, es natural ir a ejemplos que hayan alcanzado alguna notoriedad o éxito.
Lo que me sorprende en el libro (y supongo que no escribiría al respecto si no sintiera que el autor tiene algo) es primero un efecto que es más bien repelente. No hay nada a lo que aferrarse; he aquí un hombre que quiere al público de la novela policíaca en su violencia primitiva, y también quiere poner en claro que él, como individuo, es un personaje sumamente cultivado y sofisticado. Un coche tiene «el acné de la herrumbre». Los escritos en las paredes del baño público son «graffiti» (sabemos italiano, dice); alguien se refiere a la «osculación pódica» (latín médico también, ¿no somos unos demonios?). «Los segundos se apilaban como una torre de fichas de póquer», etcétera. El símil no funciona del todo porque no da a entender cuál es el objetivo del símil.
Las escenas están bien manejadas, hay mucha experiencia de algún tipo detrás de la escritura y no me sorprendería descubrir que el nombre es el pseudónimo de un novelista de alguna actuación en otro campo. Lo que me interesa es si esta aparatosidad en las frases y la elección de palabras hace una mejor escritura. No la hace. Solo se podría justificar si la historia misma estuviera ideada en el mismo nivel de sofisticación, y si así fuera no se venderían mil ejemplares. Cuando se dice «manchas de herrumbre» (o agujeros por la herrumbre, y yo hasta aceptaría alguna metáfora que tuviera que ver con granos) se transmite de inmediato una imagen visual unitaria. Pero cuando se dice «el acné de la herrumbre» la atención del lector se aparta al instante de la cosa descrita y se dirige a la postura del autor. Esto es, por supuesto, un ejemplo muy simple del maltrato estilístico del lenguaje, y pienso que algunos escritores se sienten obligados a escribir con frases rebuscadas como compensación por una carencia de alguna clase de emoción animal natural. No sienten nada, son eunucos literarios, y en consecuencia caen en una terminología oblicua para demostrar su distinción. Es la clase de mentalidad que mantiene vivas las revistas de vanguardia, y es muy interesante ver un intento de aplicarla a los objetivos de esta clase de ficción.
¿Hamlet me parece la mejor película de 1948? Definitivamente, no. Olivier estaba maravilloso. Felix Aylmer estuvo en su mejor forma, pero el trabajo de cámara fue un desastre, y muchas actuaciones apenas aceptables. Pero me alegra que Hollywood haya sentido vergüenza y se lo haya dado a una película extranjera, a pesar de todo.
«Norbert D.» es Norbert Davis, antiguo colaborador de Black Mask, destituido.
Fue muy amable de su parte enviarme un telegrama sobre Norbert D. Sea como sea, le mando un par de cientos de dólares. ¿Quién soy yo para juzgar las necesidades o los méritos de otro hombre? Es algo bastante lamentable vivir lejos en el campo y ver cómo todos los cuentos que manda vuelven rechazados, y tener miedo. Dice que vendió uno solo de quince este último año. Dice que es culpa suya. Que se desorientó o se emborrachó o se dejó estar o lo que sea, ¿qué diferencia hay? Uno sufre lo mismo cuando se equivoca al hacer una caridad. Más. Dice que es dinero perdido, se olvida, y espera que el tipo no lo odie por ayudarlo, o más bien por haber tenido que pedir ayuda ... Sé que con doscientos dólares no compraré las llaves del cielo, pero ha habido momentos en que me pareció como si bastara con esa cifra, y no la tenía, y no había nadie cerca que me la diera. Nunca dormí en un parque pero estuve muy cerca de hacerlo. Pasé cinco días sin nada que comer salvo una sopa, y me enfermó comerla. La experiencia no me mató, pero tampoco aumentó mi amor por la humanidad. El mejor modo de descubrir si uno tiene amigos es quebrar. Los que siguen cerca más tiempo son tus amigos. No me refiero a los que siguen cerca para siempre. Esos no existen.
Cuatro meses después, el 14 de agosto de 1949, Chandler volvía a escribirle a Brandt: «Recibí una carta de la esposa de N. D. Parece que se suicidó hace un par de semanas. No había creído que fuera una situación tan desesperada».
Al sacarse de encima al fin su muy interrumpida quinta novela, Chandler estaba listo para embarcarse en un libro más ambicioso, al que llamaría El largo adiós [The Long Goodbye].
Es como si no pudiera empezar a hacer nada. Siempre se me hizo muy difícil empezar. Pensé que podría hacerlo en Bel Air, pero uno se deja llevar por la vida falsa de Hollywood y todo se vuelve escenografía, telones proyectados, miniaturas, rocas de papel maché, árboles en macetas, diluvios de lluvia tropical bajo los cuales los personajes caminan durante horas y salen con una solapa húmeda y dos rizos fuera de lugar. Un metro de película más allá el traje está planchado y el tipo tiene un clavel fresco en el ojal.
Bueno, no es tan malo como pinchar una condecoración póstuma en la silla de un caballo, como hicieron en Lives of a Bengal Lancer.
Veo en The Sunday Times que su película He Walked By Night no obtuvo gran cosa de Dilys Powell salvo una observación sobre la persecución por las cloacas. Sus críticas en general son buenas, y es muy justa con las películas estadounidenses. ¿Qué pasa con las películas? Me estrujo el cerebro en busca de una respuesta y tengo un extraño pensamiento recurrente de que no es nada específico, las películas no son tan malas, pero simplemente ya no son una novedad. El cine como medio, las cosas que puede hacer, ha perdido su aguijón. Estamos de vuelta en el punto en el que estaban las películas mudas cuando la Warner compró la Vitaphone. Salvo el enfoque forzado, apenas si ha habido un avance técnico en quince años, y uno no puede ver para qué sirve el enfoque forzado si no ve una película hecha a mediados de la década de 1930 y nota que en un plano medio todo lo que está a más de tres metros de la cámara es borroso.
Stephen Spender y W. H. Auden eran los poetas británicos más notorios del momento. Y ambos se declaraban admiradores de Chandler. Cyril Connolly era un periodista literario igualmente eminente.
Me gusta mucho ese tipo, Spender. De hecho, me gusta más que Auden, sobre el que siempre tuve reservas. (También me perturba su observación de que Connolly no tiene conciencia.) Su registro de la barbarie sedosa de Eton es maravilloso, por supuesto, y el modo en que esos sujetos pensaban y escribían y hablaban, a una edad en que los estadounidenses a duras penas pueden deletrear su nombre, es también sumamente impresionante. No obstante, hay algo en la vida literaria que rechazo; toda esa desesperada construcción de castillos sobre telarañas, el prolongado esfuerzo por hacer algo importante que todos sabemos que habrá desaparecido para siempre en unos pocos años, las exhalaciones de fracaso que para mí son tan desagradables como la barata vulgaridad del éxito popular. Creo que la gente realmente buena debería tener un éxito razonable en cualquier circunstancia; que ser muy pobre y muy hermoso es probablemente un fracaso moral mucho mayor que un éxito artístico. Shakespeare habría triunfado en cualquier generación, porque se habría negado a morir en un rincón; habría tomado los falsos dioses y los habría vuelto a hacer, habría tomado las fórmulas corrientes y las habría obligado a hacer algo que hombres menores habrían pensado que eran incapaces de hacer. Si viviera hoy, indudablemente habría escrito y dirigido películas, teatro y Dios sabe qué. En lugar de decir «Este medio no es bueno», lo habría usado y lo habría hecho bueno. Si algunos han llamado barata una parte de su obra (que lo es), no le habría importado nada, porque habría sabido que sin algo de vulgaridad no hay un hombre completo. Habría odiado el refinamiento como tal, porque siempre es una retirada, un encogimiento, y él era demasiado duro para encogerse delante de nada.
Toda la estética de la alta cultura está embebida en el culto al fracaso, y el término actual de jerga para eso es probablemente el «deseo de muerte» ... En cierto modo, tiendo a pensar que todo fracaso (dejando de lado la enfermedad o una espantosa mala suerte) es en realidad una especie de fracaso moral. La mitad o más de la literatura que ha sobrevivido al tiempo fue juzgada puro comercio en su época... o en la nuestra, si se escribiera ahora.
Carta sobre la novela Miss Lonelyhearts, de Nathaniel West.
Un libro poderoso, extraño e insólito; no agradable, pero a mi juicio definitivamente en la clase de lo real como opuesto a la escritura meramente calculada.
«U-I» se refiere a los estudios Universal-International, en Hollywood.
Las ventas de Cosmopolitan en La Jolla no son sensacionales, lo que prueba que la competencia en artículos sobre impotencia no es seria, ya que la incidencia de esta enfermedad es probablemente más alta en La Jolla que en cualquier otra localidad y organización, salvo en la reunión anual de los veteranos de Chickamauga.
Menciona usted a Joan Fontaine como una amiga. Yo la traté una sola vez, en un almuerzo con John Houseman, pero conocía bastante bien a su marido, Bill Dozier. Él me contrató en la Paramount, y humilló memorablemente a mi agente respecto de mi salario, lo que siguió siendo una herida abierta hasta que le arranqué a Dozier cien grandes cuando era jefe de la U-I. La Paramount cometió un increíble error cuando le permitieron renunciar. En la U-I fue comprensible, porque se suponía que él se ocupaba de productores contratados mientras que Bill Goetz se ocupaba de las unidades de producción independientes. Estas se fueron retirando una tras otra, dejando a Goetz sin nada que hacer. Una vez, mirando por la ventana de Joe Sistrom al aparcamiento de U-I, vi por casualidad a los jefes que volvían caminando de almorzar en el comedor de ejecutivos. Quedé fascinado por un placer siniestro. Se parecían exactamente a una banda de gángsteres de Chicago yendo a leer las sentencias de muerte de un competidor derrotado. Me permitió ver en un relámpago el extraño parentesco psicológico y espiritual entre las operaciones de mucho dinero en los negocios y las mafias. Las mismas caras, las mismas expresiones, los mismos modales. El mismo modo de vestirse y el mismo relajamiento exagerado en los movimientos.
Admito que si no se puede crear un detective lo bastante dominante, se puede compensar en cierta medida implicándolo en los peligros y las emociones de la historia, no obstante, eso no representa un paso adelante, sino que es un paso atrás. Lo importante es que el detective exista completo y entero y que no lo modifique nada de lo que sucede; en tanto que detective, está fuera de la historia y por encima de ella, y siempre lo estará. Es por eso que nunca se queda con la chica, nunca se casa, nunca tiene vida privada salvo en la medida en que debe comer y dormir y tener un lugar donde guardar la ropa. Su fuerza moral e intelectual es que no recibe nada más que sus honorarios, a cambio de los cuales protegerá al inocente y destruirá al malvado, y el hecho de que debe hacerlo a cambio de unas exiguas ganancias en un mundo corrupto es lo que lo mantiene aparte. Un rico ocioso no tiene nada que perder salvo su dignidad; el profesional está sujeto a todas las presiones de una civilización urbana y debe elevarse por encima de ellas para hacer su trabajo. En ocasiones quebrantará la ley, porque él representa a la justicia y no a la ley. Puede ser herido o engañado, porque es humano; en una extrema necesidad puede llegar a matar. Pero no hace nada por sí mismo. Obviamente, esa clase de detective no existe en la vida real. El detective privado de la vida real es un mezquino pequeño juez de la Agencia Burns, o un pistolero sin más personalidad que una porra, o bien un picapleitos o un embaucador de éxito. Tiene más o menos tanta estatura moral como un cartel de tráfico.
La novela policíaca no es y nunca será una «novela sobre un detective». El detective entra solo como catalizador. Y sale exactamente como era antes de entrar.
Los grandes editores siempre tendrán unos pocos escritores de prestigio para adornar sus escaparates, el resto serán escritores de fórmula, y al cabo de un tiempo hasta las fórmulas se restringirán ... Cuanto más sube el coste de producción, más poder para los que ponen el dinero.
No sé qué está pasando con el gremio de los escritores en este país. Recibí una oferta de mil doscientos dólares al año por el uso de mi nombre en el título de una nueva revista policíaca, Raymond Chandler’s Mystery Magazine. No tengo nada que ver con la revista, ningún control sobre el contenido y ningún contacto con su política editorial. Me parece que hay que trazar una línea, y estoy dispuesto a afirmar que aun dejando de lado la ética, solo con algo de visión, igual habría que trazar una línea. Pero es tal el embrutecimiento de la ética comercial en este país que nadie puede sentir nada más delicado que el contacto aterciopelado de un suave billete.
Odio la publicidad. Casi siempre es deshonesta y siempre es estúpida. No creo que signifique nada en absoluto. No se consigue hasta que uno es «famoso», y lo que se obtiene entonces hace que uno se odie a sí mismo.
Daniel Chaucer era un pseudónimo usado por el novelista Ford Madox Ford.
Supongo que todo hombre tiene entre sus recuerdos unos pocos libros que por motivos sutiles ocupan un lugar más exaltado en su mente de lo que realmente merecen. Por ejemplo: El insoportable Bassington, Lavengro, The New Humpty-Dumpty, de un tal Chaucer, de quien nunca supe nada más, Las nuevas mil y una noches, etcétera. No todos fueron fracasos, por supuesto, pero los que lo fueron para mí no lo fueron.
Chandler empieza refiriéndose a El día de la langosta, una novela de Nathaniel West.
Todo el libro es una carta de un suicida. No es trágica, no es amarga, ni siquiera es pesimista. Simplemente se lava las manos de la vida.
... La sinceridad moderna ha destruido por completo el sueño romántico del que se alimenta el amor. Los sementales sintéticos como James Cain han hecho un fetiche de la lujuria puramente animal que hombres más honestos y mejores toman al paso, sin orgasmos literarios, y que las clases medias parecen considerar un anexo semirrespetable de la formación de una familia. La glorificación literaria de la lascivia lleva a la impotencia emocional, porque la historia de amor propiamente dicha tiene poco o nada que ver con la lascivia. No puede existir sobre un trasfondo de pasteles de queso y matrimonios múltiples. No queda nada sobre lo que escribir salvo la muerte, y la novela policíaca es una tragedia con final feliz. La peculiar adecuación de la novela policíaca a nuestro tiempo se debe a que es incompatible con el amor. La historia de amor no puede convivir con la novela policíaca, no solo en el mismo libro: casi podría decirse que no pueden convivir en la misma cultura.
La clase de gente educada semianalfabeta que se encuentra uno hoy ... siempre está diciendo, más o menos: «Usted escribe tan bien que debería pensar en hacer una novela seria». Y después uno descubre que a lo que se refieren al hablar de novela seria es algo de Marquand o Betty Smith, y probablemente uno los insultaría diciéndoles que el abismo artístico entre una novela policíaca realmente buena y la mejor novela seria de los últimos diez años es difícil de medir si se compara con el abismo entre la novela seria y cualquier espécimen representativo de la literatura griega del siglo IV a.C.
Me siento muy incómodo. Parece como si hubiera perdido la ambición y ya no tengo ideas ... Leo esas profundas discusiones, por ejemplo, en la Partisan Review, sobre lo que es arte, lo que es literatura, y la buena vida y el liberalismo, y cuál es la postura de Rilke o Kafka, y la riña sobre el Premio Bollingen a Ezra Pound, y todo me parece sin sentido. ¿A quién le importa? Demasiados hombres buenos han pasado demasiado tiempo muertos para que importe qué hace o no hace esa gente. ¿Para qué trabaja un hombre? ¿Por el dinero? Sí, pero de un modo puramente negativo. Sin algo de dinero, nada más es posible, pero una vez que uno tiene el dinero (y no me refiero a una fortuna, solo a unos pocos miles de dólares al año) se sienta a contarlo y gozarlo. Cada cosa que uno alcanza elimina un motivo para querer alcanzar algo más. ¿Quiero ser un gran escritor? ¿Quiero ganar el Premio Nobel? No si es demasiado trabajo. Qué diablos, les dan el Premio Nobel a demasiados mediocres para que me interese. Además, tendría que ir a Suecia y ponerme un frac y pronunciar un discurso. ¿El Premio Nobel vale todo eso? Diablos, no.
... No hay arte sin un gusto público y no hay gusto público sin un sentimiento de estilo y calidad a lo largo de toda la estructura social. Curiosamente, ese sentimiento de estilo parece tener muy poco que ver con el refinamiento o incluso con la humanidad. Puede existir en una era salvaje y sucia, pero no puede existir en una era del Club del Libro del Mes, la prensa amarilla y la máquina expendedora de Coca-Cola. No se puede producir arte solo por quererlo, por seguir las normas, por hablar sobre minucias críticas, por el método de Flaubert. Se produce con gran facilidad, de un modo casi distraído y sin conciencia. No se puede escribir solo por haber leído todos los libros.
Creo que mi historia favorita de Hollywood es una sobre los hermanos Warner, Jack y Harry. El día después de que Hal Wallis (que había sido jefe de producción del estudio) los dejara, hubo un profundo malhumor y un terrible sentimiento de catástrofe en la mesa del almuerzo de los ejecutivos. Todos los muchachos se apretujan en el extremo de la mesa para quedar lejos de Jack Warner cuando venga. Todos salvo uno, un joven productor ambicioso llamado Jerry Wald (que algunos suponen que fue el modelo de Sammy Glick en What Makes Sammy Run), que se sienta cerca de la cabecera. Llegan Jack y Harry Warner. Jack se sienta a la cabecera y Harry a su lado. Jerry Wald está cerca y todos los demás están tan lejos como les es posible. Jack los mira con disgusto y se vuelve hacia Harry.
JACK Ese hijo de perra de Wallis.
HARRY Sí, Jack.
JACK Un miserable publicitario de cincuenta dólares por semana. Nosotros lo creamos a partir de la nada. Lo convertimos en uno de los hombres más grandes de Hollywood. ¿Y qué nos hace él? Se pone el sombrero y se va y nos deja.
HARRY Sí, Jack.
JACK Esa es la gratitud. Y ese hijo de perra de Zanuck. Un miserable escritor de cien por semana, y nosotros lo tomamos entre las manos y lo convertimos en uno de los hombres más grandes de Hollywood. ¿Y qué nos hace él? Se pone el sombrero y se va y nos deja.
HARRY Sí, Jack.
JACK Esa es la gratitud. Podríamos tomar a cualquier hijo de perra que se nos antoje y sacarlo de la nada y convertirlo en uno de los hombres más grandes de Hollywood.
HARRY Sí, Jack.
JACK A cualquiera. (Se vuelve y mira a Jerry Wald.) ¿Cómo se llama usted?
WALD Jerry Wald, señor Warner.
JACK (A Harry) Jerry Wald. Escucha, Harry, podríamos tomar a este tipo y crearlo a partir de la nada hasta convertirlo en uno de los hombres más grandes de Hollywood, ¿no es cierto, Harry?
HARRY Sí, Jack, claro que podríamos.
JACK ¿Y qué ganaríamos con eso? Lo transformamos en un gran hombre, le damos poder y fama, lo convertimos en uno de los nombres más grandes de Hollywood, ¿y sabes qué pasará, Harry? El hijo de perra se irá y nos dejará.
HARRY Sí, Jack.
JACK ¿Por qué esperar a que pase, Harry? Despidamos al hijo de perra ya mismo.
Laski es la novelista Marghanita Laski; Waugh es Evelyn Waugh; Stranger in the Land era una novela de un escritor llamado Ward Thomas.
Tuve una infección en la garganta que fue muy divertida porque me dio la ocasión de probar una inyección de penicilina, cosa maravillosa que lo hace sentir a uno casi como si Dios estuviera de parte de los buenos después de todo. Habíamos empezado a dudarlo.
... Me pareció que el libro de Laski se basa en una gran idea, pero no tiene ni el estilo ni la invención cómica para sacarla a flote. Si lo hubiera escrito Waugh, habría sido algo realmente bueno. En cuanto a Stranger in the Land, lo encontré bien escrito de un modo anónimo y negativo, pero el tema me repelió. Debería haber una buena novela sobre la homosexualidad, pero no es esta ... Lo que pienso que sería interesante sería un retrato de la mentalidad peculiar del homosexual, su sentido del gusto, su superficie a menudo brillante, su incapacidad fundamental para terminar nada ... No puedo tomarme en serio al homosexual como un marginado moral. No es más que cualquier otro rebelde contra una sociedad mojigata e hipócrita. No hay espectáculo más repugnante en el mundo que un hombre de negocios en una de esas reuniones machistas de hombres solos, y ese es precisamente el tipo de hombre que podría caer con más fuerza en lo anormal. La dificultad de escribir sobre un homosexual radica en la completa imposibilidad de ponerse dentro de su cabeza salvo que uno mismo lo sea, y entonces no puede meterse en la cabeza de un hombre heterosexual. Si usted leyó el interrogatorio de Wilde por Edward Carson en el proceso contra Queensberry, creo que admitirá que se enfrentaban dos hombres gritando a través de un océano de incomprensión. El impulso de la multitud por destruir al homosexual es como el impulso de una horda de lobos por atacar al lobo enfermo y hacerlo pedazos, o el impulso humano de huir de una enfermedad incurable. Eso es probablemente muy antiguo y muy cruel, pero en el fondo hay una especie de horror, como una mujer asustada por un escorpión. Toda crueldad es una especie de miedo. En lo profundo de nosotros debemos comprender qué frágiles son los lazos que nos unen a la cordura, y esos lazos se ven amenazados por insectos repulsivos y vicios repulsivos. Y los vicios son repulsivos no en sí mismos, sino por el efecto que tienen en nosotros. Nos amenazan porque nuestros propios vicios normales nos llenan a veces de la misma clase de repulsión.
Paul Brooks planeaba publicar una recopilación de los viejos cuentos pulp de Chandler.
