Gina


—No sé cómo ha pasado, Jim. El coche estaba perfectamente esta mañana.

Gina recorre lentamente el pasillo de la cocina y pone los ojos en blanco al oír aquella discusión tan familiar. A su padre le encanta quejarse de cada detalle del coche y su madre siempre dice automáticamente que no ha sido su culpa. Luego, tras varios minutos, su madre se disculpa profusamente y su padre se marcha a ver el fútbol. Su madre siempre es la que dice que lo siente. Siempre dice que tener razón no lo es todo y que se atrapan más abejas con miel que con hiel, o algo así. Visto lo visto, su madre va a necesitar muchísima miel para atrapar a su padre. Y mejor que ocurra pronto, porque Gina tiene que irse y estar envuelta como una momia con el abrigo y la bufanda está empezando a hacerla sudar.

—Bueno, pues ahora no —grita el padre de Gina—. ¿Cómo narices puede pasar algo así sin que te des cuenta?

—El coche estaba bien al volver de la tienda. Si no, me habría dado cuenta al sacar la compra del maletero. ¿Dejaste la puerta del garaje abierta al volver a casa?

—¿Crees que es culpa mía?

Gina se encoge mientras se acerca lentamente a la puerta lateral.

—No sé de quién es culpa, Jim. Gina estaba castigada sin conducir, pero a lo mejor ha cogido las llaves a escondidas otra vez.

Eh, eso no es justo. No fue ella. Se enfada cuando su padre grita su nombre y le dice que vaya a la cocina.

¿Y ahora qué? ¿Tiene que quedarse y negar haber tenido algo que ver con el coche? ¿O se va? La elección es sencilla. Abre la puerta de atrás y sale. En el momento en que la puerta se cierra a su espalda, echa a correr. Con cada paso que da se siente más y más enfadada. ¿Cómo es posible que sus padres hayan pensado automáticamente que ella ha tenido algo que ver con lo que sea que le haya pasado al estúpido coche de su madre? Los padres se supone que deben estar de tu parte. Los de Gina faltaron a esa clase. Quieren culparla, pero ella no ha hecho nada malo.

Gina ignora el sonido del móvil que lleva en el bolsillo del abrigo junto a la botella que encontró dentro de una cajita en el alféizar de su ventana. Temblando, disminuye el paso y se acerca a la entrada de una casa marrón decorada con luces que parpadean blanco y azul. Cuando la puerta se abre, Gina sonríe.

—Hola, espero que no te importe que llegue temprano. Desde que oí lo de Amanda, no he podido ver la tele sin llorar. Pensé que podría ayudarte a preparar el memorial. Por lo menos así haré algo útil. 

Lynn está encantada con dejarla pasar, es una de las animadoras más jóvenes y admira a Gina y no estaba segura de quién se presentaría después de enviar el correo donde explicaba que iba a organizar una reunión para que todos pudieran lidiar con la muerte de Amanda. Se ofrece a guardar el abrigo, pero Gina se excusa.

—Me lo voy a dejar puesto un rato hasta entrar en calor. Mis padres no han tenido tiempo de acercarme en coche y he venido andando. Hace mucho frío fuera.

Los padres de Lynn también se alegran de ver a Gina. No sospechan nada cuando les ayuda a sacar las botellas de refrescos y los grandes vasos de plástico y, justo después, les pregunta si puede usar el baño. Los dedos le tiemblan al abrir el armario de las medicinas y ver el bote de pastillas en el estante del medio. Justo donde D.E.S.E.O. dijo que estaría.