Kaylee


Las pesadillas me atormentan. Sueño con mi hermano en una tumba de hielo. Mi madre grita que es mi culpa. Yo grito mientras mi padre pasa por encima de una desmayada e inmóvil Amanda y se marcha por la puerta.

Amanda.

Me levanto sobresaltada. La luz del sol se filtra por las persianas mientras entrecierro los ojos y miro el reloj. Las ocho de la mañana. Es sábado. Mamá probablemente ya esté despierta, pero nos dejará dormir hasta la hora que queramos porque son vacaciones. Me vuelvo a echar y recuerdo el rostro sin vida de Amanda de mi sueño y las fotos que vi colgadas en D.E.S.E.O. Salgo de la cama y enciendo el ordenador para ver si hay noticias nuevas sobre su estado de salud.

Después del diagnóstico de mi hermano, su deterioro y el abandono de mi padre, pensé que nada me podría sorprender. Estaba equivocada.

Leo varias veces las palabras que ha escrito la tía de Amanda, Mary, hasta que penetran en mí. Después me desplazo por la página y leo las otras entradas. Aunque es pronto, hay docenas de mensajes en el muro de Amanda expresando sorpresa. Horror. Desconsuelo. Y sé que habrá más a medida que pase el día. Casi todos los mensajes ofrecen oraciones y el pésame a la familia. Empiezo a escribir el mío, pero me detengo antes de pulsar enter.

Para qué molestarme. Nada de lo que yo o la gente diga ayudará, porque no importa lo mucho que cualquiera desease que las cosas fueran distintas. Amanda se ha ido. Está muerta.

Quiero llorar. Amanda era simpática. No la conocía bien, pero sabía lo suficiente como para comprender que no era como el resto. No estaba obsesionada con novios o teléfonos o el grupo de moda. No ponía los ojos en blanco o hacía sentir estúpida a la gente por expresar una opinión o ser diferente. Quizá si hubiese sido más extrovertida podríamos haber sido amigas. Es estúpido, pero parte de mí siempre pensó que ella quería serlo. Y ahora nunca podrá pasar.

Mis ojos están anegados en lágrimas y mi garganta está atascada, pero no cae ni una gota, porque mientras leo los mensajes que lamentan tal trágico accidente, siento algo más que tristeza y desconsuelo. Siento miedo. Un miedo sobrecogedor. Porque la foto que vi en D.E.S.E.O. anoche me hace creer que la muerte de Amanta no es el accidente que todos creen que es.

D.E.S.E.O. mató a Amanda. O alguien que forma parte de D.E.S.E.O. Quizá no fue intencionado y fue una broma que terminó mal. Quizá alguien pensó que Amanda reconocería el peligro que suponían las galletas. Si eso hubiera pasado, Amanda no estaría muerta. En lugar de eso, estaría viva y preguntándose si quien le envió las galletas sabía que eran letales.

Me tiemblan los dedos al coger el móvil y marcar el número de Nate. El contestador. Igual que anoche cuando vi la foto por primera vez e intenté llamar. Ha debido de poner el teléfono en silencio cuando se fue a la cama y aún sigue durmiendo. Si no, hubiese leído mi mensaje de madrugada y me hubiese llamado. Después del pitido, intento contarle lo de la muerte de Amanda, pero todo lo que digo es «llámame, por favor» antes de colgar.

Agarro el teléfono, pienso en Amanda y después en el hoyo en nuestro jardín y la cara pálida de mi hermano cuando mi madre le explicó qué había pasado. La primera pregunta de DJ fue «¿por qué?» y, a pesar de la maratón de películas de miedo de Nate, sé que la pregunta estuvo en su cabeza todo el día y plagó sus sueños. Igual que los míos.

¿Podría ser esa la función de D.E.S.E.O.? ¿Causar miedo e inseguridad?

Niego con la cabeza e imagino a Nate diciéndome que estoy siendo demasiado dramática. Que estoy paranoica. Y la verdad es que la idea de una red social creada para meter miedo a los estudiantes del instituto Nottawa parece de locos. Y sé lo que Nate preguntaría, «¿para qué tomarse la molestia? ¿Qué importa sembrar ese tipo de miedo aquí en Nottawa, Wisconsin?». Los chicos que van al instituto no son nada del otro mundo.

