—Yvonne, ¿qué estás haciendo aquí? Pediste el día libre.
Yvonne pega un bote cuando la señora Lollipolous sale de la cocina del fondo de la pastelería. Saluda a su jefa.
—Lo sé, pero los planes de mi familia se han cancelado y sabía que ibas a estar muy ocupada preparándote para el fin de semana. Así que pensé en venir por si necesitabas que te echara una mano.
Una sonrisa de alivio se expande por el rostro enrojecido de la señora L.
—Eres un regalo de dios, Yvonne. Marta llamó diciendo que estaba mala y Ricky y yo estamos demasiado ocupados atrás haciendo las tartas de boda para este fin de semana como para empaquetar todos los pedidos y atender en el mostrador. —La señora L se limpia las manos en el delantal, ya manchado de harina, y asiente—. Me encantaría que pudieras quedarte un par de horas, pero solo si estás segura de que quieres trabajar. Trabajas muy duro tanto en el colegio como aquí y sé lo mucho que querías un día de descanso.
—Quiero trabajar. De verdad, señora Lollipolous. —Yvonne contiene el impulso infantil de cruzar los dedos a su espalda y, en cambio, añade—: No hay otro lugar donde prefiera estar hoy.
—¿Qué voy a hacer contigo? Debería ir a darle las gracias a tu madre por cambiar de planes y hacer que nuestras vidas sean más sencillas.
—¡No! —Yvonne casi grita antes de que la señora L pueda acercarse a la puerta—. Mi madre ha ido a la farmacia. Le dije que la llamaría allí si no me necesitabas.
Podría ser verdad. Al fin y al cabo, su familia no podía permitirse teléfonos móviles. Apenas podían pagar el de la casa. Pero Yvonne puede deducir que la señora L ha percibido la mentira en su voz. Quiere disculparse y explicarse, pero no puede. No tiene permitido explicarse. Todo lo que puede hacer es mover el peso de su cuerpo de un pie al otro al tiempo que la señora L la observa con los ojos entrecerrados.
Por favor, no te enfades. Por favor, no me despidas por un error. Por favor.
La señora L suspira y le da una palmada en el hombro a Yvonne, que tiene puesto un abrigo marrón gastado y ligeramente pequeño.
—Bueno, imagino que tendré que darle las gracias luego con varias hogazas de pan y algunos de los bollitos que tanto les gustan a tus hermanas. Ricky acaba de hacer una tanda grande aunque para la mitad no tiene pedidos. ¿Por qué no te guardo unos cuantos para que no se resequen antes de que te los lleves a casa? Y quizá otras cuantas sorpresas, también.
La culpa reemplaza al alivio. Tiene un nudo en la garganta y los ojos le pican cuando dice:
—Gracias, señora Lollipolous.
La señora L le dedica una sonrisa amable y compasiva.
—Es un placer. ¿Qué ventajas tiene llevar una pastelería si no alimentas a las personas por las que te preocupas? —Ambas pegan un bote cuando una sartén se cae al suelo en la trastienda y Ricky comienza a gritar algo en italiano—. Mejor vuelvo antes de que destroce la cocina. Dime si necesitas ayuda. ¡Ya voy! ¡Espero que no hayas tirado mis merengues al suelo!
Yvonne se quita el abrigo. Está agradecida de que la señora L se haya ido antes de que la culpa sacara lo peor de ella. Sabe que su jefa cree que las finanzas de su familia son la razón por la que Yvonne ha decidido venir a trabajar. Por una vez, ser la chica responsable que nunca ha roto un plato le ha venido de lujo.
Odia tener que mentirle, aunque la realidad no dista mucho de la verdad. Aunque este dinero no es para su familia. Es para ella. Las solicitudes a las universidades van a ser caras y algunas de ellas recomiendan entrevistas individuales en persona. Hay excepciones en caso de extrema necesidad, pero sus padres ya le han dicho que no quieren llegar a esos límites. Tienen su orgullo e Yvonne quiere que lo sigan teniendo. Pero quiere pedir plaza en más universidades que las que se pueden permitir.
Y, bueno, esto que tiene que hacer es extraño, pero no malo.
Con la boca seca, los músculos tensos y nerviosa, Yvonne camina hacia la puerta de la cocina y echa un vistazo por la ventanita para asegurarse de que la señora L y Ricky no están en la parte de delante. Luego se acerca a la caja registradora y saca el libro de pedidos donde la señora Lollipolous los apunta a mano y el cual se niega a tirar por muy pasado de moda que esté. Rápidamente, escribe la fecha de ayer en la esquina superior y un pedido de diecisiete galletas de chocolate con base de cacahuete. Junto al pedido va el nombre de Kaylee Dunham. Empaquetado. Pago completo. Recogido.
Lo archiva junto a los pedidos de ayer y cierra el cajón. Tras echar una mirada apresurada hacia la cocina para cerciorarse de que sus actos han pasado desapercibidos, Yvonne abandona todo pensamiento y se pone a trabajar empaquetando pedidos. Al fin y al cabo solo es una hoja. ¿Qué daño puede hacer?