Bryan hinca las uñas en el volante mientras pasa junto a la casa por segunda vez. Se alegra de que nieve con más fuerza. Nadie le preguntará por qué va tan despacio, pensarán que conduce con cuidado en lugar de que está mirando por la ventana. Las luces todavía están encendidas. No hay ningún coche en la entrada, pero alguien debe de estar en la casa.
El resto de la calle está en silencio. Busca señales de alguien como su padre, de alguien que no quiera esperar a que se acumulen varios centímetros de nieve antes de quitarla, alguien que amenace con pillarlo y que le dé a Bryan una excusa perfecta para llevar el coche de vuelta a su casa.
Pero todos los garajes permanecen cerrados.
«No va a ocurrir nada», se dice a sí mismo mientras juguetea con la jeringa. Va a malgastar una noche en este maldito coche y le parece bien. Casi se ha convencido de ello cuando vibra el móvil.
Está dentro con Kaylee. Lo sé. Espera a que salga y ofrécele llevarlo a casa. No podría ser más fácil.
Mierda. A lo mejor todavía sale todo bien. A lo mejor Jack se equivoca y Nate se queda dentro. Bryan agarra la jeringa con más fuerza y reza.