Suenan las alarmas antiincendios. El humo asciende hasta el cielo nocturno mientras el fuego crepita. El olor a humo y a gasolina en el aire es sofocante. La imagen del instituto en llamas es cautivadora en contraste con la nieve blanca. Pego un bote al oír un cristal del interior romperse. Yo estaba ahí dentro. Esa podría haber sido yo. Podría haber muerto.
Hannah está acurrucada en la nieve sollozando. Bryan está agachado a su lado y la consuela mientras observa el humo salir del edificio. Yo no digo nada. No puedo estando aquí abrazada a mí misma, temblando por el frío.
Las alarman continúan sonando.
Alarmas. Intento librarme del miedo y pensar. La ayuda llegará pronto. Los bomberos y la policía vendrán para apagar el fuego y si no salgo de aquí, me encontrarán. Me interrogarán. Nate. La impresión de encontrar a Hannah y de la explosión ha hecho que, por un instante, me olvide de que lo estaba buscando. Nate no tiene tiempo para que ande explicando cómo he llegado aquí y por qué. Necesita que lo encuentre. Tengo que irme de aquí.
Me coloco mejor la bolsa en el hombro y bajo la mirada hacia Bryan y Hannah. Sus sollozos se han transformado en gimoteos que deberían hacer que sintiese pena por ella, pero me ponen de los nervios. Probablemente porque desearía tener yo tiempo para llorar. Ojalá pudiera esperar a que la ayuda llegue. Luego. Ya podré llorar y asustarme luego. Cuando Nate esté a salvo y D.E.S.E.O. haya desaparecido. Porque ver el instituto envuelto en llamas me hace volver a pensar en lo lejos que va a llegar D.E.S.E.O.
—No puedo quedarme —digo lo bastante alto como para que me oigan por encima del crepitar del fuego y de los gimoteos de Hannah—. ¿Me prestas tu coche, Bryan? Tengo que encontrar a Nate.
Bryan tose, sacude la cabeza y se levanta.
—Voy contigo. Pero primero metamos a Hannah en su coche para que no respire más humo.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
En cuanto Bryan intenta ayudarla a ponerse de pie, Hannah empieza a gritar a pleno pulmón, patalea y usa las uñas para intentar soltarse. No puedo culparla por entrar en pánico, pero no está siendo de ayuda. Intento ayudarla a ponerse de pie pero es un peso muerto, la adrenalina que me ha mantenido en movimiento hasta ahora se está agotando. Bryan tiene el mismo problema. Estamos a punto de intentarlo una vez más cuando oigo sirenas en la distancia.
—Si no se quiere mover, dejémosla aquí —propongo—. Estar sentada en la nieve cinco minutos más no va a matarla.
Bryan niega con la cabeza.
—Toma. —Se mete la mano en el bolsillo—. Llévate las llaves. Ve arrancando el coche.
Me tiende las llaves e intenta razonar con Hannah. Corro hacia el coche, lo abro y meto la llave en el contacto. La radio y la calefacción se encienden a tope. Mierda. ¿Cómo apago la radio? Cuando la apago me doy cuenta de que las sirenas se oyen todavía más alto.
—Bryan —grito—. ¡Tenemos que irnos!
Bryan se da por vencido con Hannah. Corre hacia el coche y yo me muevo al asiento del copiloto. Bryan sube, da marcha atrás y pregunta:
—¿A dónde vamos?
—A cualquier sitio que no sea este —digo. Ya decidiremos el resto cuando la poli no esté tan cerca.
Las ruedas giran antes de agarrarse al asfalto. Hannah grita y a Bryan encogerse al apagar las luces del coche. Se aferra al volante con fuerza antes de sacar el coche del aparcamiento e incorporarse a la carretera.
—¿Puedes ir más rápido? —pregunto.
—No. —El coche derrapa para confirmarlo.