Usted dice que seguramente yo querré omitir algunos. O, en otras palabras, que son malísimos. ¿Cuáles? No creo ser el mejor juez. Bueno, seamos terriblemente francos al respecto. Si algo ha envejecido, o su lectura lo incomoda, fuera. Si es algo pequeño que puede arreglarse, trataré de arreglarlo. Si es inherente a la trama, no puedo. Tome el cuento llamado «Blackmailers Don’t Shoot», el primero que escribí. Me llevó cinco meses escribirlo, tiene acción suficiente para cinco cuentos y en líneas generales es una condenada pose. «Finger Man» fue el primer cuento con el que me sentí a gusto. «Smart Aleck Kill» y «BDS» son puro pastiche. Cuando empecé a escribir ficción tuve la gran desventaja de no tener absolutamente ningún talento para ello. No sabía cómo hacer entrar un personaje en un cuarto, o cómo hacerlo salir. Perdían el sombrero y yo también. Si había más de dos personas en escena, a una de ellas no podía mantenerla con vida. Sigo con esos defectos, por supuesto, en cierta medida. Deme dos personas insultándose una a otra por encima de un escritorio, y soy feliz. Una multitud me desorienta. (Lo mismo podría decir de algunos escritores más bien distinguidos, solo que ellos no lo saben y yo sí.) No sé quién fue el idiota original que le aconsejó a un escritor: «No se moleste por el público. Escriba lo que quiera escribir». Ningún escritor nunca quiere escribir nada. Quiere reproducir o producir ciertos efectos, y al comienzo no tiene la más leve idea de cómo hacerlo.
Desde hace mucho tiempo he pensado que en las novelas corrientes el público es atraído cada vez más por el tema, la idea, la línea de pensamiento, la posición sociológica o política, y cada vez menos por la calidad de la escritura. Por ejemplo, si usted considerara 1984 de Orwell una simple obra de ficción, no podría darle una buena clasificación. No tiene magia, las escenas tienen muy poca personalidad ... mientras que cuando escribe como crítico e intérprete de ideas, no sobre gente o emociones, es maravilloso.
La jungla de asfalto, considerado por muchos un clásico de la escuela «dura», era de W. R. Burnett. La introducción a la que se refiere es la que lleva la recopilación de los viejos cuentos de Chandler, cuya publicación se estaba preparando entonces.
Estoy completamente de acuerdo con usted sobre La jungla de asfalto. Traté de leerla y no pude. Es un ejemplo de lo que les hace Hollywood a los escritores. El material es sólido y honesto y el autor sabe lo que está haciendo. Pero no tiene una urgencia interior, simplemente no le importa. Un hombre puede sentarse a escribir un libro sin otro motivo que cumplir un contrato o ganar unos pocos dólares, pero si es un verdadero escritor eso se olvida pronto. En Hollywood destruyen el vínculo entre un escritor y su inconsciente. Después de eso, lo que hace es pura actuación.
En cuanto a la introducción, supongo que tengo una idea de cómo hacerla. Por cierto que no voy a escribir sobre esos cuentos como si fuera un viejo Henry James o Somerset Maugham ordenando los estantes para la posteridad. Soy estrictamente un aficionado y un iconoclasta en esos asuntos. Pienso que la historia y la crítica literarias están tan llenas de jactancia y deshonestidad como la historia en general.
A veces me pregunto qué posición política adoptaría si viviera en Inglaterra. No puedo imaginarme votando, ahora que se ha revelado la maligna alma burocrática de ese país. Si uno vota a los conservadores, ¿a favor de qué vota? De nada, solo vota en contra. Algo muy parecido a las últimas elecciones aquí. Está muy bien hablar del deber patriótico de votar y todo eso, pero ¿por qué habría de ser mi deber elegir entre dos candidatos cuando no creo que ninguno de los dos tenga nada que hacer en la Casa Blanca? Mis amigos ingleses me dicen que el Partido Laborista ganará las próximas elecciones por una pequeña mayoría, y que para entonces el país estará en tal estado de caos que habrá un cisma en el Partido Laborista entre los moderados como Crossman y Attlee y los salvajes como Nye Bevan. No sé. Me temo que con el tiempo, aun en Inglaterra, los bribones heredarán la revolución. Siempre lo han hecho cuando la revolución era real e interna, no una revuelta contra la dominación extranjera. Y ahí, para terminar con el tema, es donde no se puede unir a la Iglesia católica con los comunistas. La Iglesia católica, a pesar de sus pecados y su hipocresía y su política y sus tendencias fascistas y su uso malévolo e irresponsable del boicot, es capaz de discusión interna y de crecer sin liquidar a sus mejores elementos. Puede tolerar la herejía y no teme ir al extranjero, entre los paganos ... Hace proselitismo todo el tiempo, pero no mata gente de un tiro en la nuca solo por haber quedado cuarenta y ocho horas atrasada respecto de la línea del partido.
Las noticias de aquí son malas. Nervioso, cansado, desalentado, harto de la atmósfera de chófer-y-Cadillac ... disgustado por mi falta de clarividencia al no darme cuenta de que esta clase de vida es incompatible con mi temperamento ... Los escritores sobre los que se escribe se vuelven conscientes de sí mismos. Desarrollan un lamentable hábito de verse a través de ojos ajenos. Ya no están solos, tienen una inversión en crítica elogiosa y piensan que deben protegerla. Eso lleva a una difusión del esfuerzo. El escritor se vigila cuando trabaja. Se vuelve más sutil y paga por ello con una pérdida de impulso orgánico. Pero como a menudo alcanza el éxito en sentido comercial en el preciso momento en que llega a ese estadio de lamentable sofisticación, se engaña a sí mismo pensando que su último libro es el mejor. No lo es. Su éxito es el resultado de una lenta acumulación. El libro que es la ocasión del éxito no suele ser de ningún modo la causa del éxito.
Chandler estaba leyendo un libro titulado American Freedom and Catholic Power, de Paul Blanshard.
Me gustaría ver una réplica razonada, pero ¿dónde encontrarla? Los jesuitas parecen tener el monopolio de esas tareas, y su doble discurso casuístico sería repugnante si no fuera de una lógica tan cómica. Cada vez que entran en terreno peligroso, simplemente dictaminan que su solidez es cuestión de fe y no está sujeta a cuestionamiento por el creyente ... Supongo que solo me preocupo por eso porque la mente cerrada es el peor enemigo de la libertad. Los intelectuales, fantásticos como son a veces, parecen ser la única clase de gente en la que podemos confiar para un perpetuo desafío a lo que pasa por la verdad. Es por eso que leo la Partisan Review. Hay mucha tontería en sus páginas, y la terminología que usan esas aves raras como Allen Tate a veces me pone a punto de vomitar el almuerzo. Pero al menos ellos no dan las cosas por sentadas.
Cómo, después del bosque de Katyn y los juicios por traición en Moscú, la hambruna en Ucrania, los campos de prisioneros en el Ártico, la abominable violación de Berlín por las divisiones de Mongolia, un hombre decente puede volverse comunista está casi más allá de toda comprensión, salvo que se trate de la mentalidad que simplemente no cree en nada que no le gusta. ¿Cómo el mismo hombre decente puede convertirse a un sistema religioso que hizo amistad con Franco en España, y sigue haciéndola, que nunca en la historia del mundo se ha negado a hacer amistad con ningún bribón que esté dispuesto a proteger y enriquecer a la Iglesia? Bueno, supongo que nadie quiere oírme hablar a mí del tema.
Duhamel trabajaba para la editorial Gallimard, bajo cuyo sello había publicado a gran número de talentosos autores policíacos estadounidenses en la llamada Série Noire. Esa influyente (y exitosa) colección había dado a conocer a Chandler, Hammett y Cain, entre otros, a una generación de intelectuales franceses. Albert Camus afirmaría que el héroe de su famosa novela El extranjero había sido más influido por la Série Noire que por ninguna otra ficción literaria. Fue del nombre de esa colección que surgiría la expresión popular «film noir».
Siempre he pensado que uno de los encantos de tratar con editores es que si uno empieza a hablar de dinero, ellos se retiran fríamente a su eminencia profesional, y si uno empieza a hablar de literatura, de inmediato empiezan a agitar el signo del dólar.
Ahora estoy leyendo So Little Time, de Marquand. Recuerdo, o creo recordar, que fue bastante maltratada cuando apareció, pero a mí me parece llena de ingenio agudo y vivacidad, y en general mucho más satisfactoria que Point of No Return, que me resultó aburrida en su impacto total, aunque no aburrida mientras se lee. También empecé A Sea Change, de Nigel Dennis, que tiene buena pinta. Pero siempre me gustan los libros equivocados. Y las películas equivocadas. Y la gente equivocada. Y tengo la mala costumbre de empezar un libro y leer solo lo necesario para asegurarme de que quiero leerlo, y dejarlo de lado mientras rompo el hielo con otros dos. De ese modo, cuando me siento aburrido y deprimido, cosa que pasa con demasiada frecuencia, sé que tengo algo para leer hasta tarde por la noche, que es cuando más leo, y no ese horrendo sentimiento desolador de no tener a nadie con quien hablar o a quien escuchar.
¿Por qué diablos esos idiotas de editores no dejan de poner fotos de escritores en sus sobrecubiertas? Compré un libro perfectamente bueno ... estaba dispuesto a que me gustara, había leído sobre él, y entonces le echo un vistazo a la foto del tipo y obviamente es un completo imbécil, una basura realmente abrumadora (fotogénicamente hablando) y no puedo leer el maldito libro. El hombre probablemente no tiene nada de malo, pero para mí es esa foto, esa foto tan espontánea con la corbata chillona desajustada, el tipo sentado en el borde de su escritorio con los pies en la silla (siempre se sienta así, piensa mejor). He pasado por esa comedia de la foto, sé lo que le hace a uno.
John Houseman era un productor británico con el que Chandler había hecho amistad en Hollywood.
Su artículo en Vogue fue muy admirado por aquí. Me pareció muy bien escrito, con mucho estilo. Para mí, personalmente, tuvo un efecto (un regusto, sería la palabra correcta) de depresión, y despertó mi antagonismo. Es artísticamente paternalista, intelectualmente deshonesto y lógicamente débil. Es el último gemido de la mentalidad Little Theater en usted. No obstante, estoy a favor de su reivindicación de que las películas, incluso las películas duras, en especial las películas duras, tengan un alto contenido moral. Time llamó esta semana «amoral» a Philip Marlowe. Es una tontería. Suponiendo que su inteligencia sea tan alta como la mía (difícilmente podría serlo más), suponiendo que sus oportunidades en la vida para promover sus propios intereses sean tan numerosas como deben ser, ¿por qué trabaja por un mendrugo? La respuesta a esa pregunta es toda la historia, la historia que siempre se está escribiendo de manera indirecta y nunca completa, ni siquiera clara. Es el combate de todos los hombres de principios honestos por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta. Es un combate imposible; no puede ganar. Puede ser pobre y amargado y desahogarse en bromas y amoríos casuales, o puede ser corrupto y amistoso y rudo como un productor de Hollywood. Porque el triste hecho es que, exceptuando dos o tres profesiones técnicas que requieren largos años de preparación, no hay absolutamente ningún modo en que un hombre de esa edad adquiera cierta riqueza en la vida sin corromperse en cierta medida, sin aceptar el hecho frío y claro de que el éxito es siempre y en todas partes una estafa.
Las historias que escribí eran a todas luces policíacas. No escribí las historias por debajo de esas historias, porque no era un escritor lo bastante bueno. Eso no altera el hecho básico de que Marlowe es un hombre más honorable que usted y yo. No me refiero a Bogart representando a Marlowe, y no lo digo porque yo lo haya creado. No lo creé yo; he visto docenas como él en todo lo esencial salvo unas pocas cualidades pintorescas que había que poner en un libro. (Y algunos incluso tenían esas cualidades.) Todos eran pobres; siempre serán pobres. Cómo podrían ser otra cosa.
Aquí se celebra el día del Armisticio, una suerte de festivo a medias. Bancos y correos cerrados, lo mismo que algunos negocios, pero no muchos. Gran desfile de tropas, infantería y marineros, ninguno de los cuales tiene la menor idea de lo que fue la Primera Guerra Mundial. Fue un espectáculo mucho peor de lo que creen.
... Si bien las reseñas en general no son muy creíbles en ninguna parte, realmente pienso que las reseñas inglesas se están volviendo absurdas. Hay demasiados novelistas reseñando a otros novelistas. Hay demasiada consideración para libros que obviamente no irán a ninguna parte, y demasiado poca comprensión de lo que hay en los libros que hace que la gente los lea. Y hay un grupito de críticos o reseñistas monótonamente decididos a decir algo amable sobre casi cualquier libro. Los mismos avisos publicitarios que usted publica lo prueban. Esos nombres, supuestamente de influencia, en realidad no pueden tener ninguna porque no muestran ninguna discriminación ... Y en el otro extremo está esa ridícula publicación, The Times Literary Supplement, que parece una compilación de bromas de un grupo de profesores ancianos, cuyas normas de comparación, puntos de referencia o lo que sea parecen haberse atascado en el año en que Jowett tradujo a Platón.
P. S. Supongo que conoce usted Fontamara, de Ignazio Silone, pero lo encuentro maravilloso:
A la cabeza de todo está Dios, señor del cielo.
Después viene el Príncipe Torlonia, señor de la tierra.
Después viene la guardia armada del Príncipe Torlonia.
Después vienen las jaurías de la guardia armada del Príncipe
[Torlonia.
Después no viene nadie más.
Y aún nadie más.
Y aún otra vez más nadie más.
Después vienen los campesinos.
¿Por qué las mujeres escriben libros tan corrientes? Su poder de observación de la vida cotidiana es espléndido, pero nunca parecen desarrollar ningún color.
Chandler se refiere al programa de radio de Philip Marlowe.
El programa de Marlowe se ha suavizado tanto que ahora les gusta hasta a las ancianas. Yo debería lamentarlo. ¿Quién dijo que los programas de suspense eran sádicos? Este es más o menos tan sádico como un helado de malvavisco. Los muchachos que lo escriben van por su decimosexto guión. Pausa y permítannos dos minutos de silencio. Es un modo de ganarse la vida infernal. Piense en el trabajo, la tensión, los apuros, ¿y para qué?
Su Hodge es un excelente crítico, la clase más rara de hombre. Esos críticos tipo foca amaestrada, incluso los mejores, me aburren por lo menos dos tercios del tiempo. Dele a alguien un nombre prestigioso y ya está a medio camino de ser un imbécil. No sugiero que Alan Hodge no tenga prestigio, pero está todavía en esa feliz etapa en que la voz de un hombre es más importante que su nombre. Nadie podría escribir mejores introducciones. Los Betjeman (quizá lo haya escrito mal), los Quennel, los Mortimer, etcétera, siempre piensan en hacer una buena aparición ante su público admirador. Hodge se ocupa del libro y al diablo con todo lo demás.
... Me expresé mal sobre la dramaturgia. Por supuesto, Maugham tiene razón, como siempre. Es más difícil escribir teatro, es un trabajo más duro, no tengo dudas de ello, aunque yo nunca lo he intentado siquiera. Pero, en mi opinión, no exige la misma calidad de talento. Puede exigir un uso más exhaustivo del talento, una tarea mejor hecha de detalles, un mejor oído para el habla de cierta clase de gente, pero en general es mucho más superficial. Tome cualquier obra teatral buena, pero no grande, y póngala en forma de ficción y le quedará algo muy liviano ... Incidentalmente, si yo conociera a Maugham, cosa que me temo que nunca haré, le pediría que me firmara un ejemplar de Ashenden. Nunca le he pedido a un escritor un ejemplar autografiado, y en realidad le doy muy poco valor a esas cosas. (No me molestaría tener un manuscrito autógrafo de Hamlet.) Pero me considero un conocedor de los efectos melodramáticos, y Ashenden está muy por encima de cualquier otra historia de espías escrita nunca, mientras que sus novelas, las mejores, aun siendo buenas, no superan lo hecho en ese campo. Un clásico en lo suyo me atrae más que el gran cuadro. Carmen, tal como la escribió Mérimée, «Hérodias», «Un corazón simple», El muñeco del capitán, Los despojos de Poynton, Madame Bovary, Las alas de la paloma, etcétera (A Christmas Holiday, por Dios, también), son todas perfectas. Largas o cortas, violentas o calmadas, hacen algo que nunca volverá a hacerse. La lista, gracias a Dios, es larga, y está en muchas lenguas.
Qué pena que usted sea un hombre tan, tan viejo, de cincuenta años o poco menos. (Aquí, estar en su año número cincuenta es haber cumplido cuarenta y nueve.) Qué pena que yo sienta simpatía por usted. Es una mala época. Un hombre de cincuenta años no es joven, no es viejo, ni siquiera es de mediana edad. Su impulso se ha desvanecido y su dignidad no ha llegado aún. Los jóvenes lo ven viejo e insípido. Los viejos de verdad lo ven un gordo fatuo codicioso. Es una presa para banqueros y cobradores de impuestos. ¿Por qué no pegarse un tiro y terminar con todo?
Theodor Geisel, autor de los libros infantiles del Dr. Seuss, radicado en La Jolla, también estuvo implicado en el siguiente incidente:
Max Miller encontró el otro día un gato con una trampa de coyotes en la pata. Nos dio trabajo atraparlo y el pobre gato tenía la pata destrozada, debía de haber venido arrastrando la trampa durante días y días. Tan dulce, sin gritos ni arañazos cuando le sacamos la trampa. Lamento su final casi inevitable porque no puedo encontrar al dueño. Salvó dos dedos de esa pata y el veterinario es optimista, pero yo no puedo darle un hogar, ¿y qué diablos puedo hacer? Un gato corpulento y amistoso, con cicatrices de muchas batallas, sin fallas de carácter y sin lugar a donde ir, nadie quiere darle un hogar.
Ese sentimiento que se observa en los libros ingleses y tan rara vez en los nuestros de que el país con todos sus pequeños detalles es una parte de su vida y que lo aman. Aquí somos tan desarraigados... He vivido la mitad de mi vida en California y me he adaptado lo mejor posible, pero podría marcharme para siempre sin pestañear.
Jamie Hamilton le había enviado un ejemplar autografiado de Ashenden.
Por supuesto que le escribiré al viejo, tratando de no mostrarme demasiado generoso por un lado, ni demasiado rústico por otro. Tengo la sensación de que fundamentalmente es un hombre bastante triste, bastante solitario. Su descripción de su septuagésimo cumpleaños es bastante sombría. Diría que en general ha tenido una vida solitaria, que su postura declarada de no preocuparse mucho emocionalmente por el prójimo es un mecanismo de defensa, que le falta la clase de calidez superficial que atrae a la gente, y que al mismo tiempo es un hombre tan sabio que sabe que por superficiales y accidentadas que sean la mayoría de las amistades, la vida es un asunto bastante sombrío sin ellas. No quiero decir que no tenga amigos, por supuesto; no sé lo suficiente sobre él para decir algo así. Es una sensación que me producen sus libros, nada más.
Suelo preguntarme por qué tantos intelectuales ingleses se vuelven hacia el catolicismo. Pero me pregunto muchas cosas, y a medida que envejezco tengo cada vez menos respeto por el cerebro humano y más y más respeto por el coraje humano. Aquí los católicos son numerosos, poderosos y en general muy simpáticos, pero la jerarquía eclesiástica es abrumadoramente de origen irlandés y los católicos irlandeses, siempre exceptuando a los jesuitas de Maynooth, que son especímenes bastante toscos del pensamiento católico estrecho, comparados con los prelados franceses, ingleses, escoceses e italianos. Por supuesto, también me pregunto por qué la gente se vuelve hacia la religión en general. De joven yo era muy creyente y muy devoto. Pero tuve la maldición de una mente analítica, cosa que sigue preocupándome.
Dale Warren acababa de enviarle a Chandler las pruebas de un esbozo biográfico, escrito por el mismo Warren, que aparecería en la solapa de la nueva novela de Marlowe.
Esta es la clase de documento que hace a los escritores vigilarse y presentarse en chaqueta de terciopelo, gorra con borla, pipa llena de mezcla Craven, y admirarse melosamente en lugar de producir un poco de prosa cuidada pero no monótona. El texto es un milagro de exageración. ¿Qué decir de mi perfil clásico, de mi cabello castaño ondulado con discretas entradas en las sienes, mi postura erguida, mis sonrientes ojos irlandeses y mi infalible cortesía con los inferiores sociales? ¿Qué de aquellos viejos días en el fondo de un bar de la calle Quinta, limpiando escupitajos con el faldón de mi camisa, cenando los restos del almuerzo de favor mezclado con serrín? Un amigo de los matones, familiar de las cortesanas, predicador de los alcohólicos. ¿Qué de la época que pasé bajo la sombra de Saint Sulpice en aquel amorío breve pero embriagante con una demoiselle de Luxemburgo, que después fue conocida en el mundo entero...? Pero no, eso es terreno peligroso. Hasta en Luxemburgo tienen una legislación contra las calumnias; de hecho, la tienen en tres idiomas. ¿Y qué decir de los seis meses que perdí en el Hollenthal, tratando de persuadir a un tren funicular de que corriera por la superficie? Ustedes dejan fuera mucho de lo que pasó y ponen muchas cosas que no pasaron.
Me estoy cansando y disgustando con todas esas mujeres escritoras que nunca se conforman con contar una historia; tienen que decir exactamente qué piensan de ella a cada minuto, lo que recuerda la traducción que hizo John Betjeman del cliché crítico «reflexivamente escrito» como «escrito por una mujer, y aburrido». Entre ellas y los engreídos duros sintéticos hay un ancho espacio vacío en el que modestamente se cuela, de vez en cuando, un libro decente, honesto, controlado y legible.
El contraste entre las afirmaciones publicitarias sobre los libros ... Y los libros mismos, cuando uno los tiene entre manos, es tan gigantesco que uno empieza a preguntarse si no se estarán pasando de listos.
Leroy Wright era abogado de Chandler en San Diego.
En algún momento, cuando no esté demasiado ocupado o cuando alguien en su oficina no esté demasiado ocupado, ¿sería tan amable de hacerme saber la condición legal del detective privado con licencia? Específicamente (pero no inclusivamente):
¿Qué autoridad le concede la licencia? ¿Qué condiciones debe cumplir para obtenerla? ¿Cuáles son sus derechos y deberes? ¿Qué información debe dar, y qué dice en la licencia? ¿Debe estar expuesta en su oficina? ¿Qué cuota debe pagar? ¿Sus huellas digitales están registradas en la policía local y en los archivos del FBI? ¿Tiene automáticamente el derecho de llevar armas, o debe obtener la autorización como todos los demás? ¿Eso queda a discreción del sheriff o de quién? ¿Sus armas están registradas y probadas? ¿Por quién?
