Bryan


No. No. No. No. No.

El brillo del monitor del ordenador de Bryan contrasta con la oscura habitación. La cara de Amanda le sonríe mientras lee la entrada escrita por sus amigos y su familia. Consternación. Horror. Oraciones. Amor.

Por su culpa.

No. No es culpa suya. Ni siquiera sabe que había en la caja que entregó. Y si fueron las galletas las que causaron la reacción alérgica, Bryan no es el que se las dio. Es otra persona. Él es una víctima. Igual que Amanda. Excepto que él está seguro en su habitación y ella está en coma, luchando por su vida.

Tiene náuseas y calambres en el estómago. Su frente está sudorosa y su boca se llena de saliva. Va a vomitar.

Llega al baño justo a tiempo. Incluso después de vaciar su estómago tiene arcadas, como si tratase de expulsar la culpa de su cuerpo. Porque no importa cuánto quiera creer que no es culpa suya, lo es. Sabe que lo es.

Su estómago vuelve a tener calambres. Sus piernas tiemblan. No sabe cuánto tiempo pasa sentado en el suelo del baño. Parece que han pasado horas cuando sus piernas se sienten lo suficientemente fuertes como para ponerse de pie. Se lava los dientes y se echa agua fría en la cara. Cuando levanta la vista del lavabo, observa el acné que tanto odia.

La casa está en silencio cuando Bryan regresa a su habitación. Su madre no debe de haberle oído vomitar, lo cual es un milagro porque casi siempre se levanta cuando le pasa algo a él o a sus hermanos y hermanas. Dice que las madres tienen un sexto sentido. Esta noche no.

La mayor parte de él se alegra de que su madre esté dormida, pero una parte desearía que no. Con la cara de Amanda en la pantalla, le contaría lo de D.E.S.E.O. y la entrega que realizó. Qué en el fondo de su corazón sabía que estaba haciendo algo malo al colocar la caja en el umbral de su puerta.

Le pesan los ojos, pero Bryan no se mete en la cama. En lugar de eso se sienta frente al ordenador y fija los ojos en el monitor a la vez que se desplaza por las actualizaciones de los estados. Son menos frecuentes a medida que pasan las horas. Aun así él permanece sentado frente a la pantalla. Observando. Esperando. Deseando.

Por ello, cuando una nueva entrada aparece a las cuatro y media de la mañana, Bryan está despierto para leerla.

Mi sobrina, Amanda, está en el cielo. Nos ha dado dieciséis años de alegría y se nos ha ido demasiado pronto. ¿Cómo ha podido pasar? No lo entiendo.

No hay rastro de lágrimas mientras Bryan lee el mensaje una y otra vez. Sus dedos están a escasa distancia del teclado. Quiere disculparse. Quiere darle una explicación a la tía de Amanda. Pero sabe que no ayudará. Porque, sin importar la razón, Amanda está muerta.

Se siente frío y vació cuando coge el ratón y entra en D.E.S.E.O. No lee el tablón de mensajes para ver si alguien ha encontrado la imagen que había subido. No importa. Tampoco el mensaje en su página que dice que su D.E.S.E.O. ha sido entregado en su buzón para que lo recoja. Ahora solo hay una cosa que importe.

«¿Qué deseas?» pregunta la página.


Deseo una pistola.

Enter.