Saber que soy capaz de correr más rápido de lo que nos estamos moviendo hace que quiera subirme por las paredes. A lo lejos veo el destello de luces rojas y blancas acercándose. Espero que, si ven nuestro coche, estén demasiado preocupados por el edificio en llamas como para venir a por nosotros.
Aguanto la respiración hasta que veo que el primer vehículo de emergencia girar hacia el aparcamiento del instituto y el resto lo sigue. Aun así, ni Bryan ni yo hablamos hasta que gira en la siguiente calle y las luces desaparecen de nuestra vista.
Tras avanzar otra manzana, detiene el coche, vuelve a encender las luces y pregunta:
—¿Y ahora qué?
No lo sé. Miro la calle que se extiende a nuestras espaldas para asegurarme de que las luces rojas y blancas no nos siguen. No hay nadie por ahora. El reloj marca las 00:10. Han pasado muchísimas cosas en muy poco tiempo. Eso es lo que me aterroriza. Lo rápido que las cosas pueden cambiar. Un minuto el colegio estaba perfectamente, y al siguiente, en llamas. Si Bryan no hubiera aparecido cuando lo hizo y no me hubiera ayudado a sacar a Hannah, no estoy segura de qué habría sucedido.
—¿Cómo lo supiste? —pregunto.
—¿El qué?
Me giro hacia él.
—¿Cómo supiste lo de la bomba? Cuando me llamaste, me dijiste que saliera del instituto porque había una bomba. ¿Cómo lo supiste? ¿Te lo dijo alguien?
—Vi una foto. —Se vuelve para mirarme—. Alguien publicó una fotografía del temporizador sobre una de las mesas. La placa con el nombre de la doctora Jain salía en una esquina.
Espera un segundo. Todo en mi interior se paraliza.
—¿La bomba explotó en la oficina de la doctora Jain?
—Sí, ¿por qué?
—No lo sé, pero debe significar algo. —Tengo que pensar, pero esperar a ser descubiertos me lo está poniendo difícil—. ¿Puedes conducir sin más?
—¿A dónde?
—A cualquier sitio.
Mientras Bryan reincorpora el coche a la carretera, yo cierro los ojos y me concentro en la última noticia. La oficina de la doctora Jain está en la esquina más lejana del edificio, junto a la oficina de administración y el resto de los orientadores, lejos de la mayoría de cosas que los estudiantes, registrados en D.E.S.E.O, usan a diario. Si alguien quisiera dañar el instituto para que permaneciera cerrado durante una buena temporada, atacaría otra zona, como la cafetería en medio del edificio o las aulas de ciencias donde guardan los agentes químicos, tendría más sentido. Eso es lo que yo haría.
—¿Te dio D.E.S.E.O. instrucciones específicas para secuestrar a Nate y qué hacer con él una vez lo hicieras? —Al ver que Bryan se encoge, digo—: Mira, no quiero culparte, intento averiguar si D.E.S.E.O. permitiría que la persona que ha prendido fuego al instituto decidiera el sitio donde poner la bomba o si le dieron instrucciones específicas.
—No sé lo de la bomba, pero para el secuestro de Nate me mandaron instrucciones bastante detalladas. —Bryan alza la mirada y la clava en la ventana antes de hablar—. Todo el plan estaba detallado. La colaboración de Jack, la droga para dejar a Nate fuera de combate, incluso el material con el que tenía que atarlo en la trastienda de la antigua oficina de correos. Encontré la droga, unas esposas y unos soportes en una caja dentro del buzón de nuestro vecino. Tal y como me dijeron.
Instrucciones específicas para un propósito específico. Si ha sucedido lo mismo con el incendio del instituto, D.E.S.E.O. quería prender fuego a la oficina de la doctora Jain. Pese a lo rápido que los bomberos han respondido a las alarmas, si el temporizador se hubiese detenido y el fuego se hubiese propagado como se suponía que debía ocurrir, el daño en esa habitación sería el peor. Alguien quería destruir todos los papeles de la doctora Jain. ¿Pero quién?
