Me incorporo en la cama. Mi corazón late con fuerza mientras busco a tientas el interruptor de la lámpara y parpadeo cuando la habitación se baña en luz.
Aquí no hay nadie. Nadie hace ruido.
El reloj al borde del escritorio junto a la fotografía de mi padre marca las 2:08 a.m. Debo de haber tenido una pesadilla, aunque normalmente suelo recordar lo que me despierta. Cuando éramos más pequeños, era DJ el que solía tener muchas pesadillas. Pero algo cambió cuando le diagnosticaron su enfermedad. De repente, los fantasmas y duendes que asolaban sus sueños dejaron de asustarlo. DJ no ha vuelto a tener una pesadilla desde la cita con el médico que cambió nuestras vidas. Yo tuve una esa misma noche.
Mi padre era el que venía a consolarme; me explicaba que tenía pesadillas porque había descubierto monstruos que eran reales. Las enfermedades y la posibilidad de morir daban más miedo que cualquier hombre del saco. Después de un tiempo, aprendí a no llorar al despertar y él pensó que esos sueños habían terminado. O quizá no y simplemente entendió que necesitaba demostrarme a mí misma que podía lidiar con el miedo sola. Hasta el día que se marchó de pesca y no volvió. Pensé que me quería. No estaba en lo cierto. A saber en qué más cosas me equivocaba. Probablemente en todo.
Aguanto la respiración y escucho el silencio de la noche. No oigo tablillas del suelo que chirríen para alertarme de que mi madre vuelve a estar frente a la puerta de mi hermano o va a salir a fumarse un cigarro. Nada del sonido de la vieja televisión en la habitación de DJ que me diga que se ha puesto auriculares para ver alguna película mala de acción. Todo está en silencio, como debería.
Apago la luz y me acurruco bajo las sábanas cuando escucho un sonido de rascar. Ahí está otra vez. Mi corazón palpita con fuerza en mi pecho. El sonido es más potente. Me incorporo y trato de descubrir de dónde viene. De fuera.
Espera. No es rascar lo que oigo. Es de cavar. Alguien está quitando la nieve.
Pongo los ojos en blanco y pienso lo que Nate diría sobre mi reacción a que un vecino trabajador mantenga su acceso al garaje despejado. Sin duda me llamaría un montón de cosas femeninas y después me imitaría gritando y cubriéndome la cara. No hace falta decir que no pienso contárselo. Vivo en Wisconsin, debería estar acostumbrada al sonido de quitar nieve. Especialmente desde que he tenido que hacerlo este año en nuestro garaje. Por la salud de DJ y el horario de trabajo de mamá, quitar la nieve me ha tocado a mí. Incluso he instalado una aplicación del tiempo en mi móvil para saber cuándo nevará. Quizá es eso por lo que me he sorprendido. No deberíamos tener nieve hasta el fin de semana. No me sorprende que la aplicación se haya equivocado, pero ahora ya no seré capaz de dormir. Después de que mamá me ignorase, quiero dejar que ella misma se encargue de la nieve. Pero no lo haré. No porque sea amable, sino porque me niego a rebajarme a su nivel.
Me pongo las gafas, voy a la ventana y subo la persiana para ver cuánta nieve está cayendo. Nada. Miro al patio bajo mi ventana y vuelvo a escuchar el sonido de una pala chocando contra el hielo y la nieve. ¿Por qué hay alguien quitando nieve si no hay nieve nueva?
Me dispongo a volver a la cama pero cambio de idea. No hay forma de que pueda dormirme. No mientras me pregunte qué está pasando fuera. Miro la puerta cerrada de mi madre y tengo cuidado de no hacer ruido mientras camino de puntillas. No tiene sentido asustar a mamá a menos que haya alguna razón.
Llego abajo y me dirijo a la ventana del salón. La nieve refleja la luna con el brillo suficiente como para ver que no pasa nada raro fuera. Me encojo de hombros y me empiezo a girar. Es entonces cuando veo que algo se mueve. Una sombra en la esquina de nuestro jardín delantero, al lado del gran árbol que hay cerca de la calle. No se trata de una sombra. Es un hombre sujetando una pala. Pala que ha debido usar para cavar el agujero en la nieve frente a sus pies. Y cuando deja la pala en el suelo y tira algo en el agujero, no me lo pienso. Corro a la puerta principal, descorro los cerrojos con torpeza y la abro.
—Hola.
El hombre se sorprende, se inclina, coge la pala y corre. Para cuando me pongo las botas y salgo corriendo al frío, él casi ha llegado al final de la calle. Me dirijo rápidamente a la carretera para saber a dónde va.
