Kaylee


No hay respuesta. Suena el buzón de voz, pero quiero que conteste, necesito que lo haga. Apoyo la cabeza en la pared al lado de la puerta de mi habitación y escucho la grabación que me invita a dejar un mensaje. Cuando escucho el pitido, cuelgo.

—¿Qué pasa? —pregunta Nate, levantando los ojos de su sexto trozo de pizza.

—No contesta. —Me duele el pecho. La voz robótica implica que todavía no sé si es el teléfono de mi padre.

—Vuelve a llamar.

—¿Por qué? —Me encojo por dentro —. Si no ha contestado antes, no lo hará ahora.

—Puede que sí —dice Nate mientras deja su trozo de pizza en la caja—. Pensemos al revés, ¿qué harías tú si llevaras meses escondiéndote y, de repente, vieses el número de tu padre en un móvil que no debería conocer?

—Contestaría al teléfono.

Él re ríe.

—¿En serio?

—Puede. —O estaría demasiado sorprendida y asustada para hacerlo.

—Entonces, vuelve a llamar. Contestará esta vez, estoy seguro. —Nate sonríe.

Y ahí está. Esa seguridad y algo más. Algo me dice que Nate no me está contando toda la verdad sobre este número o cómo lo ha conseguido. ¿Se lo ha dado D.E.S.E.O.? ¿Por eso está seguro de que alguien responderá? Con todo lo que está pasando, parece demasiada coincidencia que a Nate se le ocurra una forma de contactar con mi padre ahora. D.E.S.E.O. debe de estar involucrado. Pero su primera petición de D.E.S.E.O. todavía no se ha cumplido y no puede pedir nada más hasta que eso ocurra. A menos que algo haya cambiado. «Por favor, que no haya cambiado nada», pienso.

—¿A qué esperas? —Su teléfono vibra insistentemente y mira a la pantalla—. Dame un minuto —dice mientras toca la pantalla.

Giro hacia la izquierda y veo cómo escribe en el móvil. Esquina de arriba derecha. Abajo en el medio. Abajo la esquina derecha. ¿Al medio a la izquierda o arriba? No puedo verlo bien. Cuando abre el mensaje, voy hacia la cama, me siento y abrazo un cojín para que parezca que estoy pensando. A Nate le ocurre algo, algo que no quiere que sepa.

—Ha sido inútil, de nuevo. —Nate coloca el móvil en la alfombra—. No pienso contestarle más, lo prometo.

—¿Jack?

—No sé qué le pasa. No deja de preguntarme si voy a ir a casa de Lynn al velatorio de Amanda, ni entiendo por qué quiere que vaya a dar el pésame si apenas la conocía, sería incómodo.

—Quizá por eso te necesita allí —digo—, para que nadie se pregunte cómo es posible que muestre signos de humanidad.

—Bueno, si es por eso, pierde el tiempo. Nadie va a creer que Jack esté afectado, en el pueblo todo el mundo lo conoce demasiado bien. —Vuelve a sonar el móvil, pero esta vez lo ignora—. Volviendo al tema, deberías llamarle otra vez.

—Lo haré —contesto, porque aunque estoy desesperada por encontrar a mi padre, tengo que descubrir si Nate se ha pasado de la raya y cómo de lejos ha ido. Llamar a su padre parece la mejor forma de saberlo —Dame un minuto, ¿vale?

—Claro. —Vuelve a sonreír—. ¿Qué crees que deberíamos hacer mientras? ¿Ver la televisión? ¿Comer más pizza? ¿Tontear sin parar?

Miro al techo y después al suelo. A todos lados menos a Nate mientras intento que no se note lo incómoda que me siento. Porque… Bueno, porque sí.

—Es broma, Kaylee. —Nate se levanta—. Bueno, quizá no del todo. Las cosas se han puesto muy serias con D.E.S.E.O. y puede que por fin tengas la posibilidad de hablar con tu padre y convencerlo de que ayude a DJ. No te voy a empujar a hablar sobre nosotros.

Nosotros.

Me tenso y me pongo nerviosa cuando se me acerca. ¿Todavía es el chico en el que siempre he confiado?

—No has comido nada desde hace mucho —comenta—. Como la pizza no parece ayudar, ¿qué te parece si te hago un sándwich de queso mientras te dejo un poco de espacio?

Veo por el rabillo del ojo el móvil de Nate en el suelo, donde lo ha dejado.

—Suena bien.

Le cojo la mano y la sujeto con fuerza. Quiero creer en él, en lo que hemos sido, en lo que dice que podríamos convertirnos. Quiero tener fe en que lo único bueno en mi vida, es especial, importante y en que puedo confiar en él. Necesito estar segura de que todavía hay alguien que piensa que valgo la pena.

—Nate —digo y, aunque realmente quiero preguntarle si me está ocultando algo, la única palabra que me sale es—: Gracias.

—No me lo agradezcas hasta que hayas probado el sándwich —bromea. Entonces su expresión se vuelve seria y nos miramos. Mi corazón late más fuerte y me pregunto si me volverá a besar. Esta vez, a pesar de todo, quiero que tengamos otra oportunidad.

Pero Nate no se inclina ni me besa, ni coloca su mano en mi mejilla. Yo estoy demasiado asustada como para iniciar el contacto, así que dejo que me suelte la mano y vaya a la puerta.

—Cocinaré con calma, así tendrás bastante tiempo para llamar a tu padre. —Desaparece por la puerta con una de sus sonrisas arrogantes.

