–Me gustaría llevarte a cenar –dijo Colin al salir de la tienda con el vestido en el brazo–. Esta vez lo digo en serio. Me has sacado de un apuro en esto del vestido.
Era una torpe excusa. A él mismo se lo pareció, pero no podía haber visto a Natalie con aquel vestido, con el que parecía el ser más hermoso que había contemplado en su vida, y, después, dejar que se montara en el coche y se fuera a casa. Le daba igual si eran incompatibles o no tenían futuro. Seguía sintiendo su sabor en los labios y el deseo por ella le corría por las venas.
Natalie se detuvo y se colgó el bolso del hombro.
–¿A cenar? ¿No es una cita?
Ya estaba otra vez con lo mismo. Cabría pensar que, después del beso y del intenso momento que habían compartido en la tienda, ella no sería tan escrupulosa con los detalles.
–No, no es una cita, sino una muestra de agradecimiento. Creo que todavía no estoy a la altura de tus estrictos criterios para poder salir contigo.
Natalie sonrió. Colin esperaba que le pusiera una excusa y que se fuera a casa, pero ella asintió.
–Me parece muy bien.
Colin abrió la puerta de la camioneta y colgó la bolsa del vestido en el interior.
–¿Qué te parece el italiano de la esquina?
–Perfecto.
Él cerró la camioneta y caminaron hasta el restaurante.
El local era muy famoso en la zona. Los acompañaron a una mesa para dos al lado de la chimenea, donde ardía un buen fuego. Colin ayudó a Natalie a quitarse el abrigo y lo colgó de un perchero que había al lado de la mesa.
El camarero llegó, justo cuando se acababan de acomodar en sus asientos, con agua y pan caliente con aceite de oliva. Les dejó el menú del día para que eligieran lo que deseaban comer. Después de una breve deliberación, decidieron tomar ensalada y pasta. Para acompañarlas, optaron por una botella de cabernet, que el camarero les llevó inmediatamente.
A Colin, el primer trago le calentó por dentro y le recordó la sugerencia de Lily de entablar una relación exclusivamente sexual con Natalie.
–Bueno, no es esta la manera en que pensé que desarrollaría la tarde y la noche –observó Natalie mientras arrancaba un trozo de pan de la barra.
–Pero no está mal, ¿verdad?
–No –reconoció ella–. Pero al levantarme esta mañana no pensé que fuera a probarme vestidos de novia y a cenar contigo.
Él tampoco se lo había imaginado, pero se alegraba de cómo habían ido las cosas. Pasar el final de la tarde y parte de la noche con Natalie le relajaba después de un día estresante.
–¿Tenías algún plan para esta noche que te he estropeado?
–No: descongelar algo para cenar y leer un par de capítulos de un nuevo libro que me he descargado.
–Yo iba a comprar comida para llevar y a ponerme al día con mi grabador de vídeo. ¡Vaya par! ¿Libras mañana?
Natalie se encogió de hombros, lo cual lo confundió.
–Técnicamente sí –le aclaró ella–. La capilla cierra los martes y los miércoles, pero, de todos modos, suelo ir.
Él negó con la cabeza.
–Me parece que estás tan mal como yo cuando me hice cargo de la empresa de mi padre. Trabajaba dieciocho horas al día, los siete días de la semana, para mantenerla a flote. ¿Por eso le dedicas tantas horas? ¿Cómo está el negocio de las bodas?
A juzgar por la factura que había recibido de la boda, les iba muy bien. Él le había dicho que el dinero no era problema, y ella se lo había creído. Lily se lo merecía, pero se había quedado sorprendido al ver la cifra.
–El negocio nos va de maravilla. Por eso resulta difícil no ir, ya que siempre hay algo que hacer.
–¿No podéis contratar a alguien que se quede allí y conteste al teléfono cuando todas libráis?
Natalie se mordió el labio inferior y dio un largo trago de vino como si intentara retrasar la respuesta.