Me mira cuando llega al final de la calle. No puedo verle la cara. Solo su abrigo negro y su sombrero verde y amarillo. Entonces gira rápidamente hacia la calle Beloit y desaparece de mi vista. Me abrazo a mí misma cuando el viento frío azota mi cara. Aprieto los dientes y camino despacio hacia el árbol y el agujero que ha cavado en la nieve. Un agujero con forma rectangular. Y ahora que estoy más cerca puedo ver lo que ha tirado dentro.
Una caja de cartón con forma de rectángulo escrita por la parte de arriba.
Entérate. Nadie quiere ayudar. Para el caso, muérete.
La caja hace las veces de ataúd. El agujero es la tumba. Y la nota…
De repente duele respirar. El viento me da en la cara mientras releo las palabras. Palabras que solo pueden estar dirigidas a mi hermano.
La ira crece en mí y pugna por salir. Necesito moverme. Tengo que destruir la nota y el agujero para que DJ no lo vea. Debo hacer algo. Pero todo lo puedo hacer es envolver mis manos en torno a mi cuerpo con más fuerza y balancearme mientras observo fijamente el ataúd de cartón.
¿Cómo puede alguien hacer esto? ¿Cómo?
El sonido de una rama partiéndose me hace saltar. Me giro y trato de ver si hay alguien detrás de mí. No hay nadie, pero eso no detiene el miedo que corta mis pensamientos y me hace correr a través de la nieve. De vuelta a casa. Adentro, donde es seguro.
Cierro la puerta y empiezo a temblar. Tengo mucho frío. Mucho miedo. Estoy impresionada de que alguien pueda ser tan cruel. Parece que pasa mucho tiempo hasta que dejo de tiritar. Cuando paro, me levanto, cojo el primer abrigo que veo y me lo pongo. Entonces hago lo único en lo que puedo pensar. Llamo a la policía mientras subo a despertar a mi madre.
Llegan dos agentes. Uno de ellos me resulta familiar y, cuando se presenta, me doy cuenta de que su hijo, Logan Shepens, está en mi clase. No es que seamos amigos o algo así.
Mamá hace café y recuerda que no hagamos ruido mientras los agentes Shepens y Klein hablan sobre lo que ha sucedido. También quieren hablar con mi hermano, pero mamá pide que dejen dormir a DJ lo máximo posible antes de hacerlo. Cerró su puerta cuando la desperté y todavía sigue preocupada por su resfriado. No sé la diferencia que harán una o dos horas de sueño. No importa, cuándo se entere de la tumba nevada y el mensaje en su interior, va a ser un asco. Pero no la contradigo. ¿Para qué?
Sujeto una taza de chocolate entre mis manos y me pregunto si volveré a sentir calor mientras contesto las preguntas de los agentes. ¿A qué hora me desperté? ¿Por qué salí fuera? ¿Reconocí a la persona que cavó el agujero en la nieve? ¿Hay alguien que crea que está enfadado con mi familia o que haya dicho algo negativo sobre la enfermedad de DJ? No contesto a lo último.
—¿Señorita Dunham?
Miro mi taza y deseo no haber salido de la cama. Que la gente no fuese tan mala.
—Kaylee. —El tono de voz de mi madre es bajo. Pero escucho la tensión bajo la calma—. Contesta a la pregunta del agente. ¿Conoces a alguien que quiera hacer daño a DJ?
Hay cierta acusación en sus palabras. Como si fuera culpa mía. Utiliza el mismo tono que cuando me reveló los resultados de las pruebas. No era compatible. No podía salvar a mi hermano. Era inútil.
—Kaylee. —Esta vez es el agente Shepens el que lo pide.
Y yo respondo.
—No exactamente. Pero recibí un email. —Miro a mi madre—. Cuando supe que no podía ser la donante de DJ, empecé a buscar a mi padre.
Mi madre frunce los labios en una delgada línea. En sus ojos brillan la ira y el descontento. En una de nuestras discusiones, me prohibió buscar a papá. Prometí que no lo haría. Ella dijo que podríamos sobrevivir sin él y que ella encontraría a otro donante para DJ. Pero no lo hizo. Así que le busqué. Ambas mentimos. Y ahora lo sabe.
Estrujo la taza entre las manos e intento ignorar la forma en la que me tenso y me pican los ojos. Respiro hondo y digo:
—He estado enviando correos a todas las personas que me acuerdo que conocen a mi padre, esperaba que alguno de sus amigos supiese de él. Hace un par de días, alguien me mandó un mensaje. Si esperan un minuto, se lo traigo.
Antes de que mi madre o los agentes puedan oponerse, me levanto de la silla y subo las escaleras hasta mi habitación. Cuando recibí el correo lo imprimí. ¿Por qué? No estoy segura. Una parte de mí quería hacer copias y pegarlas por todo el pueblo. Así se sentiría tan mal como me hizo sentir a mí. En lugar de eso, lo guardé en el primer cajón del escritorio.