¿Quién puede presentar una demanda contra él? a) ¿Un ciudadano privado? b) ¿La autoridad policial? ¿Cuál es el procedimiento legal de ese tipo de demandas (suponiendo que no sea por un cargo criminal)? ¿Sobre qué bases puede ser cancelada su licencia? Si se le concede por un período específico (¿y cuál es la tarifa?), ¿se renueva automáticamente o debe volver a solicitarse?
¿En qué medida la información que le da un cliente es comunicación confidencial? (Muchas novelas giran en torno a este punto.) ¿Tiene mayor poder de arresto que el ciudadano corriente? ¿Puede ser retenido sin fianza como testigo material a discreción del fiscal de distrito? ¿Tiene alguna clase de placa (al no ser un funcionario especial uniformado como los hombres que patrullan los estadios de béisbol, los aparcamientos, etcétera)? ¿Qué identificación, etcétera, se le exige que lleve encima?
Cuando abro un libro y veo frases como «su apariencia era auténticamente escandalosa»; «sentí la primera puñalada de remordimiento»; «una belleza con cuerpo de formas plenas», etcétera, tengo la impresión de que estoy leyendo una lengua muerta, ese horrible inglés mandarín petrificado que nadie puede llevar adelante salvo tal vez Maugham, y él mismo no siempre.
¿Cómo se le dice a un hombre que se vaya en lenguaje duro? «Márchate, vete al diablo, vuela de aquí», etcétera. Todas buenas. Pero a mí denme la expresión clásica, la que realmente usaba Spike O’Donnel (de los hermanos O’Donnel de Chicago, la única organización pequeña que mandó al diablo a la mafia de Capone y vivió para contarlo). Lo que decía él era «muérete». Su laconisino es letal.
Cosa extraña los ojos. Piense en el gato. El gato no tiene nada para expresar la emoción salvo un par de ojos y una ligera ayuda de las orejas. Pero piense en el amplio espectro de expresión de que es capaz un gato con medios tan pequeños. Y después piense en la enorme cantidad de caras humanas que usted debe de haber visto que no tenían más expresión que una patata pelada.
... Algún argot inventado, no todo, se vuelve corriente entre la gente para la que se inventó. Si uno es sensible a esa clase de cosas, creo que con frecuencia, no siempre, podría distinguir entre la jerga colorida que producen los escritores y la dura simplicidad de los términos que se originan en el círculo donde nacen realmente. No creo que ningún escritor pudiera inventar una expresión como mainliner para un drogadicto que se inyecta en una vena. Es demasiado exacto, demasiado puro.
Su viaje a París suena como la típica gira de editor, cada comida una entrevista, y los autores entrando y saliendo de sus bolsillos de la mañana a la noche. No sé cómo los editores soportan esos viajes. Un solo escritor me dejaría exhausto durante una semana. Y usted tiene uno en cada comida. Hay cosas en el negocio editorial que me gustarían, pero tratar con escritores no sería una de ellas. Sus egos exigen demasiada atención. Viven vidas demasiado tensas, en las que se sacrifica demasiada humanidad por demasiado poco arte ... Para toda esa gente la literatura es más o menos el hecho central de la existencia. Mientras que para una inmensa cantidad de gente razonablemente inteligente es un hecho marginal sin importancia, un relajamiento, una evasión, una fuente de información, y a veces una inspiración. Pero podría prescindir de ella más fácilmente de lo que podría prescindir del café o del whisky.
Por supuesto, los abogados siempre se apoyan entre sí porque saben que si no se juntaran los ahorcarían por separado.
Chandler había sido contratado por la Warner Brothers para trabajar en una adaptación de la novela de Patricia Highsmith Extraños en un tren, que sería dirigida por Alfred Hitchcock. Se le permitió trabajar desde La Jolla, sin viajar a los estudios.
Estoy otra vez de esclavo de la Warner Brothers, por esa cosa de Hitchcock de la que quizá usted haya oído hablar. Hay días en que lo encuentro divertido, y otros en que pienso que es una condenada idiotez. El dinero luce bien, pero en los hechos no tanto. Soy demasiado meticuloso y, aunque no trabajo ni de cerca tan rápido como veinte años atrás, aun así trabajo mucho más rápido de lo que exige el empleo, o debería exigir. En su mayor parte, el trabajo es aburrido, irreal, y no tengo la sensación de que sea la clase de cosa que yo pueda hacer mejor que otro. El suspense como cualidad absoluta nunca me pareció muy importante. En el mejor de los casos es una excrecencia secundaria, y en el peor, un intento de hacer algo con nada.
Chandler comienza refiriéndose a Jean-Paul Sartre.
Cielos, a ese tipo le vendría bien una buena podada. Escribe de modo soberbio a veces, pero nunca sabe cuándo detenerse. Es igual que la mayoría de esos condenados rusos.
... Parece haber un sentimiento generalizado de que Hitchcock ha empezado a trabajar solo por dinero, pero eso es una suposición peligrosa tratándose de un hombre con talento. Él es definitivamente un hombre de talento, pero pertenece a un tipo que es más bien opaco fuera de su habilidad particular. Algunos directores de cine, como algunos escritores, parecen hacer su trabajo sin comprometer más que una pequeña parte de sus verdaderas capacidades. Pertenecen a la clase que yo llamo los aficionados; cuando son lo bastante grandes, son genios. Otros pueden hacer alguna cosa determinada extremadamente bien, pero uno nunca pensaría, después de haberlos conocido y tratado, que fueran capaces de hacerlo. Esos son los técnicos. Yo diría que Hitch pertenece a ese grupo, pero, por supuesto, en realidad no lo conozco.
Keddie había escrito a Chandler para proponerle unirse al club de admiradores de Sherlock Holmes, llamado «Baker Street Irregulars». Chandler había rechazado la oferta («No encuentro ningún lugar hueco en mi vida donde pudiera meter el culto al maestro. Si me sintiera atraído por actividades esotéricas de ese tipo, probablemente me dedicaría al análisis desesperado de ciertos crímenes reales que nunca han sido satisfactoriamente explicados y, por supuesto, nunca lo serán»). Keddie había vuelto a escribirle, pidiéndole su opinión sobre las historias policíacas de Austin Freeman. Chandler respondió:
Cuando la solución de un enigma depende del análisis correcto de pruebas científicas surge la cuestión de la honestidad. Comprendo que ese es un gran problema en las historias policíacas: qué es la honestidad. Pero si usted acepta la premisa básica, como la acepto yo, de que en una novela policíaca el lector debería ser capaz de resolver el problema si prestara adecuada atención a las pistas tal como le son presentadas, y si hiciera a partir de ellas las deducciones correctas, entonces digo que no tiene tal oportunidad si, para evaluar esas pistas, se le exige tener un conocimiento experto de arqueología, física, química, microscopia, patología, metalurgia y otras ciencias. Si, para saber dónde se ahogó un hombre, tengo que identificar las escamas de pescado halladas en sus pulmones, entonces, como lector, nunca podré decir dónde se ahogó ... Pese a todo eso, tengo mucho respeto por Freeman ... Sus problemas siempre son interesantes en sí mismos, y las exposiciones al final son obras maestras de análisis lúcido.
El libro de Hemingway al que se refiere es Al otro lado del río y entre los árboles.
Una larga interrupción en nuestra correspondencia, que supo ser interesante, ¿no le parece? Por supuesto que la culpa es mía porque la última carta era suya. Y tiene toda la razón al decir que le debo una carta ... Al parecer es lo que le hacen a uno los años. El caballo que antes había que conducir tirando de la rienda ahora debe ser estimulado con el látigo para que haga algo más que arrastrarse ... Walter Bagehot escribió una vez (cito de una memoria cada vez menos fiable): «En mi juventud esperaba hacer grandes cosas. Ahora me daría por satisfecho con poder irme sin escándalo». En cierto sentido, yo estoy mucho mejor que él porque nunca tuve expectativas de hacer grandes cosas, y en realidad las cosas me han salido mucho mejor de lo que esperaba.
Mis felicitaciones al señor Weeks por pertenecer a esa pequeña minoría de críticos que no encontraron necesario poner a Hemingway en su lugar por su último libro. ¿Por qué tanto resentimiento en esos muchachos? ¿Sienten que el viejo lobo está herido y que es el momento adecuado para marearlo? Estuve leyendo el libro. Sinceramente, no es lo mejor que haya hecho, pero sigue siendo mucho mejor que cualquier cosa que sus detractores puedan hacer. No tiene mucho argumento, no sucede gran cosa, casi no hay escenas. Y precisamente por ese motivo, supongo, resaltan los amaneramientos. Como es obvio, no puede esperarse caridad de lanzadores de cuchillos; lanzar cuchillos es su negocio. Pero sí podría haberse esperado que alguno de ellos se preguntara qué quiso hacer Hemingway. Obviamente, no trató de escribir una obra maestra; más bien pudo tratar de resumir, en un personaje no demasiado distinto de él mismo, la actitud de un hombre que está terminado y lo sabe, y eso le amarga y fastidia. Al parecer, Hemingway había estado muy enfermo y no sabía si iba a reponerse, y puso en el papel, de un modo algo apresurado, cómo lo hacía sentir eso respecto de las cosas que más había valorado. Supongo que esos afectados adivinadores que se hacen llamar críticos piensan que no debería haber escrito el libro. La mayoría de los escritores no lo habrían escrito. Sintiendo lo que sentía él, no habrían tenido el valor de escribir nada. Yo estoy del todo seguro de que no lo habría hecho. Esa es la diferencia entre un campeón y un lanzador de cuchillos. El campeón puede haber perdido la energía, temporal o permanentemente, no lo sabe. Pero cuando ya no puede golpear con el puño, golpea con el corazón. Golpea con algo. No se limita a bajar del pedestal y llorar. Cyril Connolly, en una exhibición de lanzamiento de cuchillos algo más digna que la mayoría, sugiere que Hemingway debería tomarse seis meses de descanso y hacer inventario de sí mismo. Lo que quiere decir, al parecer, es que Hemingway ha explorado plenamente la postura adolescente que tanta gente está tan contenta de atribuirle, y ahora debería crecer intelectualmente y volverse un adulto. Pero ¿por qué? En el sentido que Connolly daría a la palabra, Hemingway nunca tuvo ningún deseo de ser un adulto. Algunos escritores, como algunos pintores, son primitivos natos. La idea que se hacen de la felicidad no es un aroma a Kafka. Supongo que la debilidad, y hasta la tragedia, de escritores como Hemingway es que el tipo de material con el que trabajan exige una inmensa vitalidad; y un hombre deja atrás su vitalidad sin, lamentablemente, dejar atrás su furioso interés en ella. Lo que escribe Hemingway no puede ser escrito por un cadáver emocional. La clase de cosas que escribe Connolly sí, y así es. Tiene sus méritos. Por momentos es muy bueno, pero no es necesario estar vivo para escribirlo.
Hamilton, también interesado en actualizar la biografía de solapa de Chandler después de su paso por Hollywood, le había pedido alguna información sobre su vida.
El guionista sabio es el que usa su segundo mejor traje, artísticamente hablando, y no se toma las cosas muy a pecho. Debe tener un toque de cinismo, pero solo un toque. El cínico absoluto es tan inútil para Hollywood como para sí mismo.
... He estado casado desde 1924 y no tengo hijos. Se supone que soy un escritor duro, pero eso no significa nada. Es solo un método de proyección. Personalmente soy sensible y hasta apocado. Por momentos soy en extremo cáustico y belicoso, por momentos muy sentimental. No sirvo para la vida social porque me aburro enseguida, y para mí lo corriente nunca me parece lo bastante bueno, en la gente o en cualquier otra cosa. Soy un trabajador espasmódico sin horarios regulares, lo que equivale a decir que solo escribo cuando tengo ganas. Siempre me sorprende lo fácil que parece en el momento, y lo cansado que me siento después. Como escritor de novelas policíacas, creo que soy un poco anómalo, ya que la mayoría de los autores de novelas policíacas de la escuela estadounidense apenas son semianalfabetos, y yo no solo tengo formación, sino que soy un intelectual, por mucho que me disguste la palabra. Se diría que una educación clásica es una mala base para escribir novelas duras en argot. Yo pienso lo contrario. Una educación clásica le impide a uno caer en la trampa de la pretensión, que es lo que llena la mayoría de la ficción actual. En este país, el autor de novelas policíacas es visto como algo subliterario solo porque es un autor de novelas policíacas, y no un autor de cháchara de significación social. Para un clasicista —aun herrumbrado— esa postura revela solo la inseguridad de un parvenu. Cuando me preguntan, como sucede a veces, por qué no pruebo a escribir una novela seria, no discuto; ni siquiera les pregunto a qué se refieren con una novela seria. Sería inútil. No sabrían qué decir. Esa pregunta es la que podría hacer un loro.
Leyendo lo anterior, me parece detectar cierto tono desdeñoso aquí y allá. Me temo que eso no es del todo admirable, pero lamentablemente es cierto. Corresponde. De hecho, soy una persona más bien arrogante en muchos aspectos.
Con «el libro de Fitzgerald» se refiere a una biografía publicada recientemente de Francis Scott Fitzgerald, escritor al que Chandler siempre había respetado. De hecho, fue solo un intercambio entre estudios lo que le impidió, en la década de 1940, trabajar en una adaptación cinematográfica de El gran Gatsby.
Usted no parece del todo satisfecho con el libro de Fitzgerald. Lo lamento, porque Fitzgerald es un tema con el que nadie tiene derecho a hacer desastres. Para él, solo lo mejor. Creo que estuvo a solo un paso de ser un gran escritor, y el motivo es bastante obvio. Si el pobre tipo ya era alcohólico en sus años de estudiante, es un prodigio que haya hecho todo lo que hizo. Tenía una de las cualidades más raras en literatura, y es una pena que el nombre de esa cualidad haya sido degradado por la mafia del cosmético, a tal punto que uno casi se avergüenza de usarla para describir una genuina distinción. No obstante, la palabra es encanto. Encanto, como podría haberlo dicho Keats. ¿Quién lo tiene hoy? No es cuestión de escribir bonito o límpido. Es una clase de magia discreta, controlada y exquisita, la clase de cosa que producen los cuartetos de cuerda.
Tengo una guerra en marcha contra la Warner. Tengo una guerra en marcha contra el jardinero. Tengo una guerra en marcha contra un hombre que vino a arreglar el tocadiscos y arruinó dos discos LP. Tengo varias guerras en marcha contra gente de la televisión. A ver quién más... oh, no importa. Usted ya conoce a Chandler. Siempre peleando por algo.
La televisión es realmente lo que hemos estado esperando toda nuestra vida. Para ir al cine se necesitaba cierto grado de esfuerzo. Alguien tenía que quedarse con los niños. Había que sacar el coche del garaje, lo que no era fácil. Y había que conducir hasta el cine y aparcar. A veces había que caminar hasta media manzana. Después, gente con cabezas grandes se sentaba delante de uno y lo ponía nervioso ... La radio fue mucho mejor, pero no había nada que mirar. Uno dejaba vagar la mirada por el cuarto y podía ponerse a pensar en otras cosas, cosas en las que no quería pensar. Tenía que usar algo de imaginación para crearse un cuadro de lo que estaba pasando a partir del sonido y nada más. Pero la televisión es perfecta. Basta con girar los botones, arrellanarse en el sillón y vaciar la mente de todo pensamiento. Y ahí se queda uno, contemplando las burbujas que se forman en el barro primigenio. No tiene que concentrarse. No tiene que reaccionar. No tiene que recordar. No se extraña el cerebro porque no resulta necesario. El corazón y el hígado y los pulmones siguen funcionando normalmente. Aparte de eso, todo es paz y silencio. Es el nirvana del pobre. Y si aparece alguien de mente malvada y le dice que uno parece una mosca posada en un cubo de basura, no hay que prestarle atención.
... ¿A quién culpar, de todos modos? ¿Le parece que fueron las agencias de publicidad las que crearon la vulgaridad y la imbecilidad con que se acepta la televisión? Para mí, la televisión es solo una cara más de ese considerable segmento de nuestra civilización que nunca tuvo ninguna norma salvo el dinero.
Gene Levitt estaba a cargo de la adaptación de Marlowe para el programa de radio.
Hace muy poco que tengo un televisor. Es un medio muy peligroso. Y en cuanto a los anuncios... bueno, tengo entendido que la realización de los anuncios es un negocio en sí mismo, un negocio al lado del cual la prostitución o el tráfico de drogas parecen respetables. Ya era malo tener unos ropavejeros subhumanos al mando de la radio, pero la televisión le hace algo a la gente que la radio no le hacía. Le impide formarse cualquier clase de imagen mental y la fuerza a mirar en su lugar una caricatura.
Pese a su amplio y generoso olvido de mis cartas sobre el tema del guión de Strangers on a Train y su falta de comentarios al respecto, y a pesar de no haber oído una palabra de usted desde que empecé a escribir la adaptación —por todo lo cual debo decir que no le guardo rencor, ya que esta clase de procedimiento parece ser la norma de la depravación de Hollywood—, a pesar de eso y a pesar de esta oración en extremo engorrosa, siento que debería, aunque no sea más que para dejarlo registrado, transmitirle unos pocos comentarios sobre lo que se ha dado en llamar el guión final. Pude comprender que usted encontrara defectuoso mi guión en este o aquel aspecto y pensara que tal o cual escena era demasiado larga o tal o cual mecanismo demasiado torpe. Pude entender que cambiara de opinión sobre cosas que usted quería específicamente, porque algunos de esos cambios quizá le fueron impuestos desde el exterior. Lo que no puedo entender es que permita que un guión que después de todo tenía cierta vida y energía sea reducido a esa fláccida pasta de clichés, a un grupo de personajes sin cara, y a la clase de diálogo que a todo guionista se le enseña a no escribir, diciendo cada cosa dos veces y sin que los actores o la cámara dejen nada implícito.
... Pienso que usted puede ser la clase de director que piensa que los ángulos de la cámara, la escenografía y algunos interesantes juegos de acción compensarán cualquier inverosimilitud en la historia básica. Yo soy de los que creen que se equivoca por completo. Pienso además que el hecho de que usted puede salirse con la suya no prueba que tenga razón, porque hay un sentimiento sólidamente basado en las películas según el cual no se pueden producir de ningún otro modo que sobre una base sólida. La oreja de un cerdo seguirá pareciendo la oreja de un cerdo aun cuando uno la ponga en un marco y la cuelgue en la pared y diga que es arte francés moderno. Como amigo que le desea bien, lo insto, por una vez en su larga y distinguida carrera ... a armar una historia sólida y bien tramada en el papel y a no sacrificar nada de esa solidez a un interesante juego de cámara. Sacrifique un juego de cámara si es necesario. Habrá otro juego de cámara igual de bueno. Pero nunca hay otra motivación igual de buena.
Le recomiendo que no deje de ver The Bicycle Thief, y si es posible una película inglesa llamada I Know Where I’m Going, filmada mayormente en la costa oeste de Escocia, la costa frente a las Hébridas. Nunca he visto una película que oliera a viento y lluvia de ese modo, ni que explotara de modo tan hermoso la clase de paisaje en el que realmente vive la gente, no el comercializado como espectáculo. Las tomas del Corryvreckan bastan para poner los pelos de punta. (El Corryvreckan, por si no lo sabe, es un remolino que, en ciertas condiciones de la marea, se forma entre dos de las islas de las Hébridas.)
Cuando trabajaba para la Westminster Gazette, la dirigía J. A. Spender. Creo que ya le escribí sobre él antes. Era la clase de hombre que podía hacer que un joven don nadie se sintiera cómodo en compañía de la crema de la sociedad patricia. Spender me hizo socio de la National Library Club para que pudiera usar su sala de lectura, y yo hojeaba los diarios franceses y alemanes buscando artículos curiosos y noticias que pudieran traducirse y adaptarse para una columna de la Westminster Gazette. Spender pensaba que yo podía ganar seis guineas por semana con eso, pero no creo que yo haya ganado nunca más de tres. Escribí para él mucha poesía, que ahora me parece deplorable casi toda, aunque no toda, y muchos artículos, la mayoría de carácter satírico, la clase de cosa que Saki hacía infinitamente mejor. Todavía tengo un par de ellos en alguna parte, y ahora me parecen muy preciosos por su tono. Pero supongo que no eran tan malos, considerando la poca experiencia que tenía para respaldarlos ... Mi contacto personal con Spender fue mínimo. Le enviaba mi material y él me lo devolvía o lo mandaba a la imprenta. Nunca corregí pruebas, ni siquiera sabía que se esperaba que lo hiciera. Simplemente lo daba por sentado. Nunca esperé a que me enviaran el dinero, sino que aparecía regularmente cierto día de la semana en la oficina del cajero y recibía el pago en oro y plata, para lo que se me exigía pegar una estampilla de un penique en un gran libro y firmar encima mi nombre a modo de recibo. ¡Qué extraño parece ahora ese mundo! Supongo que le conté la vez que le escribí a sir George Newnes y le ofrecí comprar una porción de su revista semanal vulgar pero exitosa llamada Tit-Bits. Me recibió con la mayor cortesía por un secretario, definitivamente de clase alta, que lamentó que la publicación no estuviera necesitada de capital, pero dijo que mi propuesta tenía al menos el mérito de la originalidad. Con la misma idea acudí a Academy, entonces dirigida y propiedad de un hombre llamado Cowper, que se la había comprado a lord Alfred Douglas. No estaba dispuesto a vender parte de su interés en la revista, pero me señaló un gran estante de libros en su oficina, dijo que eran ejemplares para crítica, y me preguntó si quería llevarme algunos a casa para reseñar ... También conocí a un hombre alto, de barba y ojos tristes, llamado Richard Middleton, de quien quizá usted haya oído hablar. Poco después se suicidó en Amberes, un suicidio de desesperación, diría yo. El incidente me causó una gran impresión, porque Middleton me impresionó como un hombre de más talento del que yo tendría nunca; y si él no podía usarlo para salir adelante, no era muy probable que yo pudiera ... No tenía ningún sentimiento de identidad con Estados Unidos, y aun así me indignaba la crítica ignorante y esnob que se hacía a los estadounidenses en esa época. Durante mi año en París había conocido a muchos estadounidenses, y la mayoría parecían tener mucha energía y vivacidad, y disfrutaban de situaciones en que el inglés medio de la misma clase se habría mostrado completamente aburrido. Pero yo no era uno de ellos. Ni siquiera hablaba la misma lengua ... Considerándolo todo, quizá debería de haberme quedado en París, aunque en realidad nunca me gustaron los franceses. Pero no es necesario que a uno le gusten los franceses para sentirse cómodo en París. Y siempre le pueden gustar algunos de ellos. En cambio, me gustaban mucho los alemanes, al menos los alemanes del sur. Pero no tenía mucho sentido vivir en Alemania, ya que era un secreto a voces, del que se hablaba abiertamente, que habría una guerra con ellos casi en cualquier momento. Supongo que fue la más inevitable de todas las guerras. Nunca hubo dudas sobre su estallido. La única duda era el momento ... Acabo de recibir mi ejemplar del anuario del Old Alleynian, y aunque Dulwich no está en el escalón más alto en materia de escuelas públicas, hay una cantidad asombrosa de graduados distinguidos con una enorme serie de letras después de su nombre, títulos nobiliarios, etcétera. Noto que dos de nosotros, aunque sin ninguna distinción, tenemos direcciones en La Jolla. Solo hay uno más en toda California, un sujeto llamado Gropius, que parece haber tenido la misma dirección en San Francisco los últimos treinta años y probablemente fue a la escuela en algún momento durante el reinado de Guillermo IV.
