Todo va bien de momento.
Sydney termina de escribir, pulsa enter y se desplaza rápidamente por el tablón de mensajes de D.E.S.E.O. Inteligente. El sistema es increíblemente inteligente. Es una pena que no se le ocurriese a él. Por supuesto, aunque lo hubiese soñado nunca habría pensado que podría funcionar. Es increíble cuánta gente todavía no lo ha descubierto y cuántos todavía creen que es un juego. Quizá él es el único que se preocupa por mirar el número de miembros de la red social y el único que lo ha visto en su máxima esplendor y después descender.
Amanda.
La primera caída debió de ser por ella. Se siente mal por ella y su familia. ¿Quién no? Pero, a pesar de eso, no puede evitar admirar el sistema que llevó a su muerte y a quienquiera que lo planease. Ofrecer recompensas a tan bajo precio como enviar invitaciones a una nueva página y convencer a tus amigos a que jueguen no cuesta nada. Al menos pensarías que no. Y solo por enviar unos cuantos correos obtienes una recompensa, algo real que haga que quieras más. ¿Por qué no, si ya te han dado algo gratis? O eso crees. Eso es lo que siempre quieren que pienses. Solo quienes no tienen cerebro son tan inocentes como para creérselo. Nada en esta vida es gratis y Sydney siempre lo ha sabido. No entiende cómo el resto, tal y como revela el contador de deseos que continúa subiendo, no lo ven.
Inteligente, quien inventó D.E.S.E.O. es increíblemente inteligente. Y probablemente esté loco. Una cosa no quita la otra.
Él también lo es, pero su locura no llega tan lejos. Puede observar, aprender y jugársela al sistema fingiendo ser estúpido como el resto. Obtendrá lo que pueda de ello antes de que explote. Hasta ahora ha ganado una buena cantidad de dinero, casi la suficiente para irse del pueblo.
Recibe una notificación en su bandeja de entrada. El mensaje que esperaba acaba de llegar. Lee las instrucciones y asiente al tiempo que entra en la página de inicio de D.E.S.E.O.
Usuarios registrados – 687
Deseos pendientes – 684
Deseos concedidos – 210
Otro miembro ha caído.
Sydney abre con la llave el cajón de su escritorio y coge el cuchillo de caza de su abuelo. Solo por si acaso. Mete el cuchillo en su mochila y se la pone. Echa un último vistazo al contador de D.E.S.E.O. y se dirige a la puerta para seguir las instrucciones mientras se pregunta si alguien se dará cuenta del cambio de cifra. Si no lo hacen, está seguro de que se darán la próxima vez.