–Supongo que sí. De todos modos, soy la única que no tiene ayuda, pero también la única que no tiene una vida fuera del trabajo. En cualquier caso, es difícil que otra persona haga el trabajo de una organizadora de bodas. Yo soy quien tiene una visión general del día y la que conoce todas las piezas que deben ajustar perfectamente.
–Contratar a una recepcionista no es lo mismo que contratar a alguien que sustituya a una organizadora de bodas, pero te libraría de tener que contestar al teléfono y archivar papeles todo el tiempo. Piénsatelo, aunque, desde luego, eso supondría que no fueras tan maniática del control.
Ella se irguió en la silla.
–No soy una maniática del control.
Colin se echó a reír.
–Vamos, Natalie. Tu despacho está inmaculado. Vas de un lado a otro con los auriculares puestos para ocuparte de cualquier emergencia. Estoy empezando a pensar que diriges una empresa de bodas que lo ofrece todo porque no dejarías que nadie más se encargara de algunos aspectos.
Ella abrió la boca para defenderse, pero se detuvo.
–Tal vez debiera pensarme lo de la recepcionista.
–Si tuvieras una, podrías pasar mañana y pasado mañana conmigo, en vez de estar en el despacho.
Ella enarcó las cejas.
–¿Pasarme esos días contigo para hacer qué?
–Para trabajar en la casa y ayudarme a decorarla. Lo que hablamos la semana pasada. He dejado las riendas de mi empresa al subdirector para que se encargue de los proyectos que tenemos en marcha hasta finales de año, de modo que pueda dedicarme a lo que tengo que hacer antes de las fiestas.
–Ah.
No era la respuesta entusiasta que Colin se esperaba.
–Bueno, supongo que tendré que dorarte la píldora, ya que no te supone incentivo suficiente pasar tiempo conmigo para ayudar a tu mejor amiga de la infancia.
–Basta ya –lo regaño ella–. Ya te he dicho que voy a ayudarte con la casa. Como trabajo los fines de semana, tienes razón en lo de que vaya mañana. Y lo haré. Pero me esperaba otra cosa.
–¿Como qué?
–No sé. ¿Tal vez ir al hotel Opryland para ver los adornos navideños y hacer una visita a Papá Noel?
¡El hotel Opryland! Colin maldijo para sí y dio un sorbo de vino para disimular. El hotel se hallaba en el centro de Nashville. No reparaban en gastos a la hora de adornarlo por Navidad. Solían construir un pueblo de hielo gigante con toboganes para que jugaran los niños. Incluso había actuaciones musicales. Hubiera sido perfecto, pero ya no podía llevarla, desde luego, porque había sido ella quien lo había mencionado.
Tampoco tenían tiempo. Cuando él le había propuesto la apuesta de forma impulsiva, no había pensado lo mucho que ambos trabajaban y lo incompatible de sus horarios. Entre el trabajo, arreglar la casa y la boda, no quedaba mucho tiempo para volver a introducir a Natalie en la magia de la Navidad. De todos modos, hallaría el medio de hacerlo. Estaba convencido.
–Me imaginé que sería algo relacionado con la apuesta, aunque no sé para qué te vas a molestar después del beso que nos dimos en la degustación de tartas. No creo que el beso que ganes sea mejor que ese.
Colin sonrió abiertamente.
–¿Lo dices en serio?
Ella lo miró sin comprender.
–Pues sí. Fue un buen beso.
–Fu estupendo –concedió él–. Pero no le llegará a la suela del zapato al que conseguiré si gano.
Natalie tomó aire y su blanca piel se volvió rosa a la luz de la vela.
–Ya veo que de adolescente no me di cuenta de lo arrogante que eras.
