Echo la silla hacia atrás y me levanto tan rápido que casi pierdo el equilibrio. Cuando me recupero, clavo los ojos en la pantalla del ordenador.
No lo hice, yo no pedí las galletas que mataron a Amanda. Puedo enseñarle al agente Shepens el mensaje que Yvonne me ha mandado, pero cuando lo releo me doy cuenta de que ha elegido cuidadosamente sus palabras. Nada en el mensaje sugiere que el recibo de las galletas sea falso. Yvonne me avisa del peligro, pero no está dispuesta a incriminarse en el proceso. Las pruebas contra D.E.S.E.O. respaldan lo que digo, pero, ¿cuánto tardaré en convencer al agente Shepens de eso? Demasiado. Y cada minuto que pase demostrando mi inocencia lo resto de salvar a Nate. Mi madre me dijo que me quedara en casa, pero no tengo otra opción. Tengo que irme antes de que el agente Shepens llegue.
Bajo la tapa del portátil y después cojo la bolsa de tela de debajo de la cama y meto el ordenador. No sé dónde iré o qué haré, pero sé que tengo que moverme rápido.
No conozco ningún sitio que sea seguro. Una vez me marche, no sé lo que pasará. Está nevando con fuerza. No tengo coche y no sé si podría conducir sin chocarme con este tiempo, así que no importa. Lo importante es que me vaya de aquí deprisa.
Me quito los vaqueros y el suéter, corro hacia el aparador y abro el cajón de la esquina superior derecha. ¿Dónde están? Ahí, debajo de la combinación y medias que mi madre insiste que necesito pero que nunca me pongo, está la ropa interior que llevé la última vez que fui a esquiar con mi padre. Ugh. Son estrechas y demasiado cortas y se rajan en la entrepierna cuando me agacho para estirarlas. Pero la raja hace que sea más cómoda, así que me la dejo puesta y me pongo los vaqueros por encima. No es mi mejor conjunto, pero la mayoría de mis pantalones de chándal están rotos o tienen agujeros. Mejor tener algo estrecho y caliente que algo espacioso por el que entre aire.
Me pongo una camiseta que me está grande y busco en el armario el suéter rojo de lana de mi padre. La combinación bajo mi abrigo de invierno debería mantenerme caliente. Al igual que los pantalones de chándal negros que saco del cajón de mi madre. Dos pares de calcetines después estoy sudando por el volumen de ropa, pero estoy preparada para irme… a donde sea.
Corro escaleras abajo, agarro una caja de barritas que veo en la encimera y la meto en la bolsa mientras me dirijo al armario de la entrada a por mi abrigo, mi bufanda y mi gorro. Hora de irse.
Me paso la bolsa de tela por el hombro derecho, cojo una linterna del garaje y corro hacia la puerta.
No. Si el agente Shepens está de camino, me verá cuando gire hacia nuestra calle, así que tengo que ir por el jardín trasero.
La puerta trasera está en el salón. Da al patio, que está detrás de la casa y no se ve desde la calle. Me quito las gafas y las meto en el bolsillo junto al móvil para cogerlas rápidamente si las necesito. La visión borrosa se añade al miedo en mi interior, pero aprieto los dientes, abro la puerta y salgo al frío.
Hay mucha nieve. En el último par de semanas se han acumulado unos treinta centímetros y hoy se han sumado varios más. Cuánto más rápido voy, más pierdo el equilibrio. Pero no me caigo, lo cual es un milagro y, después de lo que parece una eternidad, llego a la valla de madera que separa nuestro jardín del de los Jefferson, una valla con una tabla suelta por la que me he colado cientos de veces. Aunque no con una bolsa de tela sobre los hombros y ropa voluminosa, claro. Me muevo por la estrecha entrada y me doy cuenta de que mi abrigo se ha quedado enganchado a un trozo de madera de la valla. Mierda. Tiro con el hombro y escucho que se rasga a la vez que mi abrigo queda libre y empiezo a correr.
Giro hacia la izquierda en la casa de los Jefferson, donde la nieve no es tan profunda, y me dirijo rápidamente hacia la calle. La puerta de un coche se cierra a lo lejos. En medio del silencio que acompaña a la nieve, el sonido me hace saltar como si fuese un disparo y, mientras voy a la parte delantera de la casa en dirección a la calle, escucho atentamente en busca de pistas de lo que puede estar pasando detrás de mí. ¿Está el agente Shepens en mi puerta? ¿Está tocando el timbre? ¿Sabe ya que me he escapado?
Llego a la carretera y me abrazo a mí misma mientras miro en ambas direcciones. ¿A dónde debería ir? Un par de huellas de neumático de coche en dirección este deciden por mí. Correr por la nieve compacta será más fácil que crear mi propio camino y no habrá tantas huellas que seguir. Es tan buen plan como cualquier otro.