¿Quién nos conoce lo suficientemente bien como para predecir cómo actuaríamos al ser invitados a D.E.S.E.O.?
¿Quién sabía que Nate era compatible?
¿Quién tiene acceso a los archivos médicos y sabe casi todo lo que ocurre en nuestras familias y con nuestros amigos porque es su trabajo?
Solo hay una única respuesta, la doctora Jain.
Acaba de llegar este año, pero no desconoce la zona del todo. Vivió aquí, o en algún sitio cercano, hace años. ¿Se lo dijo a mi madre o fue a mí? No lo sé. Pero sé que lo dijo. ¿De dónde venía? De algún lugar en la costa este. Creo recordar que dijo que se mudó de aquí a Maryland antes de regresar. Y también dijo que ha aprendido que las personas pueden tomar decisiones que las lleven por caminos que no tenían previstos y que solo empeora la situación no admitir tales errores. Pensé que se refería a mí, a cómo nadie confía en mí por las cosas que hice, pero, ¿y si realmente no hablaba de mí? ¿Y si se refería a D.E.S.E.O.?
Una parte de mí no quiere creer que sea la culpable. Sí, es muy pesada, pero por poco que me guste hablar con ella, creo que su interés en mí es sincero. Dice que está volcada en mí, en mi familia. Que entiende lo que es que te abandone alguien a quien quieres. ¿Es mentira o verdad? No lo sé, pero mi intuición me dice que el fuego comenzó en su oficina para eliminar las pruebas que implicaban a la doctora Jain. Y ella es la que está aconsejando a mi madre y le está diciendo que necesito tratamientos nuevos porque soy un peligro para mi hermano.
—Creo que la doctora Jain está detrás de D.E.S.E.O.
Bryan pisa el freno y el coche patina sin control hacia la izquierda antes de detenerse.
—¿Qué? Eso no tiene sentido.
—Sí que lo tiene. Quien está detrás de D.E.S.E.O. nos conoce y sabe todo sobre nosotros. Si un alumno tiene problemas médicos siempre se avisa al centro. —Todos los profesores y los administradores del colegio de DJ están al corriente de su situación para saber cómo actuar en caso de que tenga una recaída—. Casi nadie sabía lo de la alergia de Amanda, pero no sería un secreto para ella. —La enfermera probablemente tuviera algún tipo de medicación para usar en caso de emergencia—. Y seguramente el psicólogo del instituto sepa quién está enfadado con quién o qué estudiantes son más sensibles a las recompensas que otros. Todas las cosas que D.E.S.E.O. conoce.
Bryan asiente.
—Ella sabía lo mío.
—¿Qué sabía?
—La doctora sabía… —Bryan inspira hondo y continúa—, sabía que estaba dolido por algo que ocurrió con Amanda. Me paró en el pasillo justo cuando el recreo empezaba y me ofreció ir a hablar con ella. Me dijo que algunos de mis profesores estaban preocupados y pensaban que estaba deprimido. Le respondí que estaba bien, pero ella me dijo que estaba disponible por si alguna vez necesitaba hablar o, si no quería hablar con ella, que podría sentirme mejor si hablaba del tema que me estuviera molestando con la persona que hubiera causado el problema. Dijo que las personas a veces nos arrepentimos de no haber hablado de lo que nos sucede hasta que ya es demasiado tarde. —Se gira y me mira. Aunque está oscuro las sombras no esconde las lágrimas —. No hablé con Amanda, estaba demasiado enfadado, así que cuando D.E.S.E.O. me pidió que le entregara una caja de galletas dejándola en su puerta, sabía con seguridad que algo no iba bien, pero no me importó.
—Ay, Dios. Tú entregaste las galletas. —Bryan ha matado a Amanda. No, no Bryan, ha sido D.E.S.E.O. Él no sabía que Amanda era alérgica, no quería que muriera—. Pero la muerte de Amanda no es culpa tuya.
—Sí que lo es —responde Bryan en voz baja—. Sabes que sí.