Toco la puerta de mi hermano cuando paso por delante y al llegar a la cocina no dudo. Le doy el papel al agente Shepens y siento la mirada de mi madre mientras él lee las palabras que nunca olvidaré.
Entérate ya. No quiero ayudarte a localizar a Mel y él no quiere que le encuentren. Busca a otra persona a la que acosar porque no me importa que el chico muera.
El correo es de la cuenta de Richard Ward. Un compañero de bolos y pesca de mi padre, líder local de los Boy Scout y el diácono de nuestra iglesia. También es el propietario de la farmacia del centro del pueblo.
El agente Shepens lee la nota, me mira y se la pasa a su compañero.
—¿Richard Ward te envió esto?
—Utilizo una cuenta diferente para los correos sobre mi padre. —Me giro y miro a mi madre—. Probablemente pensó que estaba mandándote el mensaje a ti. —Lo cual lo empeora todo.
Mi madre tensa la mandíbula cuando el agente Klein le pasa el email impreso y no dice ni una palabra mientras me preguntan por los mensajes que lo preceden. Hay dos. En el primero pregunté si el señor Ward había oído algo de mi padre desde que se fue del pueblo. El segundo una semana más tarde cuando no recibí una respuesta al primero. Y después este otro que me hizo querer gritar y lanzar cosas y abrazar a mi hermano y protegerle de todo.
—Esto parece más una broma de un niño que algo de un hombre adulto. ¿Crees que el hombre del gorro verde y amarillo era Richard Ward o podría haber sido otra persona? —pregunta el agente Shepens.
—Por supuesto que fue él —dice mi madre bruscamente—. ¿Qué más pruebas necesitan? Ha utilizado las mismas palabras.
Por eso recordé el correo cuando preguntaron. Pero ahora que lo pienso no estoy segura.
—El hombre parecía más corpulento que el señor Ward. —O quizá su abrigo era grueso. Por mucho que quiera, no puedo imaginar al amigo de mi padre sujetando la pala. La idea de que alguien nos odie tanto como para escribir ese tipo de mensaje hace que tiemble.
El agente Shepens mira el reloj y le dice a mi madre que no hace falta levantar a DJ ahora. Volverán luego para hablar con él y visitar a los vecinos para ver si alguien vio al hombre con la pala. Hasta entonces, deberíamos cerrar las puertas y llamar a la policía ante el menor signo de peligro.
Mamá les da las gracias por su tiempo y les pregunta si habría alguna posibilidad de rellenar el agujero del jardín delantero antes de que se vayan.
—Me gustaría mantener esto con la mayor discreción posible. Con todo lo que ha pasado este año… —Me mira y suspira a la vez que posa los ojos de nuevo en los agentes—. Estoy segura de que lo comprenden.
—Por supuesto —dice el agente Shepens—. Podemos…
—Lo haré yo —le interrumpo—. Quiero hacerlo yo. —Así si alguno de nuestros vecinos mira por la ventana, no se preguntarán qué hace el Departamento de Policía de Nottawa excavando en nuestro jardín. Aunque no hará que la noticia no se propague, puede que tarden más en enterarse. Mamá debería estar de acuerdo.
Los agentes no se oponen, así que me pongo las botas mientras se van. Mamá me mira durante un rato. Espero que me grite o me pregunte si podemos hablar o que me diga que entiende por qué decidí buscar a mi padre.
—Asegúrate de ponerte los guantes —dice. Tras eso, se gira y se marcha.
Yo permanezco en la cocina durante varios minutos, rodeada de recuerdos de lo que la familia solía ser. Las mesas usadas y sillas de madera. El jarrón de mampostería que mamá compró a un artista local lleno de palos de helado y flores de papel que DJ hizo en el colegio. Papeles de notas y fotos en el frigorífico. Desearía volver atrás. A antes. Cuando oigo que una puerta del piso de arriba se cierra, me pongo el abrigo y voy al garaje a coger una pala.
El vecindario está en silencio. El único sonido es el crujir de mis botas sobre la nieve mientras me dirijo al lugar. La caja con el mensaje ya no está. Los agentes se la han debido de llevar consigo como prueba.
Dejo la pala y saco mi móvil. La nieve brilla mientras saco una foto. La policía tiene fotos. Le han dicho a mi madre que podemos pedir copias si las necesitamos, pero esta es solo para mí. Para recordarme que no puedes depender de que la gente sea amable. No importa lo que crea Nate, nadie va a dar un paso al frente y ofrecerse a donarle un riñón a DJ. Si quiero que mi hermano viva, tengo que encontrar la forma de salvarlo yo misma.