Cuando llego al final de la calle, oigo que suena mi móvil. Protegiéndolo lo mejor que puedo de la nevada, lo saco y miro quién llama. El agente Shepens. Tiene que estar fuera de mi casa, preguntándose por qué no respondo al timbre. El aire frío hace que me pique la garganta. El sudor corre por mi cuello mientras decido qué hacer ahora. Solo había pensado escapar para evitar ser arrestada, pero no tengo ni idea de qué hacer ahora que estoy aquí fuera. Sola. ¿Adónde voy? ¿Cómo encuentro a Nate? Y el miedo por lo que D.E.S.E.O. planea hacer después me está poniendo histérica. Sigo las marcas del coche hasta el centro de Nottawa y me obligo a ir más rápido. Cuando llego a un stop miro hacia atrás. No hay nadie, todavía. No estoy lejos de la casa de Nate. Puedo llegar allí, pero apuesto a que es donde irá ahora el agente Shepens, aunque tengo más miedo de que Jack le cuente a D.E.S.E.O. que estoy allí.
¿Una iglesia? ¿Tienen que dar asilo, no? A lo lejos escucho una sirena y empiezo a correr otra vez aunque los músculos de mis piernas estén cansados.
Tengo que encontrar a Nate. ¿Quién me puede ayudar con eso?
¿Bryan? Podría buscar su dirección y esperarlo allí. Pero si sus padres o cualquier otra persona me ven por los alrededores pueden decírselo a mi madre o a la policía.
El frío hace que me cueste respirar. Mis vaqueros están llenos de nieve de caminar por los jardines. Tengo que resguardarme del frío y de la nieve, pero no tengo amigos a quienes recurrir. Solía tenerlos antes que papá se marchase, antes de que DJ enfermase y me sintiese tan culpable, infeliz y enfadada. Me solía decir a mí misma que solo necesitaba a Nate. Me doy cuenta, de repente, de que todo esto sería más fácil si hubiese dejado que mis otros amigos me ayudasen. Si no les hubiera ahuyentado cuando no estuvieron de acuerdo con aquello que necesitaba. No tengo adónde ir, nadie con quien contar o a quien pedir ayuda. Este último año mi vida ha girado en torno a nuestra casa, la casa de Nate, el hospital cuando iba con DJ y el instituto.
El instituto.
Me detengo para orientarme. Nate vive a una calle de distancia. El instituto solo está a un par de calles desde allí, y las casas más cercanas están lo suficientemente lejos como para que no me encuentren, y menos con la tormenta de nieve. No puedo entrar, pero el edificio tiene todo tipo de rincones y salientes donde los chicos sin coche esperan a que los recojan después de clase. Si están demasiado expuestos, puedo meterme debajo de las gradas del campo de fútbol o puedo intentar romper la cerradura del Newt Café dónde se solían servir refrescos y perritos calientes durante los partidos. Ese lugar parece que está a punto de derrumbarse desde que tengo uso de memoria, pero sería un buen refugio.
Incluso si no pueda entrar, ahora tengo un plan y una dirección a la que ir. Evito la calle de Nate de camino al instituto, ya que es el primer lugar en el que la policía me buscará. Si me están buscando. Las huellas de neumáticos que estaba siguiendo hace tiempo que han desaparecido, pero encuentro unas nuevas y permanezco a un lado de la carretera. Los dos coches que pasan a mi lado van despacio. Uno parece que va a parar para preguntar si necesito ayuda o que me lleven, pero mantengo la cabeza agachada y giro hacia un acceso para coches para que parezca que he llegado a mi destino.
Me cubro de nuevo la boca con la bufanda y tiro del gorro hacia abajo hasta que casi me cubre los ojos. El viento todavía azota mi piel, pero me niego a abandonar. Al final veo la forma borrosa de un edificio alto y largo a lo lejos y aumento el ritmo. Dudo que me haya sentido tan feliz de ver el Instituto Nottawa antes y, probablemente, no volverá a ocurrir nunca más en el futuro porque, una vez que pase esto, todavía tendré que tratar con la gente que se ha metido conmigo. He estado muy enfadada con ellos, incluso con los que han sido majos conmigo, como Amanda. Pero ahora que temo lo que pueda pasarle a Nate y al resto, admito que debo aceptar parte de culpa por su comportamiento ya que yo fui quien los ahuyentó. No soy tan tonta como para creer que en otras circunstancias sería amiga de toda la gente del instituto, pero sí de algunos. Y quizá si hubiese sido diferente, ahora no estaría sola. Si todos salimos de esta, intentaré encontrar una forma de cambiarlo todo. Corro hacia la entrada principal, la cual está cubierta por un gran saliente. Cuando llego al rincón, permanezco de pie en la esquina que no está a la intemperie y decido descansar durante un minuto antes de empezar a pensar el siguiente plan. Me siento en el cemento frío cubierto de nieve y me abrazo las rodillas, deseando estar en un lugar cálido.
Mi móvil vuelve a sonar y lo cojo, creyendo que saldrá el número del agente Shepens En su lugar, veo el de Bryan.
Oh, gracias a Dios. Ha debido de cambiar de opinión sobre Nate, sino no estaría llamando.
Me quito los guantes torpemente para contestar al teléfono y digo:
—¿Hola?
—¿Kaylee? —dice Bryan cansado, como si le faltara el aire—. Lo siento mucho. Nate ha desaparecido.