Quizá sí o quizá no. No lo sé. Todo lo que sé es que la expresión del rostro de Bryan me asusta.
—No importa qué piense yo.
—Supongo que no. —Pero el tono de su voz me indica que sí. Con voz monótona continúa—: Cuando Amanda murió, no quería contarle a nadie lo qué había hecho. Debería habérselo contado a mis padres, o a la policía, o haberlo dejado estar. En cambio, le pedí a D.E.S.E.O. algo más. Sabía que estaba mal, pero me convencí de que no. Y no puedo cambiarlo. No puedo arreglar lo que he hecho.
—Tú no fuiste quien planeó su muerte. —De eso estoy segura—. Ni le tendiste la trampa ni llamaste a la panadería para hacer aparecer un recibo a mi nombre y que pareciera que fui yo la que planeó asesinarla.
—¿Qué? —La confusión reemplaza el vacío.
—Tomaste una mala decisión. —La ira bulle en mi interior—. Muchos de nuestros conocidos han tomado malas decisiones. Decisiones que nunca se habrían planteado por sí solos si no se las hubiera sugerido alguien y hubiera puesto, delante de sus narices, una zanahoria enorme como cebo. —Estúpidos. Somos todos unos estúpidos por no hablar entre nosotros y creer que no pasaba nada por formar parte de lo que sea que hicieran los demás. Pero D.E.S.E.O. es peor, porque usó eso en nuestra contra. Nos utilizó. ¿Para qué? ¿Por qué?
—¿Y ahora qué? —pregunta Bryan—. ¿Llamamos a la policía y les decimos que creemos que la doctora Jain está detrás de D.E.S.E.O.?
—La policía cree que fui yo quien encargó las galletas para Amanda. Me arrestarán primero y harán las preguntas después. —Si tengo suerte, claro, aunque últimamente no me siento muy afortunada.
—Lo que significa que nunca vamos a encontrar a Nate.
—Sí que lo encontraremos —digo mientras saco dos tarjetas de visita arrugadas de mis vaqueros.
Guardo de nuevo una en el bolsillo y me quedo con la otra: la de la doctora Jain. La que tiene su número teléfono personal, al que me dijo que llamara a cualquier hora, ya fuera por el día o por la noche.
¿Estará durmiendo la doctora Jain? ¿Puede dormir sabiendo el daño que ha causado? ¿O duerme bien porque sus planes han ido de maravilla? Supongo que estoy a punto de averiguarlo.
—Hola. Soy la doctora Jain, dígame.
No percibo confusión. Ni preocupación porque alguien con un número de teléfono desconocido contacte con ella a mitad de la noche. Solo la misma voz calmada y controlada que siempre me pone de los nervios.
—Doctora Jain, soy Kaylee Dunham. Lamento llamarla tan tarde. —En realidad no, pero es lo educado y quiero que crea que esto es normal, o tan normal como puede ser una llamada a las tantas de la noche.
—Kaylee. Gracias a Dios. ¿Estás bien? La policía se puso en contacto conmigo hace un rato cuando fueron a tu casa y no te encontraron allí. ¿Dónde estás?
Mierda. No se me había ocurrido que la poli podía haberla llamado.
—Estoy bien. —Por ahora—. Pero estaré mejor si puede responderme a una pregunta.
—Lo que sea. He estado muy preocupada.
Sí, claro. Respiro hondo porque tras decirle lo que estoy pensando, ya no habrá vuelta atrás. Luego pregunto:
—¿Dónde está Nate y qué ha hecho con él?
Espero a que me diga que está confusa, que no me entiende o algo. En cambio, solo hay silencio. Miro el teléfono para asegurarme de que la llamada no se ha cortado. Sin embargo, no oigo nada más que el ruido del motor del coche y mi respiración precipitada.
—¿Hola? —pregunto—. ¿Está ahí, doctora Jain?
—Estoy aquí, Kaylee —contesta en voz baja—. Y si quieres volver a ver a Nate, tendrás que venir hasta aquí tú también.