Ayer a la mañana hubo que dormir a nuestra hermosa gata negra. Estamos bastante destrozados. Tenía casi veinte años. Era previsible, por supuesto, aunque esperábamos que pudiera recuperar las fuerzas. Cuando estuvo demasiado débil para ponerse de pie y prácticamente dejó de comer, no hubo nada más que hacer. Ahora tienen un modo maravilloso de hacerlo. Le inyectan nembutal en una vena de la pata, y es instantáneo. En dos segundos está dormida. Unos minutos después, para asegurarse, le inyectan directamente en el corazón. Una lástima que no puedan hacerlo con la gente. Yo vi morir a mi madre bajo el efecto de la morfina, y tardó casi diez horas. Estaba completamente inconsciente, por supuesto, pero cuánto mejor si hubiera tardado solo dos segundos, si tenía que morir de todos modos.
Siempre he sido un gran admirador del argot francés. Creo que es el único argot que puede compararse con el nuestro. El alemán es bastante bueno también. Hay una maravillosa precisión y audacia en el argot francés. No creo que tenga la loca extravagancia del nuestro, pero parece perdurar más.
He visto muchas de las películas para televisión hechas a partir de sus cuentos y, admirable como es el material, no puedo evitar un sentimiento de insatisfacción por el modo en que son presentados. Hay algo malo en el medio tal como se usa ahora. Para empezar, la actuación no es lo bastante natural. El énfasis puesto en la actuación teatral (podría hablarse de exceso de énfasis) tiene que ser enormemente reducido para las películas, y me parece que debe ser más reducido aún para la televisión. El más ligero artificio se hace notar. El sentimiento de espacio restringido es tan intenso que uno casi espera que el diálogo lo pronuncie en susurros una pareja escondida en el armario. El trabajo de cámara me parece bastante malo, tan malo como el trabajo de cámara en aquellas películas inglesas de la década de 1930, de las que ahora vemos tantas por televisión. La escenografía es tan pobre que uno siente que sería mejor que no hubiera ninguna, y que se actuara contra un fondo neutro. Pero lo peor para mí es que los actores, en lugar de interpretar la historia y darle vida, parecen interponerse entre la historia y el público. Su presencia física es abrumadora. Su más ligero movimiento distrae el ojo. Pienso que la buena actuación se parece mucho al estilo en una novela. No habría que tenerlo demasiado presente en la conciencia. Su efecto debería ser periférico más que central. Pero en televisión uno casi no puede ser consciente de otra cosa.
Toda mi vida he tenido gatos y he descubierto que difieren entre sí casi tanto como la gente, y que, igual que los niños, en su mayoría son tal como uno los trata, salvo que hay unos pocos aquí y allá que no admiten ser mimados. Pero quizá eso pasa también con los niños. Taki tenía una serenidad absoluta, cualidad rara en los animales tanto como en los seres humanos. Y no tenía crueldad, lo que es más raro aún en los gatos. Capturaba pájaros y ratones sin herirlos y no presentaba ninguna objeción a entregarlos para que los liberaran. Incluso capturó una mariposa una vez ... Nunca me ha gustado nadie a quien no le gusten los gatos, porque siempre he encontrado un elemento de agudo egoísmo en su carácter. Es cierto que un gato no le da a uno la clase de afecto que le da un perro. Un gato nunca se comporta como si uno fuera el único punto luminoso en una existencia por lo demás nublada. Pero eso es solo otro modo de decir que un gato no es un sentimental, lo que no quiere decir que no tenga afecto.
Un sistema legal que no pueda condenar a Al Capone por otra cosa que por evadir el pago de impuestos tiende a volver cínica a la policía.
La revista británica Picture Post había enviado a Edgar Carter algunas preguntas sobre Chandler.
La Picture Post está destinada a la gente que mueve los labios cuando lee. Podrán obtener todos los datos que deseen de mi editor inglés, Jamie Hamilton, Ltd., 90 Great Russell Street, Londres, WC1. Las preguntas que me hacen me parece que indican el nivel intelectual del departamento editorial de la Picture Post. Sí, soy exactamente como los personajes de mis libros. Soy muy duro y es un hecho comprobado que he aplastado un dulce con las manos. Soy muy apuesto, tengo un físico poderoso, y me cambio la camisa regularmente todos los domingos a la mañana. Cuando descanso entre dos misiones vivo en un château francés junto a la autopista de Mullholand. Es un edificio bastante pequeño de cuarenta y ocho dormitorios y cincuenta y nueve baños. Ceno en platos de oro y prefiero que me sirvan bailarinas desnudas. Pero por supuesto hay momentos en que tengo que dejarme crecer la barba y alojarme en un burdel de Main Street, y en otras ocasiones paso temporadas en el calabozo de borrachos de la cárcel de la ciudad. Tengo amigos en todos los peldaños de la vida. Algunos son muy cultos y algunos hablan como Darryl Zanuck. Tengo catorce teléfonos en mi escritorio, incluyendo líneas directas con Nueva York, Londres, París, Roma y Santa Rosa. Mi archivero se abre, convenientemente, en forma de bar portátil, y el cantinero, que vive en el cajón de abajo, es un enano llamado Harry Cohn. Soy un gran fumador y según mi estado de ánimo fumo tabaco, marihuana, barba de mazorca u hojas de té secas. Hago mucha investigación, especialmente en los departamentos de rubias altas. En mi tiempo libre colecciono elefantes.
He conocido bastantes de esos no-del-todo escritores. Seguramente usted también. Pero, dada su profesión, usted escapará de ellos tan rápido como le sea posible, mientras que yo he llegado a conocer a varios bastante bien. He gastado tiempo y dinero en ellos y siempre ha sido en vano, porque incluso si llegan a tener un éxito ocasional, siempre resulta que han estado viajando con combustible ajeno. Supongo que esos son los casos más difíciles, porque es tanto su anhelo de ser profesionales que no necesitan mucho estímulo para creer que lo son. Conocí a uno que vendió un cuento (gran parte del cual, dicho sea de paso, se lo había escrito yo) a esa publicación semilustrosa de MacFadden que dirigía Fulton Oursler —he olvidado el nombre—. Un productor de segunda compró los derechos cinematográficos por quinientos dólares e hizo una película de clase B muy mala, con Sally Rand. Ese sujeto se emborrachó terriblemente y salió a desdeñar a todos sus amigos escritores porque estaban trabajando para revistas pulp. Un par de años después vendió un cuento a una de esas revistas pulp, y creo que con eso se completó su contribución a la literatura en un sentido comercial. Oír a ese sujeto y a su esposa discutir y analizar argumentos fue una revelación de cuánto es posible saber sobre técnica sin ser capaz de usarla. Si uno tiene talento suficiente, puede arreglárselas, hasta cierto punto, sin agallas; y si tiene suficientes agallas, puede arreglárselas, hasta cierto punto, sin talento. Pero no se puede salir adelante sin uno u otro. Esos no-del-todo escritores son muy trágicos y cuanto más inteligentes, más trágicos, pues el paso que no pueden dar les parece tan corto como es en realidad. Y todo escritor de éxito o de bastante éxito sabe, o debería saber, por qué estrecho margen logró dar ese paso. Pero si no se puede dar, no se puede. Y no hay más que decir.
Jonathan Latimer, mencionado en la carta, pertenecía a la pequeña colonia de escritores de La Jolla.
Priestley descendió a mí de los cielos ayer, sin anuncio, salvo un telegrama desde Guadalajara justo antes de venir, y en un momento muy inconveniente, porque mi esposa no está bien y no pudo verlo. No obstante, hice lo mejor que pude. Fui a buscarlo a Tijuana en coche, un largo trayecto desagradable, y lo he instalado en nuestro mejor hotel, ya que nosotros no tenemos cuarto de huéspedes. Es un tipo agradable, risueño; afortunadamente, también es un gran conversador, así que casi todo lo que tengo que hacer yo es chascar la lengua de vez en cuando. No se mostró del todo satisfecho con mi compañía, cosa de la que no lo culpo, y anoche, cuando me despedía de él en la puerta del hotel, sugirió amablemente que quizá esta noche deberíamos conocer a alguna gente. Así que esta mañana estallé en llanto y me arrojé a los pies de Jonathan Latimer, que conoce a todo el mundo y todos le gustan (en mi caso es exactamente lo contrario); y esta noche lo llevaré a casa de Latimer, donde se habrá reunido una razonable selección de lo que pasa por humanidad inteligente en nuestra ciudad.
H. F. Hose fue compañero de Chandler en Dulwich, y después profesor allí mismo.
Estoy de acuerdo con usted en que la mayor parte de lo que se escribe hoy es basura. Pero ¿no ha sido siempre así? La situación no es diferente aquí, salvo que casi nadie le presta mucha atención al latín y al griego. Pienso que los escritores ingleses, hablando en general, son más tranquilos y corteses que los nuestros, pero esas cualidades no parecen llevarlos muy lejos. Supongo que una generación tiene la literatura que se merece, así como se dice que tiene el gobierno que se merece.
La mayoría nos impacientamos con el caos que nos rodea, y nos inclinamos a atribuirle al pasado una pureza de líneas que no fue evidente a los contemporáneos de ese pasado. El pasado, después de todo, ha sido tamizado y planchado. El presente, no. La literatura del pasado ha sobrevivido y por ese motivo tiene prestigio, aparte de su otro prestigio. Las razones de su supervivencia son complejas. El pasado es nuestra universidad; nos da nuestros gustos y nuestros hábitos de pensamiento, y nos fastidiamos cuando no podemos encontrarles una base en el presente. No se puede construir una catedral gótica con métodos de línea de montaje; no se consiguen albañiles artistas en el sindicato. Por mi parte, estoy convencido de que si nuestro arte tiene alguna virtud, y puede no tener ninguna, no está en su parecido con algo que ahora es tradicional pero no era tradicional cuando se produjo. Si tenemos estilistas, no son gente como Osbert Sitwell, eduardianos retrasados; ni son pseudopoetas dramáticos como T. S. Eliot y Christopher Fry; ni intelectuales sin sangre que se sientan a la luz de la lámpara y proceden a la disección de todo hasta dejarlo reducido a una nada de vocecitas secas que transmiten poco más que los acentos del aburrimiento y la desilusión extrema. Me parece que ha habido pocos períodos en la historia de la civilización que un hombre que viviera en uno de ellos haya podido considerar verdaderamente grande. Si usted hubiera sido contemporáneo de Sófocles, supongo que podría haberlo apreciado tanto como lo aprecia ahora. Pero pienso que a Eurípides lo habría encontrado un tanto vulgar. Y si hubiera sido un isabelino, estoy seguro de que habría visto a Shakespeare en gran medida como un proveedor de argumentos remanidos y retórica rebuscada.
Estuve echándole otro vistazo al caso de Adelaide Bartlett, Dios sabe por qué. Creo que uno de sus elementos más desorientadores es que la defensa de sir Edward Clarke fue tan brillante, en contraste con la defensa poco inspirada de Maybrick y Wallace, que casi nos lleva a ignorar los hechos. Pero los hechos, si se examinan con atención, son bastante condenatorios. Por ejemplo:
Edwin Bartlett murió por beber cloroformo. Adelaide, su esposa, tenía cloroformo líquido que subrepticiamente había comprado para ella Dyson, el clérigo, quien, si no era realmente su amante en un sentido técnico, lo cierto es que se le estaba acercando mucho. La razón que ella alegó para necesitar el cloroformo no se sostiene. Edwin era un marido innecesario y sin atractivo, además de un imbécil. Si él muriese, ella se quedaría con Dyson y con el dinero de Edwin. La salud de Edwin era excelente pese a sus constantes quejas. Era especialmente buena la noche antes de que muriera. Su insomnio parece haber sido grave, pero no coherente con su saludable apetito. Había probado, sin resultados, los opiáceos y el hidrato de cloral. Resulta obvio que era una persona difícil de drogar. Véase el informe sobre el gas en el dentista. La copa de vino que se halló olía a cloroformo por debajo del brandy. El frasco de cloroformo no se encontró. Según Adelaide, había estado sobre la chimenea. La casa no fue registrada y Adelaide tampoco. Adelaide tuvo oportunidad de esconder lo que quedaba del cloroformo. Después admitió haberlo tirado. Hay tres argumentos principales contra su culpabilidad: 1) los cuidados que le brindaba a su marido parecían genuinos y dan cuenta de una buena medida de sacrificio; 2) promovió una autopsia urgente y ella misma propuso la posibilidad de que él hubiera bebido el cloroformo; 3) la dificultad de envenenar a Edwin con ese método era enorme de acuerdo con el testimonio médico, y no hay antecedentes de un crimen usando ese medio. Pero suponiendo su culpa, el primer argumento se cae. ¿Qué otra cosa esperar? ¿Cómo actúa un envenenador? En cuanto al segundo argumento, no hay motivo para suponer, como hizo el juez, que ella supiera que una demora en la autopsia actuaría en su favor. El argumento podría volverse en su contra, si se recuerda que los criminales suelen excederse en su ansiedad por que se investigue. Él no murió por comer conserva de liebre. Habría una investigación. Sabiendo eso, y habiéndolo asesinado, ¿qué mejor modo de parecer inocente? Nada mejor que lo que hizo ella. El juez descartó el tercer argumento. Si ella lo asesinó, lo hizo con un método que tenía una probabilidad contra veinte de éxito. Pero ella no lo sabía. A ella pudo parecerle fácil.
El insomnio me hace reír. Yo he tenido insomnio, y bastante grave. No comía cenas copiosas de liebre en conserva. Ni ostras ni tarta. No quería bacalao en el desayuno, ni en tanta cantidad, ni con tanta ansiedad como para levantarme una hora antes para empezar a comer. Creo que ese tipo era un neurótico del insomnio. Es decir, si no se sentía fresco como una margarita por las mañanas, decía que no había dormido más de veinte minutos la noche anterior. Pero no creo que su insomnio fuera grave, no puedo creer que lo desesperara al punto de tomar él mismo el cloroformo, aun cuando su sabor desagradable no es un argumento concluyente, porque antes la gente tomaba aceite de ricino. Apretándose la nariz, uno puede tragar casi cualquier cosa sin sentirle el gusto. Pero hay que creer que ese tipo estaba desesperado por el insomnio, y aun así tenía muy buen apetito. Es muy cierto que el cloroformo quema. Pero si se ha olido lo suficiente como para marearse, los sentidos quedan embotados. Aparte del asesinato, esta parece la única otra posibilidad. Y no es muy convincente.
Suponiendo la culpa de Adelaide, su conducta con el frasco se deberá enteramente al deseo de proteger a Dyson, porque si admite la posesión del cloroformo, tiene que decir cómo lo consiguió. Si está dispuesta a hacerlo, lo mejor es dejar el frasco donde estaba y afirmar el insomnio y el intento desesperado de Edwin de curarlo. El doctor Leach, el imbécil, seguramente la respaldará. Parte del historial clínico está en su favor (pero no la liebre en conserva). Es un bonito enigma. Ella le hace oler suficiente cloroformo para casi dormirlo, aunque no del todo, y después le da una generosa copa en circunstancias en que él no sabe exactamente qué está bebiendo y acepta tan solo por la confianza, y traga el cloroformo, que lo mata. Los médicos dicen que si hubiera estado del todo inconsciente, no lo habría tragado, porque los músculos para tragar no habrían estado funcionando. Pero también parecen pensar que si él se lo hubiera tragado estando consciente, lo habría vomitado. Lo que quieren decir en realidad es que eso es lo que habrían hecho ellos, o usted, o yo. Edwin es un tanto diferente de nosotros. A Edwin se le puede hacer tragar cualquier cosa, y lo único que quiere es levantarse una hora antes a la mañana siguiente y empezar a comer más. Pienso que el hombre tenía el estómago de una cabra. Pienso que podía digerir serrín, latas viejas, limaduras de hierro y cuero de zapatos. Pienso que podría tomar cloroformo como usted o yo tomamos zumo de naranja. De todos modos, no tiene sentido decir que no podría retenerlo en el estómago, porque lo retuvo; de modo que el único argumento real es el de la dificultad de hacérselo pasar por la garganta. Y en el caso de Edwin no me parece un argumento muy fuerte. Probablemente creyó que estaba tomando ginger ale.
Yo no diría que encontré a Priestley falto de tacto, y por cierto que no tuve ninguna pelea con él. Representa muy bien el papel de nativo malhablado de Yorkshire. Fue muy agradable conmigo y se esmeró por quedar bien. Es brusco, enérgico, versátil y en cierto modo muy profesional; esto es, todo lo que le pasa por delante será material, y la mayor parte del material será usado de manera más bien rápida y superficial. Su filosofía social es un poco demasiado rígida para mi gusto y está un poco demasiado condicionada por el hecho de que a él le resulta imposible encontrar algo bueno en alguien que haya ganado mucho dinero (salvo que lo haya ganado escribiendo, por supuesto), cualquiera que tenga un acento de escuela cara o una postura militar; en suma, cualquiera que tenga el acento o los modales por encima del nivel de la clase media baja. Creo que eso debe de ser un gran impedimento para él, porque en su mundo un caballero con propiedades es automáticamente un villano. Es un punto de vista más bien limitante, y yo diría que Priestley es un hombre más bien limitado ... Por supuesto, a mí no me gusta el socialismo, aunque en todas partes es inevitable una forma modificada de socialismo. Pienso que un hato de burócratas puede abusar del poder del dinero con tanta rudeza como un hato de banqueros de Wall Street, y lo harán con mucha menos competencia. El socialismo hasta ahora ha vivido mayormente de la riqueza de la clase a la que está tratando de empobrecer. ¿Qué pasará cuando toda esa riqueza se termine?
El Comité Kefauver había sido creado por el gobierno de Washington para investigar el crimen organizado.
No sé si usted tendrá un televisor, o si, teniéndolo, habrá visto filmaciones de las audiencias del Comité Kefauver. Yo vi parte de las realizadas en Los Ángeles y las encontré fascinantes. Obviamente, un escritor de novelas policíacas jamás podría soñar algo más fantástico que lo que sucede realmente en el imperio de rufianes que infesta este país. El mismo Kefauver vale el coste de la entrada: un tipo corpulento y vigoroso con modales de absoluta serenidad e infalible cortesía con el testigo, sin rastros de acento sureño. Ni siquiera fue sarcástico. No obstante, puso a esos testigos gángsteres muy nerviosos, mucho más nerviosos, me parece, que si se hubiera mostrado duro con ellos. Hasta cuando mostraba una prueba documental que desenmascaraba las mentiras que le habían estado diciendo no lo hacía con aire de dar un golpe, sino de un modo distraído, como si en realidad no importara lo que ellos dijeran, porque en algún otro lugar ya se había decidido lo que se haría con todos ellos. Espero que así sea, aunque es bastante obvio que bajo nuestras leyes actuales lo único que se podría probar contra esos sujetos es la evasión de impuestos. Hubo una sesión especialmente fascinante en la que un ex sheriff del condado de San Bernardino describió una visita al lago Big Bear en las montañas, donde había oído a dos mujeres quejarse por pérdidas de juego de sus maridos, y descubrió dónde estaba el garito, y fue allá. Dijo que había ciento cincuenta personas en el lugar, dos ruletas operando, al menos una mesa de dados y numerosas máquinas tragaperras. Dio unas vueltas, identificó a los clientes y el personal, después entró en conversación con alguien y descubrió que el local era propiedad de un hombre llamado Gentry, que era el presidente del Gran Jurado. Arrestó a todos los jugadores, confiscó todo el equipo, al parecer sin encontrar ninguna oposición, aunque estaba solo y no era joven, llevó a los jugadores frente al juez de paz, donde se declararon culpables y pagaron multas. A continuación le abordan unos emisarios del señor Gentry ofreciéndole dinero a cambio de la devolución del equipo. Kefauver llamó entonces al estrado al señor Gentry, el ex presidente del Gran Jurado. El señor Gentry dijo: a) que nunca había sido dueño de ningún equipo de juego y en consecuencia nunca había enviado a nadie a tratar de comprárselo al sheriff; b) que nunca había sido dueño de esa casa en el valle Big Bear, aunque en una ocasión había tenido una hipoteca de veintiséis mil dólares sobre ella; c) que nunca había vivido en ella; d) que la casa consistía en una sala más bien pequeña, un dormitorio, una cocinita y un baño, y que si entraran quince personas en ella, las paredes se hincharían. El senador Kefauver sonrió con amabilidad, le dio las gracias, y lo dejó todo ahí.
