Hannah


Hannah frunce el ceño ante el espejo. El maquillaje ha ayudado a camuflar todo rastro de lágrimas. Pero no importa cuánto lápiz de ojos o máscara de pestañas resistente al agua use, sus ojos todavía parecen cansados y tiene aspecto de estar agotada. Quizá debería cambiarse de jersey. Amanda sería capaz de ayudarla a elegir el mejor color. Ella siempre acertaba.

Vuelve a derramar las lágrimas que tanto trabajo le había costado contener.

—Mierda. —Se seca las mejillas e ignora el dolor punzante de su cabeza.

A Amanda no le gustaría que Hannah se pasara todo el día llorando. No le gustaban las lágrimas ni las cosas tristes. Cada vez que veían una película, insistía en que fuera una comedia romántica. Algo con un final feliz. Amanda daría su aprobación a lo que Hannah va a hacer esta noche, incluido lo de no contar a sus padres más de lo que necesitan saber. Ya habían dicho que podía salir. No hay razón para informarles de que su destino ha cambiado.

Mierda. Quien sea que dijera que el maquillaje que lleva puesto es resistente al agua, se equivocó. Hannah coge un pañuelo y se da toquecitos en las manchas de debajo de los ojos mientras camina hacia su armario.

Se viste con un top verde oscuro, pegado y con cuello de pico que su padre siempre mira con una ceja levantada. Pero el escote no es tan bajo como el que suelen llevar las chicas en el instituto, así que nunca dice nada. Hannah sabe que ese silencio se rompería si le dijera que ha quedado con un chico en vez de ir a la velada en honor a Amanda. Pero ojos que no ven, corazón que no siente.

Mira el móvil y relee el mensaje que recibió hace una hora.

Hola, soy Nate. Jack me dio el mensaje. ¿Estás bien? Sé que es una pregunta estúpida. Si necesitas hablar, estoy aquí. ¿Quieres que nos veamos? Odio pensar que estás pasando por todo esto sola. Este es mi número nuevo. Mis padres no saben que lo tengo, así que mándame solo mensajes, no me llames.

Un par de mensajes después, ya tenía una cita con el chico del que llevaba colgada todo el año.

—¿Hannah, cielo?

—Bajo en cinco minutos, mamá —contesta Hannah mientras coge una sudadera de la cama. No merece la pena que su padre vea la camiseta verde y haga preguntas innecesarias.

Se pone brillo de labios rosa y vuelve a mirarse en el espejo. Todavía parece triste, pero Nate lo entenderá. Está segura de ello, porque sabe lo mucho que necesita estar con él; con alguien que entienda por lo que está pasando. Ahora solo falta un detalle para que puedan estar solos.

Hannah se mira por última vez en el espejo y recorre el pasillo hasta el dormitorio de sus padres. Desde abajo suenan gritos que le indican que acaba de empezar una competición de videojuegos. Las llaves están en el cajón central de la mesita de noche de su padre y el código para el sistema de seguridad está escrito en un pósit amarillo pegado en la primera página de la agenda de su padre. Su padre tiene una memoria horrible, razón por la que siempre lleva la agenda consigo por si necesita encender o apagar la alarma del instituto.

Tras meter el pósit y las llaves en el bolso, Hannah baja corriendo las escaleras. No quiere hacer esperar a Nate.

Su madre se presta voluntaria para llevarla a casa de Lynn.

—Está empezando a nevar.

—Gracias, pero no pasa nada, prefiero andar. Creo que el aire me ayudará a sentirme mejor. —La casa de Lynn está en dirección opuesta del lugar al que Hannah irá. Pero si su madre insiste en llevarla, no podrá negarse y tendrá que decir a Nate que llegará tarde.

La mirada compasiva de su madre hace que Hannah quiera empezar a llorar de nuevo.

—¿Estás segura?

Hannah asiente y contiene las lágrimas que amenazan con caer.

—Vale. Pero avísame en cuanto llegues.

Antes de que su madre pueda cambiar de parecer, Hannah se pone las botas, el anorak morado y las manoplas. Se enfunda el gorro con cuidado para que el pelo no se le quede de punta al quitárselo y se cubre la cara con una bufanda. Su madre le da un buen abrazo y vuelve a decirle que la llame cuando haya terminado en casa de Lynn.

—Te quiero, Hannah —le grita su madre cuando abre la puerta para marcharse.

Hannah mira atrás, hacia la entrada, donde está su madre con una sudadera y unos calcetines rojos y blancos. Oye como alguien dice «Has hecho trampa» entre risas en el salón. Y por un momento, Hannah desea quedarse con su madre y su familia. Pero solo necesita pensar en Nate esperándola para chillar un despreocupado «Yo también te quiero» mientras empieza a correr por la calle nevada.

Cuando llega al instituto, los dientes le castañean y está cubierta de nieve, que ahora cae con más fuerza que al salir de casa. Ve un coche al final de la calle y el corazón le da un vuelco mientras intenta descubrir quién está tras el volante, esperando ver a Nate. Pero el coche no frena.

Cansada por el frío, corre hacia el gimnasio, por donde Nate le dijo que podían colarse. No lo ve por ninguna parte. Empieza a sentirse muy decepcionada, pero mantiene la sensación a raya. Nate aparecerá, piensa, y, cuando mira el móvil, sabe que no se lo está imaginando.

Llego tarde, Kaylee necesitaba ayuda. Entra y resguárdate del frío. Llegaré pronto. –Nate.

Ugh. Kaylee. Durante el último año, Hannah ha estado segura de que Nate estaba colgado por Kaylee Dunham. ¿Cómo es eso posible? No tiene ni idea. No es que Kaylee sea divertida, especialmente inteligente o sexy. Aunque Hannah envidia su piel olivácea que la hace parecer morena incluso en invierno. Sea cual sea la razón, Nate siempre defiende a Kaylee y almuerza con ella, aunque todo el mundo la margine. Además, hay algo en la forma en que habla con ella…

Pero parece que él y Kaylee solo son amigos, y ahora viene de camino para encontrarse con Hannah y tener su primera cita oficial. Hannah usa una linterna de bolsillo para teclear el código de seguridad y suspira aliviada al ver que la lucecita cambia de rojo a verde. Abre rápidamente la puerta, entra y envía un mensaje a su madre para decirle que ha llegado sana y salva. Ahora, Hannah solo necesita a Nate.

Se sacude la nieve y empieza a pasear a oscuras por el pasillo porque tiene miedo de que la pillen si enciende alguna luz. La oscuridad será romántica cuando llegue Nate, pero todavía no ha llegado y la linterna apenas le sirve para encontrar la fuente. Quizá debería refrescarse un poco por si él trae una linterna más potente y le ve la cara.

Un pequeño sonido metálico la hace sonreír. La puerta se abre y ve como la silueta de Nate atraviesa el umbral. Ya está aquí, y Hannah no puede contenerse. Amanda le diría que se hiciera la dura y dejara que él se le acercara, pero no puede evitar correr hacia él.

—Me alegro tanto de que hayas venido. Es un poco espeluznante estar aquí con las luces apagadas. Pero tengo esto.

Hannah alumbra el suelo para no cegarlo y sonríe al ver que se quita la bufanda que le cubre el rostro. Entonces ve el cuchillo y grita.