GRACIAS

A Melanie Jösch, directora editorial de Penguin Random House Grupo Editorial, por su constante apoyo y estímulo de amiga y colega desde que vislumbramos la idea de lo que sería La máquina para defraudar. A Vicente Undurraga, editor literario, quien nos acompañó desde esos primeros días de marzo. A Aldo Perán, Antonio Leiva y Cristina Varas, por sus aportes en la fase final.

A mi nieto ayudante, Martín Browne Prieto, estudiante de Periodismo de la Universidad Católica, que me acompañó en el recorrido desde las primeras búsquedas y observaciones para la elaboración de este libro. A mi hija periodista María Olivia Browne Mönckeberg, quien estuvo desde el comienzo en el secreto de esta nueva publicación, por su constante aporte y por sus agudos comentarios como primera lectora de estas páginas.

A mis amigos y colegas del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile (ICEI). En especial, a José Miguel Labrín, cuyo respaldo a toda prueba ha sido una invaluable contribución para que este libro sea hoy realidad. A Miguel Saldivia, abogado y periodista, con sus atinados comentarios y su ayuda para esclarecer más de algún «legalismo». A Roxana Pey —hoy rectora de la Universidad de Aysén—, María Eugenia Domínguez, María Cecilia Bravo y María Inés Silva, por las horas compartidas y las muchas conversaciones.

A Gonzalo Gutiérrez, Alejandra Vásquez y Valentina Durán, con quienes —entre otras cosas— tuve oportunidad de aprender más sobre la importancia del litio como riqueza básica.

A los periodistas Catalina Rojas, Sergio Jara y Victoria Ramírez, por sus aportes en diferentes tramos de la elaboración de este libro.

Al fiscal Carlos Gajardo Pinto, impulsor de las investigaciones relatadas en estas páginas, quien —además— nos inspiró con su frase para el título.

A Sergio Erlandsen, mi marido, a mis hijas e hijos, por su incondicional y cariñoso apoyo en esta tarea. A mis nietas y nietos, que con sus miradas, sus palabras y sus risas son el gran aliciente para buscar un país mejor.