Hace unos años vino a verme un publicista, con el rostro iluminado por un sentimiento de triunfo, y me dijo que había «arreglado» que yo reemplazara como columnista invitado de un periódico a una señora que estaba de vacaciones. Parecía pensar que yo debía de ruborizarme del placer, y se molestó mucho cuando le di un puntapié en la entrepierna y le vacié un frasco de tinta roja por el cuello de la camisa.
Recibí una nota amistosa de Priestley, impecablemente mecanografiada en un papel con membrete de Gracie Fields. Oí que Gracie renuncia a California y se va a vivir a Capri. Sus sentimientos sobre Los Ángeles se parecen mucho a los míos: se ha vuelto un sitio grotesco e imposible para los seres humanos. Priestley me dejó una idea incómoda y probablemente exagerada, pero es una idea en la que él parece creer de manera implícita. Piensa que el mundo del espectáculo en Inglaterra, y el mundo literario también, al menos desde el lado crítico (teatro, cine, radio, televisión, periodismo, etcétera), está completamente dominado por homosexuales y que un buen cincuenta por ciento de la gente activa en ese ámbito es homosexual; incluyendo, dice, a casi todos los críticos literarios ... También calificó de maricas a varios distinguidos escritores, de los que yo nunca habría pensado en esos términos. Y cuando le dije: «Bueno, si hay tantos, ¿por qué nadie escribe una novela realmente buena sobre el asunto?», mencionó el nombre de un muy distinguido novelista, un caso notorio según él, y dijo que había pasado sin publicar nada varios años, durante los cuales había escrito una larga novela sobre la homosexualidad vista desde dentro por un experto, pero que nadie quería publicarla. Bien, bien. Son pensamientos peligrosos de implantar en una mente joven e impresionable como la mía. Ahora, cada vez que leo a uno de esos críticos elegantes y perspicaces me digo: «Bueno, ¿lo es o no lo es?». Y por Dios, tres de cada cuatro veces empiezo a pensar que lo es. El Saturday Review of Literature publicó un artículo hace un par de semanas sobre una docena de novelistas de 1950 nuevos y prometedores, junto con sus fotografías. Había solo tres que, por sus fisonomías, yo declararía definitivamente machos. A partir de ahora los buscaré debajo de la cama como una solterona busca ladrones. Quizá debería escribir un artículo para el Atlantic sobre el tema. Lo titularía: «Usted también puede ser un marica»; o quizá simplemente «Homo sapiens».
Ambler es el escritor británico de novelas policíacas Eric Ambler, y el libro al que se hace referencia es Judgement on Deltchev.
Yo diría que Ambler ha descendido dos peldaños y que ha sucumbido a un peligro que aflige a todos los intelectuales que intentan trabajar con material de suspense. Yo tengo que combatirlo todo el tiempo. No es fácil mantener los personajes y la historia operando a un nivel en que sea comprensible para el público semialfabetizado y al mismo tiempo dar algunas sugerencias intelectuales y artísticas que ese público no busca ni pide ni reconoce, pero que de algún modo, inconscientemente, acepta y aprecia. Mi teoría siempre ha sido que el público aceptará el estilo siempre que uno no lo llame estilo, ya sea con palabras, ya sea dando un paso atrás para admirarlo.
Me parece que hay una gran diferencia entre bajar al nivel del público (algo que siempre sale mal al fin) y hacer lo que uno quiere hacer en una forma que el público haya aprendido a aceptar. No es tanto que Ambler se ponga demasiado intelectual en esta historia, como que deja traslucir que se está poniendo intelectual. Ese parece ser el error fatal, aunque a mí el libro me gustó, así como no me gustó especialmente el libro de Helen MacInnes Neither Five Nor Three. Esta autora me fastidia manejando problemas muy complicados con una especie de método improvisado, como una colegiala analizando a Proust. No es posible burlarse del comunismo como de una mera conspiración delictiva. Es preciso justificar su atractivo intelectual para algunas mentes muy brillantes, y, sin embargo, destruirlo. Supongo que los escritores ganadores son los que pueden escribir mejor que sus lectores sin pensar mejor que ellos.
Muy amable de su parte por interesarse en datos de la vida de Philip Marlowe. La fecha de su nacimiento es incierta. Creo que en alguna parte dijo que tenía treinta y ocho años, pero eso fue hace mucho, y hoy no es mayor. Eso es algo que usted tendrá que aceptar. No nació en una ciudad del Medio Oeste sino en un pueblo de California llamado Santa Rosa, que, como verá en el mapa, queda unos ochenta kilómetros al norte de San Francisco. Santa Rosa es famoso como el lugar natal de Luther Burbank, un horticultor de frutas y verduras de considerable renombre antaño. Quizá es menos conocido como el escenario de la película de Hitchcock Shadow of a Doubt, que en su mayor parte fue rodada en Santa Rosa. Marlowe nunca ha hablado de sus padres, y al parecer no tiene parientes vivos. Eso podría ser remediado si fuera necesario. Estuvo un par de años en la universidad, no sé si en la Universidad de Oregón en Eugene, o en la estatal de Oregón en Corvallis, Oregón. No sé por qué vino al sur de California, salvo que es algo que con el tiempo hace la mayoría de la gente, aunque no todos se quedan. Parece haber tenido alguna experiencia como investigador de una compañía de seguros y después como investigador del fiscal de distrito del condado de Los Ángeles. Eso no necesariamente lo vuelve un funcionario de policía ni le da el derecho de hacer un arresto. Las circunstancias en las que perdió ese trabajo las conozco bien pero no puedo entrar en detalles. Usted tendrá que contentarse con la información de que se puso un poco demasiado eficaz en un momento y un lugar en que la eficacia era la última cosa deseada por las personas al mando. Mide poco más de un metro ochenta y pesa alrededor de setenta y cinco kilos. Tiene el cabello castaño oscuro, los ojos castaños, y la expresión «pasablemente apuesto» no lo dejaría para nada satisfecho. No creo que parezca duro. Puede ser duro. Si yo hubiera tenido alguna vez la oportunidad de elegir el actor de cine que mejor podría representarlo, según mi imagen mental de él, creo que habría elegido a Cary Grant. Creo que se viste tan bien como cabe esperar. Obviamente, no tiene mucho dinero para gastar en ropa, o en cualquier otra cosa. Las gafas oscuras no lo individualizan. Prácticamente todo el mundo en el sur de California usa gafas oscuras en algún momento. Cuando usted dice que Marlowe usa pijamas hasta en verano, no lo entiendo. ¿Quién no? ¿Usted había pensado que usaba camisón? ¿O se refiere a que podría dormir desnudo en tiempo caluroso? Lo último es posible, aunque el clima que tenemos aquí rara vez es caluroso de noche. Tiene mucha razón respecto a su hábito de fumar, aunque no creo que insista en los Camel. Casi cualquier clase de cigarrillo lo satisfará. El uso de pitilleras no es tan común aquí como en Inglaterra. Definitivamente, no usa carteritas de fósforos, que son siempre fósforos de seguridad. Usa o bien fósforos grandes de madera, que llamamos fósforos de cocina, o los pequeños del mismo tipo que vienen en cajitas y que pueden encenderse en cualquier parte, incluyendo la uña del pulgar si el clima es seco. En el desierto o las montañas es muy fácil encender un fósforo con la uña del pulgar, pero la humedad en Los Ángeles es muy alta. Los hábitos de bebida de Marlowe son en buena medida los que usted enumera. Aunque no creo que prefiera el whisky de centeno al bourbon. Puede beber prácticamente cualquier cosa que no sea dulce. Ciertos combinados, como pink ladies, cócteles honolulu y crema de menta servido en highballs, los consideraría un insulto. Sí, hace buen café. Cualquiera puede hacer buen café en este país, aunque parezca casi imposible en Inglaterra. Al café le pone crema y azúcar, no leche. También lo toma negro sin azúcar. Se prepara el desayuno, que es simple, pero no las otras comidas. Se levanta tarde por inclinación, pero en ocasiones se levanta temprano por necesidad. ¿No es como todos nosotros? Yo no diría que su capacidad en ajedrez esté al nivel de los torneos. No sé de dónde sacó ese librito de partidas de ajedrez publicado en Leipzig, pero le gusta porque prefiere el método europeo de notación. Tampoco sé si juega a los naipes. Se me ha olvidado ese punto. ¿Qué quiere decir «moderadamente aficionado a los animales»? Si uno vive en un apartamento, la moderación es lo máximo a que se puede llegar. Me parece que usted tiene una inclinación a interpretar cualquier observación casual como indicación de un gusto definido. En cuanto a que su interés en las mujeres es «francamente carnal», son palabras suyas, no mías.
Marlowe no puede reconocer un acento de Bryn Mawr porque no existe tal cosa. Todo lo que implica esa expresión es un modo pomposo de hablar. Dudo mucho de que pueda reconocer las antigüedades genuinas de las falsificadas. Y también me permito dudar de que muchos expertos puedan distinguirlas si la falsificación es buena. Paso por alto el mobiliario eduardiano y el arte prerrafaelita. No sé de dónde saca usted sus datos. Yo no diría que el conocimiento que tiene Marlowe de perfumes se termine en el Chanel n.º 5. Eso también es solo un símbolo de algo que es caro y al mismo tiempo razonablemente discreto. Le gustan todos los perfumes ligeramente acres, pero no los de tipo empalagoso o demasiado especiados. Es, como usted puede haber notado, una persona ligeramente acre. Por supuesto, sabe lo que es la Sorbona, y también sabe dónde está. Por supuesto que sabe cuál es la diferencia entre un tango y una rumba, y también entre una conga y una samba, y sabe la diferencia que hay entre una samba y un mambo, aunque no cree que el mambo pueda dar alcance a un caballo al galope. Dudo que conozca el nuevo baile llamado mambo, porque parece ser algo de reciente descubrimiento o desarrollo.
Ahora, veamos, ¿adónde nos lleva todo esto? Aficionado bastante constante al cine, dice usted, no le gustan los musicales. Acertó. Puede ser admirador de Orson Welles. Es posible, especialmente cuando a Orson lo dirige otro. Los gustos de lectura y música de Marlowe son tan misteriosos para mí como para usted, y si tratara de improvisar, me temo que los confundiría con mis propios gustos. Si me pregunta por qué es detective privado, no puedo responderle. Obviamente, hay momentos en que desearía no serlo, del mismo modo que hay momentos en que yo desearía ser casi cualquier cosa menos escritor. El detective privado de ficción es una creación fantástica que actúa y habla como un hombre real. Puede ser completamente realista en todos los sentidos salvo uno, y este es que en la vida tal como la conocemos un hombre así no sería detective privado. Las cosas que le suceden podrían sucederle, pero le sucederían como resultado de una peculiar conjunción de azares. Al convertirlo en detective privado se salta por encima de la necesidad de justificar sus aventuras.
Dónde vive: en El sueño eterno y algunos cuentos anteriores vivía aparentemente en un apartamento de soltero con una cama plegable, de las que se levantan contra la pared y tienen un espejo en la parte de abajo. Después se mudó a un apartamento semejante al ocupado por un personaje llamado Joe Brody en El sueño eterno. Puede haber sido el mismo apartamento; puede haberlo conseguido barato porque se había cometido un asesinato en él. Creo, pero no estoy seguro, que ese apartamento está en un cuarto piso. Consiste en una sala en la que se entra directamente del pasillo; y frente a la entrada hay unas puertas acristaladas que dan a un balcón ornamental, que es más para mirar desde abajo que para sentarse en él. En la pared de la derecha, en el pasillo, hay una puerta que lleva a un vestíbulo interior. Una vez pasado el vestíbulo, en la pared de la izquierda, está ese escritorio abatible de roble, un sillón, etcétera; más allá, un arco da al comedor y la cocina. El comedor, o dinette, como se lo llama en los apartamentos estadounidenses, o al menos en los de California, es simplemente un espacio separado de la cocina propiamente dicha por un arco o una alacena. Es muy pequeño, y la cocina también es muy pequeña. Al entrar en el vestíbulo desde la sala, a la derecha está la puerta del baño, y siguiendo está el dormitorio. El dormitorio contiene un armario empotrado. El baño en un edificio de ese tipo tiene una ducha en la bañera y una cortina. Ninguno de los cuartos es muy grande. El alquiler del apartamento, amueblado, sería de unos sesenta dólares mensuales cuando se mudó Marlowe. Solo Dios sabe de cuánto será ahora. Tiemblo solo de pensarlo. Supongo que no menos de noventa dólares al mes, probablemente más.
En cuanto a la oficina de Marlowe, tendría que echarle otra ojeada para refrescar la memoria. Me parece que está en el sexto piso de un edificio que da al norte, y que la ventana de su oficina da al este. Pero no estoy seguro. Como usted dice, hay una recepción que es una media oficina, quizá la mitad del espacio de una oficina de rincón, convertida en dos recepciones con entradas separadas y puertas de comunicación a derecha e izquierda respectivamente. Marlowe tiene una oficina privada que se comunica con su recepción, y hay una conexión que hace sonar un timbre en su oficina privada cada vez que se abre la puerta de la recepción. Pero ese timbre puede desconectarse con un interruptor. No tiene, y nunca ha tenido, secretaria. Podría suscribirse con toda facilidad a un servicio de contestador telefónico, pero no recuerdo haberlo mencionado en ninguna parte. Y no recuerdo que su escritorio tenga un vidrio encima, pero puedo haberlo dicho. La botella de la oficina se guarda en el cajón de archivo del escritorio; ese cajón, habitual en los escritorios de oficina estadounidenses (quizá también en Inglaterra), tiene la profundidad de dos cajones corrientes, y está hecho para contener carpetas de archivo, pero es raro que sirva para esa función, porque la mayoría guarda sus carpetas en archivos. Me da la impresión de que algunos de esos detalles fluctúan bastante. Sus pistolas también han variado. Empezó con una Lüger alemana automática. Parece haber tenido automáticas Colt de diversos calibres, pero no más del 38, y lo último que supe fue que tenía una Smith & Wesson 38 especial, probablemente con un cañón de 92 cm. Se trata de un arma muy poderosa, aunque no la más poderosa que se fabrica, y tiene la ventaja respecto a una automática de usar cartuchos de plomo. No se atasca ni se dispara por accidente, aun si cae sobre una superficie dura, y probablemente es tan efectiva a corto alcance como una automática calibre 45. Sería mejor con un cañón de 38 mm, pero eso la haría demasiado incómoda de cargar. Ya un cañón de 92 mm no es muy cómodo, y los detectives de la policía por lo general llevan pistolas de apenas 57 mm de cañón. Esto es más o menos todo lo que tengo para usted, pero si hay algo más que quiera saber, por favor, vuelva a escribirme. El problema es que en realidad usted parece saber mucho más sobre Philip Marlowe que yo, y quizá yo tendría que hacerle las preguntas a usted, en lugar de usted a mí.
Juanita Messick era la secretaria de Chandler. Leona era la criada de Chandler en La Jolla.
La oficina estará cerrada jueves y viernes. El viernes usted debería ir a la iglesia durante tres horas. El jueves tendrá que hacer lo que le diga la conciencia, si tiene. Leona no estará en casa desde el miércoles a la noche hasta el lunes siguiente, pero no se le pagará ese asueto. No sé qué tontería alegó de que su hijo se casa. Supongo que las monjas le han dicho que será la desposada de Cristo. ¿A los católicos los confirman a los ocho años? Yo creía que ustedes tenían alguna idea de qué se trataba todo el asunto. A mí me confirmó el obispo de Worcester. El obispo tenía barba.
Sol Siegal era un ejecutivo de los estudios Twentieth Century Fox.
Hay dos clases de guionistas. Están los técnicos aptos, que saben cómo trabajar con el medio y cómo subordinarse al uso que hará el director de la cámara y los actores. Su trabajo es acabado, eficaz y del todo anónimo. Nada de lo que hacen lleva el sello de la individualidad. Después está el escritor cuyo toque personal debe poder transparentarse, porque su toque personal es lo que lo hace escritor. Obviamente, un escritor de ese tipo nunca debería trabajar para un director como Hitchcock, porque en una película de Hitchcock no debe haber nada que el propio Hitchcock no haya podido escribir. No se trata solo de cómo usa Hitchcock la cámara y los actores; lo que importa es que en sus películas no debe haber nada que esté más allá de su alcance. Con el tiempo llegará a haber un tipo de director que comprenda que lo que se dice, y cómo se dice, es más importante que filmar cabeza abajo a través de una copa de champán.
Priestley estuvo en La Jolla hace un par de meses y tuvo la amabilidad de decirme que yo escribo bien, y que debería escribir una novela normal. Por supuesto, he oído esto antes de otras bocas. Si uno escribe bien, no debería estar escribiendo novelas policíacas. Las novelas policíacas deberían escribirlas solo los que no saben escribir. Lo considero una propaganda maligna de la banda de Edmund Wilson.
Obviamente, no puede esperarse que la ficción policíaca sea otra cosa que subliteratura, para usar el término de Edmund Wilson, si uno insiste en exterminar de ese campo todo lo que muestre alguna pretensión de habilidad o imaginación.
Es interesante observar que Charles Morton había escrito a Chandler, en una carta fechada el 24 de enero de 1945, sobre un incidente con Edmund Wilson: «Una vez publicamos un artículo de Wilson sobre un poeta ruso, según él uno de los poetas más maravillosos del mundo, pero el inconveniente era que ese poeta nunca había sido traducido al inglés. Wilson nos aseguró que se había quemado las cejas estudiando ruso. En tal capacidad, era único entre nuestros conocidos y colaboradores. Al ser el único que había oído hablar de ese poeta, era naturalmente el único que lo había leído, y por algún motivo lo dejamos seguir adelante con el asunto. Pero se nos despertó cierta curiosidad por ese poeta, y encontramos a un ruso que nos tradujo algo de él. Todos estuvimos de acuerdo en que era atroz».
El libro al que se refiere es una recopilación de artículos periodísticos de Charles Morton.
Usted me ha enviado una enorme cantidad de pruebas de un libro supuestamente de Charles W. Morton. Su apuro es desesperado. Está deteniendo la impresión de la cubierta por si acaso yo me pongo histérico y digo que el señor Morton es el más grande humorista estadounidense desde Hoover. Así que se supone que yo debo dejarlo todo, incluyendo el lavado de ropa de la semana, y el planchado, además de los débiles intentos que hago por ganarme la vida, y dedicarme a su noble propósito. Es probable que usted haya estado demorándose con este libro durante seis meses, hasta que alguien encendió fuego bajo su silla, y ahora está subiéndose a las paredes aullando como un tenor tirolés, porque, cito, «las cubiertas deben ir a la imprenta sin falta la semana que viene, así que asegúrese de enviar su comentario por el modo más rápido». Yo conozco a los editores. Me envían las pruebas por correo aéreo urgente, y yo me paso toda la noche corrigiéndolas y las envío por el mismo sistema, y lo siguiente que sé del editor es que está profundamente dormido en una playa privada en Bermuda ... Quizá lea estas pruebas y quizá no. Quizá en lugar de ponerme a leerlas salga a cortar el césped.
No le estaba escribiendo a usted sino a un hombre llamado Dana, de Lippincott. Evidentemente, en el último momento alguien con un nombre importante murió o lo encarcelaron por antipático, así que tuvo que cavar en busca de un sustituto; me divertí un poco a su costa, sin ninguna mala intención. En secreto, por supuesto, me encantó que cayera sobre mí en un momento en que no tenía tiempo para pensar, porque odio todo el maldito negocio. El momento adecuado de elogiar a un escritor es después de que su libro se haya publicado, y el lugar donde hacerlo es alguna otra publicación. Usted debe saber bien que hay prácticamente un ejército de mercaderes del engreimiento en su territorio que aceptarán firmar algo en cualquier parte, incluido el Almanaque Mundial, con tal de que aparezca su nombre. Unos pocos nombres reaparecen con tan monótona regularidad que solo el hecho de su éxito reconocido como escritores nos impide pensar que es el modo en que se ganan el alimento. De hecho, sé que a veces se paga, porque mi agente de Hollywood una vez me llamó desde Nueva York y me hizo una cautelosa propuesta al respecto ... En Inglaterra, llevan tan lejos este asunto de las citas, aunque no tanto antes de la publicación, que ha perdido todo sentido. La moneda del elogio se ha devaluado tanto que no queda nada que decir sobre un libro realmente bueno. Todo ha sido dicho ya sobre material de segundo, tercero y cuarto orden que aparece, circula fugazmente y es olvidado. No obstante, a veces sucede que uno siente una especie de compulsión moral a elogiar y hacerse oír por todo el mundo, pero entonces ¿lo hará a través de un departamento de promoción? Espero que no.
Muchas gracias por su retrato autografiado con su traje bueno. Es una bonita imagen. Luce ejecutivo como el diablo. Parece como si hubiera estado diciéndole al jefe de control de producción que si no puede mantener en marcha el programa número BF 7139X21, usted se encargará de poner en su lugar a alguien que sí pueda.
Dannay era codirector de la revista Ellery Queen, y había escrito a Chandler pidiéndole una respuesta a una encuesta que hacía la revista sobre los diez mejores autores de novelas policíacas vivos.
Mi lista, si la hiciera, probablemente dejaría fuera algunos de los nombres que aparecerán inevitablemente en la lista de ustedes ... Me han gustado historias muy pedestres porque no eran pretenciosas y porque sus enigmas estaban enraizados en hechos y no en falsas motivaciones inventadas con el solo fin de intrigar al lector. Supongo que el atractivo del libro pedestre es su calidad documental y esto, si es auténtico, resulta muy raro, y cualquier intento de aderezarlo con glamour hace que se me revuelva el estómago por completo. Pienso que se encuentra usted frente a un problema difícil, porque podemos dar por sentado que un aficionado preferirá leer una mala novela policíaca antes que no leer nada. De modo que tenderá usted a darle algún peso a la cantidad de producción, y estrictamente hablando la cantidad de producción no significa absolutamente nada. Un escritor se revela en una sola página, a veces en un solo párrafo. Un no escritor puede llenar todo un estante, puede alcanzar una especie de fama, en ocasiones puede inventar una trama que lo hará parecer un poco mejor de lo que es en realidad, pero al fin se desvanece y es nada.