–No es arrogancia cuando es un hecho. Voy a hacer que se te dispare el pulso y que te sofoques. Quiero que me metas los dedos en el cabello y que me abraces como si nunca fueras a soltarme. Cuando gane la apuesta, te voy a besar hasta que te quedes sin aliento y no puedas imaginarte que volverás a besar a otro.
Observó que ella tragaba saliva y que la mano le temblaba al agarrar la copa. Ocultó una sonrisa y la miró fijamente para demostrarle que hablaba en serio.
–To-todavía tie-tienes que ganar la apuesta –tartamudeó ella–. Estoy segura de que te has quedado sin artículos navideños que mandarme a la oficina.
–No me subestimes –dijo Colin–. Esos regalos solo han sido para ponerte en situación –había muchos elementos sensoriales relacionados con la Navidad: el olor a pino y a vino caliente con especias, el gusto a menta y chocolate, la vista de luces brillantes y poinsetias de colores–. Quería preparar el terreno, por así decirlo. Cuando estés lista, entraré a matar.
El camarero llegó con las ensaladas, pero Colin, de pronto, ya no tenía ganas de comer. Sabía lo que quería probar, y no estaba en el menú de Moretti’s. Por un parte, era consciente de que era un error ir más allá con Natalie, pero, por otra, sabía que ya era demasiado tarde. Necesitaba poseerla.
El hecho de que rara vez tuviera sexo si no sentía algo más, no implicaba que no pudiera tenerlo. Lo que había entre Natalie y él solo era una intensa atracción física, nada más. Natalie era, desde luego, un atractivo incentivo para comenzar a plantearse la posibilidad de acostarse con ella.
El carnoso labio inferior de Natalie parecía ocupar todos sus pensamientos.
Mientras comían, ella se puso a hablar de la boda y de su hermana, e incluso le preguntó por su trabajo, pero Colin sabía que, esa noche, a ninguno de los dos le interesaba verdaderamente hablar de eso. Simplemente, tenían que acabar de cenar.
Cuando iban por la mitad del plato de pasta, ella retomó el tema anterior.
–He estado pensando… He pensado que tú y yo empezamos con mal pie en la fiesta de compromiso. Me gustaría que volviéramos a intentarlo.
–¿A intentarlo?
–Sí. Cuando acabemos de cenar, voy a preguntarte de nuevo si quieres ir a una sitio tranquilo para hablar y ponernos al día. Esta vez, puesto que no estás saliendo con nadie, espero que me respondas mejor.
¿Le estaba proponiendo lo que creía que le estaba proponiendo? Apuró el vino y pagó la cuenta.
–Entonces, Colin, ¿quieres que nos vayamos y busquemos un lugar tranquilo para hablar y ponernos al día?
–¿En tu casa o en la mía?
Al final fue en la de él, que estaba más cerca. El corazón a Natalie le golpeaba el pecho mientras seguía a Colin por el pasillo hasta la cocina.
Natalie se fijó en el agudo contraste entre aquella casa y la cálida sensación de bienvenida que provocaba la de sus padres. Eran dos espacios opuestos. No le cabía duda de que era una casa muy cara, pero, para su gusto, tenía un estilo demasiado moderno.
¿Quieres otra copa de vino? –preguntó él.
–No, gracias –dijo ella mientras dejaba en bolso en la encimera de cuarzo–. Ya he tomado mucho.
–Entonces, ¿te enseño la casa? No sé cuánto viste la otra noche.
–No mucho –respondió ella.
Colin la condujo desde la cocina al comedor y, de allí, al salón de dos alturas, con una espectacular chimenea de mármol que llegaba hasta el techo. Unas escaleras conducían al ático, donde estaban el despacho y el dormitorio.
–Esto es lo mejor –dijo él.
–Seguro –respondió ella con una sonrisa.