Sin embargo…

Cierro el perfil de Amanda y entro en D.E.S.E.O. Navego rápidamente entre varios enlaces y fotografías hasta que encuentro la que busco. La de la puerta delantera de Amanda y la caja de la pastelería. Quizá es una coincidencia que la fotografía se colgase el mismo día que Amanda murió, pero incluso aunque me obligase a mí misma a creérmelo, la fotografía de la tumba nevada en mi jardín me convencería de lo contrario. No sé cómo o por qué, pero de alguna forma D.E.S.E.O. está conectada a ambas.

No hay otra explicación, y como D.E.S.E.O. es anónima, yo sola no puedo saber quién hizo qué. Pero los policías deberían ser capaces de hacer lo que yo no puedo. Así que marco el número. Mi dedo está sobre el botón de llamada mientras pienso en lo que los agentes podrían decir. En lo que todos dirán cuando sepan que acuso a una página web de matar a alguien a quien todo el mundo quería y hago daño a mi propia familia basándome exclusivamente en un par de fotos que he encontrado colgadas.

Teatrera.

Interesada.

Loca.

O, como oí que la doctora Jain le explicaba a mi madre, que tengo una necesidad acuciante de compensar el abandono de mi padre y la enfermedad de mi hermano con acciones que se basan en una realidad que me he inventado.

No lo hago. No lo soy. Sé que no. He hecho tonterías para ayudar a DJ. Estupideces, pero no sabía qué más hacer. E hicieron que las cosas fuesen de mal en peor. ¿Provocará lo mismo llamar a la policía? ¿O entenderán que digo la verdad?

Probablemente casi todos en el pueblo, excepto DJ y Nate, me han llamado algo o me utilizan como ejemplo de chica buena a la que le falta un tornillo. Ya he recibido mensajes porque el agente Shepens haya interrogado al señor Ward. Si vuelvo a llamar a la policía y me quejo de D.E.S.E.O. y nadie me cree, irán a peor. Seré la diana por haber atacado algo en lo que todos los que asisten al instituto participan. Incluso si tengo razón, todos me odiarán por cerrar una página que les ha dado a muchos lo que quieren.

No me debería importar. Una buena persona nunca consideraría cómo reaccionará la gente cuando algo importante está en juego. Amanda está muerta. Otras vidas podrían estar en riesgo.

Pero no soy una buena persona. Nate puede que piense que lo soy, pero mi indecisión me dice lo equivocado que está. Porque estoy cansada de estar sola. De oír a Nate hablar de invitaciones que no le importa recibir y fingir que a mí tampoco me importan. Fingir que no me pregunto cómo sería mi vida si DJ no hubiese enfermado. Si mi padre no se hubiera ido. Si mi madre hubiese sido compatible con DJ. Si yo lo hubiese sido. Adoro a mi hermano. No dejaré de luchar por él. Solo tengo que recordar cómo lo vi durmiendo en el suelo del salón para encontrar el valor de protegerlo a toda costa. Y aun así, me preocupa que todo lo que he hecho y todo lo que estoy pensando hacer le pueda hacer más daño que bien. Si los niños del colegio empiezan a meterse con él por mí culpa, no sé lo que haré. No lo harían en público donde se les puede ver, pero por internet podrían atacar desde detrás de sus pantallas donde nadie les ve. Nadie. ¿Y entonces qué?

Veo como el monitor cambia al salvapantallas negro y froto el lateral del móvil con el pulgar, ojalá Nate saliese de la cama y escuchase mis mensajes. Si él es quien llama a la policía, nadie me condenará. Ese pensamiento me llena de culpabilidad porque es la forma de pensar de un cobarde. Algo de lo que he acusado de ser a todos los que no se han hecho las pruebas de compatibilidad. ¿Cuántas veces le he gritado a la doctora Jain que están demasiado asustados como para hacer lo correcto? Decía que la capacidad de salvar una vida debería significar más que cualquiera de sus miedos.

¿No debería ser igual conmigo? ¿O es que yo también me he estado mintiendo a mí misma?