Chandler habla sobre la novela en la que está trabajando, El largo adiós.
El problema con mi libro es que escribí la mitad en tercera persona antes de comprender que no tengo absolutamente ningún interés en el personaje principal. Es apenas un nombre; así que me temo que tendré que empezar todo de nuevo y darle la palabra al señor Marlowe, como resultado de lo cual perderé muchas buenas escenas porque tienen lugar fuera de la vista del personaje principal. Empieza a parecer como si estuviera atado a ese sujeto de por vida. Simplemente, no puedo funcionar sin él.
Chandler acababa de ver la versión cinematográfica de Strangers on a Train.
No tiene agallas ni verosimilitud ni personajes ni diálogo. Pero, por supuesto, es Hitchcock, y una película de Hitchcock siempre tiene algo.
Chandler preparó la lista de parte de su equipamiento de oficina así como del mobiliario posterior a la etapa en Hollywood de los Chandler.
EQUIPO
Audímetro
Dictáfono
Transcriptor
Palanca de retorno de máquina de escribir
Micrófono de mano
Audífono
Cenicero
Máquina de escribir Remington
Máquina de escribir Underwood
Corona portátil
TV Dumont
Radio Zenith
MUEBLES
1 sofá dorado
1 sofá dorado oxidado
Sillas cromadas
Steinway de cola
Lámparas de boudoir
Chaise longue
Tuve un par de encuentros muy agradables con Syd Perelman cuando estuvo aquí, enviado por algún medio periodístico, presumiblemente el Holiday. Es un tipo de lo más agradable, fácil de tratar, sincero y sin vanidad. Mientras Priestley empleó el cincuenta por ciento de su tiempo y energía en hacerme comprender qué bueno es, Perelman no le dedicó ni dos minutos al tema. ¿Dije dos minutos? No le dedicó ni diez segundos. Actúa como si no le importara, y no creo que sea fingido.
Estimado señor Hines:
De vez en cuando recibo una carta certificada. A veces en mi apartado de correos, que es mi dirección de entrega, y a veces en mi casa. Quienquiera que se encargue de eso, últimamente ha desarrollado el hábito de llegar a las siete y media de la mañana y se anuncia golpeando la puerta principal, despertando a mi esposa de un sueño que necesita. No critico al hombre en absoluto, dado que probablemente lo impulsa un vigoroso sentido del deber. Pero querría, con toda cortesía y amistad, señalar lo siguiente: en primer lugar, que una carta certificada rara vez es tan urgente; algo realmente urgente vendría por telegrama o teléfono; y segundo, hay un buzón de correo en la puerta lateral a nivel del suelo, y echar la carta por ese buzón sería mi idea de un buen trabajo cumplido con tacto y consideración. Si eso resultara imposible de cumplir, o violara alguna regla de la oficina de Correos, entonces exijo que las cartas certificadas sean depositadas en mi apartado de correos, la número 128, lo mismo que el resto del correo. En mi caso, al menos, una carta certificada no requiere un tratamiento de luz roja y sirena. Cuando se construyó esta casa el buzón de correo se puso en la puerta lateral a propósito, de modo que el cartero no tuviera que subir ningún escalón. Por lo general, quien entrega el correo certificado no lo sabe, así que sube los escalones de la puerta principal, no encuentra buzón de correo, y tiene un ataque de furia.
Suyo muy sinceramente,
RAYMOND CHANDLER
Perelman estaba pensando en mudarse a la costa Oeste de Estados Unidos con su familia, desde Florida.
Si sigue interesado en Rancho Santa Fe, y no se ha olvidado de todo sobre él a estas alturas, no hay objeciones para que usted críe ahí pájaros tropicales y algunos animales tropicales, siempre que los mantenga lejos de la calle principal y del comedor de la posada Rancho Santa Fe. Rancho Santa Fe es parte del distrito de la secundaria San Dieguito ... No sé nada sobre el nivel académico de esa escuela, si es que tiene. He oído que las secundarias de California van de lo descompuesto a lo putrefacto, y yo tengo un pariente, afortunadamente lejano, que se graduó en la secundaria Fairfax en Los Ángeles sin haber terminado de aprender el alfabeto. En cuanto a las escuelas de La Jolla, que podrían ser representativas de esta parte del estado, el único comentario auténtico que he oído provino de alguien que vivía enfrente de la casa de mi cuñada. Esa persona tiene cuatro hijos y está pensando en volver a Kansas, donde habría alguna posibilidad de que se educaran. Al parecer, aquí solo reciben las notas más altas, aunque no saben nada y no hacen nada. Lo encuentra muy sospechoso, sobre todo porque antes de venir a California los niños hacían algo y no sacaban buenas notas.
Perelman respondió a Chandler unos días después: «Estoy en un hotel de plástico desde el que tengo vista a otro hotel de plástico que a su vez tiene vista a la corriente del Golfo, pero usted es el único hombre en Estados Unidos (o en el mundo) que podría transmitir el encanto sórdido del establecimiento. Son más o menos las tres de la tarde, el sol cae con furia y no hay más sonido que el ocasional aleteo de la ropa tendida, y el agua del inodoro de la cabina siguiente ... Una serie de trabajos urgentes me ha tenido en vilo desde hace unas seis semanas, y anteayer vine a encerrarme aquí para terminar un artículo. Los cuatro o cinco días anteriores los pasé dando vueltas por Miami Beach y puntos inmediatamente al norte, y es un paisaje deprimente, también. En realidad, fui a una fiesta (ya ve a lo que tengo que someterme para conseguir trabajo) en el salón Peekaboo del hotel Broadripple, conjunción de sílabas en la que no habría creído si me la hubieran contado. Creo que tendrá que admitir que me cuesta ganar dinero».
Chandler había llevado a Cissy de vacaciones para que se recuperara en un «rancho de recreo».
No sé si ha estado usted alguna vez en un rancho de recreo. Yo nunca había estado en uno. Este se llama Alisal, que en español significa un bosque de alisos, según la publicidad. Es una pequeña parte de una finca ganadera de diez mil acres, una de las pocas concesiones españolas de terreno en California, originalmente hecha a la familia Carrillo, que siguen intactas. Tiene un clima fantástico, al menos en esta época del año. Está situado en un valle tierra adentro, el valle Santa Ynez, al norte de Santa Bárbara, y es casi tan seco como un desierto, muy caluroso de día, muy fresco por la mañana, el atardecer y la noche. Supongo que debe de ser bastante horrible en verano. Encontramos el sitio muy divertido y a la vez sumamente aburrido, caro, con mala atención, aunque bien construido, con lo habitual: piscina, pistas de tenis, etcétera. La clase de lugar donde la gente que trabaja en la administración usa botas de montar y donde las camareras sirven el desayuno en Levi’s con tachuelas de cobre, el almuerzo en pantalones de montar con camisas y pañuelos chillones, y a la noche usan vestidos de cóctel o más pantalones de montar y más camisas y pañuelos chillones. El pañuelo ideal parece ser muy estrecho, no más ancho que un cordón de zapato, pasado por un anillo en el frente y colgando a un lado de la blusa. No pregunté por qué; no llegué a conocer a nadie lo bastante bien. Los hombres también usan camisas chillonas, que se cambian constantemente por otras con distintos dibujos, todos salvo los verdaderos jinetes, que usan camisas más bien pesadas de lana o lana y nailon, con mangas largas, con una costura en la espalda, la clase de prenda que solo puede comprarse en un pueblo de jinetes. Supongo que el lugar es la mar de divertido para cierta clase de gente, la clase de los que van a cabalgar por la mañana, a nadar o jugar al tenis por la tarde, después toman dos o tres copas en el bar, y para cuando llegan a la cena pueden mostrarse muy entusiastas con los platos más bien mediocres y demasiado grasosos. Para nosotros, que estábamos cansados y nerviosos, y por lo tanto demasiado melindrosos, el lugar fue una condena. Pero fue divertido ver todo un ejército de perdices caminando sin temor entre las cabañas por la tarde, y ver unos pájaros parecidos a cuervos, que nunca habíamos visto en ninguna otra parte, ni siquiera en las montañas.
Espero tener un libro en 1952, lo espero con impaciencia. Pero, maldito sea tengo enormes problemas para avanzar. El viejo impulso ya no existe. Estoy agotado por la preocupación que me causa mi esposa. Ha perdido muchas facultades en los últimos dos años. Cuando me pongo a trabajar ya estoy cansado y desalentado. Me despierto por la noche con pensamientos terribles. Cissy tiene una tos constante que solo puede calmarse con drogas, y las drogas destruyen su vitalidad. No es tuberculosis ni nada canceroso, pero me temo que es crónico y que solo puede empeorar. No tiene fuerzas, y al ser de carácter enérgico y una gran luchadora, se resiste hasta el punto del agotamiento. Temo, y estoy seguro de que ella teme también, aunque tratamos de no hablar del tema, un lento descenso hacia la invalidez. Y lo que puede suceder entonces, francamente, no lo sé.
Inglis había escrito a Chandler. En un punto de su carta especulaba que, para un psicólogo, Philip Marlowe podía parecer emocionalmente inmaduro.
Me temo que no puedo discutir su concepto de lo que usted llama madurez ... Puede que su amigo «estudiante avanzado de psicología» le estuviera tomando un poco el pelo, o puede que el avance en la psicología lo haya dejado en un estado de confusión en el que probablemente seguirá el resto de su vida. Parece como si tuviéramos superpoblación de psicólogos hoy en día, pero supongo que es natural, dado que su jerga, cansina como me resulta, parece tener la misma atracción para las mentes confusas que tenían las sutilezas teológicas para la gente en épocas pasadas. Si rebelarse contra una sociedad corrupta equivale a ser inmaduro, entonces Philip Marlowe lo es en extremo. Si ver la basura donde hay basura constituye una señal de inadaptación social, entonces Philip Marlowe es un inadaptado. Por supuesto, Marlowe es un fracasado, y lo sabe. Es un fracasado porque no tiene dinero. Un hombre que sin ningún impedimento físico no puede ganarse decentemente la vida siempre es un fracasado, y por lo general un fracasado moral. Pero numerosos hombres muy buenos han sido fracasados porque su talento particular no se ajustaba a su tiempo y lugar. Supongo que a largo plazo todos somos fracasados, o no tendríamos la clase de mundo que tenemos. Creo que no me gusta su sugerencia de que Philip Marlowe desprecia las debilidades físicas ajenas. No sé de dónde sacó esa idea, y no creo que sea así. También estoy un poco cansado de las numerosas sugerencias que se han hecho en el sentido de que siempre está hasta arriba de whisky. El único argumento que justifica esa afirmación es que cuando quiere una copa se la toma abiertamente y no tiene reparos en decirlo. No sé cómo será en su parte del país, pero comparado con la sociedad de country clubs en mi parte del país, Marlowe es tan sobrio como un diácono.
Estoy teniendo problemas para terminar el libro. Tengo suficiente papel escrito como para completarlo, pero debo hacerlo todo otra vez. Simplemente, no sabía hacia dónde iba.
Me pregunta cómo se puede sobrevivir en Hollywood. Bueno, personalmente debo decirle que yo me divertí mucho allí. Pero cuánto pueda uno sobrevivir depende en gran medida de la clase de gente con la que tenga que trabajar. Hay muchos hijos de perra, pero por lo general tienen algún detalle que los salva. Un guionista que pueda hacer equipo con un director o un productor que le dé un trato honesto, un trato realmente honesto, puede obtener mucha satisfacción de su trabajo. Lamentablemente, no sucede con frecuencia. Si uno va a Hollywood solo a hacer dinero, tiene que ser bastante cínico y no importarle mucho lo que hace. Y si realmente cree en el arte del cine, es un trabajo prolongado y en realidad debería olvidarse de toda otra clase de escritura. La preocupación por las palabras en tanto que palabras es fatal para un buen guionista. Las películas no están para eso. No es lo mío, pero podría haberlo sido si hubiera empezado veinte años antes. Pero veinte años antes, por supuesto, nunca podría haber estado ahí, y lo mismo vale para muchos otros. No lo quieren a uno hasta que uno no se ha hecho un nombre y ha desarrollado alguna clase de talento que a ellos pueda serles de utilidad. Las mejores escenas que escribí eran prácticamente monosilábicas. Y la mejor escena corta que escribí, según mi propio juicio, fue una en que una chica decía «ajá» tres veces con tres entonaciones diferentes, y eso era todo. Lo malo de la buena escritura para el cine es que la parte más importante queda fuera. Queda fuera porque la cámara y los actores lo hacen mejor y más rápido, sobre todo más rápido. Pero tiene que estar ahí desde el comienzo.
Carta a propósito de la televisión.
Por intelectual e idealista que sea un hombre, siempre puede racionalizar su derecho a ganar dinero. Después de todo, el público tiene derecho a recibir lo que quiere. Los romanos lo sabían, y hasta ellos duraron cuatrocientos años antes de empezar a descomponerse.
Los editores pueden disculparse con los autores y con otros editores y con otros escritores. Pero con los agentes, basta con dejarlos vivir.
Paul McClung, el editor de bolsillo de Chandler, le había escrito sobre un pasaje de una de sus novelas en el que un médico decía que el alcoholismo era incurable.
El médico en cuyo punto de vista fundé la opinión que usted cita murió hace varios años. De todos modos, dudo mucho que hubiera agradecido que yo revelara su identidad a una revista o un diario respecto a una opinión que sus colegas considerarían derrotista y sumamente incorrecta. Recuerdo que me dijo: «Lo más duro cuando se trata de curar a un alcohólico o drogadicto es que no hay absolutamente nada que ofrecerle a cambio a largo plazo. En el momento, sin duda, se siente fatal; se siente avergonzado y humillado; le gustaría curarse si no fuera demasiado doloroso, y a veces incluso si lo fuera, y siempre lo es. En un sentido puramente físico, quizá pueda decirse que está curado cuando han pasado sus síntomas de abstinencia, que pueden ser bastante horribles. Pero olvidamos el dolor, y en cierta medida olvidamos la humillación. Y entonces el alcohólico o el drogadicto curado mira alrededor, ¿y qué ha logrado? Un paisaje chato, en el que no hay un camino más interesante que otro. Su recompensa es negativa. No sufre físicamente y no se siente mentalmente humillado o avergonzado. Simplemente está aburrido». Es obvio que ese punto de vista choca con la postura Pollyanna que imponemos a la profesión médica. Ellos lo saben, pero también tienen que vivir, aunque hay ocasiones en que, en casos particulares, uno no pueda entender por qué.
Pongo esta opinión, que usted parece haberse tomado muy en serio, en boca de un delincuente. En tiempos como los que corren, solo un delincuente puede expresar sin temor opiniones de este tipo. Cualquier médico de prestigio tendría que agregar algo como: «Por supuesto, con un adecuado tratamiento psiquiátrico bla, bla, bla...». Le daría una lección. Y al mencionar a la psiquiatría destruiría al instante, al menos para mí, todo el efecto de cualquier afirmación franca que pudiera haber arriesgado, porque considero la psiquiatría 50 por ciento cháchara, 30 por ciento fraude, 10 por ciento ignorancia y el restante 10 por ciento jerga a la moda para decir lo mismo que ha venido diciendo el sentido común durante cientos y quizá miles de años, si tenemos el valor de leerlo.
Chandler recuerda una conversación con Hitchcock sobre la evolución de la técnica desde los comienzos del cine.
Para ilustrarlo me dijo —y por supuesto estoy recordando, no citando—: Imagínese un hombre que se reencuentra con una vieja amante a la que no ha visto en muchos años. Ella está casada y es rica y todo lo demás, y lo ha invitado a tomar el té. El público sabe lo que sucederá. Antes lo filmábamos así: el hombre llega en un taxi, baja, paga al taxista, alza la vista a la casa, sube los escalones, llama, espera, enciende un cigarrillo, toma en el interior de la criada acercándose a la puerta, la abre, el hombre se anuncia. Sí, señor, pase por favor. El hombre entra, mira alrededor, lo conducen a la sala, mira alrededor, la criada se marcha, el hombre sonríe con nostalgia, mira una foto sobre la chimenea, al fin se sienta. La criada sube la escalera al piso alto, golpea la puerta, entra, la señora empolvándose, toma en primer plano de sus ojos cuando la criada le dice quién ha venido, voz fría: gracias, ya bajo, la criada se va, la señora se mira los ojos en el espejo, pequeño encogimiento de hombros, se pone de pie, empieza a salir, vuelve a tomar un pañuelo, sale otra vez, la cámara la sigue por la escalera, se detiene en la puerta, con una tierna media sonrisa, después con una súbita resolución abre, toma invertida desde el hombre poniéndose de pie cuando ella entra, se quedan mirándose, primer plano de uno y de otro, y al fin: «¡George!¡Cuánto tiempo!» o algo así, y entonces empieza la escena.
El público soportaba todo eso, y le gustaba, dijo Hitchcock, porque era movimiento, la cámara trabajaba y la cámara era una cosa maravillosa. Tomaba fotografías móviles, créase o no. Pero ¿ahora? Taxi llega, hombre baja, paga, sube la escalinata. Dentro de la casa suena el timbre, la criada va hacia la puerta. Corte, sonido más débil de timbre en el dormitorio del piso de arriba. La señora en el espejo, la cámara enfoca su rostro, ella sabe quién es, el primer plano indica lo que siente al respecto, fundido en negro, la mesita rodante del té va por un pasillo. Corte dentro de la sala, el hombre y la mujer de pie mirándose. ¿La tomará en sus brazos, o la mesita del té llegará antes? Entonces el sublime, sublime diálogo:
ELLA Charles... han pasado quince años.
ÉL Quince años y cuatro días.
ELLA No puedo... (Golpe en la puerta.) Adelante. (Entra la mesita rodante con el té.) Seguramente quieres té.
ÉL Adoro el té.
ELLA Es Oolong. Lo cultivo yo misma.
ÉL Siempre me pregunté qué hacías en tu tiempo libre.
Y así sigue...
Hablando de agentes, cuando abrí el diario una mañana de la semana pasada vi que al fin había sucedido: alguien mató a uno de un tiro. Probablemente fue por los motivos equivocados, pero al menos es un paso en la dirección correcta.
Bueno, la Navidad con todos sus viejos horrores ha vuelto a caer sobre nosotros. Los negocios están llenos de fantástica basura y todo lo que uno quiere no está. Gente con expresiones tensas y doloridas revisa objetos de cristal distorsionado, y de cerámica, y es atendida, si esa es la palabra correcta, por idiotas contratados para la ocasión, en libertad condicional de instituciones psiquiátricas, algunos de los cuales, mediante un esfuerzo especial, pueden distinguir una tetera de un triturador de hielo.
Muchas gracias por la carta y los libros. El libro sobre Gertie [Gertrude Stein] me pareció la mar de sutil, un poco por encima de mi cerebro, de hecho. Francamente, no pienso que la vieja muchacha valiera el esfuerzo, pero puedo entender que un profesor inglés que se vea en la obligación de sacar un libro de vez en cuando tenga la prudencia de abrazar una causa no demasiado perdida y no demasiado ganada. Mi propia visión de Gertie se acerca más a la que tengo de la señora Portero. Describía un gran partido, pero aunque hubiera llegado a los noventa años no habría lanzado una buena pelota. Tenía la clase de reputación que depende menos de lo que uno haga que de lo que digan los intelectuales sobre uno. Cuando leí la pieza de Eliot The Cocktail Party me pregunté por qué armaban tal alboroto sobre ella. Pero, por supuesto, lo sabía. Siempre hay bastantes críticos estériles en busca de un trozo de tarta rancia que puedan envolver en un nombre distinguido y venderlo a la turba de esnobs que infestan las sociedades semiliterarias.
Tuvimos una Navidad miserable, gracias. La cocinera enfermó y el pavo no se cocinó, y mi esposa está en cama o postrada la mayor parte del tiempo, tratando de sacarse de encima una bronquitis obstinada. Swanie me envió una corbata para Navidad. Está toda cubierta de Sherlock Holmes y huellas de sangre. Ojalá los agentes de Hollywood no sintieran la necesidad de enviarle regalos de Navidad a sus clientes, especialmente si los regalos son un registro tan exacto de la cuenta de ese cliente. Un escritor que escaló hasta llegar a un reloj de pulsera, y después desciende a una corbata, sabe cuánto vale ... Usaré la cosa para asistir a la autopsia de un peón de cosecha de Ozark.
William Townend era conocido de Chandler del colegio Dulwich y escritor de libros de aventuras.
Probablemente, su editor tiene razón al pedirle que abrevie su libro. Pienso que todos nos ponemos un poco más elocuentes al envejecer. Tenemos la memoria tan atestada de experiencias y emociones que todas nuestras percepciones están sobrecargadas por una pátina de recuerdo. Perdemos interés en la trama, que en su mayor parte es cosa de niños, y olvidamos que el público no se interesa en casi nada más ... Cien mil palabras ya me parecen demasiadas; ochenta mil debería ser el límite. Solo un escritor muy rico, rico en estilo e ilusión, debería ir más allá de las ochenta mil palabras ... No se podría acortar a Proust o a Henry James, por ejemplo, porque las cosas que uno tendería a cortar serían las que los hacen dignos de leer.
Townend había sido amigo de P. G. Wodehouse en Dulwich y se había mantenido en contacto con él desde entonces; Wodehouse, que había dejado Dulwich el año anterior a la llegada de Chandler, vivía la mayor parte del año en Nueva York, y tenía problemas con las autoridades británicas por sus actividades durante la guerra; siendo prisionero en Alemania, había hecho cinco programas de radio para los alemanes.