–No me refería a eso –se dirigió a una puerta cristalera, la abrió y salió a la terraza. Natalie lo siguió y se quedó muda de asombro al contemplar la vista. Recordaba que habían subido una empinada colina para llegar allí, pero no se había dado cuenta de que la casa colgaba literalmente de la ladera. La vista de la ciudad era magnífica. Las luces se extendían hasta el horizonte, compitiendo con las estrellas que brillaban en el cielo.
A ella le gustaba su casa del centro de la ciudad, pero no podía competir con aquella. Sería capaz de pasarse toda la noche allá fuera tomando café y mirando las estrellas. Estaba segura de que el amanecer sería igualmente maravilloso.
–¿Qué te parece?
Ella titubeó mientras buscaba las palabras adecuadas. Se volvió hacia Colin, que se había apoyado en la barandilla con los brazos cruzados.
–La terraza es fantástica.
–¿Y el resto de la casa?
–Muy bonita.
–Así que bonita, ¿eh? No te gusta en absoluto.
Natalie evitó contestarle volviendo a entrar al dormitorio. Él la siguió.
–Es una casa muy bonita, de verdad. Solo las vistas ya compensan lo que te haya costado. Pero, para mi gusto, el estilo es demasiado moderno.
Colin asintió.
–Para mí también. Para serte sincero, fue Pam quien eligió la casa. Si yo no me hubiera enfadado tanto al saber lo se Shane, habría dejado que se la quedara ella.
Natalie se puso tensa cuando él mencionó a su exesposa y al hijo que resultó que no era suyo. No sabía con certeza lo que había ocurrido, pero ser indiscreta le parecía de mala educación. Pero ya que él había sacado el tema…
–¿Te deja ver a Shane?
Colin negó con la cabeza.
–No, y creo que es lo mejor, ya que todavía es un bebé. Si hubiera sido mayor, habría sido más difícil que entendiera dónde estaba su padre. Creo que probablemente ya se habrá olvidado de mí.
–Yo no estaría tan segura –dijo ella acercándosele hasta casi tocarlo–. Yo no he sido capaz de olvidarte.
–¿Ah, no? –Colin la abrazó por la cintura. El dolor había desaparecido de su rostro y se le había iluminado con la excitación de la atracción–. Entonces, ¿fantaseabas sobre cómo sería besarme?
Natalie sonrió. ¿Cuántas noches había abrazado la almohada fingiendo que era el apuesto hermano de Lily?
–Me avergüenzo del número de veces que lo he hecho –reconoció.
–¿El primer beso estuvo a la altura de tus expectativas?
–Sí, y más. Claro que cuando tenía quince años no sabía lo que en realidad era posible, como lo sé ahora.
–¿De verdad?
–Sí. Y ahora quiero más.
Colin no vaciló en cumplir lo que le pedía. Pegó su boca a la de ella para ofrecerle todo lo que deseaba. Ella le metió los dedos en el cabello y lo atrajo más hacia sí. Esa vez, no iba a dejarlo escapar. Era suyo esa noche. Arqueó la espalda para apretar su cuerpo contra el duro pecho masculino.
Él gimió en sus labios al tiempo que deslizaba la mano desde su cintura hasta la espalda y las caderas. Le agarró una nalga por encima de la fina tela de la falda y le empujó las caderas contra las suyas para que sintiera la firmeza de su deseo.
Natalie contuvo una exclamación y se separó de su boca.
–En efecto –afirmó jadeando–. Nunca me hubiera imaginado un beso como este.
Le tiró de la chaqueta, se la quitó y la dejó caer al suelo. Movió las manos con ansia por sus anchos hombros y el pecho acariciando cada uno de los músculos que le había visto marcados cuando llevaba camiseta. Le desabotonó la camisa, empezando por el cuello, y los dejo al descubierto, así como el vello negro que los cubría parcialmente.
Colin se mantuvo tenso, dejándola hacer con los puños cerrados. Cuando Natalie llegó al cinturón, la agarró de las muñecas.
–Eso no es justo, ¿no te parece?