Vuelvo a marcar el número de Nate. No hay respuesta. Por primera vez desde que éramos niños no está ahí cuando de verdad lo necesito. Mientras espero al pitido, me doy cuenta de que podría esperar a hablar con él para decidir si llamar a la policía. Pero sé que esperar no es una opción. Porque una vida es más importante que mi miedo y alguien puede resultar herido antes de que Nate se levante. Y si soy completamente sincera, me siento obligada a admitir que hay otra razón. Quiero que Nate siga pensando que soy la persona que cree que soy, aunque esa persona no exista en realidad.

Esta vez, la voz no me tiembla cuando dejo el mensaje. «Nate, si te despiertas durante los próximos minutos, vístete y ven a casa. Voy a llamar a la policía. Creo que alguien de D.E.S.E.O. ha matado a Amanda».

Antes de perder el valor, pulso finalizar llamada y después marco al Departamento de Policía de Nottawa. Da tono varias veces y casi cuelgo. Pero antes de hacerlo, la voz de una mujer responde y me pregunta en qué puede ayudarme.

La pregunta me pilla desprevenida por alguna razón. Permanezco sentada e inmóvil durante un momento e intento decidir qué decir.

—¿Hola? ¿Hola, hay alguien ahí? Si es una broma…

—No. —Me encojo al oír mi voz teñida de pánico y desesperación—. Estoy aquí. No es una broma. Lo prometo. ¿Se encuentra ahí el agente Shepens?

—El agente Shepens no se encuentra disponible en este momento. ¿Es un asunto policial? De ser así puedo coger su mensaje y contactar con el agente de servicio. Si no, quizá lo mejor sería llamarlo a su casa. No es una línea apropiada para contactar a los agentes para algo personal…

—Es un asunto policial. De verdad. —Mierda. Lo estoy fastidiando todo y ni siquiera he empezado a hablar del problema—. El agente Shepens vino a mi casa ayer. Llamé porque alguien cavó un agujero en mi jardín delantero y… —contengo la bilis que me sube cuando pienso en el ataúd de cartón y el mensaje escrito en él—… dejó una nota perturbadora sobre mi hermano.

—De acuerdo. La residencia Dunham. ¿Verdad?

¿Su voz ha cambiado o son imaginaciones mías?

Cuando se lo confirmo me pregunta:

—¿Tiene información que añadir a la declaración original?

Si. No. Bueno, no a alguien que responde al teléfono.

—¿El agente Shepens trabaja hoy? —le pregunto—. Me sentiría más cómoda hablando con él. Dijo que debería llamar si me enteraba de algo nuevo. —Vale, no dijo eso, pero estuvo aquí. Vio lo que alguien le hizo a nuestro jardín y reconocerá la foto en el tablón de mensajes de D.E.S.E.O. Debería porque sacó una igual.

Claramente, la mujer al teléfono no está contenta, pero al final accede a ponerme en espera mientras llama al agente Shepens. Escucho que la ducha se cierra al final del pasillo. Definitivamente, mi madre está despierta.

—El agente Shepens se pasará para tomarle declaración en la próxima media hora. No se marche hasta su llegada, por favor.

Le aseguro que no saldré de casa y cuelgo. Ollas y sartenes resuenan en la cocina, lo que me indica que mamá ha decidido hacer el desayuno. Probablemente gofres porque son los favoritos de DJ. Clavo los ojos en el tablón de mensajes de D.E.S.E.O. y en el reloj en la esquina de la pantalla mientras me pongo unos vaqueros y un suéter azul que suele estar al fondo del armario. Saqué el suéter a hurtadillas de una caja antes de que mi madre metiese la ropa de mi padre en un trastero. Normalmente no lo llevo fuera de mi habitación porque no quiero entristecer a DJ. Pero él tiene gofres para sentirse mejor. Esto es todo lo que yo tengo. A pesar de que papá nos abandonase, el suéter todavía huele a él. O quizá soy yo la que lo imagina. Sea como que sea, el olor a loción después del afeitado y de la lana me hace recordar que él me hacía sentir como si pudiese hacerle frente a cualquier cosa.

Y cuando suena el timbre y la voz teñida de ira de mi madre me pide que baje, me alegra recordarlo mientras agarro el portátil y me dirijo abajo.