Estoy de acuerdo en que es perfectamente absurdo que Wodehouse no pueda volver a Inglaterra ... Mucha gente tanto en Inglaterra como en Estados Unidos está empezando a pensar que los juicios por crímenes de guerra fueron un grave error, aun sin considerar si las personas juzgadas merecían la horca, que por supuesto era el caso de la mayoría ... Aunque el gobierno de Hitler fuera perverso, de todos modos fue un gobierno legalmente constituido en su país, y lo reconocimos como tal. Pero ahora en esos juicios decimos que los generales que habían jurado lealtad a su gobierno no tenían derecho a cumplir un juramento de lealtad. Además, los juicios, en los hechos, fueron cortes marciales de los vencedores. Un general estadounidense que relataba en el Saturday Evening Post la batalla de las Ardenas contaba cómo después de que un grupo de prisioneros estadounidenses fuera asesinado a sangre fría por los tanquistas alemanes, varias unidades estadounidenses fueron llevadas a contemplar los cadáveres tendidos en el campo. Llegaba a decir que a partir de entonces nosotros, esto es, los estadounidenses, tomábamos los dos prisioneros diarios requeridos por Inteligencia, y no más. Es otro modo de decir que matábamos a todo alemán que tratara de rendirse ... Los atacantes en combate suelen matar prisioneros o más bien hombres que tratan de entregarse como prisioneros, por el simple motivo de que no pueden dejarlos atrás de sus líneas y no tienen modo de hacerse cargo de ellos.
Supongo que ha perdido usted el interés en Rancho Santa Fe, lo mismo que yo, aunque solo sea porque los vecinos, en su esfuerzo por impedir que el lugar se recargue de comodidades, han ido tan lejos en la otra dirección que solo hay una tienda de comida, y no llega a ser un negocio, no hay farmacia, ni cine ... Y los técnicos esenciales, como fontaneros, electricistas y carpinteros, probablemente son tan escasos que la aristocrática altivez de sus modales debe de resultar más insoportable de lo habitual ... Sí, creo que Rancho Santa Fe sería un sitio ideal en el que criar hijos, aunque no la considero una de las ocupaciones esenciales de la vida. En cuanto a Florida, debe de tener algunos sitios atractivos, pero evidentemente no son los que usted visitó. ¿Por qué su esposa siente tanta aversión por Hollywood? Después de todo, hay mucha gente agradable en Hollywood, mucha más que en La Jolla. El negocio del cine puede ser un poco cansado a veces, pero no creo que trabajar para la General Motors sea puro deleite.
A Place in the Sun era una adaptación cinematográfica de la novela Una tragedia americana, de Theodore Dreiser, protagonizada por Elizabeth Taylor y Montgomery Clift.
Anoche, seducidos por los críticos y la publicidad, aunque yo debería saber cómo son las cosas, fuimos a ver A Place in the Sun. Esta mañana, mirando el número de aniversario de Variety, veo que está entre las ocho películas más taquilleras de 1951, con tres millones y medio de ingresos en el país, cifra muy alta para los tiempos que corren. Así que por una vez los críticos de Nueva York y el público han coincidido. Mi cuñada, a la que le gusta prácticamente toda clase de películas salvo las cómicas, la odió. Y yo la desprecié. Nunca se verá tanta fanfarronería vulgar como en esta película. Y mencionarla en la misma frase que A Streetcar Named Desire me parece un insulto. Streetcar no es de ningún modo una película perfecta, pero tiene mucha garra, una tremenda actuación de Marlon Brando y una actuación hábil aunque por momentos cansina de la señora Vivien Leigh. Le llega a uno, mientras que A Place in the Sun nunca, ni por un solo momento, toca las emociones del espectador. Todo se hace demasiado largo; cada escena es ordeñada implacablemente. Me cansé de los primeros planos con ojos llenos de estrellas de Elizabeth Taylor, me cansé tanto que podría haber vomitado. Todo está subrayado en exceso. Y el retrato de cómo piensan las clases bajas que viven las clases altas es casi tan ridículo como cabía imaginar. Deberían haberlo llamado «Yates para el desayuno». Y, por Dios, esa escena al final, cuando la chica lo visita en su celda de condenado, unas horas antes de que lo frían. ¡Dios mío, Dios mío! Todo está hermosamente hecho desde el punto de vista técnico, y hiede a cálculo y chantaje emocional. La película la hizo un tipo que lo ha visto todo y nunca ha tenido ni una sola idea creativa propia. No una sino dos veces en la película usa el gran truco que usó Chaplin en Monsieur Verdoux, donde en lugar de un fundido en negro para cerrar una secuencia, enfoca una ventana y ve la oscuridad volverse luz. Pero esa farsa irreal recauda tres millones y medio y Monsieur Verdoux fue un fracaso. ¡Dios mío, Dios mío! Y déjeme decirlo una vez más. ¡Dios mío!
No sorprende que la gente en Hollywood se vuelva loca tratando de adivinar qué le gusta al público. Variety hace la lista de ciento treinta y una películas que recaudaron más de un millón de dólares, y la lista dice algunas cosas, pero no muchas. Una película espectacular traerá grandes taquillas, pero cuesta tanto que resulta dudoso si realmente es negocio. Un gran éxito teatral en Hollywood dará mucha más ganancia, porque cuesta mucho menos. El público irá a ver a estrellas como Spencer Tracy, Humphrey Bogart y James Stewart en películas que no están a su nivel. El público irá a ver películas cómicas, aunque no sean graciosas. Irá a ver películas de guerra, lo que es más bien extraño. Y entre las llamadas películas de prestigio, es obvio que ni el público ni los críticos pueden distinguir el artículo genuino del falso. Había solo media docena de melodramas, por lo que entiendo melodrama sin mensaje social, y algunos muy buenos ni siquiera recuperaron los costes de producción.
Lamento que la revista cierre. Hay tan poca escritura inteligente sobre películas, tan pocas que caminen con delicadeza y seguridad entre el estilo vanguardista, que es en gran medida un reflejo de neurosis y lo mortalmente comercial. Pienso que han sido un poco demasiado duros, a veces, con películas inglesas, que aun cuando no son de primera dan la sensación de hallarse en un mundo civilizado, cosa que el producto de Hollywood no alcanza a lograr como regla general. Aunque hubieran sido menos inteligentes, lamentaría verlos irse. Sight and Sound está muy bien, por el momento. Supongo que está subvencionada, y todo lo subvencionado cede, y todo lo que cede termina siendo negativo.
Hoy le enviaré, probablemente por expreso aéreo urgente, un borrador de una novela que he titulado El largo adiós. Tiene noventa y dos mil palabras. Me gustaría recibir sus comentarios y objeciones y todo lo demás. Yo no la he leído siquiera, salvo para hacer unas pocas correcciones y controlar algunos detalles por los que me preguntó mi secretaria. Así que no le envío ninguna opinión sobre la obra. Quizá usted lo encuentre lento.
Hace tiempo que me he persuadido de que lo que hace aburridas las novelas policíacas, al menos en un plano literario, es que los personajes se extravían cuando ha transcurrido un tercio. A menudo, la apertura, la puesta en escena, el establecimiento del trasfondo, es muy bueno. Pero después la trama se espesa, y los personajes se vuelven meros nombres. Bueno, ¿qué se puede hacer para evitarlo? Se puede escribir acción constante, y eso está muy bien si uno lo disfruta. Pero lamentablemente uno madura, uno se vuelve complicado e inseguro, uno se interesa en los dilemas morales más que en quién le rompió a quién la cabeza. Y en ese punto uno debería retirarse y dejarles el campo abierto a hombres más jóvenes y más simples.
Sea como sea, escribí la obra como quería escribirla, porque ahora puedo hacerlo. No me importó si el misterio era bastante obvio, pero me preocupé por la gente, por ese extraño mundo corrupto en el que vivimos, y cómo cualquier hombre que trata de ser honesto al final parece sentimental o directamente idiota. Basta de eso. Hay razones más prácticas. Uno escribe en un estilo que ha sido imitado, hasta plagiado, al punto que uno empieza a parecer un imitador de sus imitadores. Así que uno tiene que ir donde ellos no puedan seguirlo.
«LS» es la novela La hermana menor.
El libro es un poco más largo que LS, pero creo que no me importa. No estaba tratando de ganar velocidad. Estoy cansado del suspense, de la lectura en-el-borde-de-la-silla, y ahora prefiero con mucho la lectura acostado-en-un-sofá-cómodo-con-pipa. Agregue una generosa copa con hielo si puede permitírselo. Sea como sea, ya me he quitado el libro de encima, y al diablo con él. ¡Qué enorme vacío hay alrededor del feroz pequeño fuego de la creación!
En el mejor de los casos, y solo en el mejor, el producto de Hollywood es intocable; esto es, tiene un ritmo, un impacto, una dureza innata, y una falta de jugueteos de cámara e iluminación que solo muy de vez en cuando una película extranjera, incluyendo las inglesas, pueden igualar o pretender igualar, y generalmente a costa de una historia desorganizada, una cantidad de datos irrelevantes y demasiados toquecitos relamidos de caracterización.
Baumgarten leyó el manuscrito de El largo adiós y escribió a Chandler diciendo que estaba preocupada porque Philip Marlowe se había vuelto «demasiado jesucrístico y sentimental». Chandler la despidió a vuelta de correo y nunca volvió a tener contacto con ella.
Gracias por su nota, pero no veo motivo por el que usted deba disculparse, ni siquiera por cortesía, por decir lo que pensaba. No sirvo para remiendos o revisiones. Pierdo interés, pierdo perspectiva, y el poco o mucho sentido crítico que tengo se disipa en trivialidades como decidir si sería mejor poner «dijo» o dejar el parlamento solo.
La escritura que practico exige cierta cantidad de impulso y ánimo —la palabra es «nervio», una cualidad que falta en la escritura moderna— y usted no puede saber la amarga lucha que libré durante el año pasado solo para lograr la alegría necesaria para vivir, y no me quedó nada para usarla en un libro. Así que digámoslo claramente: no la puse en el libro. No tenía nada que dar.
No sé qué siente usted, pero yo preferiría que Hollywood dejara de buscar temas importantes, porque cuando el arte toca un punto importante, esa importancia es siempre un subproducto marginal, y más o menos involuntario de parte del autor.
Chandler y Cissy viajaron a Inglaterra en 1952, en barco, vía el canal de Panamá, por el miedo a volar de Cissy.
Hoy es un domingo inglés, y lo bastante sombrío para un cruce de la Estigia. Yo creía que Inglaterra estaba en quiebra, pero la ciudad está atestada de Rolls-Royce, Bentley, Daimler y rubias caras.
Nunca creí que fuera a darme náuseas la visión de una codorniz asándose, o una perdiz, pero le juro que así es.
A mi regreso el 7 de octubre, vía el Mauritania, estaré unos días en Hampshire House y pasaré a saludarlo, si está disponible. El libro (visto en perspectiva desde aquí) está bien. Aquí sufrió unos pocos cambios. Bernice es una idiota (espero).
En Inglaterra soy un escritor. En Estados Unidos soy solo un autor de novelas policíacas. No puedo explicarlo. Dios es testigo de que no hago nada por ser una cosa o la otra. He conocido a:
1) Un profesor de Oxford que escribe malos westerns bajo pseudónimo.
2) Una secretaria que almuerza pan con mantequilla Y ginebra pura.
3) Un botones que entra sin llamar mientras mi esposa se está bañando.
4) Un editor que hace los peores martinis del mundo. Etcétera.
De vuelta en La Jolla, Chandler cambió el final de El largo adiós e hizo algunos cortes. Entre los pasajes suprimidos se contaban los siguientes:
Me aparté de ellos y salí por la puerta delantera y crucé el césped hasta la hilera de arbustos por el lado de dentro de la verja. Respiré unas bocanadas de aire. Era un buen aire fresco, tranquilo y reconfortante, y por un momento no quise saber nada de la raza humana. Unas pocas bocanadas de aire limpio que no hubiera respirado ningún mentiroso o criminal. Era todo lo que quería.
Estaba muerta ahora, y podía tomarla por lo que me pareció la primera vez que la vi, y lo que hizo y por qué lo hizo podía dejárselo a los solemnes idiotas que lo explican todo y lo saben todo.
Son los tipos caídos los que hacen la historia. La historia es su réquiem.
—Soy una mujer cansada y desengañada. No soy un premio para nadie. Necesito alguien que sea bueno conmigo.
—No necesitas a nadie que sea bueno contigo. Toda la honestidad, y buena parte de las agallas, las tienes tú. Puedes mandar al infierno a todo el mundo, incluido yo.
—Creo que ya has estado allí.
J. Francis era un librero de Londres que Chandler había conocido.
Me parece recordar que Edmund Wilson se enojó con Maugham porque Maugham afirmó que los escritores de novelas corrientes han olvidado en buena medida cómo contar una historia. Odio estar de acuerdo con una persona de tan mal carácter y tan malos modales como Edmund Wilson, pero pienso que tiene razón en este punto. No creo que la cualidad en la novela policíaca que atrae a los lectores tenga mucho que ver con la historia que tiene que contarnos un determinado libro. Pienso que lo que atrae a los lectores es cierta tensión emocional que lo saca a uno de sí mismo sin agotarlo demasiado. Esos libros nos permiten vivir de manera peligrosa sin ningún peligro real. Son algo así como aquellas complicadas máquinas que se usaban, y probablemente se sigan usando, para acostumbrar a los estudiantes de piloto a la sensación de las acrobacias aéreas. Se puede hacer cualquier maniobra en esos aparatos sin correr el menor peligro.
La «mala suerte» de Cissy había sido caerse al bajar de un taxi, en Londres, y hacerse daño en la pierna.
Bueno, Jamie, digamos toda la verdad. Adoramos Londres y lo pasamos de maravilla allí. Los pocos inconvenientes que pudimos sufrir se debieron todos a nuestra inexperiencia, y las probabilidades estaban en contra de que sucedieran, y probablemente no volverán a suceder. Toda su gente fue maravillosa conmigo. Fue realmente conmovedor en extremo. No estoy acostumbrado a que me traten con tanta consideración. Hay cosas que lamento, como haber perdido varios días por mi vacunación, como no haber ido a ninguna de las galerías de arte, como haber visto una única pieza teatral, y bastante floja, como no haber cenado en su casa. Pasé demasiado tiempo hablando sobre mí mismo, cosa que no me produce placer, y demasiado poco tiempo escuchando a otra gente hablar de sí misma, cosa que sí disfruto. Lamenté no ver la campiña inglesa. Pero en general hubo muchísimas cosas que no me perdí, y todas buenas. Y por ellas hay que agradecérselo a usted por encima de todos los demás. Volveré a escribirle pronto. Mientras tanto, mi mejor cariño para usted y para Yvonne, y eso va de parte de Cissy también. Pienso que el viaje le hizo mucho bien a Cissy. Tuvo mala suerte, pero psicológicamente se elevó al infinito.
La generación actual de ingleses me impresionó mucho. Hay un toque de agresividad en las clases trabajadoras y en los que no fueron a escuelas caras que pienso que es algo nuevo y que personalmente no encuentro para nada desagradable, ya que es más notorio aún en este país. Y los verdaderos tipos de escuelas caras, o muchos de ellos, con sus gorjeos de pájaro, se están volviendo un poco ridículos, me pareció. Le aseguro que la comida inglesa es bastante horrenda. Por ejemplo, en el café Royal pedimos costillas de cerdo, pues al parecer el cerdo es la única carne fresca no racionada. Las costillas de cerdo no son especialmente difíciles de cocinar. Hasta yo puedo cocinarlas. Se asan en su propia grasa, lo que les da todo lo que necesitan salvo sal y pimienta. Pero esas costillas de cerdo estaban mal cocinadas y les habían agregado una especie de salsa que no añadía nada a su sabor y probablemente les quitaba el poco que les había quedado. Es una especie de imitación bastarda de la cocina francesa, con su complicación pero sin su habilidad o gracia.
De toda la gente que conocimos en Londres, creo que quien más nos gustó fue Roger Machell, un director de Jamie Hamilton, un personaje alegre, regordete, despreocupado, con un gran sentido del humor y la clase de buenos modales naturales que es raro encontrar salvo en un aristócrata genuino. Ese hombre estudió en Eton, cosa que por supuesto no es decisiva. Es sobrino bisnieto de la reina Victoria, nieto del príncipe Hohenlohe, y su madre, lady No Sé Qué Machell, vive en el palacio de Saint James. Fue malherido en la guerra, e hizo una broma al respecto. Parecía pensar que era característico que lo hubieran herido mientras telefoneaba a Londres desde un café francés. Entró una bomba y le proyectó un trozo de pared en el pecho. Estuvo a punto de morir, pero no parece haber quedado con secuelas. Dijo que consiguió un destino como comandante en un regimiento de guardias, pero no sabe cómo, probablemente por pura suerte, o alguien cometió un grave error. Cuando una mañana acudió a las barracas de Londres en uniforme, encontró a sus ocupantes en el pleno cambio de guardia. Dijo que no sabía si se esperaba de él que saludara a la guardia o si la guardia debía saludarlo a él, así que se quedó en el coche fuera hasta que todo terminó. Tiene el estilo humorístico y autodespectivo que por mera magia de la personalidad nunca es excesivo o artificial. Vive con elegancia en unos cuartos del Old Albany, conduce un coche viejo, prepara unos martinis perfectamente horrendos en una jarra de agua de dos cuartos (dos copas de esas lo dejan a uno fuera de juego durante una semana) y nos llevó a dar un maravilloso paseo por Londres, incluyendo el distrito bombardeado en el East End, haciendo todo el tiempo comentarios como «Bueno, demos la vuelta y echemos un vistazo a la Torre, suponiendo que pueda encontrarla», y «Por allá está Saint Paul’s o algo por el estilo». Nos hizo reír todo el tiempo, aunque no es de ningún modo un cómico intencional. Yo considero que un hombre que pueda hacer esto y hacerlo con perfecta naturalidad tiene algo de genio.
Una palabra nada más para ponerlo al tanto del estado de cosas en la hermosa La Jolla, que no ha sido hermosa para mí en los últimos tiempos. Cissy volvió del hospital ayer. Tuvo un bloqueo intestinal, probablemente una larga y lenta acumulación como resultado del efecto constipador de ciertos medicamentos que le recetaron para la tos. Fue eliminado sin operación, pero no sin dolor. Cissy está en cama y anoche la atendió una enfermera, de la que quizá podamos prescindir esta noche.
Como sea, la vida ha sido un infierno y no he hecho nada en términos de trabajo. De hecho, terminé tan completamente agotado que tuve que ir yo también al médico, que descubrió que estoy anémico y que sufro desnutrición ... Yo sabía que había perdido el interés en la comida, pero no sabía que se podía llegar a la desnutrición tan rápido.
Nuestro viaje a Inglaterra fue todo un éxito. En el pueblo inglés hay una decencia fundamental y una suerte de sentimiento natural de los buenos modales que yo encuentro muy atractivos. Los propios ingleses parecen pensar que sus modales se han deteriorado, pero aun así siguen siendo mucho mejores que en cualquier otra parte del mundo. Los estadounidenses pueden ser muy amables también, especialmente cuando están tratando de venderle algo.
El único detective privado que conocí personalmente lo trajo a mi casa una noche un abogado amigo mío. Fue detective de la policía de San Diego durante diecisiete años. La mayor parte de su trabajo consiste en conseguir información a abogados, localizar testigos, etcétera. Me pareció un individuo pedante y no demasiado escrupuloso. El detective privado de ficción es pura fantasía, y así debe ser. En California, el detective privado tiene licencia para investigar y para nada más. La licencia se la otorga la misma autoridad que otorga licencias para salones de belleza. La matrícula, que le cuesta cincuenta dólares, no tiene otro propósito que proteger a los clientes de los timos.
¿Ha leído alguna vez eso que llaman ciencia ficción? Es un escándalo. Está escrita así: «Me reporté a K19 en Adabaran III, y salí por la escotilla de crummaliote de mi Sirus Modelo 22 de capota rígida. Pasé el eyector temporal a modo secundario y avancé por la hierba manda azul brillante. Mi aliento se congelaba en pretzels rosados. Sacudí las barras calóricas y los Bryllis corrieron velozmente sobre sus cinco patas usando las otras dos para lanzar vibraciones de crylon. La presión era casi insoportable, pero controlé el espectro en mi ordenador de mano mediante los cysicites transparentes. Apreté el gatillo. El hielo difundía un delgado resplandor violeta sobre el fondo de las montañas color herrumbre. Los Bryllis se encogieron a diez milímetros de largo y me precipité sobre ellos con el poltex. Pero no bastó. El fulgor súbito me hizo tambalear y la Cuarta Luna ya había aparecido. Tenía exactamente cuatro segundos para calentar el desintegrador, y Google me había dicho que con eso no bastaba. Tenía razón».
¿Y pagan por esa basura?
Machell había enviado a Chandler un ejemplar de una entrevista que le hicieron publicada en John O’London’s Weekly.
Esto será horrible, porque estoy mecanografiando la carta yo mismo, y en una Corona. El domingo nadie trabaja salvo Chandler, y a Chandler se le quiebra el corazón siete días por semana y sin música de fondo. El tipo dice que soy pequeño. ¿Cuál es su norma? Nunca he pesado menos de sesenta y cinco kilos. ¿Eso es pequeño en Inglaterra? Con frecuencia he estado cerca de los setenta kilos. Vestido para salir, me faltan dos centímetros para llegar al metro ochenta de alto. Mi nariz no es afilada sino roma, resultado de tratar de marcar a un hombre en el momento en que le daba un puntapié a la pelota. Para ser una nariz inglesa, difícilmente se la podría llamar prominente. ¿Cabello rizado como lana de oveja? Disparate. Es lacio. ¿Camina con una inclinación hacia delante? Chandler entró trotando alegremente en el bar, consumió a toda prisa tres destornilladores dobles y cayó sobre el hocico, su cabello de lana de acero curvándose graciosamente sobre el dibujo de la alfombra. No me extraña que ese Forster me haya calificado de observador. Para él, alguien que observe cuántas paredes tiene el cuarto será observador.