–Bueno –razonó ella–, llevo años fantaseando con verte desnudo. Creo que es justo que no siga esperando.
Colin agarró el dobladillo de su blusa y se la quitó lentamente por la cabeza. Ella levantó los brazos para ayudarlo y él dejó la prenda en una silla cercana.
–No creo que vayas a morirte si esperas unos minutos más.
Él se centró en sus senos, contemplándolos, cubiertos de seda, antes de cubrírselos con las manos. Natalie ahogó un grito al sentirlas, y los pezones se le endurecieron. Colin le estrujó los senos y agachó la cabeza para besar lo que sobresalía por las copas del sujetador. Le mordisqueó y le lamió la piel. Tiró del sujetador hacia abajo para descubrirle los pezones y se los llevó sucesivamente a la boca.
Natalie gimió y le agarró de la cabeza para acercarlo más a ella. La calidez de su boca en su sensible carne le provocó un deseo líquido en el centro de su feminidad. No estaba segura de cuánto tiempo más soportaría aquella tortura.
–Te necesito –dijo jadeando–. Por favor.
Colin le respondió desabrochándole la cremallera de la falda y dejando que se deslizase hacia abajo. Ella se la quitó, al igual que los zapatos. Después Colin la condujo hacia atrás por la habitación hasta que sus piernas tocaron el colchón. Ella apoyó las manos y se impulsó hacia atrás para sentarse.
Mientras Colin la observaba, se desabrochó el sujetador y se lo quitó. Ya solo tenía puestas las medias, que también se quitó. Colin no había despegado la vista de ella. La despegó solo el tiempo suficiente para sacar un preservativo de la mesilla de noche, y se subió a la cama.
Ella sintió que el calor de su cuerpo le rozaba la piel. Él la besó mientras le acariciaba el estómago con la mano. Rozó el borde de las braguitas y metió los dedos por debajo para hundirlos entre sus muslos. Ella se arqueó ahogando un grito antes de que sus labios se volvieran a unir. Él la acarició sin parar creando en ella una tensión de la que ella deseaba liberarse con desesperación.
Colin esperó hasta que ella alcanzó el límite y retiró la mano, lo que la dejó jadeante e insatisfecha.
–Solo unos minutos más –le aseguró él con una sonrisa pícara.
Le bajó las braguitas y se las quitó. Se puso el preservativo y le separó los muslos. Se situó entre ellos en el punto justo para acariciarla en su centro moviendo las caderas hacia delante y hacia detrás. Volvió a encender el fuego en el vientre femenino y, mientras la miraba a los ojos, la penetró.
Natalie gritó al tiempo que se aferraba a la manta que había debajo de ella. Él comenzó despacio, apretando las mandíbulas para contenerse, y después empezó a moverse más deprisa. Ella levantó las piernas y se las enlazó a las caderas, lo cual hizo que Colin lanzara un profundo gemido.
–Sí –dijo Natalie animándolo mientras él se movía más profunda y rápidamente en su interior. Ella sintió que la liberación, que casi se había iniciado antes, volvía a estar a punto de suceder, y supo que esa vez conseguiría lo que deseaba. Lo agarró por la espalda.
–Por favor –dijo.
–Como quieras.
Él la embistió con fuerza y hasta que ella gritó.
–¡Colin! –chilló al tiempo que pequeños fuegos estallaban en su interior. Sus músculos se apretaron en torno a él mientra se estremecía y jadeaba.
Él volvió a embestirla al tiempo que ocultaba el rostro en su cuello, antes de vaciarse dentro de ella.
–Oh, Natalie –le gimió al oído.
El sonido de su nombre en los labios de él le provocó un escalofrío. Lo abrazó mientras él se derrumbaba sobre ella. Le concedió unos minutos de descanso antes de empujarlo por los hombros.
–Vamos –dijo.
–¿Adónde?
–A la ducha. Acabamos de empezar y me quedan catorce años por compensar.