Escucho como baja por las escaleras mientras me quedo inmóvil hasta que oigo el sonido de una sartén. El móvil está bocabajo en el suelo y solo veo la carcasa azul.

Todas las razones por las que no debería mirar el móvil de Nate se me pasan por la cabeza mientras lo cojo y le doy la vuelta. Nuestra amistad de toda la vida, cómo siempre me ha apoyado en todo, la decepción que sentiré si otra persona más demuestra no ser quien quiero que sea. Pero a pesar de todo, lo enciendo. Aparece la notificación de un mensaje no leído. El mensaje es de Jack. «¿Dónde estás, mentiroso? Mamá va a…» y el resto está escondido. Para ver eso y más necesito desbloquearlo. Toco la pantalla y aparece el teclado numérico. Respiro hondo, recuerdo a Nate metiendo la contraseña y empiezo a teclear.

Un número.

Después el segundo.

Al escribir el tercero el móvil vibra. Me asusto y casi dejo caer el cacharro al mismo tiempo que la pantalla de la contraseña se restablece. El número que he escrito es incorrecta, así que vuelvo a intentarlo. Un número. Dos. Tres. El teléfono vibra y se vuelve a restablecer.

¿Y ahora qué? ¿Cuántas veces puedo escribir mal la contraseña antes de que se bloquee? ¿Tres? ¿Cuatro? Si vuelvo a ponerla mal, quizá el teléfono no deje que nadie lo utilice durante un rato y Nate descubrirá qué he hecho y me preguntará el porqué. Puedo parar ahora y evitar que eso ocurra, puedo simplemente aceptar a Nate como el amigo que siempre ha sido y fingir que no esconde ningún secreto.

Pero estoy cansada de los secretos, quiero intentarlo una vez más.

Tecleo las dos primeras cifras. Espero que vibre cuando pulso la tercera, pero no pasa, y cuando tecleo el cuarto número se desbloquea. Ahora solo necesito encontrar algo antes de que Nate regrese. Aunque no tengo ni idea de qué buscar, sobre todo porque Nate sabe que hay un mensaje sin leer. No puedo leerlo o acceder a su bandeja de entrada sin que él lo sepa. Así que decido abrir el registro de llamadas.

Vaya. Nate ha debido de pasar la mitad del día al teléfono con gente de nuestra clase. Lynn le ha llamado un par de veces. Probablemente por el velatorio de esta noche. Cassandra Clarke es la última. Rachel Briggs. Emily Yorgen. Josh Martínez. Nick Wright. Todos chicos con los que he crecido, todos amigos de Amanda. No hay nada que parezca sospechoso. Hay dos números que no deben estar registrados en el móvil de Nate porque no tienen nombre. Por el código del área sé que ambos son números locales, pero ya que no tengo tiempo de sentarme frente al ordenador y buscarlos, me meto en su correo.

La pantalla se está cargando cuando escucho un ruido metálico que proviene de la cocina, seguido del sonido de un grifo abierto. Nate debe de estar fregando la sartén. Ya ha terminado de cocinar y regresará en cuestión de segundos. Miro a la puerta y vuelvo a posar los ojos sobre la pantalla. Vamos. Cárgate, cárgate.

Ahí está. La pantalla cambia y aparece la bandeja de entrada del correo. La miro fijamente durante un segundo, quiero ver todo, pero sé que solo podré leer un par. Miro rápidamente los nombres de los remitentes. Reconozco la dirección y la hora del correo que yo también recibí de D.E.S.E.O. en el que se nos avisaba de que la página volvía a estar activa. Pero me llama la atención el mensaje siguiente cuyo remitente es administrator@nhsproject.gov. El asunto: Requisito de realización. La misma terminología que utiliza D.E.S.E.O.

—Espero que estés preparada para el mejor sándwich que has probado en tu vida —grita Nate desde la cocina.

Miro hacia la puerta abierta y de nuevo los correos de Nate. Me tiembla la mano que sujeta el teléfono cuando selecciono el mensaje y espero a que se cargue. Date prisa, rápido. Aguanto la respiración e intento escuchar a Nate, pero todavía no lo oigo. Escucho pasos y el chirrido de la tabla al pie de las escaleras que papá siempre decía que iba a arreglar. Aparece el correo. Es corto pero no dejo de vigilar la puerta, así que apenas entiendo lo que leo.

—Servicio de habitaciones. Espero que estés preparada para el mejor sándwich de la historia —dice Nate desde el final el pasillo.

No, no estoy preparada porque no entiendo nada. Vuelvo a leer las palabras mientras deseo no haber cogido el móvil de Nate y haber mirado su correo.

Gracias por su oportuno aviso. Gracias al aviso sobre la llamada de Kaylee Dunham al Departamento de Policía de Nottawa, nuestro proyecto ha sido capaz de permanecer desapercibido y operativo. Como le prometimos, hemos obtenido el número de teléfono que solicitó. Aparece escrito abajo. Consideramos esta transacción finalizada.

—¿Lista para comer?

Me giro. La sonrisa de Nate desaparece cuando se da cuenta de que tengo su teléfono en la mano.

—Kaylee, ¿qué haces?

—Eso es lo que quiero saber yo —respondo. Siento un martilleo en la cabeza mientras giro el móvil para que vea la pantalla.

Dudo que pueda leer las palabras desde esa distancia, pero su cara palidece.

—Puedo explicarlo.

—Bien, explícamelo. Explícame por qué has ayudado a D.E.S.E.O.