Ethan sonríe al leer el mensaje del móvil. Pedir información siempre es buena idea.
Una ambulancia sale del aparcamiento del instituto. Las luces destellan y las sirenas resuenan. El resplandor le provoca un subidón. No obstante, la preocupación le atosiga bajo toda esa adrenalina. Desde donde él está no ve qué ocurre, pero la ambulancia le hace pensar que Hannah ha sobrevivido a la explosión y al fuego. Debería haberla colocado más cerca de la explosión, pero imaginó que moriría igualmente.
A lo mejor sí está muerta y alguien más está herido. Espera con todas sus fuerzas que ese sea el caso, porque si Hannah está viva y se recupera, lo reconocerá. Y no puede permitir que eso ocurra.
Vuelve a mirar el mensaje. ¿Sigue las instrucciones y elimina el objetivo asignado o persigue a la ambulancia? O quizá deba irse del pueblo.
No, no puede marcharse, no tiene dinero ni sitio al que ir. Así que en realidad solo tiene dos opciones. ¿Cuál elegir? Coge una moneda del posavasos. Cara, va a por su objetivo. Cruz, vuelve con el rabo entre las piernas y se asegura de que Hannah esté bien muerta.
Ethan lanza la moneda, la agarra y la estampa contra su mano. Mira la moneda y la vuelve a dejar en el posavasos. «El destino ha decidido», piensa mientras mete la marcha atrás. Mira una última vez al edificio en llamas y a las luces que salen de los aparcamientos de alrededor del instituto. El destino lo decide todo. Qué pena que el destino sea un auténtico cabrón.