Es pura palabrería lo de la parrilla que se precalienta. ¿Por qué? La parrilla se calienta muy rápido mientras cocina. La carne le salpica grasa encima. A la carne hay que darle vuelta y vuelta y en consecuencia no queda siempre en el mismo lugar. ¡Cuánta mentira se usa para vender! Por ejemplo, en la publicidad de cigarrillos. Cualquier marca es más suave y menos irritante que las otras. El cigarrillo ideal no tiene gusto a nada. ¿Por qué fumar entonces? Lo que necesitamos para asar es una chuleta que no salpique, una chuleta que no contenga grasa ni ningún otro ingrediente ofensivo, y de paso que no tenga sabor. Lo que necesitamos es una chuleta sin carne para asarla en un asador sin calor en un horno inexistente y para que la coma un fantasma sin dientes.
Alan K. Campbell era el director de la Escuela de Verano de Harvard.
Respondo a su amable carta del 1 de abril invitándome a decir algo en un congreso de la Escuela de Verano de Harvard. Naturalmente, estoy agradecido y halagado de que haya pensado en mí, y lamento que por razones sobre todo personales no pueda estar en Boston en agosto. Digo razones personales sobre todo, y esas razones son imperiosas. Pero no digo que se deba enteramente a ellas, dado que no está dentro de mi esquema de vida, y no veo cómo podría llegar a estar nunca, subir a un estrado y hablar a alguien sobre algo. Quizá estoy tratando de hacer una virtud de la timidez. Espero que no sea del todo así, pero puede ser. No soy un conferenciante ni tengo ninguna cualidad para serlo. Lo lamento. Después, sería muy satisfactorio dejar caer como una gota en las aguas calmas de la atención respetuosa la frase: «Saben, di una conferencia en Harvard el verano pasado. Fue divertido». Gracias otra vez.
Acabo de leer un libro que publicó usted, Ring and Come In, de Miriam Bougenicht. Francamente, estoy cansándome bastante de las historias de suspense de mujeres neuróticas y su atmósfera de psiquiatría mal asimilada. Es uno de esos libros en los que cada línea de acción, o cada línea de diálogo, inmediatamente tiene que ir seguida por un párrafo de análisis, explicación, monólogo interior o como se llame, así que a la mitad del libro uno empieza a saltarse eso.
Dos cosas que me molestaron en The Journal of Eugène Delacroix: una es el papel de la India, que por supuesto me gusta mucho en algunos sentidos, pero cuando el canto de las páginas está pintado las hace muy difíciles de pasar; la otra es leer un libro tan bueno como este en inglés cuando podría haberlo leído en francés. Supongo que es una traducción excelente, pero el estilo parece un poco pesado en comparación con el francés. Tome una frase al azar. Tome la segunda del libro: «Mi deseo más agudo es recordar que estoy escribiendo solo para mí». Qué pesada barra de sebo, comparado con la liviandad y la facilidad del francés, la disposición natural de las palabras, etcétera. Al diablo con la traducción de todos modos. La necesitamos porque hay muchos idiomas que no conocemos, pero nunca son la cosa real, ni siquiera la mejor.
En cuanto a mis propios esfuerzos, yo diría que ya he hecho unos cuatro quintos del total. Está casi completamente reescrito a causa de mi lamentable incapacidad de corregir nada salvo cambiando una palabra aquí o allá. Si no está bien, siempre tengo que empezar todo de nuevo y reescribirlo. Me parece más fácil; sé que no es más fácil, solo me parece más fácil. De vez en cuando me quedo trabado en un capítulo, y me pregunto por qué. Pero siempre hay un motivo, y tengo que esperar a entender cuál es el motivo.
Algunos títulos, no muchos, tienen una magia particular que se graba en la memoria. Todos querríamos tener títulos así, pero no se nos ocurren con mucha frecuencia, y no porque no lo intentemos. Títulos como Red Shoes Run Faster, Muerte en la tarde, Hermosos y malditos, Journey’s End, Horizontes perdidos, Point of No Return, etcétera.
Ya no estoy con Brandt & Brandt, y en cierto modo lamento haberme dejado convencer de dejarlo a usted, aunque comprendo que yo no era un gran activo financiero para su editorial. Pero lo hice, y no se puede seguir saltando de editor en editor ... Estoy un poco cansado de la violencia del negocio. Espero haber madurado, pero quizá solo me he cansado y ablandado, aunque estoy seguro de que no me he endulzado. Después de todo, tengo un 50 por ciento de sangre irlandesa.
Uno de los problemas extraños de nuestra época es el delincuente juvenil. En los barrios más exclusivos aparecen bandas de jóvenes maleantes. La ciudad de Atlanta, Georgia, tuvo una ola de robos y vandalismo y se localizó a los culpables en los retoños de algunas de las familias más ricas de la ciudad. Nuestra secundaria local tiene un Club de Ladrones al que pertenecen los hijos de las mejores familias. Las guerras tuvieron mucho que ver con eso, sin duda, pero habría sucedido lo mismo en gran parte. No hay disciplina en las escuelas porque no hay modo de ponerla en práctica. Y en las casas los padres discuten con sus hijos, no les dan órdenes. Si yo tuviera hijos, y gracias a Dios nunca tuve, los mandaría a estudiar al extranjero. Las escuelas estadounidenses están podridas, especialmente en California. Si su hijo no se comporta, puede probar con una escuela militar, donde se le enseñará a comportarse (o lo expulsarán), pero no aprenderá ninguna otra cosa. Puede mandarlo a una de las escuelas esnobs de Nueva Inglaterra, como Groton, si puede permitírselo, pero salvo que uno sea realmente rico, no siempre es lo más aconsejable. Hará amistad con chicos que tendrán Jaguar y Riley y demasiado dinero en los bolsillos, y se sentirá inferior. O bien puede mandarlo a una escuela jesuita, sin fijarse en la religión. Las escuelas públicas son basura. Lo único que aprenden allí es el arte cada vez más simple de la seducción. Uno de los sobrinos de mi esposa se graduó en la secundaria con el equipamiento mental de cuarto grado, digamos de los malos alumnos de cuarto grado. Pero le fue muy bien en la vida. No podría haber entrado en una universidad estatal, mucho menos en una como Stanford o Pomona, pero hizo frente a la cuestión de ganarse la vida sin ningún problema. Encuentro esa situación curiosa, y muy estadounidense. Pasó catorce meses en Corea sin que le quedaran ni rastros de toda esa tontería del excombatiente, se casó y es muy escrupuloso con el dinero.
James M. Fox era autor de novelas policíacas. El «s.o.b.» es J. Edgar Hoover.
Todas las policías secretas tienen el mismo fin. Apuesto a que el s.o.b. tiene un fichero de todo lo que podría hacerle daño. El FBI arroja tal cortina de humo que hace olvidar al público todos los casos que no quedaron sin resolver ... Prácticamente todas las policías secretas son en lo fundamental bastante estúpidas porque les resulta demasiado fácil justificarse. No me refiero tanto a los agentes de campo como a los empleados de escritorio.
Los Ángeles ya no tiene nada para mí. Es solo cuestión de tiempo hasta que un pagano tenga que usar una banda en el brazo. La novela en la que estoy trabajando está ambientada en La Jolla y será mucho más corta y más ligera que El largo adiós. Pero estoy harto de California ... Hay cosas que me encantan de la escritura, pero es una profesión solitaria e ingrata, y personalmente habría preferido ser abogado, o incluso actor.
El 90 por ciento de las novelas policíacas están escritas por gente que no sabe escribir.
Fox había escrito a Chandler para felicitarlo por El largo adiós.
En cuanto a que el final o el desenlace no sea una sorpresa, ¿qué final tiene a su disposición alguien del oficio? ... Muchas veces, por diversión, miro el final y después me divierto viendo cómo el autor trata de disimular las huellas. Y un final sorprendente no es bueno si uno no se lo cree. Si el lector no piensa que debería haberlo sabido, se han burlado de él. La típica novela policíaca es como esa cosa en «Studio One» anoche. Se presenta un sospechoso obvio, y uno lo elimina de inmediato por esa misma obviedad. Un viejo en una silla de ruedas puede ponerse de pie para servirse una copa del bar. Otra señal de alarma. La vieja casera es evidentemente solo lo que pretende ser. La joven hermana está enamorada del médico que resolverá el misterio. ¿Quién queda? La hermana que recibió las ofensivas cartas anónimas. Así que la culpable es ella. ¿Qué motivo tenía? Ninguno que tenga sentido. Así que lo hizo sin saber lo que hacía. En ese punto ya no me importa en absoluto.
Chandler se refiere a la cubierta estadounidense de El largo adiós.
Algún día, alguien debería explicarme la teoría en que se sostiene el diseño de las cubiertas. Supongo que la idea es captar la mirada sin plantear ningún problema complicado a la mente. Pero presentan problemas de simbolismo que para mí son profundos. ¿Por qué hay sangre en el pequeño ídolo? ¿Qué significa el cabello? ¿Por qué el iris del ojo es verde? No responda. Lo más probable es que usted tampoco lo sepa.
Estoy cansado como un perro, gracias, con una de esas miserables infecciones que han inventado los médicos para cubrir su ignorancia ... Por primera vez en mi vida me reseñaron como novelista en The Sunday Times de Londres. En la BBC un grupo de supuestos intelectuales, de cuya discapacidad da la medida la cantidad de sopa que se han volcado en la chaqueta durante su vida, debatió sobre mí. Pero ¿aquí? The New York Times, que seguramente sabe lo que hace, como tiene que saberlo cualquier diario, dos veces ha dado libros míos a reseñar a escritores de novelas policíacas que llevaban años esperando la oportunidad de apuñalarme porque yo he ridiculizado la clase de cosas que ellos escriben.
Hay muchas cosas que responder en su buena carta, pero antes de pasar a eso, dos o tres cosas que temo olvidar. Por amor de Dios, ahórreles a sus empleados la angustia y el gasto de enviarme ocho ejemplares de las traducciones al finlandés. Cuatro serían más que suficientes. Hacen un buen trabajo allá, pero ¡cielos, qué idioma! Todo está al revés. Una vez tuve la esperanza de llegar a ser un filólogo comparativo (seguramente fue solo una fantasía de chico) y chapurreaba en jergas tan extrañas como el griego moderno (es un idioma degradado: parece griego, pero sin la riqueza y la variedad, sin la sutileza, sin el encanto), armenio, húngaro, además de las más simples y obvias lenguas románicas y el grupo germánico. Dormía con un esquema de los doscientos catorce ideogramas clave del chino mandarín pegado en la pared a la cabecera de la cama en la pensión Marjollet, boulevard Saint Michel 27, au cinquième. Pero el finlandés es peor que el turco.
Machell y Chandler discutían sobre el ascenso de las grandes corporaciones.
Lo que importa, y a partir de ahora importará siempre, es que más allá de cierto tamaño y poder la gran corporación es más tiránica que el Estado, sin escrúpulos, menos sujeta a cualquier tipo de inspección, y que al final destruye lo mismo que se supone que representa, es decir, la libre competencia. Puede ser benigna, encantadora, amistosa y llena de caridad... cuando ha ganado la batalla. No es tan ruda como el Gran Hermano, porque es demasiado inteligente para pensar que el miedo pueda volver creativo al hombre; no puede, solo puede hacerlo diligente. Técnicamente está sujeta al control estatal, pero eso no significa nada, porque vivimos en una economía de superproducción y si usted castiga a una gran corporación como Alcoa o las Du Ponts o Standard Oil de Nueva Jersey, estas pueden crear una grave situación de desempleo de la noche a la mañana. Y, por supuesto, son las únicas organizaciones que pueden hacer investigación a gran escala no directamente relacionada con la seguridad nacional.
En cuanto a la televisión comercial, he aquí una pequeña historia verídica de la clase de atmósfera que pueden crear las grandes agencias de publicidad. Hace unos años, la compañía Pepsodent se hizo patrocinadora de la serie radiofónica de Philip Marlowe, como sustitución de verano. Su agencia era una gran firma que en ese momento también tenía la cuenta de los cigarrillos Chesterfield. El productor me contó la historia. Un gran ejecutivo de la agencia (un socio) visitó la oficina de Los Ángeles por negocios, un caballero severo y elegante, inmaculado y gris, uno de esos personajes extraordinarios de nuestra época que parecen capaces de reconciliar riqueza, posición, vida privada intachable y modales perfectos con una devoción idiota por la última marca de detergente o crema facial que envenenan la piel (siempre que el fabricante sea cliente suyo, naturalmente). Ese jerarca casualmente vio a un joven ejecutivo entrar en el edificio esa mañana fumando un cigarrillo Philip Morris. Lo detuvo y le dijo: «Observo, señor Jones, que no le agrada el producto de nuestro cliente». El señor Jones se ruborizó y miró el cigarrillo que tenía entre los dedos: «Oh, lo siento muchísimo, señor Black. Esta mañana tenía mucha prisa y en lugar de mis propios Chesterfield, supongo que debo de haberme llevado los cigarrillos de mi esposa». El señor Blank lo miró en silencio un largo momento y después, mientras daba media vuelta, observó en tono glacial: «Supongo que su esposa tendrá ingresos propios».
Sabe, esa clase de cosas me hace correr un frío por la espalda.
Mi capacidad alcohólica ha descendido a tres dobles, y aun después de eso me siento adormecido y estúpido. Recuerdo días mejores y más brillantes. Recuerdo haber estado tan embebido en whisky que me arrastraba hacia la cama con las manos y las rodillas y me despertaba cantando como una alondra a las siete de la mañana. Recuerdo reuniones con dos o tres amigos simpáticos donde dejábamos subir el nivel de alcohol hasta la coronilla, de la manera más agradable. Terminábamos haciendo acrobacias en los muebles y yendo a casa en coche a la luz de la luna, llenos de música y canciones, evitando a los peatones por un delgado milímetro y riéndonos de buena gana de la idea de tratar de caminar con las dos piernas.
La idea de que los admiradores que escriben cartas son psicópatas equivale a juzgar lo general por lo excepcional. Unos pocos lo son, por supuesto. Si recibo una carta (no he recibido ninguna últimamente) de una señora de Seattle que dice que le gusta la música y el sexo y prácticamente me invita a mudarme con ella, lo más seguro es no responder. Si recibo una carta de un chico pidiéndome una foto autografiada para colgar en su cuarto, lo ignoro también. Pero la gente inteligente escribe cartas inteligentes.
Soy estrictamente un bebedor de ginebra. El whisky irlandés es tolerable, pero el scotch y el rye y el bourbon por algún motivo nunca me han gustado. En Oklahoma, cuando era un estado en el que estaba prohibido el alcohol (quizá todavía es así, no lo sé), tenían un whisky de maíz que era lo máximo. Lo vendía en botellas chatas un personaje grasiento pero honesto que sacaba unas catorce botellas de distintos bolsillos. El sabor era tan horrible que había que cargarlo de limón y ginger ale y azúcar y aun así lo más probable era que uno lo vomitara a chorros hasta que su sistema nervioso se paralizara lo suficiente como para matar los reflejos.
Últimamente me descubren hablando solo con frecuencia. Dicen que no es tan grave, mientras uno no se responda. Yo no solo me respondo, sino que discuto y me enojo.
Dotar a Shakespeare de una reconstrucción histórica documentada es realmente una enorme broma. Jamás ha existido un escritor al que le importara menos esa clase de corrección barata.
Madame de Pompadour es de Nancy Mitford.
No sé si nosotros los estadounidenses ... somos mentalmente más perezosos que ustedes los ingleses; yo pienso que sí, aunque no estoy seguro; pero pienso que sentimos más rencor por tener que hacer el trabajo pesado de interesarnos en algo, salvo que sepamos por anticipado que vale la pena el esfuerzo. Por ejemplo, El mensajero fue un libro muy elogiado, pero yo lo empecé y lo abandoné y lo retomé media docena de veces hasta adelantar lo suficiente como para que no me importara nada de nadie. Y aun así me salté bastantes páginas. Y nunca me creí la historia. Traté de ver el mundo a través de los ojos de ese chico, pero yo también tuve doce años, y más o menos en la misma época, y el mundo no me parecía así. De algún modo, para mí al libro le falta dimensión. O me falta a mí. Leí los artículos de Maugham en el Sunday Times en la medida en que llegaron aquí. Maugham habría escrito esa historia a la perfección, pero no la habría escrito a través de los ojos de un chico de doce años. Habría sabido muy bien que no es posible, y es demasiado inteligente para intentar lo imposible. A veces uno piensa que eso es una pena. Una carrera tan larga y distinguida merece al menos un magnífico fracaso.
Pompadour es una gran diversión. ¡Qué mujer, qué mundo, qué desperdicio! Pero el mundo en el que yo crecí es casi tan remoto como ese. Un mundo maravilloso si uno nacía exactamente en la familia que correspondía, un maldito mundo cruel, frío e hipócrita en los demás casos. Aun así, al menos una parte de la población lo pasaba bien. Hoy nadie lo pasa bien salvo los delincuentes y los millonarios petroleros (puede haber cierta diferencia entre esas dos categorías, pero yo trabajé en el negocio petrolero durante casi diez años y puedo asegurar que la diferencia es muy imperceptible) y quizá algunos de los funcionarios mejor pagados, pero por lo general son demasiado estúpidos para saberlo. Qué extraño sentido de los valores tenemos. ¡Qué esnobs tan horribles somos! Mi abuela se refería a una de las mejores familias que conocíamos como «gente muy respetable» porque tenían dos hijos, cinco hijas de cabello dorado pero incasables, y ningún criado. Se veían obligados a la completa humillación de abrir ellos mismos la puerta delantera. El padre pintaba, cantaba con voz de tenor, construía hermosos modelos de barcos y navegaba en una pequeña balandra. Mi abuela era viuda de un procurador irlandés. Su hijo, que llegaría a ser muy rico, fue también procurador y tenía un ama de llaves llamada señorita Groome que lo despreciaba a sus espaldas porque no era abogado. La Iglesia, la Armada, el Ejército, la Ley. No había otra cosa. En las afueras de Waterford, en un gran casa con jardines, vivía una tal señorita Paul que muy de vez en cuando invitaba a la señorita Groome a tomar el té, en recuerdo de su padre, que había sido canónigo. La señorita Groome lo consideraba el espaldarazo supremo porque la familia de la señorita Paul pertenecía a la burocracia de funcionarios del condado. A la señorita Paul eso no parecía importarle, pero seguramente hacía sentir muy inferior a la señorita Groome.
El esnobismo inglés es algo extraño e intrigante. Yo era un pariente pobre y uno de mis primos tuvo un breve empleo como una especie de acompañante de una familia muy rica que vivía en un suburbio no muy lejano. Después, cuando yo tenía unos diecisiete años, creo, me invitaron a esa casa a jugar al tenis. Era gente un tanto vulgar, salvo el padre. Muchos de los invitados eran muy jóvenes, chicos y chicas, todos con ropa cara, y varios bebieron demasiado. Yo no iba vestido con ropa cara, pero, lejos de sentirme inferior, comprendí de inmediato que esa gente no estaba al nivel de Dulwich, y solo Dios sabe lo que habría pensado de ellos alguien de Eton o Rugby. Los chicos y las chicas habían ido a escuelas privadas, pero no a las correctas. Había algo casi imperceptible en su acento. Durante el curso de una tarde de cortesía bastante estudiada por mi parte, el perro de la familia mordió mi sombrero de paja con la cinta de la escuela. Cuando me marchaba, el cabeza de la familia, un hombre muy agradable que se dedicaba a los negocios en la City, insistió en pagarme el sombrero. Rechacé el dinero con frialdad, aunque en aquellos tiempos era muy común que los anfitriones le dieran algo a un escolar al final de una visita. Pero eso me pareció diferente. Era tomar dinero de alguien inferior socialmente, cosa impensable. Pero era gente amable y divertida y muy tolerante y probablemente mucho más digna de conocer que mi estúpida y arrogante abuela.
Este país, mediante su enorme capacidad para la fabricación, ha llegado a una economía de superproducción que necesita un enorme desperdicio artificial de productos manufacturados. Realizamos esa clase de desperdicio en la guerra. En tiempos de paz hay que tratar de crearlo artificialmente mediante la publicidad.
Tengo la intuición de que hoy en día cualquier gobierno en cualquier supuesta democracia, y exceptuando siempre al gran hombre que pueda aparecer, es apenas la decoración exterior de fuerzas oscuras y poderosas que motivan y determinan cada una de sus acciones, fuerzas a las que no entiende mejor de lo que las entiende el hombre de la calle.
Cuando le escriba a Roger tendré el placer de darle un detallado informe de mi dedo del pie, porque él, como víctima de la gota, probablemente se apiade de mí. Aquí no encuentro nada de eso. Hace unos días estaba en el garaje donde había llevado el coche para una reparación, y como tenía quince minutos libres para conversar con el asistente del director del garaje, pensé que podía ser una buena oportunidad para hablarle de mi dedo del pie. Pero no alcancé a completar una sola frase. No bien comprendió hacia dónde me dirigía, se embarcó en un largo y detallado relato de cómo se había dislocado el pulgar. Creo que las causas del accidente se remontaban a su infancia y a cuando tenía cinco años, y a partir de ahí el detalle era copioso. Me despedí con muchas expresiones de simpatía y no creo que él supiera siquiera que yo me había roto un dedo del pie. Me ha pasado lo mismo en todas partes.
Si usted realmente quiere saber qué es lo que realmente me gustaría escribir, serían cuentos fantásticos, y no me refiero a ciencia ficción. Una docena de argumentos me dan vueltas por la cabeza desde hace muchos años, rogándome que los ponga en el papel. Pero con ellos no ganaría un centavo. Sería solo un modo maravilloso de volverse un Autor Subestimado. Dios, qué fascinante documento podría escribirse sobre los Autores Subestimados ... Está Aaron Klopstein. ¿Quién ha oído hablar de él? No creo que usted sea uno de ellos. Se suicidó a los treinta y tres años en Greenwich Village de un tiro de una escopeta amazónica, después de publicar dos novelas tituladas Once More the Cicatrice y The Sea Gull has no Friends, dos volúmenes de poesía, The Hydraulic Face Lift y Cat Hairs in the Custard, un libro de cuentos llamado Twenty Inches of Monke y un libro de ensayos críticos titulado Shakespeare in Baby Talk.
Bueno, supongo que eso es todo por ahora, Jamie. Lo mejor para usted.